Jamenei, el líder supremo sin méritos para serlo que ha redoblado su poder a base de represión
El hombre fuerte de Irán, en lo político y lo religioso, sobrevive al ataque de Israel y EEUU pero debilitado. Ha caído su cúpula militar y su programa nuclear ha sido dañado. A sus 86 años, no hay sucesor claro y crece el riesgo de protestas internas.

Ali Jamenei ha sobrevivido, literal y metafóricamente, pero no ha salido indemne del ataque doble de Israel y Estados Unidos en la llamada Guerra de los 12 Días. El líder supremo de Irán ha estado y sigue estando escondido por seguridad, lanzando ocasionales amenazas de "daños irreparables" contra sus adversarios, esperando a ver si Benjamin Netanyahu o Donald Trump iban directamente a matarlo. "Sabemos exactamente dónde se esconde (...), es un blanco fácil", se pavoneó el presidente norteamericano. Su eliminación "no va a escalar el conflicto, va a poner fin al conflicto", añadía el primer ministro israelí.
El hombre que concentra todo el poder religioso y político de la República Islámica está ahora, cuando el alto el fuego se mantiene, en el punto de mira. Lo primero que había que aclarar era algo básico: si seguía con vida, porque las especulaciones se dispararon por su silencio, demasiados días, hasta el jueves. Se supone que ha permanecido en un búnker secreto, sin usar comunicaciones electrónicas por miedo a un atentado, con protocolos de seguridad extremos y contacto limitado con el exterior. No hay seguridad de que, incluso con el alto el fuego, no lo quieran asesinar.
Hasta tal punto intranquilizó su falta que en la televisión pública se vio una escena insólita, relatada por el New York Times: un presentador que pregunta a un funcionario por el ayatolá, porque "la gente está muy preocupada". Literalmente. "¿Puede decirnos cómo está?", preguntó, sin rodeos. El empleado del Gobierno eludió la respuesta directa. Sólo garantizó que los responsables de cuidar a Jamenei estaban "haciendo bien su trabajo". Al fin apareció en un mensaje a la nación en el que garantizaba que EEUU no ha dañado su instalaciones nucleares y, en cambio, se ha llevado "una dura bofetada". Israel, por su parte, ha quedado "aplastado". Las cosas del relato.
La pregunta de fondo, sabiendo a Jamenei vivo, es cómo va a responder a la andanada de sus rivales. ¿Desde la prudencia o la radicalidad, la inacción o la acción? Puede intentar recuperar sus trabajos atómicos, que apenas han sido retrasados unos meses por las bombas, según los primeros informes de Inteligencia de EEUU, que luego se ha desdicho y ha hablado de daños "graves". La pregunta es si lo hará como hasta ahora o llevará las investigaciones bajo cuerda, para que nadie pueda conocer sus pasos. Ya este miércoles, el Parlamento iraní ha aprobado la suspensión de la cooperación con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) tras una votación por abrumadora mayoría, lo que añade opacidad. También pesa la amenaza de abandonar el Tratado de No Proliferación Nuclear.
Jamenei siempre ha enfatizado su animadversión por Tel Aviv y Washington, pero también ha buscado, en paralelo, el equilibrio entre la rivalidad ideológica y política y el pragmatismo para no acabar en una guerra global. La de estos días ha estado cerca, un choque directo como no se había visto en Oriente Medio desde que triunfó la Revolución Islámica en 1979. Por eso, se esperaba que en un intento de no escalar, si respondía a los ataques, incluso a los norteamericanos, lo haría dentro de unos límites. Así ha sido. Mensaje captado.
Es por eso que ahora mismo serían descartables otras acciones agresivas como ataques a bases o intereses de EEUU en la región, atentados a través de la Guardia Revolucionaria o actores amigos o el intento de bloqueo de estrecho de Ormuz, por el que pasa un cuarto del comercio marítimo mundial. Quiere preservar la supervivencia del régimen -además de la suya propia-, más que encender la llama de nuevo.
Al gran ayatolá se le abren las puertas de un posible diálogo, más bien, sobre ese programa nuclear que es la base de todo, pero está por ver quién da el primer paso en esa dirección y en qué términos lo plantea la Casa Blanca, esa que dice que "no está en guerra con Irán" pero que tampoco "va a dejar" que avance en sus experimentos. Igualmente, deberá estar muy pendiente del frente interno, de si los iraníes, una vez que respiren tras los ataques, se levantan contra el régimen, como lo hicieron en 2009 o 2022, en un intento de recuperar la libertad y la democracia. Visto el pasado, el primer gesto de Jamenei será echar mano de más represión.
