Biden, año 3: logros, deudas y escenarios de un mandato que más parece una montaña rusa

Biden, año 3: logros, deudas y escenarios de un mandato que más parece una montaña rusa

El presidente de EEUU llega al ecuador de su legislatura embarrado en la polémica de los documentos secretos cuando había remontado en las 'midterms'.

El presidente de EEUU, Joe Biden escucha al primer ministro de Japón, Fumio Kishida, el pasado 13 de enero, en la Casa Blanca.LAPRESSE

Joe Biden ha cumplido este viernes dos años como presidente de Estados Unidos. Está ya en el ecuador de su mandato, con las elecciones de 2024 a la vista, esas a las que aún no se sabe si se presentará. Se suponía que el primer bienio sería el fácil, con la Cámara de Representantes y el Senado mayoritariamente azules (el color de los demócratas), pero más que una legislatura, esto ha parecido una montaña rusa. ¿Se pueden tener más altibajos en tan poco tiempo? 

Hoy, el líder de la primera potencia mundial, el que parecía haber revivido tras las elecciones de mitad de mandato del pasado noviembre, se encuentra embarrado en la polémica de los viejos documentos oficiales encontrados irregularmente en su casa y su despacho privado, lo que para sus mayores detractores lo pone a la altura de Donald Trump, pese a que los datos económicos vayan mejorando. La coyuntura es difícil. 

Una carrera de obstáculos

Biden, en el discurso de toma de posesión que pronunció en Washington en enero de 2021, dejó claro que su prioridad era abordar la crisis del coronavirus, tras la nefasta y negacionista gestión de Trump, y hacer que el país levantara cabeza en lo sanitario y lo económico. Aceleró la vacunación e inyectó medidas de estímulo que dieron resultado, arrinconando la pandemia. Su popularidad, en un país tremendamente polarizado, como habían mostrado las últimas presidenciales, llegó a rozar el 60% durante unas semanas. Pero llegó agosto y se produjo la toma de Kabul por parte de los talibanes y la salida vergonzosa de las tropas estadounidenses y sus aliados de Afganistán, un desastre en política internacional que le granjeó importantes críticas

El demócrata intentaba mientras empezar a redactar algunas de sus leyes más ansiadas, aún entre denuncias de fraude electoral de los republicanos y con algunos problemas de consenso en el seno de su propia formación, cuando Rusia invadió ucrania hace un año e hizo estallar todas las previsiones mundiales, también las estadounidenses. El presidente de la mayor potencia militar del mundo, cabeza de facto de la OTAN, el archienemigo de Rusia, se topó con una guerra que, hay que recocerlo, era casi el único país que la veía venir, junto a Reino Unido. 

Biden tuvo que echarse a la espalda, como líder del mundo libre que se supone que es, la respuesta de la Alianza Atlántica y del G-7, la protección del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, y la supervisión de los contactos iniciales para dialogar, que quedaron en nada. Su voz ha sido esencial en lo que fue llegando, como las sanciones internacionales, la ayuda económica y militar a Kiev o los nuevos flujos de gas hacia el este, por más que en esta ocasión haya tenido a su lado también a la Unión Europea como contraparte potente, activa y unida, muy a tener en cuenta. 

Como consecuencia de la invasión, que se añadió a los coletazos de la pandemia y a la crisis de suministros que ya se sufría por la tormenta perfecta de la recuperación, la inflación se disparó en el planeta, superando los dos dígitos en no pocos países occidentales. En EEUU ha llegado al tope del 9,1%, récord en 40 años, con los alimentos y la gasolina por las nubes, lo que generó un enorme descontento social; los ciudadanos perdían poder adquisitivo a chorros y la popularidad del presidente no pasaba del 30%. La Reserva Federal ha tenido que ir aplicando subidas a los tipos de interés desde marzo de 2022, con lo que ha logrado una bajada sensible de la inflación. 

A Biden se le acumulaban los frentes: los analistas auguraban una recesión inminente en EEUU, sus leyes se encontraban con problemas para pasar el filtro de los senadores y congresistas (incluso las más urgentes, las de gasto social) y se llevaba reveses judiciales como la derogación del derecho al aborto por parte del Tribunal Supremo. El verano pasado fue duro pero, de nuevo, el vagón de la montaña rusa subió al desatascar un paquete legislativo que lo ha puesto entre los presidentes más dinámicos a la hora de sacar normas y con los primeros frutos visibles de lo aprobado en sus primeros meses.

