Italia va a las urnas en un mes: favoritos, alianzas, propuestas y miedos del 25-S

Italia va a las urnas en un mes: favoritos, alianzas, propuestas y miedos del 25-S

La favorita es la ultraderechista Meloni (Hermanos de Italia), apoyada en una coalición que le permitirá estabilidad parlamentaria. El centro-izquierda sigue en su pelea interna.

Giorgia Meloni y Enrico Letta, que encabezan los partidos con más posibilidades de ganar en Italia.AP / GETTY

Italia acumula 67 Ejecutivos en 75 años, lleva una década en la que ningún primer ministro aguanta más de dos años y ya casi cuesta llevar la cuenta y recordar sus nombres (son los de Silvio Berlusconi, Romano Prodi, Mario Monti, Enrico Letta, Matteo Renzi, Paolo Gentiloni y Giusseppe Conte). En un mes, el 25 de septiembre, 50 millones de ciudadanos deberán elegir de nuevo a un jefe de Gobierno, en unos comicios adelantados tras el derrumbe de la coalición que sostenía al más reciente, Mario Draghi, notablemente querido y respetado pero sin suficientes muletas en las que apoyarse. Y esta vez vienen cambios: porque la ultraderecha puede ganar, porque puede tener una seguridad en sus socios desconocida en años y porque una mujer puede ser la primera en ocupar el cargo. 

La favorita en las encuestas es Giorgia Meloni, candidata de los Hermanos de Italia (Fratelli d’Italia), un partido nacido de los rescoldos del posfascismo, del Movimiento Social Italiano fundado en la segunda mitad del siglo XX por seguidores del dictador Benito Mussolini, del que copian hasta el logo. Bastante definitorio. Es un lastre en un país que no tuvo equivalente a la desnazificación de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, lo que permitió que los partidos fascistas se reformaran... y hasta hoy duran.

La media de los sondeos publicados estos días por la prensa italiana le da un 24% de los votos, con los que obviamente no podría gobernar, pero Meloni parte con la ventaja de haber firmado una coalición con la Liga Norte (el partido de Matteo Salvini) y Forza Italia (el de Silvio Berlusconi). Este triplete se apoyará sin fisuras en caso de coalición y ha decidido que la fuerza más votada será la que proponga el nombre de primer ministro, de ahí que Meloni sea la señalada.

Hermanos de Italia podría sumar a su cuarto de votos sobre el total el 8 o 9% que se augura para Berlusconi y el 14% de la Liga. Con eso llegaría aproximadamente al 45% de los votos, equivalente según el peculiar reparto de escaños italiano a un 60% de los asientos en el parlamento. Gobierno a tres con base amplia, pues.

Como explica La Repubblica, el sistema italiano, bautizado como Rosatellum, hace que dos tercios de los escaños sean asignados con un método proporcional, en función del porcentaje de votos que se logra, y el tercio depende de un voto mayoritario con circunscripciones uninominales. Con este procedimiento se premian las alianzas, ya que quien consiga un voto más se llevará el escaño de esa circunscripción y esto es más fácil que ocurra si se acude en coalición que si se va en solitario.

No es que la sociedad italiana se haya vuelto ultraconservadora, cuando aún se aplaude al centrista Draghi, interinamente en el cargo, sino que se ha producido una suma de varios factores: la derecha radical sí ha sabido unir fuerzas y golpear unida, mientras que existe una enorme la fragmentación política en el lado más centrista y progresista del panorama político; a eso suma el hondo cansancio con un sistema que previamente no ha dado respuestas a los ciudadanos.

Desde el final de la era de Silvio Berlusconi, en 2011, la política italiana se ha caracterizado por su formidable inestabilidad. Ahora, los herederos de Mussolini -una etiqueta que hace rabiar a Meloni, que se niega a ser llamada fascista porque la hace ver “monstruosa”- avanzan hacia el poder porque los ultras suelen pescar en río revuelto y esta campaña evidencia que el populismo y el nacionalismo extremo siguen apuntándose tantos, pese a haber fracasado en la llegada el poder o en el condicionamiento de alianzas en Francia, Austria o Alemania, recientemente.

