Y ahora, ¡la escuela!

Y ahora, ¡la escuela!

Hace falta erradicar lo que cada vez vemos con más frecuencia, que es privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.

Europa Press News via Getty Images

Este artículo también está disponible en catalán.

Decimos siempre que las sociedades democráticas se sustentan sobre tres pilares: sanidad, cultura y educación.

La crisis provocada por el coronavirus –o quizás podemos decir por la falta de una actuación previsora de los gobiernos– ha mostrado las debilidades de estos pilares de manera desigual en Europa, pero de manera descarnada en España.

Hablo de la atención a la sanidad y a los sanitarios en el artículo Cuando se apaguen los focos, remarcando que –más allá de aplausos– lo que hace falta es dotarnos de un buen sistema con sanitarios reconocidos con salarios correctos y horarios no abusivos. Se trata de la supervivencia de todos, y los gobiernos tienen que velar en primer lugar por la salud y el bienestar de TODA la población. No es justo privatizar la sanidad y después, cuando las cosas se ponen feas, invocar que se solucione todo con dinero público. Hay que exigir responsabilidades sobre privatizaciones o favoritismos escandalosos, porque el derecho a la vida es lo primero. Y hace falta erradicar lo que cada vez vemos con más frecuencia, que es privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.

En mis colaboraciones en esta publicación he tratado también sobre la necesidad de la cultura en Lo verdaderamente esencial. La cultura también es un pilar imprescindible para la supervivencia digna de todos nosotros. No un lujo, como a menudo se dice de manera frívola. Y en este nuevo período de desconfinamiento, hemos visto cómo no lo hemos corregido ni poco ni mucho. Ayer veía un tuit de la actriz Sílvia Bel acompañado de dos fotos bien contrastadas: a la izquierda, el interior de un avión lleno de pasajeros con mascarilla, uno al lado el otro sin respetar las distancias de seguridad. A la derecha, la platea de un teatro vacío, clausurado. Estas imágenes son muy esclarecedoras de las prioridades que establecemos en cada cosa. La cultura puede esperar. Ya vendrán tiempos mejores. Y mientras, vamos destruyendo el tejido cultural con hambruna, un tejido que lleva décadas dando de sí todo lo posible para no quedar arrinconado del todo. Si somos, lo somos gracias a la cultura. ¡De aquí la necesidad de abrir bibliotecas, cines, sales de conciertos, librerías, ya!

Hoy toca hablar del tercer pilar: la enseñanza. De la apertura o no de aulas, en qué condiciones y cuándo. La reunión de la ministra con los consejeros de las distintas comunidades autónomas no acabó concretando mucho. Ah, sí, que la responsabilidad es de cada comunidad y, como suele pasar, son los profesionales de la enseñanza, maestros y profesores, los encargados de reinventarse una vez más para obedecer directrices a menudo no muy precisas.

¿Estamos dispuestos a construir un sistema educativo que dignifique un país, o ya hemos apostado desde hace tiempo por invertir en la enseñanza privada, con fundaciones y bancos que ven en ello un gran negocio?

No quiero entrar ahora en cómo creo que se podría hacer, porque es un tema muy complejo y nada fácil de resolver al agrado de todos. Sólo quisiera poner en evidencia que en medio de todo el debate, que en Catalunya ha tenido muchas voces dispuestas a todo, una vez más estamos perdiendo una oportunidad muy grande. Me explico: he leído opiniones a favor y en contra de la reapertura de centros educativos. Las de los defensores de la reactivación de la actividad económica a cualquier precio, que quieren las escuelas abiertas porque las familias tienen que empezar a reincorporarse a los lugares de trabajo, y también por aquello de qué hacemos con los niños. Los que piensan que hace falta garantizar un retorno a los centros educativos que tenga precisamente un sentido educativo y no sólo de custodia, pensando en lo que es mejor para los niños y jóvenes. Alguien ha hablado de permisos remunerados, por aquello de la conciliación laboral y familiar, pero no hay manera. Es mejor gastarse recursos que no sobran adaptando aulas para pocos alumnos que, quizás, cuando estén adaptadas, las normas ya habrán cambiado. Hay quien ha osado –es todo un clásico siempre perverso– invocar la poca disposición o bien holgazanería de los maestros, que ‘sólo quieren vacaciones’ (¡vergüenza!)

Como los sanitarios o los artistas y creadores, profesores y maestros es un colectivo criticado gratuitamente. I esto da la medida de la importancia que les damos. Dicho esto, he encontrado siempre a faltar, y ahora aún más, opiniones sobre el papel de la escuela, como la queremos y para qué. Y, en segundo lugar, quizás sería ya hora de pensar seriamente que la escuela forma a nuestros ciudadanos del futuro. ¿No merece esto toda la inversión por parte de los gobiernos? ¿Por qué la escuela se ve como un compartimento estanco que lo tiene que resolver todo y dónde la sociedad va delegando aspectos que no necesariamente le son propios? ¿Podemos pensar en la escuela como un elemento importantísimo de nuestra sociedad, que pide conciliación laboral de los padres? ¿Por qué los empresarios no se sienten nunca implicados en el debate sobre la escuela? ¿Por qué no se plantea el papel de la escuela dentro del conjunto de toda la sociedad y se procura encontrar medidas que la dignifiquen, dando facilidades a los padres para que puedan cuidar a los hijos sin tener que renunciar a su profesión?

¿Por qué los educadores tienen que hacer frente a necesidades sociales cuando no les compete? ¿Estamos dispuestos a construir un sistema educativo que dignifique un país, o ya hemos apostado desde hace tiempo por invertir en la enseñanza privada, con fundaciones y bancos que ven en ello un gran negocio? Un país que se quiera digno tiene que priorizar los tres pilares de que hablábamos al inicio. Y si uno falla, es probable que el otro ceda y que todo el edificio se venga abajo. Dejémonos de tópicos y dignifiquémonos, que ya empieza a ser demasiado tarde. ¿Verdad que hablamos de revisitar conceptos, de darnos nuevas oportunidades? Aquí tenemos a tres de esenciales. Y todo ello sin destrozar la economía pública, aunque quizás sí tocando algún bolsillo privado desde siempre bien lleno.