'Las nubes también arden': ¿por qué hay que tomarse en serio los incendios de sexta generación?
De Los Ángeles a Lleida. De la isla de Creta a la Costa Azul de Marsella. Todas las claves de una amenaza devastadora que no solo se repite con más frecuencia, sino que ha venido para quedarse.

¿Qué tienen en común las lujosas colinas de Los Ángeles y los vastos campos de cultivos en Cataluña? ¿Qué une a una mansión de Sunset Boulevard con una pista agrícola en el rural de Lleida? Que, a pesar de sus evidentes diferencias, comparten una misma amenaza digna de los efectos especiales de una gran producción rodada en la primera. Solo que esta vez es muy real.
Hablamos de los conocidos como incendios de sexta generación o 'mega incendios'. Uno de esos eventos o fenómenos extremos que entroncan de lleno con las adversidades de las que viene acompañada cambio climático. Una clase de fuego que se cobró la vida de 30 personas en la 'Ciudad de las Estrellas', pero también de dos agricultores hace solo unas semanas en Segarra (Lleida). El mismo tipo de llamas que hace tan solo una semana obligaron a evacuar a 5.000 turistas de la famosa isla griega de Creta o que, hace unos días, pusieron en jaque a la segunda mayor ciudad de Francia, una Marsella que vivió un infierno con 400 desalojados, 110 heridos leves y aeropuerto o estación de tren paralizadas.
Ramón María Bosch los conoce muy bien. El coordinador del comité especializado en incendios forestales de la Asociación Española de Sociedades de Protección contra Incendios (Tecnifuego) desgrana para El HuffPost todas las claves y características de una amenaza que no solo se repite con más frecuencia, sino que ha venido para quedarse.
¿Qué es un incendio de sexta generación y qué lo diferencia de uno tradicional?
Aunque probablemente uno no haya oído hablar de las anteriores generaciones de incendios, lo cierto es que la cifra actual no es casual. "Hay distintas de clasificar los incendios o la evolución que han tenido y una de ellas es hablar de las generaciones", explica Bosch antes de desgranar las características que conforman los ingredientes de este cóctel funesto, al que se suman las temperaturas extremas de las olas de calor, la sequía, el estrés hídrico a los acuíferos y la consecuente desertificación.
"Básicamente, los incendios de sexta generación están vinculados por una parte al cambio climático, por supuesto, por otra parte a la continuidad de combustible por el abandono rural. También a la simultaneidad de focos en el mismo incendio", anota, recordando que esto último ocurrió, "por ejemplo, en enero en Los Ángeles donde había 5 o 6 focos distintos de incendios forestales atacando a la ciudad".
Pero los factores que explican la virulencia, la rapidez con la que se propagan y la odisea de controlarlos y extinguirlos radican en lo que de verdad los diferencian de otros incendios de generaciones más recientes, como la quinta. Es la capacidad de crear su propio microclima: "Otro de los fenómenos son los vientos que se forman por convección. Este tipo de incendios tienen un comportamiento propio dada la carga energética que forma el propio incendio lo que ocurre es que este genera su propia climatología, sus propios vientos".
Es fácilmente identificable en imágenes que han dado la vuelta al mundo como la de Segarra, donde una gigantesca nube de humo parece engullir los campos. "Para explicarlo de una forma sencilla: sería como una gran, gran chimenea que manda aire caliente con la propia evaporación del vapor de agua de la vegetación que está ardiendo", ilustra Ramón María Bosch. "Esa evaporación forma pirocúmulos [esa nube ardiente], pero además todo el aire caliente sube hacia arriba, con lo que hace que se succione aire de otras zonas del entorno. Estas corrientes convectivas provocan que los incendios sean muy muy impredecibles", añade.
¿Por qué son tan peligrosos y tan voraces este tipo de incendios?
Podría decirse que el riesgo que entraña enfrentarse a un incendio de sexta generación es que este obliga a cambiar las reglas del juego, de las normas y usos con las que los profesionales venían haciendo frente a los incendios forestales tradicionales. En este sentido, hay tres componentes principales: la imprevisibilidad, la rapidez con la que pueden extenderse, a kilómetros del foco originario y la cada vez mayor frecuencia en el tiempo. "Se está intentando estudiar, y este es uno de los grandes desafíos, a ver si científicamente se puede aprender cómo se forman estas corrientes, porque estos vientos hacen que el comportamiento del fuego -con lo que sabemos ahora- sea totalmente errático", indica el especialista de Tecnifuego.
