El presidente ucraniano ha pedido que los integrantes tengan pleno acceso a las instalaciones de la planta nuclear para descartar potenciales amenazas.
Lo único que rodea a los edificios abandonados es el silencio: una muñeca rota por aquí, un mueble ruinoso por allá, un buzón oxidado colgando de un tocón. La ciudad fantasma tiene un nuevo amo: la naturaleza, que se ha adueñado de la ciudad, reclamando su territorio. Los árboles crecen atravesando ventanas rotas y el musgo sale entre las grietas del asfalto.
Svieta se va mañana a Orane, a treinta y cinco kilómetros de Chernóbil, pero en estos momentos ella y yo estamos en el Congreso de los Diputados, contándoles que la contaminación radiactiva producida no tiene solución, que en caso de accidente es imposible descontaminar por completo, y que los accidentes nucleares pasan, vaya si pasan. Y que es mejor vivir sin energía nuclear.
La vieja central nuclear no es rentable, y así consta, entre otros lugares, en su orden de cese de explotación. Y así lo ha dicho, ni mas ni menos, que el presidente de Iberdrola. Y lo será menos si tiene que hacer alguna inversión en seguridad, por pequeña que esta sea. Pero reconocerlo es descubrir el camino que seguirá el resto del parque nuclear, y esto no lo admite Soria, ni en funciones ni sin ellas.
Japón sigue llorando a sus víctimas pero, por desgracia, el desastre no terminó ahí y más de 146.000 personas que vivían en los pueblos cercanos se vieron obligados a evacuar. De ellas, 100.000 siguen sin volver. Los niveles de radiación siguen siendo altos en algunos lugares y el Gobierno no lo dice. Por esto, es necesario recordar a todos que el desastre nuclear continúa y es interminable.