El ángel caído a la espera de un milagro: un Sarkozy enfermo de poder y lujo entrará hoy en prisión
El que fuera presidente de Francia cambiará su mansión por una celda de nueve metros, y eso que es el privilegio de los que necesitan cuidados. Es la etapa final del hundimiento de una de las carreras más impetuosas de la política europea reciente.

Nicolas Sarkozy pasará este martes de la libertad y el lujo al encierro y la penuria. Todo por obra y gracia de la justicia, que ha condenado al expresidente de Francia a cinco años de prisión por corrupto: es culpable de un delito de asociación de malhechores durante la campaña electoral de 2007, al demostrarse que fue financiada con dinero libio. También tendrá que pagar 100.000 euros por ello.
El conservador -elitista, narcisista, egocéntrico y, un día, estrella fulgurante de la derecha europea- abandonará su palacete parisino del siglo XIX, a la vera del Sena, de 3.000 metros cuadrados y que un día habitaron Honoré de Balzac y Alain Delon, por una celda en la también parisina prisión de La Santé. Estará en una de las 15 habitaciones de nueve metros cuadrados de la unidad de aislamiento, una medida que se toma por su edad (70 años) y su notoriedad. Su tranquilidad es lo que se busca y por eso, de momento, estará separado del resto de los presos (unos 1.200, cerca de 300 más de los recomendados para evitar el hacinamiento). "Si quieren que duerma en la cárcel, dormiré en la cárcel, pero con la cabeza bien alta", se defendió tras conocer su pena, junto a su esposa, la modelo y cantante Carla Bruni.
Está previsto que sus hijos mayores convoquen una concentración a las puertas de la vivienda en señal de apoyo, antes del traslado, con el lema "no tengo miedo", que es el que el exmandatario repite. Su derecho al pataleo no le ha servido hasta ahora: es habitual en Francia que las penas de prisión no se ejecuten de inmediato si hay recurso, como ha anunciado Sarkozy que habrá, pero la "extrema gravedad de los hechos" ha llevado al juez a no suspender su entrada en prisión.
Una vez dentro, sus abogados pueden reclamar de nuevo su libertad y ha de tener respuesta en dos meses, antes de Navidad. Si se la conceden, podría asistir en libertad a la apelación de su caso, que debe celebrarse en marzo. Él se llama a sí mismo, a la espera de ese proceso, "presunto inocente". Se espera que en las primeras horas reciba la visita de su antiguo colaborador y hoy ministro de Justicia, Gérald Darmanin, que ha reconocido que siente "mucha pena" por el condenado.

De exilios y complejos
Nicolas Paul Stéphane Sarközy de Nagy-Bocsa (París, 28 de enero de 1955) es un aristócrata sin título de origen húngaro cuya familia recaló en Francia en el vendaval de la Segunda Guerra Mundial. Su padre, Pál István Ernő Sárközy de Nagy-Bocsa -que luego afrancesó el apellido para no desentonar-, escapó de su país en 1944 ante el avance de las tropas soviéticas. Cuando quiso volver a sus tierras en la zona de Alattyan, no le quedaba nada así que, por temor a represalias comunistas, se fue dando tumbos por Austria y Alemania, hasta asentarse en Francia. Se enroló en la Legión Extranjera y lo mandaron a Argelia. Allí conoció a la hija de un urólogo de prestigio y con ella se casó, ya de vuelta todos en París.
El progenitor de Sarko, como popularmente se conoce al exprimer ministro galo, quiso hacer carrera en el Ejército, pero enfermó y lo acabaron desmovilizando. Mientras tanto, había formado una familia y tenido tres hijos, todos varones, de los que el político es el mediano. Sus dos hermanos se han dedicado a la gerencia de empresas y a la medicina, poco que ver con él. Nada en el hogar recordaba su pasado: el padre se negó a que sus retoños aprendieran húngaro o las costumbres y tradiciones de su país. Sin mirar atrás.
Sarkozy ha confesado en multitud de entrevistas que el hecho de que sus padres se separasen cuando él tenía cuatro años y que Pál los abandonase fue para él un hecho fundacional, la catástrofe que definió para siempre su vida. "Lo que me hizo ser lo que soy ahora es la suma de todas las humillaciones sufridas en la infancia", expone. Lejos de verse en la indigencia, seguía en casa de un abuelo bien asentado y su madre, que había dejado los estudios de Derecho por ser ama de casa, volvió a estudiar y se puso a trabajar de inmediato. No estaba descamisado, por mucho que su padre apenas les pasara dinero y se hubiera casado de nuevo, pero sí, dice, le costaba encajar que no era tan rico como sus vecinos y compañeros de colegio.
