Ojalá alguien me hubiera dicho esto cuando me dispararon
Una de las balas me dio en el brazo izquierdo y me tiró al suelo. Mató a tres de nosotros e hirió a otros tres, entre ellos a mí.

La tragedia volvió a golpear a mi país, Estados Unidos, hace unos días. Los tiroteos en Dayton, Ohio, y El Paso, Texas, se llevaron la vida de más de 30 personas. Aunque la atención se centrará, como debe ser, en quienes murieron, yo escribo esto para dirigirme a otro grupo que puede pasar desapercibido en las próximas semanas: las personas heridas y afectadas por estos terribles sucesos.
Quiero contaros lo que me gustaría haber sabido cuando me dispararon.
Me ocurrió al otro lado del Atlántico en 2013. Estaba saliendo de una reunión con líderes militares afganos cuando un soldado afgano tendió una emboscada a mi grupo y abrió fuego. Una de las balas me dio en el brazo izquierdo y me tiró al suelo. Mató a tres de nosotros e hirió a otros tres, entre ellos a mí, antes de que las fuerzas estadounidenses fueran capaces de reaccionar.
Ahora, más de seis años después, sigo lidiando con las secuelas de aquel incidente. A través de juicios y fracasos, he aprendido a gestionar su influencia en mi vida. En los días y meses posteriores, puede que os enfrentéis a las mismas luchas. Quiero compartir lo que descubrí durante mi recuperación y espero que os pueda dar algo de consuelo.
1. Trata de comprender las batallas mentales que tienes por delante. Pasé por seis operaciones y un año de terapia ocupacional después de ser disparado. No obstante, el dolor físico que sufrí no fue nada en comparación con su carga mental. Luchar por superar el sentirme inútil mientras intentaba recuperar la movilidad de mi brazo. Revivir mi trauma cuando oía crujidos agudos o ruidos altos. Sentir desesperación mientras trataba de explicar a mi novia por qué lloraba desconsoladamente al teléfono. Suprimir recuerdos de cómo la sangre salía de mi brazo en reuniones familiares.
Incluso hace poco, cuando nació mi hija, me dio por cuestionarme por qué tenía el privilegio de ser padre cuando cualquiera de las víctimas no tuvo ese derecho. No estaba preparado para entender cómo se manifestaría ese ataque en mi vida.
2. No pasa nada por recurrir a profesionales de la salud mental. Tuve una mala experiencia con mi primer psicólogo, y me convencí de que no volvería a ver a otro. Un médico me pidió que acudiera a alguien, y acepté de mala gana. Resultó ser una de las mejores decisiones que tomé. Durante un año, mi nuevo psicólogo guió mis esfuerzos por recuperarme y me ayudó a normalizar mi nueva realidad. Los buenos psicólogos existen. Búscalos. Te ayudarán a identificar las formas en que se manifiesta el trauma.
3. Comparte tu historia. Compartir mi historia insensibilizó inmediatamente el trauma que sentía. Al principio, hablar sobre el incidente me generaba una sensación increíble de ansiedad que duraba horas. Con el tiempo, sin embargo, reconocí que si me abría, el ataque me parecía más abstracto y menos visceral. También me ayudó a reducir la ansiedad que sentía cuando algo me recordaba el tiroteo.
4. Encuentra a gente de confianza que te escuche. En el futuro próximo, puede que haya cosas inesperadas que te hagan sentir impotente y roto de tristeza. La primera vez que sentí esto fue después de oír un ruido de golpeteo cuando entraba a un restaurante. Tuve que salir inmediatamente y quedarme 15 minutos metido en el coche para recomponerme. Después descubrí que hablar de esos sentimientos con gente de confianza me ayudaba a superar esos episodios. Confiaba en mi familia, en mi hermana, que me escuchaba sin juzgar. Encuentra a personas dispuestas a dedicarte su tiempo, su atención y el apoyo incondicional que necesitas para airear todos esos sentimientos. No estás solo.
5. Piensa que aunque estés herido, no estás roto. Después del disparo, pasé unos días en Alemania en un hospital militar. Una tarde, empecé a sufrir un intenso episodio de lo que se conoce como la culpa del superviviente. Los que murieron tenían esposa, hijos y un inmenso potencial para hacer cosas grandes. Yo tenía 26 años, estaba soltero y no contaba con ningún logro importante. En ese momento de bajón, vino a verme un oficial que conocía de Afganistán. Estuvo bromeando conmigo y con otro superviviente durante un rato y, de repente, su tono cambió. Me miró a los ojos y me dijo: “Esto puede hacerte físicamente más débil, pero no tiene por qué hacerte más débil mentalmente. Ojalá te haga más fuerte”.
Esas palabras me llegaron al corazón, y cambiaron mi vida. Me ayudó a reconocer que, independientemente de lo terrible que fuera el incidente, seguía teniendo el poder para superarlo. Podía luchar por volver a ser feliz. Y eso es lo que hice.
En los seis años que han pasado desde que me dispararon, he tenido días buenos y malos. A medida que iba pasando un año más, se me hacía más fácil digerir el incidente, aunque nunca se me va de la mente y creo que nunca lo hará. Ahora mismo llevo una vida relativamente normal. Estoy casado, tengo un hijo y hace poco terminé dos grados. La mayoría de la gente con la que he ido a la universidad no tenía ni idea de mi pasado hasta que se lo conté hace poco. Pero he tenido una vida plena para honrar a la gente que perdí.
El día que me dispararon sigue siendo para mí un momento serio. Cuando quedo con los compañeros que sobrevivieron nos ponemos al día sobre nuestras vidas. También mantengo el contacto con la hermana de una de las víctimas. Ese día fue impactante para todos nosotros. Y sé que seguirá estando con nosotros el resto de nuestras vidas.
A cualquier superviviente que lea esto: lo siento mucho. La carga que llevaréis en las próximas semanas, meses y años es pesada, y a veces puede resultar insoportable. Sabed que podéis superarlo. Perseverad en los días más oscuros que vendrán, y pensad que la sensación de desesperación e inutilidad pasará. Buscad a gente que os ayude a lo largo del camino. Podréis volver a tener, y tendréis, una vida normal.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ EEUU y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano