Las guerras del cambio climático

Las guerras del cambio climático

Agua como arma de guerra, epidemias globales, muerte de la agricultura... Estos son los conflictos en los que el calentamiento nos va a obligar a luchar.

En el territorio africano controlado por Boko Haram, el agua es un arma tan importante como las bombas y los kalashnikov. En algunas islas del Pacífico, se mira cada vez con más recelo al mar que crece y que antes había sido fuente de vida: no sólo peligra la pesca en las aguas peligrosamente cálidas; peligran las propias islas por la subida imparable del Océano y los fenómenos catastróficos asociados. En Siria, durante los últimos seis años y medio, han muerto más de 500.000 personas y entre 5 y 10 millones se han convertido en desplazadas. ¿Y si todo comenzó allí por la falta de alimento producida por una terrible sequía de tres años?

Ésa es la tesis de Thomas Homer-Dixon, experto en seguridad internacional y conflicto global del Instituto para la Complejidad y la Innovación de Waterloo (Canadá). Según este profesor, uno de los mayores expertos mundiales en la materia, "la sequía que afectó a la zona este de la cuenca mediterránea entre 2008 y 2010 tuvo un enorme impacto en la agricultura y el suministro de comida, especialmente en el norte de Siria. La escasez provocó un flujo de más de un millón de personas hacia las ciudades y la economía del país no pudo absorber esa migración. Poco a poco, esas personas fueron desarrollando hostilidad hacia el sistema. Las ciudades que recibieron al grueso de esa migración interior fueron las primeras en levantarse contra el régimen de Bashar Al Assad".

Homer-Dixon fue, a mediados de los noventa, uno de los pioneros a la hora de señalar al cambio climático como detonante de las guerras del futuro. Ahora que esas guerras son las del presente y que los efectos del cambio climático en múltiples facetas de la vida en el planeta han quedado demostradas, su predicción parece confirmarse. Si el cambio climático es la mayor amenaza para la humanidad en el siglo XXI no es sólo porque nos vaya a hacer vivir veranos infernales, inviernos extremos, vaya a extinguir a cientos de especies o vaya a derretir los polos; es también porque puede conducirnos a conflictos armados de resonancias globales. Como Siria.

La idea de que el cambio climático va a provocar guerras parece cada vez más confirmada: lucha por los recursos, epidemias, agua como arma...

RAZONES PARA LA GUERRA

Lo más preocupante de esta faceta del cambio climático como generador de guerras es que prácticamente todo aparece como elemento susceptible de convertirse en motivo de disputa. Agua, comida, energía, salud... Son cosas que la mayoría de países del primer mundo lleva mucho tiempo dando por seguras, pero esa seguridad va a desaparecer. El Centro para el Clima y la Seguridad de Estados Unidos, una institución especializada en la investigación del cambio climático y su efecto sobre el orden mundial, acaba de publicar un informe que lo sostiene sin ambages.

Su análisis, elaborado por más de una decena de expertos y publicado en colaboración con la Universidad de Oxford, señala y profundiza en 12 "epicentros de clima y seguridad". Han sido elegidos porque todos implican un riesgo para el actual sistema internacional y todos podrían generar crisis globales de seguridad, especialmente si varios de ellos ocurren a la vez. Todos ellos ya existen, están repartidos por el globo y además están estrechamente interconectados. Es esa interconexión la que nos ha permitido agruparlos en estos seis:

