Las claves de las conversaciones nucleares entre Irán y EEUU, la nueva (y extrañamente sensata) apuesta de Trump
El republicano, que rompió en 2018 el pacto mundial que controlaba los avances atómicos de Teherán, ahora se da dos mese para reeditar el acuerdo. Cambian las condiciones y el contexto. Si no le gusta lo que ve, amenaza con bombardeos.

A Donald Trump le encanta verse como un negociador nato. Con su arte, iba a regalar al mundo la paz en Ucrania y en Gaza nada más llegar a la Casa Blanca. El presidente de Estados Unidos juró el cargo el 20 de enero y estamos como estamos, sin armisticio, rescatando internacionalmente a líderes totalitarios, defendiendo la limpieza étnica y esas cosas. La paz, ya tal.
Sin embargo, y en mitad de la ola de aranceles que ha vuelto loco al mundo del comercio, el republicano ha hecho una apuesta sensata: la de negociar con Irán, de nuevo, su plan nuclear. Sí, el mismo que él rompió cuando se estaba cumpliendo y por el que Teherán acabó saltándose las limitaciones impuestas, hasta hoy. Ahora se da dos meses para reeditarlo, aunque cambian, y mucho, las condiciones y el contexto de aquel 2015. Si no se llega a un acercamiento que le convenga, promete venganza en forma de bombardeos (propios o de Israel, estaría por ver).
Las negociaciones entre los dos adversarios de décadas, que no tienen activas ni relaciones diplomáticas, se retoman este sábado en Omán, un sultanato caracterizado por su neutralidad y que tiene ya experiencia en sentar a la mesa a unos y a otros. La cita viene precedida de nervios e incertidumbre desde lo más básico, la propia naturaleza de los contactos, que serán "directos" según Washington e "indirectos", según Teherán. Sí están claros los jefes de las delegaciones: el ministro de Exteriores iraní, Abás Araqchí (que ya ayudó a parir el pacto de hace diez años), y el enviado especial estadounidense para Oriente Medio, Steve Witkoff (el empresario inmobiliario hombreparatodo que Trump está enviando a Moscú, a Kiev y a Tel Aviv).
Las semanas previas al encuentro han estado precedidas de declaraciones cruzadas, unas más bravas, otras más atemperadas, y también de nuevas sanciones. Conforme se acercaban las horas, más amenazante se ha vuelto el tono. Trump ha insistido en su política de "máxima presión" sobre Irán y no ha dudado en referirse a una hipotética intervención armada si falla el diálogo. "Con Irán, si se requiere una acción militar, tendremos acción militar", promete. "Obviamente", si se llega a ese punto, "Israel estaría muy implicado", avisa.
El régimen de los ayatolás, por su parte, ha amenazado también con represalias si no se le da lo que quiere. Ali Shamkhani, asesor del líder supremo, Ali Jameneí, ha publicado en redes sociales que una decepción "podría dar lugar a medidas disuasorias, como la expulsión de inspectores del OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) y el cese de la cooperación" y también podría llevar al Gobierno a hacer una "transferencia de materiales enriquecidos a lugares seguros".
Las espadas empiezan en todo lo alto, pero también es habitual que esa sea la retórica, cuando hablan dos adversarios que parecen irreconciliables. Ahora, en las conversaciones, está por ver el grado de buena voluntad y la flexibilidad de cada cual. EEUU hablaba hace una semana de la necesidad de "diálogo" e Irán, de "seriedad". Tienen que retratarse.
De la esperanza...
Para entender de dónde arrancan estas conversaciones, hay que mirar al llamado Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA, por sus siglas en inglés), que fue firmado en 2015 tras dos años de intenso trabajo diplomático y que puso fin a 13 años de disputas entre Occidente e Irán. Fue rubricado por la República Islámica y por el llamado G5+1, esto es, EEUU, Rusia, China, Reino Unido, Francia (que forman el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) y Alemania, con el aval entusiasta de la Unión Europea (UE).
Básicamente, lo que se acordó es que Irán tendría limitada su capacidad de enriquecimiento de uranio, supervisada por fuerzas internacionales, y a cambio, se levantarían las sanciones que ahogaban su economía. Teherán siempre ha afirmado que sus científicos trabajaban exclusivamente en un uso civil de estos avances, nunca militar, algo que mantiene hasta el día de hoy.