Hablamos del Plan de Rescate Estadounidense, un amplio paquete de 1,9 billones de dólares, una de las leyes más importantes en décadas destinada a impulsar la recuperación económica provocada por el covid-19, que incluyó ayudas de estímulo de 1.400 dólares por persona para aproximadamente el 90% de los hogares; la Ley de Inversión en Infraestructuras y Empleos, que inyectó 1,2 billones de dólares para levantar infraestructura “dura” tradicional, como la llamó el presidente, con 550.000 millones en nuevas inversiones federales para carreteras, puentes, redes de transporte público, ferrocarriles, aeropuertos, puertos y vías fluviales por todo el país, más 65.000 millones para mejorar la infraestructura de banda ancha y al menos 25.000 a la red eléctrica y los sistemas de agua, y otros 7.500 millones se destinarán a establecer una red nacional de cargadores de vehículos eléctricos; o la Ley de Reducción de la Inflación, un “hito”, como la llaman sus compañeros de partido, con 400.000 millones de dólares en nuevas inversiones, casi todas centradas en dar un impulso a la industria de la energía verde y reducir las emisiones y que supondrá la mayor inversión pública contra la crisis climática en la historia del país, que reducirá en un 40 % las emisiones contaminantes del país de aquí a 2030, respecto a los niveles de 2005.

También sacó adelante la ley para impulsar el desarrollo y la producción de semiconductores o Ley Chip, que contemplan una inversión total de 280.000 millones de dólares para recuperar la competitividad internacional en el sector. 52.700 de esos millones están dirigidos a fomentar la construcción y ampliación de fábricas nacionales de semiconductores con subsidios y créditos adicionales; o la norma que que mejora la cobertura sanitaria de los veteranos de guerra de EEUU, de una enorme importancia sentimental para él porque su fallecido hijo Beau sirvió en Irak y se vio muy apurado para poder pagar las facturas del cáncer. 

Todo eso, más medidas de menor calado pero gran simbolismo como la Ley del Día de la Independencia Nacional Juneteenth, que establece el 19 de junio como festivo nacional para conmemorar el fin de la esclavitud en el país, impulsaron su aprecio entre la población. Las normas salían, la economía era mala, pero iba mejorando lentamente, y había derechos que peligraban, especialmente para las mujeres. Todo eso sumó para que las previsiones fallaran y los demócratas salieran con bien de las elecciones de mitad de mandato del pasado noviembre, que se habían planteado, como suele, como un refrendo sobre el presidente. Siempre acaban perdiendo los que están en la Casa Blanca en el momento de votar, pero Biden logró los mejores resultados en décadas: perdió la Cámara de Representantes, pero por poco, con los elegidos por Trump fallando ridículamente, y conservó el Senado, sin problemas. 

En el plano exterior el mandato de Biden se ha caracterizado por la vuelta a los aliados tradicionales de EEUU, de la UE a la ONU, después del aislamiento de Trump. Ya no ha habido más comentarios elogiosos a Rusia o China. El gran reto ha sido apoyar a Ucrania frente a la invasión rusa, sin que soldados estadounidenses pisen el suelo ucraniano para no desencadenar una guerra mundial. A base de dinero, ya inyectado a Kiev unos 68.000 millones de dólares. 

También ha mejorado las relaciones con China. En estos dos años, ha sido un hito la espinosa visita a Taiwán de su compañera Nancy Pelosi, la exjefa de la Cámara de Representantes, generando muchas amenazas cruzadas, pero Biden acabó el año reuniéndose en Bali, en el G-20, con el presidente chino Xi Jinping, pidiendo franqueza y diálogo para evitar choques y pactando el impulso de ciertas medidas de preocupación común, como las referidas al cambio climático. 

El último tropiezo

La tasa de paro ha bajado al 3,5%, igualando el mínimo del último medio siglo, según el dato de diciembre pasado. Con él, EEUU ha encadenado 24 meses consecutivos de creación de empleo, que coinciden con el tiempo que lleva Biden como presidente. La inflación actual es del 6,5%, aún alta, pero bajando no menos de seis décimas cada mes. Y en plenas navidades, el mandatario firmó una Ley de Gasto Público, por valor de 1,7 billones de dólares. Sonreía en su descanso, en las Islas Vírgenes. 

Sabía que la amenaza de recesión global sigue ahí y también que los republicanos, al mando de la Cámara de Representantes, le pueden poner complicadas las mayorías para legislar, pero a eso se han enfrentado casi todos los presidentes. Y, en mitad de eso, llega el nuevo escándalo: los abogados de Biden encuentran documentos secretos de su etapa como vicepresidente de Barack Obama negligentemente conservados en su despacho particular del Centro Penn Biden para la Diplomacia y el Compromiso Global en Washington. Luego, se encontrarán dos tandas más en la casa familiar de Biden en Delaware. 

