Un estudio afirma que las muertes por covid-19 en el mundo son un millón más de las comunicadas

Un estudio afirma que las muertes por covid-19 en el mundo son un millón más de las comunicadas

Los regímenes autoritarios ocultan información para rebajar la importancia de la crisis, a lo que se suman las carencias estadísticas en países no desarrollados.

Un familiar de un fallecido por coronavirus y un sanitario trasladan un cuerpo para su cremación en Nueva Delhi, el pasado mayo. SOPA Images via Getty Images

Lo asumen la Organización Mundial de la Salud (OMS), los ministerios de Sanidad de cada país y las universidades que son punta de lanza en cuestiones médicas y estadísticas y que los medios usamos como referencia en la pandemia: nadie sabe a ciencia cierta cuánta gente ha muerto ya de coronavirus en el mundo.

El consenso general concluye que, de los 199 millones de afectados por el SARS-CoV-2, han fallecido al menos 4,24 millones de personas. Ahora, un estudio israelo-alemán desvela que por el camino de las sumas se ha perdido al menos otro millón de víctimas, no registradas como tal por regímenes autoritarios a los que interesa rebajar la crisis o directamente negacionistas y, en menor medida, por países con buena voluntad para pero sin medios para hacer el recuento.

El economista Ariel Karlinsky, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y el estadístico Dmitry Kobak, de la Universidad de Tübingen, acaban de publicar en la revista eLife un informe llamado “Seguimiento del exceso de mortalidad en todos los países durante la pandemia de covid-19 con el conjunto de datos de mortalidad mundial” y en el que la conclusión es contundente: a base de “minimizaciones intencionadas” y de “inexactitudes”, las cifras de muertos por el virus están “subrepresentadas”, hay un “subregistro” de datos que es “todo menos un reflejo de la realidad”.

Lo explican -tras analizar 103 países en un proceso de estudio que sigue ampliándose y amenaza con elevar sensiblemente la cifra de víctimas- analizando las diferencias entre las muertes digamos habituales en un país sin crisis sanitaria y las actuales, cuando se ha llegado a una pandemia planetaria.

En todos los países, explican los expertos, hay un cierto número de personas que muere en un período de tiempo determinado debido a una variedad de factores ordinarios, como la vejez, las enfermedades diversas, los delitos violentos o los accidentes de tráfico y laborales. Estas muertes se conocen como “muertes esperadas”. Por el contrario, las pandemias, las guerras y los desastres naturales provocan muertes adicionales a esas esperadas, que van mucho más allá de lo ordinario y que se conocen como “muertes excesivas”. Es buscando las diferencias entre los años habituales y el tiempo actual cuando se detectan las lagunas estadísticas.

Su conclusión es que este desfase “es más pronunciado en países autoritarios”, indican en el estudio y en entrevistas con prensa israelí. Llega a ser “honesta” una diferencia de hasta 1,5 puntos entre los datos de muertes registradas como causadas por el SARS-CoV-2 y las excesivas, porque los autores del ensayo reconocen la magnitud del problema, las dificultades de llevar un recuento perfecto y los casos dudosos que se pueden malinterpretar, arriba o abajo. Pero lo que ellos han localizado son agujeros mucho mayores, de países que tienen diferencias entre 15 y 100 veces mayores respecto a las cifras de referencia hechas públicas.

Tayikistán encabeza la lista en términos de subregistro. Se ha descubierto que la tasa de mortalidad por covid-19 es 100 veces más alta de lo informado: 9.000 muertes en lugar de 90. “Cuanto más autoritario es el país, mayores son las posibilidades de que el recuento insuficiente sea más alto”, declara Karlinsky a The Media Line.

En la lista le siguen países como Nicaragua, que reporta 140 casos mortales frente a los al menos 7.000 reales; Bielorrusia, con 390 públicos frente a 5.700 reales o Rusia, que declara 110.000 muertos por coronavirus cuando el exceso de muertes supera los 500.000. Egipto tuvo otro exceso de muertes 13 veces mayor de lo informado, 15.000 en lugar de 196.000, mientras que el de Irán fue 2,15 veces mayor: 54.000 frente a 115.000 muertes. Entre los países con rangos similares de desfase están también Uzbekistán, Azerbaiyán, Kazajistán, Kirguistán o El Salvador.

Los mandatarios de estos estados tocan los datos, concluyen los expertos, para mostrar al resto del mundo que tienen poder, que controlan hasta lo más esencial. La magnitud de la tragedia se desconoce así fuera y dentro de sus fronteras o se edulcora, al menos.

“Esto es importante porque durante mucho tiempo hemos escuchado a algunas personas afirmar que las muertes por Covid son sólo un cambio de nombre de las muertes ordinarias (...). Solían decir que estas son personas que morirían de todos modos, pero el cálculo del exceso de muertes muestra que han estado muriendo muchas más personas de las que normalmente se verían”, aseveran.

Hay otros países que ni siquiera aparecen en el estudio porque, por más que se les hayan solicitado datos fiables, no los hay. Son los casos de India, Indonesia y China. Sólo en el primero, se han dado por oficiales 400.000 muertos por covid, cuando sería más realista hablar de entre dos y seis millones de fallecidos. Esto es, sólo India ya podría duplicar ese desajuste del millón de enfermos perdido que da el estudio.

China, por su parte, dio cifras muy al principio de la pandemia, durante el pico de la primera ola en Wuhan, y entonces ya se mostró “un exceso significativo de mortalidad”. Sin embargo, los datos acaban en la primavera de 2020, por lo que ya no han podido analizarse más. “Esencialmente, no sabemos absolutamente nada sobre lo que ha estado sucediendo allí desde entonces”, se duelen.

Los que quieren y no pueden

Otros países ponen empeño en constatar efectivamente la evolución de la pandemia entre sus ciudadanos, pero no pueden tener una estadística fiable por falta de medios. Son, en su mayoría, países poco desarrollados o en vías de desarrollo. Kobak y Karlinsky ponen el ejemplo de Perú, con 187.000 fallecidos por esta enfermedad, donde comenzaron a contar con un sistema precario y de pronto, en la primera gran revisión que hicieron, las cifras se doblaron y no se taparon. Son estados en los que las pruebas de detección tampoco han sido generalizadas y es más complejo conocer sin duda el motivo de las muertes.

En circunstancias similares han estado Ecuador (22.000 casos reconocidos, pero 64.000 personas en el exceso de muertes), Bolivia ( 15.000 frente a 36.000) o México (221.000 frente a 471.000), con un exceso superior al 50%.

También hay casos de lo contrario, constata el estudio: en Australia y en Nueva Zelanda el desajuste era a la inversa, ya que “presumiblemente” las medidas de distanciamiento y los confinamientos ayudaron a prevenir enfermedades mortales, accidentes o crímenes que sí hubieran acabado con la vida de algunos de sus ciudadanos en un año normal.

Igualmente, hay países donde las cuentas se han llevado tan bien que el desfase es mínimo, como en Bélgica (0,7 puntos de diferencia), Francia (0,6) y Alemania (0,5). Ejemplos de que, en entornos desarrollados y dispuestos, se pueden lograr notificaciones “abiertas y transparentes”.

Los expertos israelí y alemán ahora esperan ir ampliando su estudio, que tuvo una primera entrega en enero pasado, hasta llegar al máximo posible de territorios. Su propósito es doble: conocer de primera mano el efecto del virus y poner las cifras al alcance de los investigadores y, también, “que genere conciencia sobre el verdadero costo de la pandemia”.

Frente el negacionismo, ciencia.

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Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

Sobre qué temas escribo

Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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