Pablo Iglesias y Albert Rivera están enterrando al Parlamento

Pablo Iglesias y Albert Rivera están enterrando al Parlamento

El Palacio de la Carrera de San Jerónimo tiene un aire fúnebre, como si le hubieran chupado la vida o como si el tiempo se hubiera detenido indefinidamente. Todo suena a dicho. Los debates parecen estériles. Y no es porque no se trabaje, algunos lo hacen. Es la sensación de que el cambio que se avecina es imparable

Cuanto más crecen Iglesias y Rivera en las encuestas, más tierra cae sobre el Congreso. La política está en la calle, porque ahí es donde han querido trasladarla los ciudadanos. Cada vez más alejados de los partidos con escaño. El ninguneo no es solo a PP y PSOE, incluso IU y UPyD están ya en el mismo saco. No hay más que ver la frustrante manifestación que organizó Rosa Díez y su gente el pasado fin de semana en Sol, en el que los manifestantes les dejaron más solos que la una. Por algo Rajoy pasó de convocar ninguna manifestación de apoyo a Charlie Hebdo, como hicieron Cameron o Merkel -"a ver si se nos va a volver en contra", como apunta un asesor PP.

En la primera sesión de control del 2015, en los pasillos solo se habla de la libertad de Bárcenas y del apretado año electoral que se nos viene encima. Ningún diputado duda de que Pablo Iglesias es el Pac-Man comecocos de PSOE e IU. También del PP, hasta que Albert Rivera ha explosionado como alternativa nacional de centro-derecha a lo Podemos.

"La crisis política ha sido determinante para la decadencia del Parlamento. La falta de comisiones de investigación y asunción de responsabilidades políticas en los casos de corrupción ha degenerado en el desplazamiento de esta casa. No es solo culpa de la mayoría absoluta, nosotros hubiéramos tenido que ser capaces de que nuestras propuestas tuvieran mayor viveza. Y en el pasado teníamos que haber abierto el reglamento. Así que cada uno tenemos una parte alícuota de responsabilidad", reflexiona Ximo Puig, líder valenciano del PSOE y miembro de la Ejecutiva. Con Podemos, continúa, "igual estamos asistiendo a una burbuja política, y con Albert Rivera puede que se esté cumpliendo la frase de aquel dirigente empresarial -se refiere al presidente del Banco de Sabadell, Josep Oliu- cuando dijo que se necesitaba un Podemos de derechas". Juan Moscoso, del equipo de confianza de Pedro Sánchez, tras despacharse con la reunión secreta entre Zapatero, Bono, Iglesias y Errejón, no tiene inconveniente en reconocer que el Parlamento "está anquilosado y no solo por la mayoría absoluta del PP, sino porque somos incapaces de integrar al pulso social de la calle con rapidez". Se calla al recordarle que en Cataluña Albert Rivera, además de al PP, muerde sobre todo al PSC. Por no citar a UPyD, a los que el joven líder catalán está dejando en los huesos. A Rosa Díez le ha faltado echar a correr cuando le hemos preguntado sobre su conato de manifestación y el ascenso de Rivera a nivel nacional.

Un ascenso que en el PP se observa con distancia porque, como apunta Gabriel Elorriaga, "el calendario electoral no le favorece, pues al pegarse tanto las catalanas con las generales, Rivera se verá en la tesitura de tener que elegir a cuáles se presenta. Además, la falta de estructura a nivel nacional le supone un grave problema". Elorriaga no desprecia el avance de Ciudadanos, como hacen otros compañeros de partido, y admite sus buenos resultado en los sondeos, aunque cree que no le dará tiempo a arañar muchos votos a los populares.

Quienes son más conscientes del traslado del debate político fuera del Congreso son los partidos de izquierdas: tanto IU como ICV sangran por la herida. Gaspar Llamazares, con las ojeras por los talones por las primarias en Asturias, reconoce que el debate está más fuera que dentro porque "el PP tiene tomado el hemiciclo con su mayoría absoluta. Estamos amordazados, y en la calle, las fuerzas extraparlamentarias son las válvulas de escape de los ciudadanos, al igual que los medios de comunicación. Tenemos en ciernes un cambio de tiempo político. Lo importante es que se materialice en la desaparición de la austeridad y la corrupción, porque si no, sería frustrante. No sé si soportaríamos otra Operación Lampedusa, que todo cambie para que todo siga igual".

El hecho es que el Palacio de la Carrera de San Jerónimo tiene un aire fúnebre, como si le hubieran chupado la vida o como si el tiempo se hubiera detenido indefinidamente. Todo suena a dicho. Los debates parecen estériles. Y no es porque no se trabaje, algunos lo hacen. Es la sensación de que el cambio que se avecina es imparable y que aquí dentro se maneja como se manejaba la prima de riesgo, como algo fuera de control que solo un suceso externo podría frenar. "No estoy de acuerdo con que exista esa disociación. Soy nuevo aquí y he visto un montón de iniciativas trabajadas, más allá de la mayoría absoluta que aplica el Gobierno. Pero la superficialidad que trasladan los medios de los debates de aquí dentro es sorprendente. Por ejemplo, no entiendo por qué se presta tanta atención a la sesión de control de los miércoles, que no deja de ser un teatro, mientras que los temas importantes de los jueves, donde se habla de temas que condicionan a la ciudadanía, no tienen el mismo eco. Parafraseando a Felipe González con aquello de "la opinión pública y la opinión publicada", se podría hablar de la política realizada y de la política comunicada. Es peligroso, podríamos concluir que si los dos líderes más valorados están fuera del Congreso, para qué se necesitan partidos existiendo las tertulias".

Habrá que ver si los políticos que llegarán de refresco son capaces de cambiar el funcionamiento o se dejan absorber por la inercia decimonónica.