Hermanos de Italia surgió casi de la nada, obteniendo sólo el 4% de los votos en las elecciones de 2018 -desde entonces, todo han sido Gobiernos de coalición y líderes aupados sin pasar por las urnas-, pero la tormenta perfecta que sufre el país de divisiones, crisis por la covid-19 y la guerra de Ucrania, más la pérdida de fuelle de liderazgos de su espectro como Berlusconi y Salvini, los ha relanzado.

Con ellos hay una homogeneidad de discurso importante, que hace prever, si vence, una legislatura no muy movida, otro valor. Por eso los ciudadanos tienen la esperanza puesta en quien promete cambio, aunque carezca de experiencia de gestión y hasta de programa electoral, apenas 15 puntos pactados entre el trío que dejan mucho sin especificar. “Defendamos Italia” es su lema y su meta, “el interés nacional, la patria, el crecimiento económico y la defensa del poder adquisitivo de las familias”.

Lo que piensa Meloni

Meloni, de 45 años y periodista de formación, es una ultraderechista de libro. No hay más que recordar el discurso que dio para Vox en un mitin de su campaña a las elecciones andaluzas, en junio: “Sí a la familia natural, no a los lobby LGTBI, sí a la identidad sexual, no a la ideología de género, sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte, sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista, sí a fronteras seguras, no a la inmigración masiva, sí al trabajo de nuestros ciudadanos, no a las grandes finanzas internacionales, sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas y sí a nuestra civilización y no a quienes quieren destruirla”. Cultura del miedo, el desprecio u el resentimiento en perfecto español, que para algo pasó su infancia en las Islas Canarias.

Ha tenido que rebajar un poco su tono y ahora dice que no quiere sacar a Italia de la Unión Europea, aunque sigue llamando “burócratas” a quienes mandan en Bruselas y promete “un gobierno de personas que no tengan amo, que no sean chantajeables”, una alusión en la que mete a las instituciones comunitarias. Se ha opuesto con fiereza a los fondos de recuperación tras el coronavirus y a las medidas europeas contra la crisis climática, pero cuando habla con la prensa internacional se muestra cada vez más sobria y cautelosa guardiana de las cuentas públicas, atlantista incluso.

Mientras, se declara admiradora del primer ministro húngaro Viktor Orban, un nacionalista radical a quien la UE está plantando cara por ir contra sus propios principios fundacionales, por ejemplo, en su persecución a los homosexuales, y que se puede considerar como iliberal. La libertad sexual “no es un verdadero problema” de los italianos, defiende Meloni.

Las feministas italianas temen un retroceso en el derecho al aborto, libre desde 1978, “una derrota para la sociedad”, en sus palabras. Su poder regional es limitado pero en Las Marcas, donde sí tienen el mando, los Fratelli ya se han desmandado del Gobierno central complicando el acceso a píldoras abortivas.

No rebaja el tono en cuestiones migratorias: quiere un bloqueo naval para detener la llegada de inmigrantes indocumentados a Italia desde Libia, vía el Mediterráneo central, y quiere que las peticiones de asilo -un derecho que tiene cualquier persona que huye- se procesen y resuelvan en centros instalados en países no europeos. Hay miedo entre sus críticos a que, si la extrema derecha logra dos tercios del parlamento -lo que hoy no parece muy factible- quiera abordar también una reforma constitucional para concentrar más el poder, justo en la misma línea que lo ha hecho Orban.

Sin embargo, Meloni es aplaudida porque defiende las plazas de guardería gratuitas y quiere crear una asignación familiar de 400 euros al mes. Igualmente, plantea una bajada drástica de la presión fiscal (con un tipo único entre el 15 y 23% y con la posibilidad de obviar cualquier tipo de progresividad), que supondría una perdida de 60.000 millones de ingresos para el Estado, que luego habría que pagar con recortes de servicios, pero que ahora se vende como un desahogo para las familias. También en eso, en acercarse a la clase trabajadora, están los ultras ganando a la izquierda en esta campaña.