Es un experto. En sus 35 años al frente del país, ha endurecido la persecución de la disidencia y ha ampliado el control de las instituciones, mientras en paralelo se hacía fuerte en Oriente Medio con su Eje de Resistencia y amedrentaba al mundo con sus avances nucleares -aunque siempre ha defendido que tienen un fin pacífico-, que han sido castigados con sanciones internacionales que tienen profundamente tocada la economía nacional. Jamenei controla el Gobierno, el Parlamento, la Guardia Revolucionaria. Es imposible que una decisión seria de Irán no pase por sus manos ni tenga su permiso, pese a sus 86 años y a la necesidad biológica de buscarle un relevo.
Y, sin embargo, no hay que descartar que su poder sea cuestionado por los halcones, los ayatolás del ala dura durísima, que interpreten que ha fracasado en esta crisis y ha llegado el momento del cambio para poder remontar la debacle. Cuando no tiene proxies como Hizbulá o el antiguo régimen sirio con capacidad de ayudar. Cuando hasta su propia agudeza está por debajo de la que requieren las nuevas guerras. Todo es una incógnita.

Mando con amaño
Alí Hoseiní Jamenei nació en Mashhad (Irán), en 1939. Fue el segundo hijo de un líder religioso local, Javad Jamenei, de etnia azerbaiyana, y de una mujer cuyo nombre nunca ha trascendido, de etnia persa. Creció en una situación de relativa pobreza, en un entorno extremadamente religioso. Aprendió a leer directamente con el Corán, antes de asistir a un seminario teológico en Mashhad. A los 18 años, viajó a Nayaf, en el centro de Irak, para estudiar jurisprudencia chiita, pero su padre lo reclamó de vuelta, limitando su formación. Aún así, fue alumno de los destacados ayatolás Hossein Borujerdi y Ruhollah Jomeini. Este último se convirtió en el primer líder supremo de la nueva república teocrática de Irán, tras expulsar a Mohammad Reza Pahleví, el último sha de Persia.
En las décadas de 1960 y 1970, Jamenei participó en protestas contra esa monarquía y se convirtió en un ferviente partidario de Jomeini, quien entonces vivía en el exilio. Se oponía a la "occidentalización" de Irán y a la pérdida de "valores religiosos", según se extrae de la prensa de la época. Por participar en las protestas contra el sha fue detenido en varias ocasiones por la policía secreta y el organismo de Inteligencia de entonces, la Organización de Seguridad Nacional e Información (Savak). No cedió y creó junto con otros clérigos la Asociación de Clérigos Combatientes, que se convirtió luego en el Partido de la República Islámica.
Pahlavi contaba con el respaldo de potencias occidentales como EEUU y el Reino Unido y en ese apoyo y el colonialismo pasado se explica el odio visceral de los dirigentes iraníes de hoy a Occidente, al que le suman a Israel, casa de los judíos. Tras una década de crecimiento económico en Irán, basado principalmente en los ingresos petroleros, que no se tradujo en una mejora en el nivel de vida de los iraníes comunes, una combinación de estudiantes, intelectuales y clérigos creó un apoyo conjunto para una revolución. Gente muy distinta, con el mismo objetivo, pero sobre la que se acabó imponiendo un grupo, el religioso.
Irán se convirtió entonces en la república islámica que es hoy, 46 años después. Jamenei, de inmediato, formó parte de la estructura del nuevo poder. Fue nombrado miembro del Consejo Revolucionario Islámico, creado para gestionar la revolución, y se desempeñó como viceministro de Defensa y dirigió las oraciones del viernes en Teherán, un cometido considerado de un gran prestigio.
El nuevo régimen adoptó una política exterior centrada en lo que llamaba la "arrogancia global", esto es, antioccidental y antiimperialista, que se mantiene hasta hoy. El actual líder supremo iraní comulgaba entonces con esa visión -estaba entre sus más acérrimos defensores- y lo sigue haciendo ahora.
En 1982, Jamenei fue elegido presidente con el 95% de los votos, tras la muerte del anterior presidente, Mohammad Ali Rajai, asesinado en un atentado con bomba en Teherán. Se convirtió así en el primer clérigo en comandar el país, en un momento en que la oposición armada golpeaba con fuerza. De hecho, el propio Jamenei había sido blanco de un intento de asesinato dos meses antes, con una explosión que le provocó graves heridas y parálisis en el brazo derecho, inutilizado desde entonces. La bomba estaba colocada en una grabadora, en una conferencia de prensa. En 1985 sobreviviría a otro ataque, el de una bomba suicida que detonó cerca. En ambos casos, la autoría se le atribuyó a la Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán, un grupo opositor.
