Conté que me habían violado. Luego intenté salir con otros chicos

Conté que me habían violado. Luego intenté salir con otros chicos

pic_studio via Getty Images

Mierda, pensé. Me ha buscado en Google. Di media vuelta y seguí caminando, sudando y en silencio. Era mi primera cita a través de la aplicación Hinge desde que me había mudado a Nueva York tras graduarme. Pensaba que la cita iba bien hasta que el tío con el que había quedado sacó el tema de la agresión sexual que sufrí en mi antiguo campus universitario.

Soy consciente de lo que sale cuando me buscas en Google. Encajada entre mi perfil de LinkedIn sin foto y mi columna en el periódico universitario está la publicación más reciente que escribí sobre la violación que sufrí. Estoy orgullosa de esa publicación, me niego a avergonzarme de mi trauma y sé que la escritura sincera y detallada puede ayudar a otras supervivientes.

Sin embargo, unirme públicamente al Me too ha cambiado la forma en que tengo mis citas. Como ha ocurrido con tantas otras cosas desde que fui violada, no me ha quedado otra alternativa: me he adaptado.

Estoy orgullosa de esa publicación, me niego a avergonzarme de mi trauma y sé que la escritura sincera y detallada puede ayudar a otras supervivientes.

La primera vez que escribí sobre mi violación fue para la revista que dirigía en la universidad. Redacté un reportaje entero con testimonios de más supervivientes. Fue justo lo que me habría gustado leer cuando fui violada, una reacción a esos meses turbios que pasé enterrada bajo las sábanas en mi dormitorio tecleando en Google "¿cómo consigue la gente vivir con esto?" hasta que me dolían los dedos.

Luego escribí un artículo como superviviente para un medio de internet. Era consciente de que habría consecuencias por escribir en internet sobre mi violación. Le envié el borrador a una amiga que estudiaba Derecho. Llamé al centro de asesoramiento del campus. La semana anterior a la publicación, le escribí a un exnovio: "¿Estoy siendo idiota?".

Me dijo que no lo veía así. "Si un empleador se niega a contratarte por ser una superviviente, no es un lugar en el que quieras trabajar", me dijo. Sin embargo, lo que de verdad quería preguntarle es si me querría alguien después de esto. ¿Quién querría salir con alguien con un pasado traumático tan fácil de encontrar? Lancé el móvil al otro extremo de la cama y presioné la frente contra las rodillas.

Le había hablado sobre mi violación pocas semanas después de conocernos. Me estaba acompañando a casa después de una fiesta, acariciándome los nudillos con el pulgar. Yo iba algo bebida, enardecida y colorada bajo la luz de las farolas. Ese parecía tan buen momento como otro cualquiera.

Planificaba el discurso que les daba a los hombres con los que salía sobre la violación. Tenía un guion. Lo ensayaba. Esperaba a determinados momentos, volviendo a casa después de una copa con las manos fundidas dentro de una manga o temblorosa justo después de una pesadilla. "Oye", solía decir. Hacía una pausa y parpadeaba. "Hay algo que probablemente debería decirte". Ese "probablemente" era imprescindible. No quería que pensaran que era una obligación.

Utilizaba sus reacciones como un test. He empezado y terminado relaciones basándome en cómo reaccionan los hombres al enterarse de mi violación, en su respuesta instintiva, cuando los pillo con la guardia baja.

En los tres años que han transcurrido desde entonces, he recibido todo un catálogo de respuestas a la frase "Me violaron": ¿Estabas en una fiesta? ¿Era tu novio? ¿Por qué no lo denunciaste?

Un jugador de fútbol americano empezó a llorar con la cara enterrada en mi melena. Un joven de una fraternidad que tenía alguna clase especial de marihuana para su gato cogió un poco de un tarro que había sobre la mesa y preguntó: "¿Y por qué me cuentas esto?".

¿Que por qué lo cuento? Para permitirme a mí misma confiar en ellos, en parte. Yo fui violada por un amigo cercano y vi cómo pasaba de ser el chico que reía nuestras bromas y me enviaba poemas a ser la criatura que abusó de mí en su colchón. Dejé de creer en mis instintos, porque, claramente, se me daba fatal leer a la gente. Me culpaba a mí misma por no haber sido capaz de distinguir a los hombres buenos de los malos. Hablar sobre mi violación me confería una extraña sensación de poder. Podía controlar quién lo sabía y cómo lo descubría.

Yo fui violada por un amigo cercano y vi cómo pasaba de ser el chico que reía nuestras bromas y me enviaba poemas a ser la criatura que abusó de mí en su colchón.

Pero también tenía otra idea: pensaba que la vulnerabilidad era un atajo para alcanzar una mayor intimidad. Si entregaba la parte más privada de mí misma, seguramente se crearía un vínculo especial. Tenía que funcionar. No se me ocurría otro modo de calmar esa quemazón en la columna cuando estaba con hombres. Buscaba salidas de emergencia. No dejaba de esperar el momento en que el hombre con el que estuviera en ese momento me hiciera daño. Reaccionar de forma inapropiada a mi violación ha sido el modo más conveniente de hacerlo.

Tres semanas después de mi primera publicación sobre mi violación, conocí a un tío en el bar del campus. Tenía los ojos azules, acento y llevaba un cigarrillo electrónico en la mano. Dábamos caladas de ese vapor afrutado cuando el camarero no miraba. Antes de que cerrara el bar, fuimos a dar un paseo. Era diciembre y la nieve a medio derretir se nos filtraba en las deportivas. Me rodeó con un brazo cuando pasamos frente a una fraternidad. "Fui novato ahí durante una temporada, pero lo dejé porque parecían demasiado alegres con el tema de las violaciones", comentó.

Casi me resbalé en la nieve. ¿Lo sabía? ¿Me había buscado en internet con el iPhone por debajo de la mesa? Aún no estaba segura.

Con él y con cualquier tío con el que salgo me pregunto cuánto han leído sobre mí o hasta qué punto sacarán el tema. Yo ya he perdido la opción de hablar sobre mi violación con mis condiciones, pero la perdí voluntariamente sabiendo que merecía la pena: he escrito artículos que me habrían ayudado después de mi violación.

Ya no quiero tener la ilusión de control. Quiero el control real. Quiero controlar lo que digo. Voy a seguir hablándoles a los hombres de mi vida sobre mi violación porque aunque conozcan los detalles del suceso, no saben qué pasó después. No saben que estuve sonriendo durante semanas la primera vez que volví a practicar sexo sin temblar de miedo ni cómo me temblaban las piernas de los nervios cuando di un discurso en la marcha internacional contra la violencia sexual Take Back the Night. No saben lo orgullosa que me siento de mi progreso. Hay todo un universo en mi interior que no conocen.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.