  • El agua como arma. La instrumentalización del agua como arma de guerra es un fenómeno que ya se ha observado en algunos lugares del mundo, como África u Oriente Medio. En esas zonas, Boko Haram e ISIS han empleado buena parte de sus esfuerzos en el control del suministro como una parte fundamental de su estrategia de terror y expansión. El cambio climático va a generar sequías cada vez más graves en zonas áridas y semi-áridas del planeta, por lo que la falta de agua va a dejar de ser un problema circunscrito a esas zonas para extenderse, por ejemplo, al sur de Europa. España, de hecho, sufre en estos momentos una sequía que podría llevar a restricciones del uso del agua.
  • La desaparición de la comida. El ascenso de las temperaturas globales amenaza gravemente la pervivencia de la mayor parte de los cultivos en los que se basa la alimentación humana. Las especies que consumimos están adaptadas a unas condiciones que están dejando de existir y, al mismo tiempo, la demanda de suministros alimenticios no deja de crecer en el mundo. África, precisamente donde la cadena de alimentación es más débil, ya está sufriendo las consecuencias del cambio climático sobre sus cultivos de subsistencia. Pero la crisis no acabará ahí: muchas zonas de Estados Unidos también verán un descenso dramático de la productividad de sus campos.
  • La amenaza del Océano. Decenas de islas corren riesgo de desaparecer si el aumento del nivel del mar no se detiene y si el calentamiento de las aguas no deja de limitar cada vez más los recursos pesqueros. La amenaza es global, pero no está repartida equitativamente: las más expuestas a ella son las poblaciones con menos recursos, como las Kiribati en el Pacífico o las Maldivas, en el Índico. En cualquier caso, las grandes ciudades costeras que no dejan de crecer en todo el mundo tampoco están libres de peligro y no cuentan, en su mayoría, con las herramientas para protegerse.
  • La energía nuclear no entiende de fronteras. En la búsqueda de fuentes de energía, la nuclear vuelve a aparecer como una opción preferente. China es el ejemplo: cada vez construye más reactores, cada vez produce más energía de este tipo y sus ambiciones son cada vez más grandes: ha anunciado que quiere construir centrales flotantes al sur del Mar de China. Este proyecto plantea cuestiones sobre una posible colaboración entre países pero también sobre la responsabilidad en caso de una catástrofe que afecte a una región completa.
  • Enfermedades infecciosas e (in)seguridad global. Si la contaminación liberada por una accidente nuclear no entiende de fronteras, tampoco lo hacen las enfermedades infecciosas. Eso las convierte en otro foco de amenaza porque, además de los problemas de salud, pueden generar tensiones geoestratégicas y limitaciones en los derechos de las personas. De hecho, una de las primeras consecuencias tanto en la crisis del Ébola (2014-2016) como en la de Zika (2016), fue la restricción de desplazamientos para gente procedente de los lugares más afectados por sendas enfermedades.
  • Mareas de refugiados y desplazados. Cualquiera de las amenazas descritas anteriormente, y no digamos varias de ellas juntas, pueden provocar una crisis global que se traduciría en el desplazamiento masivo de personas en busca de un lugar alejado del conflicto o de una zona en la que la subsistencia sea posible, lo que generaría nuevas tensiones. La crisis de refugiados en Europa es el ejemplo paradigmático: reacción tardía e insuficiente de los países europeos, el Mediterráneo convertido en una fosa común y fuertes tensiones entre los socios europeos sobre qué hacer ante la muerte de miles de personas cada año.

LA AMENAZA DEFINITIVA

Todos los factores por los que el cambio climático puede convertirse en el más peligroso "señor de la guerra" están cosidos por una amenaza todavía más grave, pues no afecta a cuestiones concretas del mundo en el que vivimos sino que daña el fundamento social, cultural y legal sobre el que descansa ese mundo. Es lo que Caitlin Werrel y Francesco Femia, editores del informe, llaman "la erosión de la soberanía y el contrato social".

Esas dos cosas, la soberanía y el contrato social, son el conjunto de asunciones y normas que nos llevan a considerar legítimos los sistemas, las instituciones y las autoridades que dan forma al estado-nación en el que vivimos. Es, por decirlo de un modo más claro, lo que nos lleva a pagar impuestos y a creer en el Estado. Ese set de ideas y confianzas está amenazado por el amplio catálogo de fracasos que el cambio climático va a imponer a los países: fracaso a la hora de frenar el cambio, fracaso a la hora de hacer frente a uno, a varios o a todos sus efectos y fracaso a la hora de atajar las consecuencias derivadas de las transformaciones directas provocadas por el clima.

Para hacerle frente a la nueva situación, es precisa una "transformación de la gobernanza mundial" para que las instituciones adopten prácticas preventivas y ganen en versatilidad y anticipación. La observación de la Tierra mediante satélites y drones es una herramienta clave, por lo que no todo es desesperanza. "Los riesgos relacionados con el cambio climático pueden ser mitigados", sostiene Femia, "pero pueden ser disruptivos a escala local, nacional, regional y global. Por eso, todo gobernante en cualquiera de esas escalas debe tener presente el peligro que representa el cambio climático y ha de estar dispuesto a dar los pasos necesarios para hacerle frente".

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