Fueron años de gestión dura, coincidiendo con la guerra de Irán con el vecino Irak, liderada por Saddam Hussein, que duró de 1980 a 1988. La contienda comenzó tras una invasión de tropas iraquíes en territorio iraní y se saldó con cerca de un millón de muertos en ambos países. Fue un periodo muy significativo en la carrera del dirigente, porque . participó activamente en la gestión de la defensa como presidente del Consejo Supremo de Apoyo a la Guerra. Dicho consejo se formó para asegurar que el país estuviera lo más preparado posible y para tomar medidas para movilizar fuerzas y satisfacer las necesidades de la guerra en el frente de batalla. También comandó el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, rama de élite de las fuerzas armadas nacionales, desde 1981. Sin ella hoy nada se mueve en el país y rinde obediencia absoluta al que fue su jefe.
Al final de la guerra, Jamenei afirmó que Irán había obtenido una "victoria luminosa" y pudo lucir un liderazgo nuevo, pese a que nunca ha sido especialmente carismático. También se destacó por su adhesión inquebrantable a Jomenei, lo que le hizo ganar puntos en la cúspide de Irán.
El camino se le allanaba para seguir mandando, pero llegó a más de lo que se esperaba: Jamenei se convirtió en líder supremo en 1989 tras la muerte de Jomeini, tras sufrir cinco infartos en sólo diez días, cuando no era él el primer candidato al puesto. Tras dos buenas legislaturas, no fue más que el segundo plato, porque, en un principio, el líder supremo había señalado al ayatolá Hosein Alí Montazeri como sucesor, pero lo descartó muy poco antes de morir por las crecientes tensiones y desacuerdos.
La llegada de Jamenei estuvo empapada de polémica, porque se puso en tela de juicio la decisión de la Asamblea de Expertos -un organismo de 88 clérigos islámicos- que terminó escogiéndolo. ¿Por qué? Porque según la Constitución de Irán, sólo los ayatolás de más experiencia (los conocidos como marayi), podían optar al puesto. Jamenei no lo era. Así que fue necesario reformar la Constitución y bajar los requisitos indispensables. Bastaba con ser un experto en jurisprudencia islámica y a eso llegaba. Fue ascendido rápido a ayatolá y, al fin, designado como líder supremo. Hecha la ley, hecha la trampa.
Su gestión: mano dura
Al llegar, prometió gobernar con el mismo estilo y la misma política exterior que su predecesor, buscando aliados para contrarrestar el poder estadounidense en la región. La línea que mantiene hoy. Pero si hay algo que de veras ha caracterizado su gestión, odios externos aparte, ha sido su mano dura.
Los deberes designados para el rahbar (el líder supremo) están enumerados en el artículo 101 de la constitución y van desde determinar la dirección política del Ejecutivo (en consulta con un comité asesor pero manteniendo la última palabra) hasta comandar las fuerzas armadas, declarar la guerra, la paz y la movilización de las fuerzas armadas, e indultar o conmutar sentencias por recomendación del jefe del poder judicial. Ya es un poder absoluto, pero que Jamenei ha ampliado, reforzando los medios de control y añadiendo un vasallaje absoluto también en los medios de comunicación o de nuevas unidades, como la policía de la moral, que tanto daño ha hecho a las mujeres.
La base con la que actúa con esta impunidad es el convencimiento de que es lo que legítimamente puede y debe hacer un mando religioso. Esos argumentos le sirvieron para enfrentarse al expresidente Mahmoud Ahmadinejad, ambos peleando por una mayor cuota de poder e influencia, o con el reformista Mohamed Jatami, por la relativa apertura que quería introducir. Ninguno sigue, salvo Jamenei.
Irán es hoy un país que aplasta. En el último año, "las autoridades iraníes continuaron reprimiendo toda forma de disidencia pacífica y protesta política. La represión se dirigió contra defensoras de los derechos humanos, miembros de minorías étnicas y religiosas, y familiares de algunas de las personas arrestadas o asesinadas en las protestas antigubernamentales desde 2022. Además, se registró un aumento alarmante de las ejecuciones", denuncia en su informe anual Human Rights Watch. Un informe específico elaborado por esta organización internacional ha concluido que "las autoridades iraníes están cometiendo el crimen de lesa humanidad de persecución contra los bahais en Irán", que se han ampliado "las penas para las mujeres que violan los códigos de vestimenta discriminatorios del país", que "los juicios siguen siendo injustos y persiste la impunidad por graves abusos contra los derechos humanos".
