¿Es aceptable la obligatoriedad de la cuarentena por el coronavirus?

¿Es aceptable la obligatoriedad de la cuarentena por el coronavirus?

¿Se debería prohibir a la gente que atravesase las vías por los pasos habilitados porque existe el riesgo de que se dañe a otras personas?

Epidemiologist using smartphone in hospital virus infection quarantine, selective focusstevanovicigor via Getty Images

Por Roberto Losada Maestre, profesor de Teoría Política, Universidad Carlos III:

La epidemia de coronavirus ha obligado a muchas personas a guardar cuarentena. Se limita la libertad de movimientos, incluso a personas que podrían no estar infectadas, para evitar la expansión del virus, como ha ocurrido en Italia. Pero, ¿puede imponerse la cuarentena obligatoriamente? Independientemente de lo que exista una ley que lo haga posible (en al caso español, la Ley Orgánica 3/1986, de 14 de abril, de Medidas Especiales en Materia de Salud Pública), resulta interesante reflexionar sobre lo correcto o no de recluir o limitar los movimientos de los ciudadanos.

Imagine que un vecino suyo decide jugar a la ruleta rusa con quienes pasen frente a su ventana sin que estos lo sepan. Disparará y, si la bala no se encuentra en el cilindro del tambor, nada sucederá. Si la mala fortuna hace que sea al revés, alguien morirá. Usted pasa frente a la ventana de nuestro jugador y éste le dispara. Afortunadamente, solo hay 1/6 de posibilidades de que lo mate y no sucede nada.

¿Cree que debemos impedir que su vecino juegue a la ruleta rusa con usted sin su consentimiento? Estoy convencido de que respondería que sí. Si le preguntara por el motivo por el que no se puede, tal vez diría que nadie tiene derecho a arriesgar la vida de otro (al menos, no por diversión).

Ahora bien, si se impide llevar a cabo acciones que puedan suponer un riesgo para los demás, casi nada podría hacerse. Todas las acciones que realizamos pueden tener resultados inesperados. Por ejemplo, en la estación Edgebrook de Chicago, en el año 2011, una mujer de 58 años fue golpeada por un objeto que la tiró al suelo, causándole lesiones en la pierna, la muñeca y el hombro. El objeto era parte del cuerpo de un adolescente que había sido arrollado por un tren cuando cruzaba las vías por un paso habilitado. El golpe, a 112 km/h, había convertido en proyectiles partes de su cuerpo que volaron más de 100 metros hasta alcanzar a la mujer. ¿Se debería prohibir a la gente que atravesase las vías por los pasos habilitados porque existe el riesgo de que se dañe a otras personas?

La filósofa norteamericana Judith Jarvis Thomson, cuando se preguntaba si podemos imponer riesgos a los otros, usaba el ejemplo de una cafetera que podría ocasionar la muerte de un vecino. Si no podemos poner en riesgo a otros sin su consentimiento, ¿qué cosas podemos hacer? ¿Resultará, entonces, que su vecino sí que tiene derecho a jugar a la ruleta rusa con usted? ¿O será que hay cierto nivel de riesgo que no es aceptable? A fin de cuentas, el nivel de riesgo no es el mismo si usted cruza la vía de un tren correctamente que si juega a la ruleta rusa con los demás.

La dificultad estaría en definir el nivel de riesgo a partir del cual no se pueden llevar a cabo ciertas acciones. A veces la decisión es aparentemente sencilla, como prohibir fumar en espacios públicos. Consideramos que el riesgo a que se expone al no fumador es muy elevado.

Pero establecer un nivel de riesgo aceptable es una decisión subjetiva. Depende entre otras cosas de la actitud ante el riesgo que se tenga, como señaló la antropóloga Mary Douglas. ¿Es el nivel de riesgo aceptable, entonces, algo que se decide en función de criterios democráticos? Si una mayoría considera que el riesgo que supone la contaminación del aire es aceptable, ¿deberían dejar de adoptarse medidas contra el cambio climático?