El profesor Ernesto Galli della Loggia, en una entrevista con la edición italiana del HuffPost, repasa esas migajas trumpistas y populistas que están atrayendo a un electorado harto, pero recuerda: “Es una campaña decisiva. Estas elecciones pueden representar un verdadero y profundo punto de inflexión: el fin del paradigma antifascista de la República italiana (...), ha sido derrotado. Si gana, cambiará muchas cosas de forma radical”.

A lomos del hundimiento del adversario

Meloni y su partido encabezan las encuestas, pero apenas un punto por detrás, con el 23-23,5% de los votos, se sitúa el Partido Democrático de centro-izquierda. Por ese lado, sin embargo, no obstante, no salen las cuentas para una mayoría de Gobierno, porque la atomización y la batalla interna es tal en este lado de la política italiana que, salvo milagro, hace inviable un gabinete.

Hasta hace pocas semanas aún había esperanza. Desde 2012, Mario Draghi había liderado una coalición amplia, de distintas sensibilidades, con l Partido Democrático (PD), Italia Viva, Forza Italia, La Liga Norte y Movimiento 5 Estrellas (M5S). Estos últimos, populistas de izquierda con heridas internas en carne viva, decidió boicotear una votación crucial sobre un paquete de ayudas y, así, cuando se le sumaron Forza y Liga, todo se desmoronó. Pese a ello, se esperaba que el resto de formaciones de centro e izquierda pudieran mantener la unidad para seguir con la llamada “agenda Draghi”, concurriendo por separado a los comicios pero con un pacto de coalición como el de la ultraderecha, pero ha sido imposible.

Ahora mismo hay tres frentes en este espectro: el PD, liderado Enrico Letta y aliado con los Verdes, la Izquierda, y +Europa, además del exministro Luigi di Maio, exiliado de M5S, y posible segunda fuerza; el M5S, muy debilitado por sus cuitas domésticas, que lograría un 10% de los votos y con el que el PD y los suyos se niegan a pactar nada porque dejaron caer a Draghi; y una rama nueva, el tercer polo, el Azione del europarlamentario Carlo Calenda, más de centro-derecha, a quien las encuestas dan otro 5% de los sufragios.

Aunque Letta y Calenda llegaron a estrecharse las manos, acabaron cada uno por su lado por diferencias irreconciliables. Los números, basados en sondeos, no salen para ese bloque, pero es que hoy, de inicio, las tres partes están completamente negadas a entenderse con las demás, y sobre esa crisis se crece la derecha radical.

En sus manos está la opción de una suma de progreso pero moderada, frente a Meloni, Salvini y Berlusconi. Había cosas que se estaban haciendo bien y hay que cuidar, dice Letta, como que se ha recuperado un 7% la economía tras la crisis del covid, que para este año se espera una subida del 3% -con guerra añadida-, y que la tercera economía de Europa resiste. Su plan, como líder de ese bloque, sería poner un techo en el precio de la energía, a la española, apostar por la lucha contra el cambio climático y las energías renovables, garantizar las libertades de la mujer o las sexuales, tasas para ricos que paguen ayudas para jóvenes, mejoras en las escuelas, salario mínimo de 10 euros la hora... y “defender la democracia”. “Porque nosotros somos antifascistas”, como le dice a Meloni, retándola a que lo repita.

El centro-izquierda, escribe el analista Giorgio Fontana, ha visto debilitada su capacidad “para construir un programa y un apoyo valiosos” porque en los últimos años todo ha sido “el lobo o yo”, ante Berlusconi, Salvino o Cinco Estrellas. “Centrarse en una amenaza es una mala manera de promover una alternativa”, concluye. La tarea de la izquierda, recuerda, “es construir una alternativa creíble y radical para aquellos que creen en la igualdad social y quieren evitar el calentamiento global, por nombrar solo dos cuestiones obvias, sin recurrir al argumento de cualquiera menos ellos”. Es un bucle del que no han salido estas formaciones y que un Gobierno de Meloni puede acentuar o, quizá, puede ayudar a cambiar las cosas de una vez.

