¿Es Irán el demonio? Las claves para entender la evolución de la nueva crisis con EEUU

¿Es Irán el demonio? Las claves para entender la evolución de la nueva crisis con EEUU

Este viernes se ha sabido que Donald Trump llegó a dar la orden de atacar al régimen de los ayatolás, pero cambió de idea.

El presidente de Irán, Hassan Rouhani, durante una rueda de prensa en Shanghai, en 2014. Carlos Barria / Reuters

Tambores de guerra, ruido de sables, la fiebre que sube... Vale cualquiera de estas manidas metáforas para definir lo que está pasando en las últimas semanas entre Estados Unidos e Irán. Estamos, otra vez, ante un duelo dialéctico, que cuaja en pequeñas acciones ofensivas pero que no acaba de romper ni en un conflicto armado abierto ni en una apuesta diplomática clara por la distensión.

Este viernes se ha sabido que el presidente estadounidense, Donald Trump, llegó a dar la orden de atacar al régimen de los ayatolás, pero cambió de idea en el último minuto. Era el colofón a unos días de negros titulares: Irán reduce sus compromisos nucleares y da un plazo de 60 días para negociarIrán abandona oficialmente algunos de sus compromisos atómicos, Irán multiplica por cuatro su nivel de enriquecimiento de uranio... La Casa Blanca denuncia sabotajes a cargueros en el estratégico Estrecho de Ormuz y refuerza su presencia militar en la zona. Pero ¿es Irán verdaderamente el demonio de esta historia? ¿Es el único culpable de la escalada? ¿De dónde viene este enésimo encontronazo con Washington?

Lo primero: ¿hay posibilidades de conflicto armado?

Por muy feas que se estén poniendo las cosas, los analistas insisten en que no hay interés real por entrar en guerra, por ninguna de las dos partes. Sería desastroso para todos. Como resume Jordi Quero, investigador de Geopolítica Global del Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB), “la sensación es que estamos en un momento donde Teherán y Washington se están enviando mensajes, pero no es per se un proceso de preparación para iniciar una guerra. Estamos viendo movimientos típicos de un proceso de escalada, pero aún no estamos en ese punto en que diríamos que realmente están buscando un conflicto”.

A su juicio, una de las razones esenciales es que EEUU “hoy por hoy no está preparado para tener un choque de esas dimensiones en esa zona del mundo”. No dispone de los efectivos militares suficientes para hacerlo, aunque en la zona está V Flota de su Armada y tiene bases en Bahréin o Kuwait, “pero para un conflicto de esta envergadura se queda corto”. Tampoco ha movilizado todavía a más medios desde otros puntos del globo: ha anunciado el traslado de mil militares a Oriente Próximo, “pero eso es más o menos el mismo contingente que EEUU tiene en Bélgica”.

La “envergadura del rival” que tiene enfrente EEUU es un freno importante, dice el también profesor de la Universidad Pompeu Fabra y del Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (IBEI). “En términos militares, es una barbaridad, y específicamente si lo comparamos con la experiencia más reciente de EEUU frente a Irak. Ese episodio de 2003 fue absolutamente traumático. Trump siempre ha defendido que quiere reducir la intervención en el exterior y que no va a cometer lo que llama “errores” de sus predecesores. Incluso más allá de él, todo el Pentágono, toda la Secretaría de Defensa, y hasta la de Estado, me transmiten la conclusión de que obviamente se equivocaron en aquella invasión y no están dispuestos a asumir otro coste. Ni siquiera parecido”, explica. Irán “multiplicaría” todos los números de Irak: la pugna sería con un ejército mayor, en un país mucho más grande, ly a derrota, de lograrla, no sería “ni por asomo tan instantánea”.

Suzanne Maloney, analista del tanque de pensamiento Brookings y especialista en Irán, cree que el gobierno de Hassan Rohani no quiere pasar de “represalias calibradas”, con las que trata de poner en aprietos al mundo para lograr una meta clara: que se mantenga vivo el acuerdo nuclear con Occidente y que se retiren las sanciones estadounidenses que amenazan con hundir nuevamente su economía. “Queda margen”, escribe, antes de una contienda. Teherán “tiene experiencia en mantener la cuerda tensa largo tiempo” y está tratando de “inyectar en la comunidad internacional” la urgencia de resolver el problema. Cuando entran más actores todo se hace más lento.