Empezó a formarse en un colegio público, de hecho, para pasar luego a un liceo privado en el que era el señalado: el de padre escandaloso, cuenta corriente más baja y estatura recortada, también. No era la suya una situación de penuria, viviendo en Neuilly-sur-Seine, una de las comunas más pijas de París, pero aún así le generó inseguridades y complejos que duran hasta hoy, con la figura del padre ausente. Ante ese agujero, su abuelo fue su referencia: un judío sefardita de Salónica, converso al catolicismo, muy aferrado, que bautizó a sus nietos y los hizo practicantes. Hoy, Sarkozy dice que Juan Pablo II es su modelo de vida. También Charles de Gaulle, el expresidente de la república, el ideólogo de cabecera de su abuelo y, con el tiempo, el suyo propio.
El nuevo recluso de La Santé era un estudiante del montón, que incluso tuvo que repetir Sexto. Ya rozando los 23 años, se le encuentra matriculado en Derecho en la Universidad de Nanterre, no especialmente elitista. ¿No empezó un poco tarde la carrera? ¿Qué hizo durante esos años intermedios? Poco habla Sarkozy de su juventud y eso alienta teorías de todo tipo, como la de que es un cisne negro, o sea, alguien inesperado a quien se han formado y maleado para ocupar un alto cargo.
El pasado julio, el programa de Radio 5 Código Crystal explicaba que el antiguo mandatario pudo pasar unas temporadas en Estados Unidos, formándose en la Kennedy University y haciendo cursos de la Secretaría de Estado norteamericana. A Estados Unidos se lo habría llevado la segunda esposa de su padre, Christine, quien, tras la muerte del primer Sarkozy, también se había vuelto a casar con un alto mando de la Inteligencia de EEUU. Las fuentes consultadas en el espacio, especializado en espionaje, indican que, en paralelo, la madre de Sarko estaba trabajando (o incluso algo más) con un alto cargo de un servicio paralelo de espionaje creado en Francia por De Gaulle. Se estaba forjando un rey, poco a poco.

Ambicioso y ansioso: los primeros pasos
Tenemos a Sarkozy de vuelta en Francia, en la universidad, donde tampoco destacó por ser un fuera de serie. Sin embargo, se incorporó a la vida del campus con un compromiso político firme con el conservadurismo. Quienes lo recuerdan de entonces lo veían "ambicioso" y "ansioso". "Soy gaullista y revolucionario, pero no a la manera de esos que son profesionales de la manifestación", decía de sí mismo, ridiculizando el Mayo del 68. En 1974, el año de su estreno como universitario, ya se afilia a la Unión de Demócratas por la República, el partido gaullista que gobernaba desde 1958. Luego se haría con la presidencia de sus Juventudes, pero ya estaría, incluso, con el primero de sus cargos públicos, el de edil en su comuna Neuilly-sur-Seine, sin tener ni los 25. Casualidad: el alcalde era Achile Peretti, para quien había trabajado su madre.
Peretti, un político francés especialmente destacado en la formación de derechas, empezó a verse salpicado por algunos escándalos de corrupción, mientras su pupilo acababa la carrera, hacía el servicio militar y empezaba a trabajar en un bufete inmobiliario. También cursó estudios en el Instituto de Estudios Políticos de París -comúnmente conocido como Sciences Po-, donde investigó las políticas de De Gaulle. Le falta algún título porque no pudo acreditar un buen nivel de inglés.
Hasta que un día sufrió un infarto y no hubo más. Sarkozy había estado preparándose a su sombra y así fue como ascendió a regidor. Estuvo en el cargo de 1983 a 2002 y empezaron a acordarse de él para ciertos encargos: por ejemplo, en el año 87, cuando Europa aún estaba sacudida por el accidente de Chernóbil, lo nombraron en paralelo a sus cargos municipales como responsable de misión y consejero en materia de prevención de riesgos radiactivos.