Preocupa la UE, preocupa Rusia

Estas elecciones son mucho más que unas italianas. Hablamos de un país clave, miembro del G7 y del G20, liderado hasta ahora por un Draghi de enorme prestigio y confianza internacional. Los cambios por venir, si llegan, generan turbulencias en Bruselas. Se temen por el desapego, si no odio directamente, que las formaciones de ultraderecha tienen a las instituciones europeas, por los cambios legislativos que se pueden operar y que ya tienen a Hungría ante el Tribunal de Justicia comunitario, ese espejo de los Hermanos. Las alternativas de estas elecciones son dos bloques, el que apuesta por Europa y el que rompe con ella, aunque aún desde dentro de su maquinaria, torpedeando. ”¿Es Giorgia Meloni la mujer más peligrosa de Europa?”, se pregunta el prestigioso semanario británico The Spectator. Casi un cuarto de los italianos cree que no lo es. Dentro y fuera las cosas se ven de diferente manera.

La marcha de Draghi se produce en un momento en el que Roma estaba siendo más importante para la Unión que en los últimos años, por el peso de su economía en tiempos de vacas flacas, por su papel de defensor convencido de Ucrania en la guerra, por sus reforzadas conexiones con Argelia en busca de energía alternativa a Rusia o por suplir parte del vacío de liderazgo comunitario tras la marcha de la alemana Angela Merkel. El eje franco-italiano se había potenciado enormemente.

  Ursula von der Leyen, Emmanuel Macron, Charles Michel, Angela Merkel y Mario Draghi, reunidos en junio de 2021 en Cornualles, en una reunión del G-7. via Associated Press

Los aliados de SuperMario, los que aún quieren edificar una Italia sobre los cimientos que ha puesto en su mandato, añaden al antieuropeísmo de Meloni y su gente otro miedo: su posible cercanía a la Rusia de Vladimir Putin. Sí, Moscú se ha colado en la campaña doméstica y está obligando a las partes a posicionarse, en una semana en la que se han cumplido seis meses de la invasión de Ucrania, cuando Occidente ha demostrado que cierra filas con Volodimir Zelenski, cuando las tropas rusas han atacado un tren de civiles.

Meloni ha salido al paso diciendo que la posición de Italia ante Rusia no va a cambiar. Lo que sí ha virado es su opinión pública sobre el tema. “Rusia es parte de nuestro de sistemas de valores europeos”, “una defensora de la identidad cristiana”, afirmaba en su biografía, Io sono Giorgia. La narrativa en campaña es otra.

Ella ha sido ambigua, pero más claros han sido sus aliados, y eso pesa. Berlusconi es un amigo reconocido de Putin, de décadas, y Salvini no sólo es que haya sido fotografiado con camisetas con la cara del presidente ruso en plena Plaza Roja de Moscú, sino que tiene a la Fiscalía de Milán investigando si hubo financiación rusa de la Liga en las últimas elecciones europeas. También se han desvelado en la prensa conversaciones entre diplomáticos rusos y dirigentes de su formación, que Salvivi defiende por interacciones entre legaciones de dos países.

Los comentaristas locales azuzan el fantasma del intervencionismo, aferrándose a dos hechos: las palabras de Dmitri Medvedev, el vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación de Rusia y expresidente del país, que afirmó hace poco: “los europeos deben castigar en las urnas a sus estúpidos gobiernos”, en referencia a las sanciones contra el Kremlin; y las denuncias del centro-izquierda de que Libia está siendo más permisiva en la salida de barcazas, con el fin de poner la inmigración arriba en la agenda política y reforzar la necesidad de un mensaje de control, como el de la ultraderecha. En Libia manda el general Jalifa Hafter, cercano a Rusia, apoyado por el Grupo Wagner, paramilitares de origen ruso. Por eso Letta repite en sus entrevistas: “Queremos saber si Putin fue quien derribó el Gobierno de Draghi”.

Quedan semanas duras de polémicas, aclaraciones y propuestas. Los números hoy son claros para la ultraderecha, pero no es desdeñable tampoco el de los indecisos, todo un 45% del total de votantes, si al final deciden taparse la nariz y votar por cualquiera que pueda detener la ola posfascista. Italia resolverá todas las dudas -o abrirá aún más- el 25 de septiembre. El futuro parece sombrío.