Pese a la “fiebre retórica” y la “animosidad pública” de estos días -vieja de décadas-, ambos quieren evitar la confrontación abierta y el desafío, ahora, es calmar los nervios y que la diplomacia entre en juego. Es esencial, constata, porque “hay mucho en juego” para todo el planeta. De ahí la importancia de que, en este tira y afloja, no se produzcan errores de cálculo.

“Hay que recordar que muchas guerras a veces no empiezan por una estrategia, un plan racional, sino porque se te escapa algo, porque te equivocas, por un accidente… Cuando te estás enseñando mucho los dientes con otro, al final puede ser que algo se te vaya de las manos. Si juegas con fuego puedes acabar quemándote. Es siempre una posibilidad. A veces hay que responder”, resume Quero. Es lo que hay que evitar, que medir los límites del rival no acabe en otra cosa.

  El Grupo de Ataque USS Lincoln, una de las diez más grandes unidades de operación de las que dispone la Marina de Estados Unidos, fue enviado en mayo a la zona del Golfo.  ASSOCIATED PRESS

¿De dónde viene este choque?

Año 2015. Irán firma un acuerdo sobre sus investigaciones nucleares con Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania. Básicamente, Teherán se comprometió a limitar su programa atómico, garantizando un uso civil y no militar de sus avances, a cambio de que se levantaran las sanciones internacionales. No le quedaba otra opción, tras años de asfixia económica y de aislamiento.

Los compromisos esenciales fueron detener el enriquecimiento de uranio por encima del 5% y desmantelar las conexiones técnicas necesarias para ello (para crear una bomba atómica con este combustible se necesita que esté al 90%); neutralizar su almacén de uranio enriquecido cerca del 20%, no instalar centrifugadores adicionales y dejar inoperativas gran parte de las que ya tenía, detener la polémica central de Arak y permitir inspecciones regulares del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) de la ONU.

Cuando llega Trump a la Casa Blanca, en 2016, decide retirarse del acuerdo, como prometió en campaña. “Es el peor acuerdo de todos, un desastre”. Argumentaba que el límite de enriquecimiento fijado por el documento era demasiado bajo, como el compromiso temporal (2030), que no incluía referencias a los misiles balísticos de Irán y que las ganancias que ha logrado la república islámica gracias al pacto han ido destinadas a “financiar el terrorismo en la región”. Era uno de los mayores legados de su predecesor, el demócrata Barack Obama, y lo quería tumbar a toda costa. Ocurrió en mayo del año pasado.

Llegados a este punto, Irán, que siempre ha insistido en que su programa tiene fines pacíficos y no militares, se pregunta si tiene algún sentido continuar en el acuerdo si una potencia como EEUU se va. “Casi se puede decir que ha tardado mucho en reaccionar y que sus actos y amenazas no son de gran contundencia”, sostiene Maloney, quien recuerda que las inspecciones independientes han ido dando cuenta en todos estos años del cumplimiento de lo acordado por parte de Teherán, sin falta.

El problema de las sanciones

Durante estos meses, repasa Quero, Teherán “le ha ido diciendo al resto de potencias, a los chinos, los rusos y los europeos, que el hecho de que EEUU se retire no supone para ellos que el pacto esté muerto, sino que ahora los demás van a tener que compensar todo aquello que le podía ofrecer Washington, una vez se retire, porque si no las cuentas no le salen”.

Al dar el portazo, EEUU amenazó con más sanciones a Irán, que impedían por ejemplo comerciar con petróleo y con una serie de productos industriales. Eso complicaba la acción de los demás socios, que se veían en dificultades para sortear estos castigos. La Unión Europea, que siempre ha defendido el acuerdo con intensidad, ha intentado encontrar vías para que las empresas del Viejo Continente siguieran comerciando con Irán, como un mecanismo de pagos que no fuera en dólares, que no ha cuajado. Las sanciones no son sólo hacia Irán, en la práctica, sino también hacia cualquier otro estado que quiera seguir negociando con ellos.

