La futura hemeroteca de Mónica Oltra
Los titulares de ayer son la hemeroteca de hoy, pero los titulares de hoy son la hemeroteca de mañana.
Todos los medios están señalando obsesivamente la incongruencia entre las afirmaciones pasadas de Mónica Oltra y sus afirmaciones actuales, pero a mí me resulta mucho más preocupante la incongruencia que va a existir entre sus afirmaciones actuales y sus afirmaciones futuras. Lo más grave no es que se le recuerde hoy lo que dijo ayer, sino que se le recordará mañana lo que está diciendo hoy. Se le recordará a la no dimitidora Mónica Oltra, pero también al no destituidor Ximo Puig y, por extensión, a toda la supuesta izquierda que por acción u omisión defiende que en este caso no se ha de aplicar la norma general que obliga a dimitir tras una imputación. Son los corruptos de las próximas legislaturas los que aplauden hasta con las orejas ante el enrocamiento de la comprometida valenciana.
Los titulares de ayer son la hemeroteca de hoy, pero los titulares de hoy son la hemeroteca de mañana. Y todos los periodistas que revuelven periódicos viejos estos días harían bien en marcar la edición de hoy, porque tendrán que volver a ella muchas veces. Propongo un chupito cada vez que en el futuro un político de derechas imputado por corrupción se niegue a dimitir usando la frase “¿acaso dimitió Mónica Oltra?”. Y no podremos acusarle de aprovechar a su favor una bala que la izquierda —¡como siempreeeee!— le pone tan a huevo. De hecho, dudo mucho que nadie que se encuentre a menos de tres grados de separación de Oltra se atreva a pedir ninguna dimisión durante muchos años. De hecho, estoy casi seguro de que estamos asistiendo al nacimiento de la expresión “hacerse un Mónica Oltra”.
La vicepresidenta del gobierno valenciano debe dimitir porque no quiere dimitir. Si hubiera puesto encima de la mesa su renuncia nada más recibir su imputación, quizá estaría yo ahora buscando entre las líneas de esta columna argumentos que justificasen su continuidad en el cargo. Sé que esto parece una paradoja autorreferente, pero son habituales cuando los legisladores legislan sobre el propio hecho de legislar. La motivación política de una denuncia para nada supone su falta de fundamentación, y habrán de ser los magistrados los que sentencien si la vicepresidenta cometió o no los delitos de los que se le acusa. Pero sea cual sea el veredicto, su negativa a poner una mínima coherencia por delante de su perreta personal ya indica su inadecuación para desempeñar un cargo público de semejante altura.
Y su recurso a las grandes palabras le acerca más a la infamia que a la heroicidad. En el apogeo del vecino proceso electoral andaluz, Oltra añade una vía de votos hacia la derecha que intenta disfrazar de su contrario —“no dimito porque debo defender la democracia frente al fascismo”—. El fin de la norma que obliga a dar un paso atrás a los políticos imputados no parece una contribución histórica a la lucha contra la extrema derecha, sino todo lo contrario. Nadie duda de que nos encontramos ante el fin de la carrera política de Mónica Oltra. La única cuestión abierta es cuánta impunidad de corruptos del mañana va a encontrar su coartada en el comportamiento que la valenciana comprometida presenta hoy. Los políticos deberían preocuparse por que sus actos fueran coherentes tanto con el pasado como con el futuro.