Comprometerse o involucrarse

Comprometerse o involucrarse

Pedro Sánchez y los socialistas, junto a Albert Rivera y los de Ciudadanos, se han comprometido en la tarea de querer formar gobierno, mientras que Mariano Rajoy y los populares, junto con Pablo Iglesias y los de Podemos, siguen haciendo de gallinas, sin tan siquiera querer involucrarse en el reto a los que los han sometido los españoles.

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Foto: EFE

Fui uno de los que participaron en la comida que se organizó en Madrid, el pasado 28 de enero, por un nutrido grupo de socialistas. Algunos miraron con cierto respeto a los que allí nos reunimos, mientras que otros trataron de zaherirnos con el apelativo de viejos caducos. No merece la pena defenderse; ni siquiera mostrar la hoja de servicios prestados a España y al PSOE, porque eso sí sería considerado como muestra de vejez, al mismo tiempo que haría palidecer a algunos de los que pretenden faltarnos al respeto. Como mucho, los que estuvimos allí somos un espejo en el que algunos no quieren mirarse porque su imagen les resulta fea. Haber perdido siempre y mirarse en el espejo de alguien que siempre ganó no es un ejercicio recomendable.

Todos los que allí estuvimos, nacimos en una dictadura y tenemos la completa seguridad de que, nosotros y quienes nos insultan, moriremos en una democracia. Ese es nuestro legado para quienes nacieron en la democracia que construimos: nacieron en libertad y estamos seguros de que morirán en libertad.

Antes de esa comida hubo otras muchas, y seguirá habiéndolas mientras que tengamos la capacidad de debatir enfrentándonos a ideas y propuestas y no a personas, razón por lo que la enemistad casi nunca hizo acto de presencia entre nosotros, al tratarse, entonces, de enfrentamientos dialécticos y no personales.

Y ahora, asistimos a un espectáculo que nunca había sido estrenado en la etapa del constitucionalismo de 1978. No era cierto lo que se decía de que este sistema había fraguado un bipartidismo que beneficiaba a unos contendientes y perjudicaba a otros. Todos salimos de la misma raya en 1977 y fueron los electores los que situaron a cada uno en el lugar que consideraron oportuno. Las elecciones del 20D, con la misma ley electoral, han fragmentado aún más la composición del parlamento español. Aunque algunos, en un afán camaleónico, han querido negar la división entre la izquierda y la derecha, lo cierto es que esa percepción existe en el seno del cuerpo electoral. En líneas generales, desde 1982, el ciudadano o votaba a la izquierda (PSOE) o lo hacía a la derecha (PP). La frustración apareció cuando el votante se quedó sin opción porque se defraudó, primero con el PSOE y, después, con el PP. No era fácil pasar de la izquierda a la derecha o viceversa. Fruto de esa anomalía, el bipartidismo ha dado paso el pluripartidismo. Y así, en las últimas elecciones, desde el mismo espectro ideológico, se ha podido elegir entre dos o más opciones.

El sentido de Estado se presupone que habita en quienes se autotitulan líderes y dirigentes. Son ellos, y no los ciudadanos individualmente, los que tienen la responsabilidad de dar respuestas pensando en el interés inmediato, mediato y colectivo.

Y de nuevo, frustración, porque el pluripartidismo garantiza la existencia de partidos minoritarios, obligados a pactar si quieren conseguir mayorías. Pero, debe ser que los votantes -y algunos periodistas y comentaristas-, acostumbrados al bipartidismo y, por lo tanto, a controlar el compromiso de su partido con el programa electoral ofertado, siguen pretendiendo que las minorías coaligadas traten de formar gobierno de acuerdo al programa electoral de cada uno de ellos, sin injerencias de ningún tipo de los posibles socios de gobierno. "Si quisiéramos que se gobernara con el programa de otros, hubiéramos votado a esos otros", se oye decir en los mentideros políticos. Y a algunos militantes de los partidos que acuerdan programas.

Esa paradoja, y otras muchas que se dan a la hora de contemplar la realidad política ("queremos partidos que no entren en guerras internas", pero al mismo tiempo se defienden las primarias para la elección de dirigentes que genera indefectiblemente la división en el seno de cada partido), no debe extrañar, porque los ciudadanos individualmente contemplados no tenemos por qué tener sentido de Estado. Cuando nos preguntan sobre alguna cuestión, normalmente contestamos en función de nuestros intereses más cercanos e inmediatos. El sentido de Estado se presupone que habita en quienes se autotitulan líderes y dirigentes. Son ellos, y no los ciudadanos individualmente, los que tienen la responsabilidad de dar respuestas pensando en el interés inmediato, mediato y colectivo.

Si uno solo no es capaz de buscar soluciones para la gobernabilidad de España, que miren para atrás; que pregunten a los que sí pudimos sobre la forma y manera en que lo hicimos. El entonces jefe del Estado y los partidos de aquel tiempo podremos decirles al nuevo jefe del Estado y a los partidos políticos de hoy que todo se basó en un sistema de exigencias y renuncias. A eso debería ser a lo que se pusieran unos y otros. Ya saben aquel chiste americano en el que una gallina le dice a un cerdo: "Eh, ¿por qué no montamos un restaurante?" El cerdo le responde: "Me parece bien, ¿qué nombre le ponemos?" A lo que la gallina contesta: "¿Qué te parece "Huevos con jamón"? Y el cerdo le replica: "No me gusta. Tú sólo estarías involucrada mientras que yo estaría comprometido..." Pedro Sánchez y los socialistas, junto a Albert Rivera y los de Ciudadanos, se han comprometido en la tarea de querer formar gobierno, mientras que Mariano Rajoy y los populares, junto con Pablo Iglesias y los de Podemos, siguen haciendo de gallinas, sin tan siquiera querer involucrarse en el reto a los que los han sometido los españoles.