“Aquí es donde el equilibrio se rompe -explica el analista del CIDOB-, porque entonces, tanto en Beijing como en Moscú como en Bruselas, empiezan a plantearse: “Bueno, nosotros queremos que el acuerdo siga vivo, pero ¿hasta qué punto vamos a ser capaces de asumir unas posibles sanciones norteamericanas si nuestras empresas siguen comerciando con Irán? O dicho de otra forma: ”¿Le vale la pena a nuestras empresas el mercado iraní si eso puede suponer unas sanciones que les impidan el acceso al mercado norteamericano?”. No ha habido salida”.

  Manifestantes iraníes contra las sanciones de EEUU, portando retratos del ayatolá Ali Khamenei y un muñeco de Donald Trump, el pasado 10 de mayo en Teherán. STR via Getty Images

Las sanciones lo arrollan todo: la voluntad de las otras naciones y el bienestar económico creciente en Irán. EEUU anunció este castigo, lo congeló unos meses y, tras este periodo excepcional, empezó a aplicar las sanciones hace aproximadamente un mes. Y justo es ese el tiempo en el que se ha desarrollado esta nueva escalada. Todo cuadra.

“Si las sanciones le hacen mucho daño y los demás no son capaces de ofrecerle alternativas, al final van a tener que replantearse su posición en el proceso nuclear -resume el investigador-. Irán se está cansando (...). Más allá del peligro de la militarización, sobre todo le tiene miedo al impacto de las sanciones. Aunque ahora estemos prestando mucha atención a la posible militarización del conflicto, esto no es otra cosa que una reacción, un coletazo que responde más a la efectividad de las presiones económicas ejercidas por EEUU”.

Maloney es de la misma opinión: “Irán no puede permitirse un callejón sin salida prolongado”, porque en el pasado ya supo el efecto de las sanciones, a mediados de los 2000, y eso fue lo que le llevó a claudicar y firmar el acuerdo nuclear. La sociedad, recuerda, reclama mejoras políticas y sociales en un régimen que tiene enormes lagunas democráticas, pero también quiere estabilidad económica. Aporta algunos datos alarmantes: la inflación hoy ronda el 40%, se espera una contracción económica del 6% este 2019 (datos del Fondo Monetario Internacional), la moneda local ha bajado dos tercios en el último año, la producción cae a mínimos de hace cinco años, los precios de los bienes empiezan a duplicarse... Por si los iraníes no tuvieran suficiente con la mala gestión de sus gobernantes, la corrupción y la represión.

No hay un único Irán, y cada cual quiere una cosa

Irán dice, hace, amenaza... ¿De qué Irán hablamos? No es un ente unitario, monolítico, sino que arrastra fracturas internas que tienen mucho que ver en el devenir de esta escalada. Jordi Quero indica que por un lado está el sector Rohani, “que podemos decir que es el más moderado, siempre teniendo en cuenta que hablamos de un régimen pseudoautoritario, un sector que apostaba por acercarse a Occidente, específicamente a EEUU, a cambio de frenar el programa nuclear para que se acabasen las sanciones”.

Por otro, está el sector “más radical, más extremo y conservador”, que en su momento encabezó el presidente Mahmud Ahmadineyad, “una línea dura que representa la Guardia Revolucionaria iraní, que dice que no se puede firmar un acuerdo como ese porque no se pueden fiar de nadie, porque en algún momento se la van a jugar”. Con la salida de Washington del acuerdo, el envío de militares de EEUU o la declaración de los Guardianes de la Revolución como “grupo terrorista” por parte de la Administración Trump, este discurso se ha hecho fuerte. La moderación nos ha llevado a lo de siempre, es su relato.

Se han producido varios ataques a petroleros en la zona de Ormuz, de los que EEUU, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Reino Unido han acusado a Teherán. Por ahora no se han presentado pruebas concluyentes sobre su autoría, pero a lo mejor, más que saber si ha sido o no Irán, “hay que preguntarse quién dentro de Irán ha sido”, señala el profesor. Se especula con que es responsabilidad de estas ramas más duras, y sobre todo de la Guardia Revolucionaria, que con voluntad de añadir presión habrían dado el paso, “más allá incluso de lo que habría decidido el propio Rohani”.

Y ayer se supo del derribo de un dron estadounidense que supuestamente estaba haciendo labores de espionaje en aguas de Irán, algo que el Pentágono niega, y que llevó a Trump a escribir en Twitter que se había producido un “gran error”.