Bosch también destaca que las cosas han cambiado si se echa la vista atrás. "Hace 15 años la formación de un pirocúmulo, en la zona mediterránea, bastante excepcional. A día de hoy, ya no. Prácticamente cualquier incendio forestal de gran envergadura fabrica su propio pirocúmulo", explica, indicando además que cada uno de estos puede tener sus propias características: "El que se originó en Segarra, en Lleida, seguro que es distinto del que se puede conformar en zona boscosa".
Y apunta a otra de las características del primer incendio mortal del verano -un bombero fallecía luchando contra las llamas en otro en Paüls (Tarragona), el pasado jueves-: "Lo que ardió, sobre todo, eran muchas plantaciones agrícolas de trigo y que estaban en fase de cosecha. Faltaba poco para la recolección, muchas partes de lo que ardió no eran bosques y la nube se formó igualmente".
Ese pirocúmulo cumplía con las mismas características que otros. "También había muchísimas partículas incandescentes en suspensión que lo que hacen es que cuando se derrumba la nube por enfriamiento, genera muchos focos distintos. No cae encima del incendio, muchas veces lo que hacen es caer a 5, 10 kilómetros de donde está, por lo que es posible que cree otros focos", detalla del porqué de esa veloz expansión del fuego.
¿Cómo se lucha contra un incendio de sexta generación?, ¿pueden extinguirse?
Bosch también señala que esa capacidad del pirocúmulo de generar focos a kilómetros de distancia entraña un riesgo mortal. "Los intervinientes, los bomberos, corren un gravísimo riesgo. Esto ocurrió el año pasado en Igualada", rememora, "los bomberos de la Generalitat estaban totalmente al tanto del momento, cerca de las nueve de la noche, en el que la nube iba a caer y fueron directamente a limpiar la zona de intervinientes, abandonar la zona, porque es muy peligroso, por la gente que puede quedar atrapada".
"Con los incendios tradicionales tú tenías que ver un poco por dónde sopla el viento, qué evolución podría tener, condicionado sobre el terreno", apunta Bosch, aludiendo a otra problemática añadida, la de que los incendios de sexta generación tampoco entienden de estacionalidad. "Con el cambio climático, la atmósfera tiene mucha energía a lo largo de muchos meses del año. No está circunscrito a junio-septiembre, por desgracia cada vez es más amplio. En Los Ángeles, que está en el hemisferio norte como nosotros, y ardió en enero. También hubo vientos [los de Santa Ana] que soplaron y que son bastantes recurrentes", esgrime.
Entonces, ¿cómo se lucha contra estas llamas? "Por ejemplo, cuando hay incendios en Canadá, estos muchos están fuera de la capacidad de extinción, lo que hacen es que si no hay casas, de alguna forma, dejarlo arder. Como mucho intentar condicionar un direccionamiento que sea más conveniente". El problema está en cuando no puedes permitir de ninguna manera que el fuego se trague viviendas y con ellas a personas y animales. Y en ese punto, hay un tipo de zona que siempre es especialmente castigada.
"Precisamente, uno de los grandes problemas son las zonas de la interfaz urbano-forestal, donde justamente el incendio puede quemar casas y puede haber víctimas", subraya Bosch de algo que "es típico de las zonas mediterráneas". Pero, al menos hay unas pautas claras a seguir para minimizar daños y riesgos en caso de que se desate un incendio, que entroncan directamente con la apuesta en materia de vivienda, pero también en cuanto a la selección de la flora.
"Por eso es fundamental tener fabricadas estas casas con productos ignífugos", indica Bosch, de una de las tareas de evaluación que también es llevada a cabo en Tecnifuego. Es vital que las plantas de la zona no sean propensas a la propagación del fuego y una rápida combustión y "que haya por lo menos 3 o 4 metros limpios de vegetación en torno a la casa y que la franja perimetral sea al menos de 25 metros en torno a las urbanizaciones".
"Acumular vegetación en los entornos de las casas debería estar totalmente prohibido. Es muy muy peligroso", argumenta, recordando que no siempre se escogen los árboles más adecuados. "Ha habido una moda durante muchos años de las plantas arizónicas y estas lo que hacen es propagar el fuego. O mucha gente quiere tener su propio pino dándole sombra encima la terraza. Una de las formas que tienen los pinos para reproducirse es lanzar las piñas a distancia, esto es propagación directa del fuego", desarrolla.