Su salto al estrellato se fija en el 13 de mayo de 1993, cuando se convirtió en un héroe nacional al entrar en una guardería en la que un secuestrador tenía retenidos a diez niños y a una maestra, a los que sólo soltaría por 15 millones de euros. Ante la falta de avances de la negociación, se metió dentro y acabó saliendo con uno de los alumnos en brazos. Su popularidad se disparó. Era ministro del Interior Charles Pasqua, desde entonces, uno de sus mentores en el partido, por el que llevaba siendo además diputado desde 1988.

Señor ministro, señor presidente
Nicolas se movía bien en las entretelas del partido, cambiante como era en ese momento la derecha gala, y también se daba a conocer cada vez más. Supo jugar bien sus cartas y arrimarse a los soles que mejor calentaban en cada momento, pese a que eso supusiera romper lealtades, como la que tenía con el expresidente Jacques Chirac, su valedor máximo junto a Pasqua. Y es que Sarkozy intentó incluso ser candidato a la presidencia, jugando el papel de enfant terrible y renovador máximo que pretendía. Corría el año 1995 y lo que logró fue fracturar el voto oficialista, una "traición" que Chirac no le perdonó. Pese a ello, lo seguía considerando para el futuro, por su "gran capacidad de trabajo", "sentido táctico" e "insaciable apetito de acción", expone el Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB).
Sarkozy fue metiendo codo y ganando peso en su formación a base, entre otras cosas, se acercarse a los liberales, que estaban un poco abandonados en un país donde sólo había bipartidismo: o derecha clásica o socialismo de siempre como opciones para El Elíseo. Así fue ampliando su base y lo buscaron sus correligionarios. El año 2002 fue clave para ese apuntalamiento. El salto a París estaba dado: fue ministro del Presupuesto de Francia, luego de Economía, Finanzas e Industria y, más tarde, de Interior y Ordenación del Territorio, con responsabilidades en la portavocía del Gobierno.
Especialmente llamativa fue su labor al frente del Ministerio del Interior, desde el cual lidió con la revuelta de los suburbios parisinos, violento episodio que traumatizó a la sociedad francesa. "Su "tolerancia cero" con los disturbios juveniles y la delincuencia urbana proporcionó a Sarkozy una formidable base proselitista que le permitió anular las posibilidades sucesorias de su adversario en la UMP, el primer ministro y ex ministro de Exteriores Dominique de Villepin, quien era el favorito de Chirac y que luego fue llevado a juicio acusado de complicidad en una burda trama, el caso Clearstream, para desacreditar a su archirrival arrojando sobre él la sombra de la corrupción", explica el CIDOB.
La plataforma presidencial de Sarkozy en 2007, valorada por él mismo como "radical", "rupturista" y "revolucionaria", apelaba a "reinventar la República" con la mudanza de toda una serie de principios y hábitos sostenidos por los sucesivos inquilinos del Elíseo al margen de su adscripción ideológica. La socialista Ségolène Royal no tuvo nada que hacer con él: se llevó el 53% de los votos y empezó su legislatura de cinco años. La única, porque él mismo se encargó de dinamitar su futuro.
Escándalo sobre escándalo
Su mandato estuvo marcado por la ilusión del inicio, de un líder joven que estaba reorganizando la derecha, tratando de cubrir sus calvas, que prometía ser "transparente" e "irreprochable", pero que, una vez al mando, hizo lo contrario de lo que prometió. Es verdad que impulsó una reforma de las pensiones, liberalizó sectores de la economía e intentó flexibilizar el mercado laboral, que le tocaron tiempos terribles por la crisis económica de 2008-2012 y fue uno de los líderes europeos que tuvo que fajarse más por lograr soluciones globales, que se enfrentó también a la difícil decisión de intervenir en Libia en 2011, cuando Muamar el Gadafi era precisamente su amigo (y a la pena que lo lleva a la cárcel nos remitimos), perp también es verdad que se vio en la cresta de la ola y pensó que podía tenerlo todo, ese tren de vida que entendía que el destino le había robado y ahora se quería cobrar.
