La profesión milenaria de 6.000 euros al mes que la IA será incapaz de tocar: "Pasas días enteros sin hablar con nadie"
La sal de Guérande se exporta a más de 40 países y se valora por su origen natural y su bajo impacto ambiental.

Cuando la conversación gira en torno al futuro del trabajo y al avance imparable de la tecnología, cuesta imaginar que existan oficios prácticamente inmunes a la digitalización. Sin embargo, en el oeste de Francia hay un ejemplo claro de resistencia al paso del tiempo. En las marismas salinas de Guérande, en el departamento del Loira Atlántico, la sal se extrae desde hace más de 2.000 años exactamente del mismo modo, combinando tradición, esfuerzo físico y una sorprendente sostenibilidad. Así lo recoge el medio alemán Focus, que pone el foco en una actividad que sigue siendo rentable sin depender de máquinas ni algoritmos.
El paisaje de Guérande está marcado por cientos de pequeñas salinas donde el agua del Atlántico se evapora gracias al sol y al viento. Allí trabajan los llamados paludiers, salineros que mantienen vivo un saber ancestral. Uno de ellos es Benoît Hermann, de 43 años, vecino de Batz-sur-Mer, que decidió cambiar su carrera en la industria por un oficio al aire libre. “Quería volver a trabajar al aire libre”, explica en declaraciones recogidas por la prensa francesa. Tras formarse en 2011, hoy gestiona 64 salinas, conocidas localmente como œillets, donde la sal cristaliza de forma natural.
El trabajo del salinero está totalmente condicionado por las estaciones. Durante el invierno se realiza el mantenimiento de los canales y de las estructuras de arcilla que permiten el control del agua. “Pasas todo el año con botas de goma y una pala en la mano”, resume Benoît. La fase más intensa llega entre junio y septiembre, cuando se produce la recolección. Las jornadas comienzan a las cinco de la mañana y se prolongan hasta bien entrada la noche. En un buen día, cada salina puede producir entre 50 y 70 kilos de sal gruesa, mientras que la apreciada flor de sal es mucho más escasa y delicada.
En un contexto en el que la inteligencia artificial amenaza numerosos empleos, este oficio parece ajeno a cualquier automatización. “Si mañana se corta la electricidad y el internet, aún podemos producir sal. Nada depende de estas tecnologías”, subraya el salinero. Esa independencia tecnológica es también una de las claves de su atractivo comercial. La sal de Guérande se exporta a más de 40 países y se valora por su origen natural y su bajo impacto ambiental.
Desde el punto de vista económico, el oficio puede resultar rentable, aunque no está exento de riesgos. Según datos del sector, un salinero con unas 30 salinas puede ganar en torno a 2.000 euros netos al mes, mientras que las explotaciones más grandes pueden alcanzar hasta 6.000 euros mensuales en una buena temporada. No obstante, todo depende del clima. Un verano lluvioso puede reducir drásticamente la cosecha, como le ocurrió a Benoît el año pasado, cuando solo obtuvo dos toneladas de sal. Para protegerse, muchos productores almacenan parte de su producción, ya que la sal no caduca.
Más allá del esfuerzo físico y la incertidumbre meteorológica, existe otro desafío menos visible: la soledad. “Puedes pasar días enteros sin hablar con nadie. Por suerte, hay radio y música, pero hay que apreciar esa soledad”, reconoce Benoît. Una realidad que forma parte inseparable de un oficio que, contra todo pronóstico, sigue teniendo futuro.
