Restaurando la esperanza
La gente ha perdido la confianza en que sus vidas pueden mejorar y en que las instituciones están de su lado. En consecuencia, esto ha llevado a la apatía, la depresión, la desesperanza y, en algunos casos, al desarrollo de puntos de vista radicales. Este ciclo debe ser detenido antes de que consuma nuestro futuro colectivo.
Las ONU fue fundada hace 70 años en medio de la agitación y el trauma causados por la Segunda Guerra Mundial, con la firme convicción de que un futuro mejor era posible, y que dependía de nosotros crearlo.
Y, de hecho, es mucho lo que se ha logrado desde su creación, lo cual sin duda ha mantenido al mundo en una trayectoria más segura. Sin embargo, hoy, con tan solo 16 años transcurridos del nuevo milenio, nos vemos amenazados por todos los frentes por problemas aparentemente sin solución: el terrorismo, la desigualdad, la degradación del medio ambiente, las crisis financieras, las guerras y la migración forzada. Existe una sensación creciente de que nuestros problemas han cambiado y que se han convertido en más complejos y, además, que son muy grandes para ser resueltos. Como resultado, nos hemos acostumbrado a no abordar los temas fundamentales, y a simplemente pasar tambaleando de una crisis a la otra, apenas sobreviviendo.
La gente ha perdido la confianza en que sus vidas pueden mejorar y en que las instituciones están de su lado. En consecuencia, esto ha llevado a la apatía, la depresión, la desesperanza y, en algunos casos, al desarrollo de puntos de vista radicales.
Este ciclo debe ser detenido antes de que consuma nuestro futuro colectivo.
La verdad es que los problemas de hoy solo pueden ser abordados a través del trabajo en conjunto, utilizando el dialogo multilateral para encontrar un terreno común y tomando acciones colectivas. Durante los últimos años, el multilateralismo ha sufrido un descrédito por cuanto los acuerdos en temas como el comercio y la crisis de refugiados han resultado difíciles de alcanzar. Estos fracasos por sí mismos fomentan aún más la narrativa de que nuestros problemas han crecido más allá de nuestro control.
No tiene que ser así.
Me uní a la Secretaría de Cambio Climático de la ONU después del desastre de las Negociaciones de Copenhague en 2009, y partí en 2016, dejando atrás el acuerdo de cambio climático más ambicioso de la historia. El Acuerdo de París no fue un accidente, fue estrategia y actitud. Fue la culminación de seis años de reconstruir pacientemente un sistema que había dejado de funcionar y que había perdido confianza y credibilidad, para convertirlo en uno capaz de entrar en un espiral ascendente de compromiso y ambición. Fue el resultado de un compromiso compartido que surgió de la concienciación colectiva de que todos perderíamos si no encontrábamos una forma de ganar juntos. Fue la cosecha de años de escuchar con atención lo que permitió que surgiera una base de acuerdo, hasta entonces, elusiva.
París pudiera ser la excepción o pudiera convertirse en la norma del multilateralismo del siglo XXI. Debemos asegurarnos de que sea lo segundo y lograr reconstruir la confianza del mundo en la capacidad de la ONU y de sus Estados Miembros para trabajar juntos y resolver los problemas más complejos de nuestros tiempos.
A medida que nuestro mundo se convierte en más complejo e interdependiente, la necesidad de lograr progreso real mediante el dialogo, el compromiso y la inversión es más importante. Esto se debe a que las interconexiones son tales que dejar de abordar los temas de interés fundamental significaría que estos se extenderían rápidamente y se convertirían en factores desestabilizadores.
Sin mecanismos más eficaces para la gestión de temas críticos transfronterizos, incluyendo la gestión de recursos, los refugiados y la migración, no construiremos la seguridad compartida necesaria para apoyar la cooperación práctica del día a día. Sin restricciones adecuadas en la proliferación y uso de armas, continuaremos observando incrementos en los desplazamientos y desigualdades generadas por conflictos y violencia. Sin estabilidad climática no habrá seguridad alimentaria o del agua, lo que reduce nuestra habilidad para permanecer en nuestras comunidades, ciudades y países. Sin asegurar los derechos de la mujer a la educación, la propiedad de la tierra y la participación política, no veremos un incremento en un desarrollo económico equitativo. Sin construir mayor resistencia a los desastres naturales, no crearemos el espacio económico y político para planear un desarrollo a largo plazo. Sin respeto a los derechos humanos, la participación ciudadana y la disminución de la corrupción, no podremos construir las condiciones para una paz sostenible.
La interconexión de estos temas enfatiza aún más el papel esencial que la ONU debe desempeñar. En efecto, solo la ONU puede proporcionar el foro en el que los Estados Miembros pueden coordinarse efectivamente para resolver los complejos e interconectados temas que afectan a nuestro mundo. Si esto no se logra, entonces nos enfrentamos al riesgo de que las áreas inestables del mundo continúen desestabilizando otras partes. Esto es inaceptable.
Debemos enfrentar los desafíos difíciles y negarnos a creer que las soluciones reales están fuera de nuestro alcance. Es nuestra mejor opción para mejorar la vida de todas las personas en todas partes.
Necesitamos una ONU que recupere su posición como un faro de esperanza; una razón para el optimismo global que nos llame hacia una visión convincente del futuro, reavivando nuestra confianza e inspirando a cada uno de nosotros a vivir de acuerdo a nuestro propósito más elevado. Imposible no es un hecho, es una actitud. Esa es mi convicción y mi experiencia. También es mi invitación: juntos podemos restaurar la esperanza.
Es por la oportunidad de seguir esta visión que he aceptado la nominación de Costa Rica para el puesto de secretaria general de la ONU.
Este post fue publicado originalmente en la edición internacional de 'The Huffington Post'