Tsipras es un antieuropeo

Tsipras es un antieuropeo

Harían bien los dirigentes europeos en tenerlo en cuenta: la minoría mayoritaria del electorado griego ha votado a un jefe de gobierno que no habría estado a favor del ingreso de su país en la UE y que, si tuviera la más mínima oportunidad de hacerlo, lo sacaría no del euro, sino de la propia Unión. Claro que no lo hará, pero le gustaría, porque no ve en la UE nada positivo.

Sasha Mordovets/GETTYIMAGES

El principal problema de Tsipras con la UE no está en que se resista a presentar la lista de reformas a las que se comprometió en el Eurogrupo, ni en su oposición a negociar un tercer rescate, ni en su viaje a Moscú. Muchos siguen empeñados en centrarse en las consecuencias, sin querer ver la causa. Cuando, en realidad, está muy clara: Tsipras es un antieuropeo o, si lo queremos decir de una forma más suave, un euroescéptico radical. Por él, esta UE podría desaparecer mañana mismo y lo consideraría un triunfo. Cierto que no por las mismas razones que Le Pen en Francia o que Nigel Farage en el Reino Unido.

Él tiene las suyas propias y son profundamente ideológicas: para buena parte su Syriza, la UE no es un logro que celebrar por haber contribuido a que Europa sea hoy el lugar más avanzado económica y socialmente del mundo, donde más y mejor se respetan y ejercen las libertades, la primera democracia supranacional o -por no seguir con los ejemplos- el primer donante en Ayuda Oficial al Desarrollo.

Para Tsipras, la UE lleva impreso el pecado original de ser una construcción del modo de producción capitalista y hay que derrotarla, no se puede reformar. La Unión, para él, está gobernada por enemigos políticos a los que considera responsables de todos los males habidos y por haber, la casta minoritaria que se beneficia del sufrimiento de la mayoría: los conservadores y los socialistas (con el añadido de los liberales), que solo se diferencian en el nombre porque son lo mismo.

Todavía más: para el primer ministro griego, la UE es culpable no solo de los males de Grecia, sino de haber arrebatado a su país la soberanía nacional y haberlo entregado a la oligarquía económica europea, empezando por los Estados en los que Tsipras considera que esta es más poderosa, como Alemania.

Así que podemos seguir pidiendo a Tsipras que aproveche sus oportunidades, que busque aliados en países, instituciones y partidos, que negocie de forma razonable, que no provoque a Berlín con reclamaciones de la Segunda Guerra Mundial, que no se eche en brazos de Putin, pero le estaremos solicitando un imposible.

Harían bien los dirigentes europeos en tenerlo en cuenta: la minoría mayoritaria del electorado griego ha votado a un jefe de gobierno que no habría estado a favor del ingreso de su país en la UE y que, si tuviera la más mínima oportunidad de hacerlo, lo sacaría no del euro, sino de la propia Unión. Claro que no lo hará, pero le gustaría, porque no ve en la UE nada positivo.

Hubo en la izquierda griega un gran impulso europeísta, tanto en el PASOK como en la izquierda no socialista, encarnada en formaciones como el partido eurocomunista o, más tarde, Synaspismos. Pero, al final, Syriza, cabalgando la crisis, ha situado a la izquierda mayoritaria del país en posiciones antieuropeas que nunca tuvo (salvo algunos primeros escarceos, como en todas partes).

Mi consejo: a la hora de negociar con el actual Gobierno de Atenas, no olviden a quien tienen enfrente. Cuando habla de otra Europa es porque le gustaría que esta no existiera.