Sarko empezó a ser llamado el "presidente Bling Bling" porque todo era lujo a su alrededor. Al año de llegar al cargo, solicitó una reforma del avión presidencial, el ahora conocido como Air Sarko One, por valor de más de 200 millones de euros, el doble de lo estipulado inicialmente. Gastó 900.000 euros sólo en poner un horno de pan y en persianas eléctricas. Además, no remozó cualquier avión, sino un Airbus A330 tan grande que no podía aterrizar en algunos aeropuertos de ciudades francesas donde pretendía tener actos. O sea, caro y poco servible. Los franceses no entendían que tuviera 121 coches aparcados en El Elíseo para su gusto o que invitase a personalidades a vinos de coste millonario.
Un diputado socialista (opositor, por tanto), René Dosière, desveló en un libro que se gastaban sus vuelos costaban al contribuyente 800 euros por minuto o que Sarkozy empleaba más de 66 millones de euros al año en pagar a los mil empleados extra de su confianza que añadió al servicio (algunos sin papeles, como se supo con escándalo más tarde). Gastaba 10.000 al día en comida y bebida, 200.000 al año en flores, 1.000 al día en prensa de todo tipo. Que era un bon vivant lo dejó claro desde la primera noche de la victoria: conocidos los resultados de las elecciones, los festejó con una cena y una noche en un hotel lujoso y se fue a un crucero en yate por el mar Mediterráneo, regalo de un empresario. No lo vio extraño o censurable, sino de aplaudir, porque no lo habían pagado los franceses, dijo.
Altanero, no admitía críticas y llegaba a llamar "imbécil" a una periodista si no le gustaban sus preguntas, o llamaba "chusma" a un jornalero durante una feria agrícola. A otro lo llamó "idiota". Que fueran votantes suyos no le importaba, porque él se vanagloriaba de que lo había votado gente poco culta, más por su estampa y promesas que por la ideología o el conocimiento.
Hubo una fuerte polémica nacional en torno al acceso de su hijo, Jean Sarkozy -ahora hablaremos de su vida sentimental...- de 23 años y estudiante de tercero de Derecho, a la presidencia de la EPAD (organismo público que regula y ordena el barrio de los negocios de La Défense, cerca de París). Las acusaciones de nepotismo fueron inmediatas. No está bonito esconderse en el bolsillo un reloj Patek Philippe de 48.000 euros al darle la mano a un paisano por miedo a que te lo robe y, a la vez, estar dándole un salario público alto a tu hijo veinteañero. O pagando con dinero público 15.000 euros un Falcon para traerse a su otro hijo, Pierre, al que entró una gastroenteritis estando en Ucrania en 2012, un avión medicalizado hasta el techo.
Lo verdaderamente escandaloso es cómo pronto comenzaron los choques con la justicia: en octubre de 2019, la justicia anunció que Sarkozy sería juzgado por excederse de los 22,5 millones de euros permitidos para una campaña electoral en su contienda de 2012. El 30 de septiembre de 2021 fue condenado a un año de cárcel por ser considerados estos hechos como financiación ilegal de partidos, aunque con la posibilidad de cumplir la pena en su domicilio bajo control telemático y evitar así el ingreso en prisión. El 18 de diciembre de 2024, el Tribunal de Casación rechazó el recurso de casación de Sarkozy y de los coacusados, haciendo así firme la condena.
El 1 de marzo de 2021 fue condenado a tres años de prisión por el delito de tráfico de influencias y corrupción. Según la sentencia, que se basó en una escucha telefónica de 2014, Sarkozy planeó junto a su abogado Thierry Herzog sobornar al juez Gilbert Azibert para que les entregara información sobre una investigación penal ya cerrada que se desarrollaba en su contra. Luego dice, después de que el mundo entero lo escuchase quejándose de los jueces, que le tienen ojeriza.
Llegamos al 25 de septiembre de 2025 pasado, cuando fue condenado a cinco años de prisión y 100.000 euros de multa por un delito de asociación ilícita por haber financiado su campaña presidencial de 2007 con dinero del régimen libio de Muamar el Gadafi. La sentencia implica el encarcelamiento incluso en caso de producirse una apelación, por lo que será la primera vez que un presidente francés entra en prisión.

