El avión a reacción más rápido del mundo intenta volar lento y algo sale mal: "Tenían 33 metros de titanio escupiendo fuego frente a ellos"
Al intentar reducir la velocidad para el paso bajo, el avión descendió peligrosamente por debajo de los 300 km/h.

En el imaginario colectivo, el Lockheed SR-71 Blackbird es sinónimo de velocidad extrema. Este avión de reconocimiento, desarrollado durante la Guerra Fría, ostenta aún hoy el récord de velocidad para aeronaves tripuladas: 3.419 km/h, es decir, más de tres veces la velocidad del sonido. Pero lo que pocos saben es que su talón de Aquiles no era volar rápido, sino hacerlo despacio.
El piloto Brian Shul, una de las voces más reconocidas del programa SR-71, relató una experiencia que ilustra esta paradoja. Durante un vuelo de regreso a la base británica de Mildenhall, recibió una solicitud para sobrevolar una pequeña base aérea como gesto para unos jóvenes cadetes. Al intentar reducir la velocidad para el paso bajo, el avión descendió peligrosamente por debajo de los 300 km/h. “No estábamos volando, estábamos cayendo en curva”, recordó Shul. El SR-71, diseñado para operar a altitudes y velocidades extremas, simplemente no toleraba la lentitud.
En la base aérea, nadie había escuchado llegar el avión al ralentí y luego cayó repentinamente frente a los espectadores con ambos motores en plena combustión.
"En lugar de una mañana tranquila, de repente tenían 33 metros de titanio que escupía fuego frente a ellos cuando el avión primero entró en vuelo horizontal y luego aceleró. Podría describirse como una especie de rey de los sobrevuelos".
Este episodio contrasta con las velocidades mínimas de operación de los aviones actuales. En 2025, un avión comercial de tamaño medio, como un Airbus A320 o un Boeing 737, tiene una velocidad de aproximación para aterrizaje de entre 220 y 260 km/h, dependiendo del peso y las condiciones meteorológicas.
En cambio, los jets privados modernos, como el Gulfstream G700 o el Bombardier Global 7500, pueden mantener velocidades mínimas de vuelo controlado en torno a los 180-210 km/h.
Estas cifras muestran que, aunque el SR-71 era una maravilla tecnológica, su diseño extremo lo hacía ineficaz fuera de su zona de confort. Volar lento, para él, era tan peligroso como enfrentarse a un misil. Una lección que recuerda que en aviación, como en la vida, no siempre se trata de ir más rápido, sino de saber cuándo y cómo hacerlo.