La otra gran pata tiene lecciones extraídas de Los Ángeles, donde se evidenció la importancia de contar con puntos de agua en las zonas residenciales para hacer frente a las llamas. "Muy importante que haya hidrantes y que los accesos de emergencia estén limpios para los servicios de emergencia. Disponer cerca del hidrante de una pequeña dotación con mangueras y alguna lanza", expone, concretando que pase lo que pase, "sobre todo hacer caso a lo que aconsejan los servicios de emergencia. ¿Qué dicen confinar? Confinar. ¿Qué dicen desalojar? Desalojar".
El "abandono del rural" o ¿de dónde venimos? y ¿qué está en la mano de cada uno para ayudar?
Este especialista también recoge las causas de un problema añadido y que es condición reseñable de estos, pero que también ha venido incidiendo en otros incendios. El motivo de que estemos viendo estos también pasa por el "abandono del rural", que Bosch señala que "es el principio del paradigma en el que nos encontramos, el cambio social cuando pasamos, en los años 60-70, de la economía del carbón y la madera a la economía del petróleo y del gas".
"Eso hizo que mucha gente que vivía del monte no pudiese seguir subsistiendo, provocando que muchas zonas agrícolas se hayan convertido a día de hoy en bosque, continúa, para centrarse en su tierra: "Prácticamente, en Cataluña en los últimos 40 años se ha duplicado, había en torno a un 35% de masa forestal, ahora estamos en torno al 65%". ¿Qué quiere decir eso? Que hay una suerte de mayor 'gasolina' en el monte, pero también menores barreras que antaño.
"La continuidad forestal, del combustible es lo que hace que el fuego pueda ir evolucionando. Cuando antiguamente había campos, había mosaico agrícola, esto lo que hacía era frenar el incendio. No solo hay más bosque, más hectáreas, sino que además tenemos más árboles por hectárea", explica, de una cuestión motivada "porque en muchas áreas no se hace gestión de los árboles. ¿Qué pasa? Que muchos árboles tienen que competir por la poca agua que hay, muchos terminan muriendo, con lo que cuando llega el incendio hay madera seca".
¿Se puede contribuir a paliar esto? En opinión de Bosch, todos podemos ayudar a hacerlo, en distintos planos que van desde la política y la gobernanza a la propia acción individual diaria. "Los expertos apuestan por la planificación del paisaje. ¿Qué quiere decir? Intentar por parte de los políticos que haya más gestión forestal, por ejemplo, permitiendo que los rebaños entren a los bosques para hacer limpieza. Intentando que la gente pueda vivir del monte", ejemplifica.
Pero también deja claro que "esta parte de agenda política tiene que ir de la mano de los ciudadanos, que también podemos contribuir, por ejemplo con el comercio de proximidad". En la mínima acción hay un efecto en la cadena. "Si cuando yo vaya a comprarme una mesa, esta está fabricada a partir de un roble del bosque que tengo al lado de mi casa, eso da vida al carpintero al que le voy a comprar la mesa, pero además me estoy protegiendo porque ayudo a limpiar el bosque que tengo al lado. Si lo que hago yo es comprar queso de rebaños de la zona, automáticamente estoy ayudando a mi propia protección", expone.
Pero... ¿y si no había oído hablar de incendios de sexta generación pero sí de que el cambio climático es un invento?
Cuando se le plantea al especialista la existencia del negacionismo climático no puede evitar reírse: "Son evidencias. Es como negar que existe el aire. Las temperaturas que tenemos ahora en la zona de Barcelona son las que había hace 40 años en la zona de Murcia". No se queda ahí Bosch, que también reitera que "los pirocúmulos eran una cosa que pasaba ocasionalmente hace 15 años, ahora pasa en cada incendio".
Pero también deja claro que los fenómenos extremos ligados al cambio climático no se reducen solo al fuego. También a todo lo contrario y la Comunidad Valenciana lo recuerda muy bien. "Es una auténtica evidencia, la DANA, que caiga la cantidad de agua que cayó vuelve a ser lo mismo. Esta carga energética que tiene la atmósfera que tiene que soltarla en algún momento", explica, en referencia a las lluvias torrenciales que allí segaron la vida de 227 personas.