Estas reflexiones pueden aplicarse a la epidemia del coronavirus SARS-CoV-2. Las personas infectadas por este virus, o sospechosas de estarlo, han de guardar cuarentena para evitar contagios. ¿Puede obligarse a estas personas en contra de su voluntad?

El problema no es nuevo. En 2014, la enfermera Nacy Hickox, que había tratado personas infectadas por el virus del ébola en Maine (EEUU), decidió saltarse la cuarentena y dar un paseo en bicicleta por su ciudad. ¿Habría que haberla detenido y recluirla contra su voluntad?

Hace poco, tres ciudadanas italianas, compañeras de una cuarta que había contraído la enfermedad, en Gran Canaria, habían sido puestas en cuarentena poco antes de que tomaran un vuelo de regreso a su casa. La guardia civil ha obligado a los habitantes de Haro a cumplir las condiciones del aislamiento impuesto.

En las sociedades libres, la reclusión forzosa se reserva como pena para cierto tipo de delitos. Quien contrae una enfermedad no es culpable de ello. Incluso quien contagia a otro (de manera involuntaria) no puede considerarse como un delincuente.

Es más, quien está en cuarentena puede no estar infectado y se le estaría privando de su libertad sin otro fundamento que la posibilidad (remota o no) de que suponga un riesgo para otros. Se estaría usando la violencia de forma preventiva. Por regla general, el uso preventivo de la violencia no nos agrada. No parece muy correcto propinar un puñetazo a quien se dirige a nosotros en la calle como forma de prevención frente a la posibilidad de que nos quisiera agredir.

¿Podemos, entonces, obligar a alguien a guardar cuarentena en contra de su voluntad? En las actuales circunstancias, muy pocos responderían negativamente a esta pregunta. Pero no debe ser el miedo el que justifique que se prive a alguien de sus libertades. De aceptar el miedo como razón se estaría aceptando el fundamento y germen de buena parte de los regímenes tiránicos que han existido y existen. El miedo no sirve como criterio para determinar el nivel de riesgo aceptable ya que no existirían límites a lo que se puede prohibir.

Tal vez, no deberíamos aceptar que se pueda imponer a alguien una cuarentena en contra de su voluntad. ¿Cuál es la solución entonces?

Unos dirían que una ciudadanía responsable, que se preocupa tanto de su interés como del general, y que se abstendrá de saltarse la cuarentena y poner en peligro a otros. Pero este argumento podría usarse indiscriminadamente y decir, pongamos por caso, que los ciudadanos responsables deben abstenerse de difundir, no sólo virus, sino también ideas peligrosas, haciendo posible así que se impusiera la censura.

Otros dirían que una solución es dar a conocer a los que pueden estar infectados y que sean los demás quienes se alejen de ellos. Tampoco es una solución óptima, ya que podría emplearse como forma de discriminación arbitraria contra cualquiera que no nos gustase.

Si se sospechara que usted ha contraído una enfermedad infecciosa ha de guardar cuarentena para evitar su propagación. ¿Respetaría usted esa cuarentena? Estoy convencido de que sí. Si le pregunto si cree que los demás respetarían la cuarentena, ¿respondería igual? Es probable que usted desconfíe de los demás, y los demás de usted, lo cual es paradójico ya que todos respondemos afirmativamente a la primera pregunta.

Al coronavirus se le buscará una solución médica. La medicina, sin embargo, no da respuesta a los problemas de convivencia de nuestras sociedades. ¿Hay que impedir que acaparen mascarillas quienes no forman parte de la población de riesgo impidiendo que quienes las necesitan puedan tenerlas?

La discusión política sobre el modo en que se han de implementar las soluciones científicas es síntoma de una sociedad libre y sana, incluso en medio de una epidemia. Asumir que hemos de recurrir al uso de la violencia para resolver los problemas graves a que se enfrentan nuestras sociedades no es muy alentador. Guardar la cuarentena de manera voluntaria es negarse a jugar a la ruleta rusa con nuestros vecinos, algo en lo que creo que todos estamos de acuerdo.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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