Portugal: Costa arrasa gracias al voto útil y el castigo a la izquierda

Portugal: Costa arrasa gracias al voto útil y el castigo a la izquierda

El socialista se beneficia de la crisis de la 'geringonça' y podrá gobernar en solitario, con una nueva derecha enfrente: más ultra, más fragmentada. Las encuestas no lo vieron.

Ay, las encuestas. No han dado ni una en Portugal. Los ciudadanos han otorgado este domingo una histórica mayoría absoluta a los socialistas de Antonio Costa que nadie vio venir. 117 escaños sobre 230 -pueden ser más cuando se examine el voto del exterior- que garantizan una legislatura estable para un primer ministro que, con este nuevo mandato, será el más longevo de la historia del país. Quién lo iba a decir hace una semana.

Las elecciones adelantadas por la falta de acuerdo, el pasado otoño, para aprobar el presupuesto han dejado unas cuantas cosas muy claras: los portugueses quieren tranquilidad y por eso han optado por el voto útil de la fuerza con más posibilidades de mandar y el líder más consolidado, han castigado a los grupos de la izquierda más izquierda por no darle apoyo a Costa con las cuentas y acortar la legislatura a la mitad, han dejado a la derecha tradicional bajo mínimos y han confiado en nuevas formaciones liberales y de ultraderecha como alternativa.

Los sondeos de la última semana hablaban de un empate técnico entre el Partido Socialista y el Partido Social Demócrata de Rui Rio, que incluso se ponía por delante del actual mandatario. Más aún: el bloque de las derechas sumaba una mayoría absoluta que las izquierdas se quedaban rozando con los dedos. Todo eso ya es nada. No ha pasado. Ni de lejos.

La primera previsión rota ha sido la de la participación: se esperaba muy baja, por el cansancio que provocan los comicios adelantados y por la pandemia de coronavirus, pero no ha sido así, sino que el voto anticipado -que permitió acudir a las urnas a cerca de 300.000 electores ya el domingo pasado-, y el empuje de los confinados durante las últimas horas del día -reservadas para que pudieran votar con garantías- ha elevado la participación ocho puntos respecto a 2019, llegando al 56%. Y eso que había cerca de un millón de personas -casi un 10% del electorado- en aislamiento.

Por la estabilidad

Luego está el ganador. Costa iba primero en los sondeos, pero se auguraba que podría pagar su convocatoria anticipada, que se le podía culpar a él de falta de cintura para negociar con la izquierda y sacar adelante un presupuesto más social, de no haber reeditado en esta legislatura el pacto de 2015, la llamada geringonça, con el el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista, y haber intentado gobernar en solitario, con acuerdos parlamentarios.

Al contrario, el socialista ha visto avalada su gestión en tiempos de crisis y son sus socios o aliados los que se han hundido. El PS logra 117 diputados, frente a los 108 logrados en las legislativas de 2019, con un 41,6% de los votos. El Bloco, en cambio, logra apenas cinco, es uno de los grandes damnificados de la noche, al perder más de la mitad de su representación, tenía 19, y los comunistas obtienen seis diputados y también bajan, tenían 10 hasta hoy. Se presentaban en coalición con Los Verdes, que tenían dos escaños y pierden toda su representación parlamentaria.

Los comunistas se resienten menos del fracaso de los presupuestos, porque contaba ya con una base de votantes más movilizada y fiel, más que la del BE. Sin embargo, el PCP está sufriendo una lenta pérdida de votos elección tras elección y además ha tenido a su líder de baja en campaña por una operación. También en sus filas se esperan cambios.

La mayoría de los portugueses ha reconocido a los socialistas el éxito en la gestión de la pandemia -con una de las tasas de vacunación más altas del mundo, 90% de personas completamente vacunadas- y el mantenimiento de unos indicadores socioeconómicos decentes, que se han mantenido estables pese al vendaval, con buenas previsiones de crecimiento (del 5,5 al 5,8% en 2022) y con la tasa de desempleo en bajada, hasta el 6,1%. Portugal ha apostado por un Gobierno estable para sacar al país de la pandemia y administrar el paquete de 16.600 millones de euros de fondos de recuperación de la UE.