Obviamente, los republicanos han cargado contra él porque sostienen que no se le está tratando igual que al expresidente Trump, a quien encontraron más de 300 documentos clasificados en su mansión de Florida. Una munición de primera, por más que los propios letrados de Biden avisaran a las autoridades y mandaran los documentos al Archivo Nacional de EEUU, por más que no parezcan muy comprometedores -entre ellos, no obstante, había memorandos de inteligencia de Estados Unidos y materiales informativos sobre Ucrania, Irán o Reino Unido, dice la CNN-, y por más que el presidente haya mostrado su disposición a colaborar con la investigación del fiscal especial que ha tomado las riendas del caso

Su equipo asume que dejó los papeles donde no debía, pero tampoco está siendo claro en las informaciones y esas lagunas están dando para muchos titulares, que no favorecen nada al demócrata. La prensa hasta acusa a su portavoz de "mentir" por no informar de nuevos hallazgos. El fiscal ha avisado de que no le temblará el pulso para investigar hasta el final. Le esperan buenos quebraderos de cabeza con eso.

Lo que viene

Los dos años que le quedan por delante de mandato a Biden estarán marcados por el devenir de este escándalo, la oposición de los republicanos y la guerra de Ucrania. Sobre lo primero, nadie sabe. Sobre lo segundo, se espera pelea a cara de perro, pero aún así el presidente aspira a encontrar consenso para algunas grandes normas, que aspira a que sean bipartidistas, de estado: los permisos pagados para todos los trabajadores, le educación preescolar universal y la gratuidad real de las universidades públicas. 

"Eso sería demasiado bueno", reconoce un asesor demócrata al New York Times. Porque lo que se augura por parte de la oposición es lo anunciado por Trump, una persecución en toda regla, como informa EFE: propuestas sobre la "frontera sur abierta", sobre energía no tan limpia, "adoctrinamiento progre en los colegios" y comisiones para investigar al presidente, echando mano de su hijo, Hunter, a quien se quiere investigar por cargos fiscales y de armas. Sobre eso planea la limitación del gasto público -uno de los caballos de batalla del actual presidente- y la batalla de la inflación -por más que se vaya aminorando-.

En lo económico, el reto es mantener las mejoras y evitar la recesión. Kristalina Georgieva, la gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), ha dicho: "EEUU es el país más resistente. Puede evitar la recesión". Un buen augurio. Se espera que se ralentice el crecimiento, que mejore el empleo y que las consecuencias de la guerra se puedan ir acatando. Biden tiene la obligación de vender bien esos logros -el famoso relato- y de extremar los logros de lo ya aprobado. Y tiene el reto de distribuir y fiscalizar ahora muy bien todo el dinero que ha puesto en circulación, porque si lo hace con éxito beneficiará a los ciudadanos, callará las bocas republicanas y podrá sacar rédito político. 

En inmigración, sus políticas para los dreamers siguen pendientes, aunque ha planteado una ley para permitir el acceso a la ciudadanía de los miles de indocumentados, conocidos como "soñadores", que llegaron al país de niños y han podido frenar su deportación gracias al programa DACA. Los migrantes son espinosos y se ha movido poco, dejando la materia en su vicepresidenta Kamala Harris, sin mucho éxito. Acaba de prorrogar el Título 42 de Trump, que contempla devoluciones en caliente, aunque acaba de pactar con México (le ha costado dos años ir de visita) la entrada mensual de 30.000 personas siempre que lo hagan en avión y con el patrocinio de alguien ya en suelo norteamericano. Lo cierto es que nunca ha habido tantos migrantes tratando de mejorar su vida en EEUU, con 2,15 millones de personas sin papeles detenidas en 2022, cuando el año previo fueron 1,7. A los republicanos les gotea el colmillo con esos datos. 

En política exterior, todo es una incógnita. ¿Qué hará Putin? ¿Irá la guerra a más o cederá? ¿Hasta dónde llegará Occidente ayudando a Ucrania? ¿Y China? ¿Qué amenaza supone este año en la seguridad del Indo-Pacífico o en el comercio mundial? De todo eso, también, depende cómo le vaya a Biden. 

Y, al fin, está su propia decisión: sus allegados dicen que se quiere presentar a la reelección en 2024, pero tiene 80 años y nadie sabe qué pasará. Sus despistes y salidas del tiesto se multiplican pero él dice sentirse fuerte y lúcido. Quiere plantar batalla a Trump, que sí ha garantizado que aspira a ser el candidato republicano a la Casa Blanca, si otros como Ron DeSantis no se lo impiden. Muchos factores por cerrar: su es él o no es él, si es contra Trump o contra otro, si llega bien de salud, cómo lo ven los votantes con lo que pase en estos meses, cómo evoluciona el mundo. 

Quedan dos años de apasionante presidencia de Biden por delante.