Salir por tierra de Afganistán, el complicado último recurso para evitar a los talibán
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Salir por tierra de Afganistán, el complicado último recurso para evitar a los talibán

Tomado el aeropuerto de Kabul, las esperanzas se limitan ahora a huir por Pakistán o Irán

Un grupo de niños afganos espera a entrar en Pakistán por el paso de Chaman, el pasado 28 de agosto. Anadolu Agency via Getty Images

El aeropuerto internacional de Kabul está en manos de los talibanes. La esperanza de evacuar por aire a los nacionales y colaboradores de los países extranjeros que han estado en Afganistán en los últimos 20 años, así como a civiles no vinculados con estos estados pero amenazados de muerte por el régimen islamista, se disolvieron el pasado 31 de agosto, fecha límite para la salida fijada primero por EEUU y cerrada luego con los talibán.

Pese a ello, los esfuerzos para poder seg sacando a personas del país, que de nuevo se asoma al abismo del fanatismo, se mantienen. En el caso de España, tanto el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, como el de Presidencia, Félix Bolaños, han confirmado que se está trabajando con un centenar de países para continuar con las evacuaciones. Al parecer, se habrían “recibido garantías de los talibán de que todos los extranjeros y cualquier ciudadano afgano con autorización de viaje de nuestros países será autorizado a acudir, de forma ordenada y segura, a puntos de partida y viaje fuera del país”.

RTVE ha confirmado in situ que la embajada española ha conseguido sacar a los últimos evacuados de Afganistán gracias a un mecanismo de cooperación con las autoridades pakistaníes.

Países como Reino Unido han mandado enviados a Kabul para hablar de pasillos aéreos o de la recuperación de vuelos comerciales en los que puedan escapar los afganos. Turquía y Qatar están negociando la reapertura del principal aeropuerto para la llegada de estos vuelos, de cuya seguridad se encargaría una firma privada turca.

Sin embargo, a día de hoy eso son castillos en el aire, por lo que los afganos están intentando salir por tierra, unos con el propósito de quedarse en los países vecinos a ver cómo evolucionan los acontecimientos y otros con en anhelo de llegar a Europa. Al norte, Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán tienen las fronteras cerradas. No es una vía posible. Quedan Pakistán e Irán como salidas.

Llegar hasta allí es complicadísimo. Hay que atravesar terrenos peligrosos, muy áridos y remotos, sin servicios pero con presencia creciente de talibanes, que controlan 33 de las 34 provincias afganas y cada día que pasa tienen más reclutas en sus filas. Islamistas que por un lado dicen que facilitarán la salida a quien quiera pero, en la práctica, avisan de que no dejarán que se vaya nadie, como han publicado medios como la BBC.

La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) ha confirmado que las necesidades de alimentación, albergue, agua y saneamiento y asistencia básica, especialmente a mujeres, empiezan a ser acuciantes en el camino hacia la frontera. Y reconoce que, en su tarea por asistir a estos desplazados, tienen que pedir permiso a los talibanes.

Pakistán ha dicho que no aceptará más refugiados afganos, pero el cruce fronterizo terrestre entre Spin Boldak y Chaman ha permanecido abierto. Es el favorito de los que escapan, porque esa frontera está cerca de centros urbanos importantes como Kabul, Jalalabad y Kandahar. Según la web Pakistan Defence, que cita a funcionarios locales, un número “sin precedentes” de personas están cruzando en los últimos días, aunque no concretan cifras.

The Guardian ha documentado que antes de la caída de Kabul unas 21.000 personas cruzaban por ese punto todos los días -lo que ya era el triple de las 6.000 diarias antes del avance talibán-, pero ahora están llegando más de 100.000 al día a esa frontera y nadie sabe qué va a pasar con ellas. Pero la confusión es tal que, pese a estos datos recopilados directamente por un medio serio en la frontera, la ONU relativiza los cruces: “No vemos desplazamientos a gran escala. Hemos observado un ligero incremento de refugiados en Chaman”, dijo a Efe un portavoz de ACNUR en Pakistán, Qaiser Khan Afridi.