Amnistía Internacional coincide en este dibujo punto por punto, y añade que "las desapariciones forzadas, y la tortura y otros malos tratos son generalizados y sistemáticos" y se aplican por rutina "castigos crueles e inhumanos, como la flagelación y la amputación".
El país ha pasado por dos grandes protestas en tiempos recientes que han evidenciado la fractura social, la lejanía de buena parte de la ciudadanía respecto de su mandatario y su corte. Las primeras fueron en 2009, la marcha verde contra los resultados electorales, y las segundas, en 2022, tras el asesinato de la joven Mahsa Amini por llevar mal puesto el velo. Hay quien piensa que los ataques de estas dos semanas podían provocar un nuevo levantamiento popular, pero eso está por ver. Ahora era el tiempo de protegerse de los bombardeos. Además, históricamente los ataques exteriores han servido para unir más que para separar, por el sentimiento de daño compartido. Pero la coyuntura es otra, porque nunca ha estado tan débil el líder supremo.

El relevo
La cuestión de quién podría llegar al poder después de Jamenei se lleva planteando mucho tiempo y cobró especial color durante el levantamiento popular de hace tres años. Cualquier transición llevará un tiempo considerable, especialmente si el objetivo era una forma de gobierno más democrática. Esa es la gran duda.
Escribe la periodista Ángela Rodicio en su libro El jardín del fin: Un viaje por el Irán de ayer y hoy (Debate, 2011): "Un líder relativamente fuerte puede conducir el país hacia el cambio gradual -para bien o para mal, dependiendo de la perspectiva de cada uno-, mientras que un líder débil podría ser explotado o dominado por los otros centros de poder, como la Guardia Revolucionaria. En este último caso, la verdadera naturaleza de la República Islámica podría cambiar drásticamente en modos potencialmente desestabilizadores. Por todo esto, las discusiones internas y las actividades que rodean la sucesión del líder supremo constituyen el aspecto más importante para EEUU y Occidente, y para los analistas, como un heraldo de la dirección que vaya a tomar la República Islámica".
De acuerdo con una fuente cercana a la oficina de Jamenei, conocedora de las discusiones de estos años sobre la sucesión y citada por Forbes, el nuevo líder será elegido por "su devoción a los preceptos revolucionarios del difunto fundador de la República Islámica, el ayatolá Ruhollah Jomeini". No se filtra nada más. En ese debate han surgido dos favoritos que, además, tienen lazos de familia con los dos hombres que hasta ahora han sido líderes supremos: Mojtaba, uno de los seis hijos de Jamenei, de 56 años -considerado durante mucho tiempo como una opción de continuidad-, y un nuevo contendiente, Hassan Jomeini, nieto del padre de la revolución islámica, que cada vez gana más enteros.

En el NYT relatan que, ante la ausencia del líder, políticos y comandantes militares estaban formando ya alianzas y compitiendo ya por el poder. "Estas facciones tienen diferentes visiones sobre cómo Irán debería avanzar con su programa nuclear, sus negociaciones con Estados Unidos y el impasse con Israel", dice el diario norteamericano, que tiene cuatro fuentes diferentes que le ratifican esa información.
La facción que parece "tener la sartén por el mango" en este momento está "impulsando la moderación y la diplomacia", según señalan estos funcionarios. Entre ellos se encuentra el actual presidente del país, Masoud Pezeshkian, de corte reformista y que ha manifestado públicamente su disposición a volver a la mesa de negociaciones con EEUU incluso después del bombardeo. Entre los aliados de Pezeshkian se encuentran el presidente del poder judicial, Gholam-Hossein Mohseni-Ejei, cercano al líder supremo, y el nuevo comandante de las Fuerzas Armadas, el general Abdolrahim Mousavi.
En una reunión de gabinete celebrada el miércoles, Pezeshkian señaló que era hora de cambiar la gestión del país, dice el citado medio. Con esa promesa ganó las elecciones el año pasado: hacer de Irán un país más próspero, más abierto socialmente y más comprometido con Occidente. ¿Será eso lo que vendrá? ¿Jamenei cederá el paso y se jubilará con la poesía y la jardinería que tanto le gustan? El mundo aguarda.