Por ahora, sólo se han producido daños materiales con estos sabotajes, pero el problema puede estar en si hay un error de cálculo de los que temen los especialistas y acaba causando, por ejemplo, bajas estadounidenses.

En paralelo, se ha denunciado a Irán por ataques -sin consecuencias graves- a oleoductos de Arabia y Emiratos, por el lanzamiento de cohetes a la embajada de EEUU en Irak o por emplear a sus aliados hutíes en agresiones a aeropuertos y bases. No hay acusaciones probadas. Teherán niega cualquier relación con estos actos.

¿Otro acuerdo es posible?

Donald Trump ha dicho en los últimos meses que está dispuesto a negociar con Hassan Rohani para redactar un nuevo acuerdo sobre su programa nuclear, obviamente más favorable a los intereses de EEUU. Desde Teherán llega silencio ante esta oferta, hecha en los medios pero no formalizada.

No es imposible, conceden los expertos, pero desde luego es lo que desea una parte, no la otra. Maloney habla de “aversión de Irán a la sumisión de EEUU” en la historia reciente y no está por la labor, a priori, de deshacer un acuerdo que hace sólo cuatro años contentó al mundo. Renegociar es lo que quiere Trump, esencialmente.

“La línea básica de la política exterior de Trump, por el momento, ha sido deshacer lo que había hecho Obama para rehacerlo a su manera. Siempre ha creído que durante la presidencia demócrata EEUU fue demasiado flexible y concedió demasiadas cosas, que era un mal negociador, que se sentaba a negociar con los norcoreanos, los cubanos y los iraníes, y los pactos que sacó con ellos no son todo lo ventajosos que podrían ser para el país”, argumenta Quero. En la campaña por la reelección que acaba de comenzar, el magnate republicano va por el mismo camino. Quiere “sacar más tajada”.

Si extrema la amenaza, cree que obligará a los iraníes a redactar otro texto en el que concedan mucho más. “Quiere girarse, mirar a su audiencia doméstica y decir: “Donde Obama no lo logró, yo he conseguido esto más uno, más dos. Soy capaz de negociar mucho mejor y esa administración era incompetente”. Lo que no sé es si está calibrando bien si la contraparte va a querer sentarse a renegociar el acuerdo”, avisa. “Legítimamente”, recuerdan ambos analistas, Teherán da por bueno aquel acuerdo de 2015, sobre el que tantas flores ha lanzado por ejemplo la jefa de la diplomacia comunitaria, la socialista italiana Federica Mogherini. ¿Por qué tocar lo que era acertado?

Todo se juega en clave interna, además. Los actores implicados tienen muy presente que en 2020 hay elecciones presidenciales en EEUU y que Irán entra en la campaña, como lo hizo en 2016. “Lo que está haciendo en Irán intuimos que está pensado y diseñado para sacar crédito y pecho”, reconoce Quero. La república islámica “lo sabe” y “no quieren sobrerreaccionar” porque, a lo mejor, gana un demócrata y se vuelve a la casilla de salida, al acuerdo de hace cuatro años.

No sólo es una posibilidad real si gana Joe Biden, el demócrata mejor situado -le saca 10 puntos a Trump en las encuestas- y que fue vicepresidente con Obama, sino que otros dos candidatos (Bernie Sanders y Elizabeth Warren) han dicho que retomarían el acuerdo si ganan. A todos debería vincularles la resolución de febrero pasado del Comité Nacional Demócrata que dice que EEUU “debe regresar a sus obligaciones” en este campo.

Lo normal es que Irán no quiera tomar decisiones de mayor calado hasta ver qué ocurre el año que viene en las urnas, pero con Trump y su propia división interna todo es posible.

  Los representantes de los países que firmaron el acuerdo de 2015, colocándose para la foto de familia en Viena.Leonhard Foeger / Reuters

¿Pero es entonces Irán el demonio de este episodio?

La sucesión de hechos deja ya más clara la respuesta: que todos han puesto de su parte y tienen sus razones y culpas, compartidas y en diferentes grados.