Es la segunda vez que el socialismo logra superar los 116 escaños, la barrera de la mayoría absoluta en una Cámara de 230. Costa (Lisboa, 1961), en su discurso de la victoria, no podía ocultar su satisfacción. Llamó a elecciones convencido de su programa y, también, de que podía llegar a la absoluta, pero los meses le iban quitando la razón. Se la ha llevado, al final, pero promete que no hará de sus escaños un rodillo. “Una mayoría absoluta no es el poder absoluto, no es gobernar solos, es una responsabilidad para gobernar para todos los portugueses”, proclamó.

Sabe de la división de la ciudadanía, pese a sus buenos datos y su aval. “Uno de mis objetivos es reconciliar a los portugueses con la mayoría absoluta y con el hecho de que son buenas para la democracia”, añadió.

Ahora lo más probable es que el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, designe a Costa como primer ministro tras realizar una ronda las conversaciones con los principales partidos, esta misma semana. Una vez formado el Gobierno, Costa deberá presentar su programa en el Parlamento en un plazo de diez días y contar con el apoyo suficiente para sacarlo adelante. Para lograrlo, basta con que la mayoría de la cámara no vote en contra, algo que ya está garantizado.

La nueva derecha

El panorama de la izquierda ha quedado claro: socialdemocracia como muleta para la estabilidad y pescozón a lo que algunos desdeñan como izquierda radical, la que peleaba contra los bajos salarios, la pobreza, las pensiones ridículas o el IVA de la energía, asuntos apenas tratados en las cuentas que Costa quiso aprobar el pasado octubre. Se abre un periodo de reflexión importante por ese flanco, sobre todo en el Bloque, que de tercera pasa a ser sexta fuerza nacional, rompiendo su tendencia al alza desde 2015, en una carrera que era similar a la de su vecino español, Podemos.

El de derecha queda, tras los votos de ayer, fragmentado y radicalizado. El Partido Socialdemócrata (PSD) ha logrado 76 diputados (cinco de ellos conseguidos en coalición con los democristianos en Madeira y Azores). En 2019 sumó 79 escaños y los sondeos le daban más del 40% de los sufragios, cuando no ha cosechado ni el 27,8%. Rio hasta se está planteando dejar el liderazgo de un partido ya de por sí roto en mil familias, un puesto de cabeza que le costó lograr, donde no había aunado demasiadas voluntades pero en el que se había consolidado al calor de los buenos datos de los sondeos. Era un espejismo. Ni sacando a su gato en las redes sociales ha ido a más.

“Hubo un voto útil absolutamente abrumador para la izquierda. Es decir, la izquierda se movilizó, votando al Partido Socialista, para impedir que el PSD pudiera nombrar al Primer Ministro. Y en la derecha, esto no ocurrió. No hubo la misma unidad en la derecha para impedir la continuidad António Costa”, declaró Rio en la noche electoral. Clarísimo.

Al contrario, su base de votos se ha roto y repartido en otras dos formaciones que han dado la campanada: Chega, la ultraderecha, ha logrado 12 diputados cuando venía de tener sólo uno, e Iniciativa Liberal, que saca ocho y también tenía uno solo hasta ahora. Ambos se sitúan como tercera y cuarta fuerza nacionales. Y se ha borrado del mapa el Centro Democrático Social (CDS), el partido con el que Rio contaba para sumar y gobernar, una muleta histórica de la derecha en sus Ejecutivos, una formación clásica, desde la recuperación de la democracia, que se ha quedado fuera del Parlamento por primera vez desde los años 70. Francisco Rodrigues dos Santos, su líder, ha tenido que dimitir.

Los de Chega y su líder, André Ventura, con relaciones con Vox, ya se han erigido de palabra en la “verdadera oposición” al “terrible” Costa y auguran una legislatura “dura”, pero la absoluta de los socialista les hará clamar en el desierto. Otra cosa es si marcarán la agenda y los debates, en un país que ha sido de los últimos en sumarse al ascenso de la derecha extrema en Europa y donde su discurso racista, retrógrado y ultranacionalista, con guiños a la dictadura salazarista, no había tenido hasta ahora especial repercusión.

En cualquier caso, se topará con el muro socialista, que Costa se ha encontrado levantado sin esperarlo. No hay más que ver su cara al valorar los datos que, antes de la madrugada, le auguraban un Gobierno en solitario. Tras años como uno de los pocos socialistas al mando de un país de la UE, junto a Pedro Sánchez en España, ahora no sólo no cede sino que se consolida. Es el líder más veterano en un continente cambiante, que gira a la socialdemocracia, con puntales como Alemania de su lado.

Normal que esté exultante, aunque sus retos sean mayúsculos.