  Un grupo de afganos llega con sus pertenencias a cuestas a Chaman, Pakistán, el pasado 24 de agosto. Getty Images
  Toma de satélite de Planet Labs Inc. en el que se ve la multitud de personas agolpadas en Spin Boldak, el 26 de agosto. Planet Labs Inc. via AP

En principio, sólo los afganos que viajan para recibir tratamiento médico o tienen un comprobante de residencia en esta nación pueden cruzar, según las autoridades paquistaníes, pero no se abrirá mucho más la mano para los refugiados, avisa Islamabad, porque el país ya alberga alrededor de 1,4 millones de afganos, la mayoría de los 2,5 millones largos que han buscado protección fuera del país en las últimas décadas.

Esos son los que están registrados, porque se calcula que puede haber otro millón y medio que no están ni registrados, lo que convierte a los afganos en una de las comunidades de desplazados más grandes y antiguas del mundo, desde que comenzó a llegar a territorio paquistaní con la invasión soviética en 1979.

A ello se suma el especial cuidado que podrán las autoridades pakistaníes para que no entren milicianos disfrazados de civiles en su territorio.

  Aglomeración en Chaman, el 27 de agosto.SAEED ALI ACHAKZAI via REUTERS
  Personas esperando en Chaman, Pakistán.SAEED ALI ACHAKZAI via REUTERS

La Unión Europea ha anunciado que “reforzará su apoyo a terceros países, en particular a los fronterizos y de tránsito, que acogen a un gran número de migrantes y refugiados” para que mejoren sus capacidades de “dar protección, condiciones de recepción dignas y seguras y modos de vida sostenibles para los refugiados y sus comunidades de acogida”, reza la declaración emitida esta semana tras la reunión de sus ministros del Interior.

El plan es ese: que los afganos se queden cerca de su país, pero tienen ya demasiado sufrimiento acumulado como para no saber quiénes son los talibanes y qué hacen. De ahí que muchos planeen un viaje hasta Europa, donde pedir asilo, por lo que podría reeditarse una crisis de refugiados como la de 2015. Ese ansia lleva a los afganos a buscar vías no legales para entrar en Pakistán o en Irán, que básicamente van desde pagar mordidas a los policías y funcionarios de fronteras para que los dejen pasar como si fueran al médico o a ver familia o cruzar por pasos menos vigilados, con coyotes, miembros de mafias que están ya haciendo su agosto con los afganos desde hace meses.

En el caso de Irán, la zona más concurrida es la de Sistan-Blochestan, en el sureste, aunque las autoridades no han dado cifras del incremento en la llegada de refugiados. No obstante, según las últimas cifras comunicadas por el Gobierno de Teherán en octubre de 2020, en el país viven 800.000 refugiados, de los cuales 780.000 son afganos y 20.000 iraquíes. Además, se estima que unos dos millones de afganos indocumentados y casi 600.000 titulares de pasaportes afganos viven en Irán, por lo que se espera que un número significativo de esas personas “continúe teniendo necesidades de protección internacional” y sirvan de imán para más familias, que busquen ayuda en esa comunidad de base.

De momento, funcionarios del Ministerio del Interior iraní ya han indicado que los afganos que crucen a su país serán repatriados “una vez que las condiciones mejoren”. Nadie sabe cuándo será eso, ni si será siquiera.

  Una mujer afgana sostiene su pasaporte ante la embajada de Alemania en Teherán, en busca de refugio.WANA NEWS AGENCY via VIA REUTERS

Si logran pasar a Irán, los refugiados afganos siguen en su mayoría hacia Turquía, antesala de Europa. Lo hacen a través del este del país, cruzando un terreno rocoso y casi desértico, donde las temperaturas llegan a ser extremas (altas y bajas) y que está jalonado por las tumbas de los que les precedieron en el camino, lápidas sin apenas datos de personas que se quedaron en el camino.