Quero recuerda que “estamos ante un estado hegemónico como es EEUU, democrático, al que nunca le ha hecho ni puñetera gracia lo que pasó en 1979, el cambio del Sha de Persia a la República Islámica, más aún con la crisis de los rehenes, hasta 1981. Desde entonces van a las bravas, rompen relaciones y tienen a Irán en el punto de mira como el gran malo malísimo de la región. ¿Es verdad que Irán es un actor disruptivo? Es verdad, claro. Sistemáticamente lo ha sido en la región. Pensemos en Líbano, Siria, Yemen…”.

Irán, recuerda, “no respeta todos los derechos pero tiene un sistema electoral que más o menos funciona, y dice: “No voy a consentir que venga EEUU a decirme a mí, país soberano, lo que tengo que hacer, y no voy a consentir que esta potencia hegemónica se pasee por esta región haciendo lo que le da la gana, siempre plantándome cara en todo lo que yo quiero decidir”’.

La posición de EEUU ha sido la de decirle a Teherán “que deje de meterse en asuntos de la región”, sobre todo en lo que tiene que ver con los conflictos, con Israel y Arabia Saudí, por eso Irán replica que nadie tiene que decirle lo que hacer y cómo comportarse con sus vecinos. “Es un choque muy típico también: una potencia hegemónica que más o menos tiene voluntad de ejercer cierto control sobre una región y un estado que en la zona es lo suficientemente potente y fuerte como para decir que quiere ser autónomo, que nadie decida por él”.

En esta simplificación de buenos y malos no se puede olvidar, al fin, que a EEUU “siempre le ha ido muy bien tener a Irán en la región, justificar parte de lo que hace a la luz de las actividades de los ayatolás”, como al régimen de Teherán “le ha ido sistemáticamente bien teniendo este enemigo externo y, en base a esa lucha, justificar un conjunto de cosas en el ámbito doméstico que legitiman al régimen. Eso sí es un poco pescadilla que se muerde la cola, ya le va bien al uno que exista el otro y al revés”.

En esa misma pescadilla tienen los dos ahora enredado al mundo. Pendiente y asustado.

La imparable represión

Ormuz, bombas atómicas y diplomacia aparte, Irán es un país donde los derechos humanos se violan de forma sistemática. No hay más que revisar los informes anuales de ONG como Human Rights Watch (HRW) y Amnistía Internacional (AI).  El primero habla de la “imparable represión” en el país contra activistas políticos, periodistas, defensores del medio ambiente y hasta empresarios.

Las protestas son constantes, dentro de los límites de la persecución, por las condiciones sociales y económicas, la corrupción al alza y la falta de libertades. Esa contestación se paga con detenciones arbitrarias y juicios injustos. “El aparato de seguridad de Irán y su sistema judicial, represivo y falto de responsabilidad, constituyen serios obstáculos para el respeto y la protección de los derecho humanos”, sostiene HRW. 

Amnistía hace una lista terrible con ejemplos de mano dura del régimen: ataques a medios de comunicación críticos, persecución de asociaciones estudiantiles o sindicales, veto al derecho de manifestación y de reunión pacífica, intransigencia con creencias diferentes al Islam chiíta, leyes retrógradas sobre el velo y  control policial de las mujeres, encarcelamiento de disidentes, juicios “sistemáticamente injustos”, tortura, malos tratos generalizados a los arrestados y penas “crueles”, como la flagelación y la amputación. También, por supuesto, la condena a muerte: Irán es el segundo país del mundo que más la aplica, con unos 500 casos por año, sólo superada por China. 

Son miles los casos que sirven de ejemplo sobre este poder abusivo, pero es especialmente destacado el reciente caso de Nasrin Sotoudeh, una abogada que defiende los derechos de las mujeres que ha sido arrestada y condenada a 38 años y medio de cárcel y a 148 latigazos. AI ha recabado un millón de firmas ya reclamando su libertad.  

Sotoudeh es famosa por representar a mujeres que protestan contra el uso del hiyab o pañuelo para cubrir la cabeza, lo que en Irán se considera un acto desafiante y es castigado por la ley. Se la acusa de insultar al líder supremo, Alí Jamenei, de “reunirse y conspirar para cometer crímenes contra la seguridad nacional”, “incitar a la corrupción y a la prostitución”, “cometer abiertamente un acto pecaminoso” al aparecer en público sin pañuelo y “alterar el orden público”. Es sólo un botón. Como Sotoudeh hay miles. 

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