Estrella política a estrella rosa
Todos los desatinos y delitos del exmandatario fueron sumando hasta hacer que, en 2012, su reelección fue imposible. Había dilapidado toda la confianza de los ciudadanos y de su propio partido. Europa, la economía y el eterno debate sobre la inmigración dominaron la campaña de Sarkozy para la reelección, siempre cuesta arriba. Las advertencias de que con François Hollande, el candidato socialista, Francia podría "acabar como Grecia o España", no impidieron su derrota. Sarkozy incluso empleó un tono más agresivo y cortejó abiertamente a los votantes de la ultraderecha con mensajes, rayanos en la xenofobia, contrarios a la afluencia de extranjeros e inmigrantes, pero en vano. Hasta el punto de que medios como Newsweek lo pusieron en portada denunciándolo como uno de los responsables del ascenso del populismo en Europa. De ahí, hasta ahora.
Sarko dejó el Elíseo muy cambiado tras cinco años. También en lo personal, porque una biografía al uso de un político puede obviar sus relaciones personales, pero es que él no fue un mandatario al uso. En septiembre de 1982, Sarkozy celebró sus primeros esponsales con Marie-Dominique Culioli, hija de un farmacéutico corso, con la que iba a tener dos hijos varones, Pierre, en 1985, y Jean, en 1987. A la boda fue invitado el padrino político del novio, Pasqua, quien hizo de testigo.
Tras unos años de convivencia, el matrimonio se fue al traste después de iniciar él un idilio con Cécilia Ciganer-Albéniz, hija de un exiliado judío moldavo y biznieta por parte de su madre española del compositor catalán Isaac Albéniz. Ciganer había trabajado ocasionalmente de modelo y relaciones públicas antes de asomarse a la política como ayudante del senador izquierdista René Touzet.
La relación sentimental entre Nicolas y Cécilia fue borrascosa desde el inicio: se conocieron el día de agosto de 1984 en que él, con la potestad que le confería su condición de edil, ofició en el Ayuntamiento de Neuilly la boda civil de ella con el famoso presentador televisivo Jacques Martin. Ciganer tuvo dos hijas con Martin, pero en 1989 se separó de él para irse a vivir con Sarkozy. Tras conseguir, con no pocas dificultades, sus respectivos divorcios, la pareja se casó en octubre de 1996. De esta relación conyugal nació un niño, Louis, en 1997. Durante los años en que el político fue ministro y en sus primeros tiempos como presidente, los comentarios sobre una separación de la pareja por infidelidades cruzadas (más de él que de ella) fueron la comidilla de la prensa rosa francesa. El divorció llegó en el mismo año de su ascenso a la presidencia.
Al año siguiente, Sarkozy contrajo terceras nupcias con la cantante y exmodelo Carla Bruni, que 2011 alumbraría a su hija más pequeña, Giulia). Fue todo volado: las citas, las fotos, el amor en público, la boda. Se casaron en secreto a los 80 días de conocerse, dicen los tabloides británicos, porque el presidente tenía que hacer una visita oficial a Reino Unido y la entonces reina, Isabel II, no iba a dejarlos dormir en la misma cama en el Palacio de Windsor si no eran realmente marido y mujer. Aquella historia hizo temer que todo fuera un romance pasajero, voraz, pero hoy son una pareja sólida y ella sigue a su lado, como se la vio el día que se leyó su última condena, y hasta le dedica canciones en sus redes sociales.
En la nueva era Bruni, Sarkozy se recostó más aún en brazos del lujo, comenzó a vestir ropa de diseñadores, a lucir un bronceado perpetuo y unos collares de oro poco habituales en un político europeo. Hasta empezó a ponerse alzas en los zapatos (made in Sevilla), para superar los 13 centímetros de altura que separan a esposo y a esposa. A ella le da lo mismo y lo llama "mi pequeño chou chou".
Sarko se fue con una popularidad por los suelos, del 20%, así que no ha podido ser de nuevo una estrella de la política, por más que haya intentado, como poco, recuperar el liderazgo de su formación y ha seguido participando en eventos de los conservadores europeos (empezando por el PP español: "Queremos tomar los buenos ejemplos de su gestión", decía Pablo Casado).
Sólo ha seguido saliendo en las revistas, con Carla arriba y abajo, con su hija adolescente. Hasta este martes se hacía 60 kilómetros "al día" en bicicleta ("soy un escalador"), salía a correr y acudía los domingos de partido en casa a ver al PSG, que también ha intentado presidir, sin éxito. Sigue coleccionando libros antiguos y sellos. Y sentencias. Y condenas. Se ha convertido en un paria y ahora le llega su mayor humillación.