Desde semanas antes de la caída de Kabul, en esta zona se ha incrementado notablemente el flujo de hombres, en grupos, que dicen ser antiguos soldados del ejército afgano que, antes de pactar la rendición con los talibanes o unirse a sus filas, han decidido escapar.

  Muro prácticamente terminado en Caldiran, este de Turquía, en la frontera de Irán, por la que llegan los migrates. OZAN KOSE via Getty Images
  Cementerio con migrantes desconocidos, muertos en su travesía de Irán a Turquía, en la ciudad de Van. MURAD SEZER via REUTERS

También llegan familias y, cada vez más, niños, según confirman las autoridades turcas. La mayoría de estas personas logran pasar la frontera gracias a las mafias, ya que la no es tan porosa como en otros tiempos y el dinero que Bruselas paga a Turquía para que le haga de tapón de refugiados ayuda, entre otras cosas, a pagar un muro fronterizo casi infranqueable y que está prácticamente acabado, a la altura de Caldiran.

A diferencia de 2011, cuando millones de refugiados de la recién empezada guerra en Siria encontraron la frontera de Turquía abierta, hoy un límite severamente vigilado espera a los refugiados afganos en Turquía.

  Una migrante de Afganistán sale con un bebé de la casa de un mafioso, tras esconderse de una patrulla, Van, Turquía, el pasado 13 de julio. Chris McGrath via Getty Images
  Las fuerzas de seguridad turcas detienen a un grupo de afganos, localizados en casa de un coyote, en Van, el 21 de agosto.MURAD SEZER via REUTERS
  Unos 400 refugiados afganos, procedentes de Pakistán e Irán, retenidos por la policía turca en la frontera. picture alliance via Getty Images

Quien aún tenga fuerzas, medios o suerte para superar todos esos obstáculos, sigue su ruta hacia países europeos, los más seguros y garantistas (mientras no haya nuevas Hungrías, como las de 2015, por ejemplo). Ya se están detectando grupos importantes de personas escapadas llegando a Grecia, Polonia o Bielorrusia, incluso. Los desplazados se enfrentan a detenciones e intentos de deportaciones, ralentizadas por el caos de la llegada talibán pero con las que amenazan los países menos solidarios. Y se están levantando alambradas en Lituania y Polonia y vallas en Grecia, para frenar a los que escapan del horror.

Tras el rechazo generado por los refugiado en esta zona hace seis años y la mano tendida, por contra, de Alemania, es al país que aún gobierna Angela Merkel donde planea llegar gran parte de los desplazados. Por ahora, se trata de grupos pequeños, de entre 25 y 35 personas, fácilmente detectables, pero las previsiones de la ONU es que el flujo se incremente conforme logren salir de Afganistán. Hasta medio millón de refugiados pueden necesitar ayuda de forma inminente antes de que acabe el año, calcula.

  Una mujer afgana mira a los guardias fronterizos polacos, con sus iguales bielorrusos a su espalda, tras ser interceptada en Usnarz Gorny, cerca de Bialystok, el 20 de agosto. WOJTEK RADWANSKI via Getty Images
  Soldados lituanos colocan alambrada en su frontera con Bielorrusia para evitar la entrada de refugiados. JANIS LAIZANS via REUTERS

Por eso la ACNUR plantea un plan urgente para recolectar fondos por 299 millones de dólares (unos 122 millones de euros) y poder financiar las actividades de sus agencias en Afganistán. Eso incluye trabajos de Unicef, el Programa Mundial de Alimentos y varias ONG asociadas.

Dinero aparte, quiere fronteras abiertas para quien quiera escapar y fondos para la reconstrucción del país, porque eso es esencial para que la gente pueda volver a sus casas, si es que los talibanes aún dejan que el país sea respirable.

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Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

Sobre qué temas escribo

Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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