Más concretamente, Teherán accedió a no enriquecer uranio por encima del 3,67% durante al menos 15 años (el uranio para fines pacíficos, como el sanitario o el energético, sólo requiere de un enriquecimiento de hasta el 5%, mientras que para alimentar un arma nuclear necesita purificarse hasta el 90%), a reducir de 12.000 a 300 kilos sus reservas de uranio enriquecido por un periodo igual de tres lustros y a no construir nuevas instalaciones para ese enriquecimiento.
Además, firmó que iba a reducir en unos dos tercios sus centrifugadoras, necesarias para purificar el uranio, pasando de tener cerca de 19.000 a 6.104 (de ellas, sólo 5.060 podían enriquecer uranio en los primeros 10 años). Acataba la retirada de maquinaria pesada, el freno a sus investigaciones de laboratorio y aceptaba que sólo podía enriquecer uranio en una planta, la mítica de Natanz.
Como punto esencial, pasó por el aro en que el OIEA, dependiente de la ONU, tuviera acceso regular a todas las instalaciones nucleares del país. Los inspectores podrían supervisar toda la cadena de suministro que sustentaba ese programa nuclear, desde las minas. En el caso de sospecha, los inspectores tenían permiso también parar entrar a instalaciones militares y una comisión conjunta de las partes analizaría los casos en disputa. Irán acató voluntariamente, además, el Protocolo Adicional del Tratado de No Proliferación, que otorgaba mayor acceso e información a los inspectores de las Naciones Unidas, incluso a sitios no estrictamente relacionados con el uranio.
Desde el principio, el Organismo Internacional de Energía Atómica ratificó que Teherán está cumpliendo escrupulosamente con lo firmado. "No hay indicios creíbles de actividades en Irán relevantes para el desarrollo de explosivos nucleares después de 2009", escribía. No hubo que llamarle la atención a sus gobernantes, las inspecciones se llevaron a cabo sin incidentes y lo que los técnicos apuntaban es que se había rebajado el programa nuclear, según las directrices y plazos pactados. Incluso personas poco sospechosas de defender al régimen iraní, como la opositora y premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi, reconocieron públicamente que Teherán "ha cumplido" el pacto.
La UE emitió también una decena de informes afirmando que Irán había "cumplido plenamente con sus compromisos". Tras la firma del acuerdo, Europa abrió un nuevo tiempo con Irán, reactivando sus relaciones diplomáticas y económicas como evidenció, por ejemplo, el viaje que hizo parte del Gobierno español en el otoño de 2015; volaron los responsables de las carteras de Exteriores, Fomento e Industria (del PP entonces), junto a representantes de 40 empresas.

... al abandono
Sin embargo, Barack Obama, el presidente de EEUU bajo el que se firmó el acuerdo, dejó la Casa Blanca, relevado por Donald Trump, y las cosas cambiaron radicalmente desde 2017. Un año después de su estreno en el Despacho Oval, Israel intensificó sus acusaciones a Teherán, diciendo que tenía un "programa nuclear secreto". En una semana, Trump se estaba saliendo del histórico acuerdo de 2015.
Argumentaba el republicano que el pacto era "desastroso" y que Irán estaba "patrocinando el terrorismo" internacional, por lo que no había nada que hablar con ellos. Insistió en que tenía "pruebas" de que se estaban incumpliendo los límites pactados -que no presentó- y que era necesario imponer más sanciones "paralizantes", como de hecho hizo.
Desde entonces, todo lo logrado se ha ido desmoronando. En julio de 2019 los ayatolás entendieron que el pacto ya no les vinculaba, visto lo visto, y decidieron enriquecer uranio por encima del límite firmado. Al año siguiente, EEUU le asestó un duro golpe al matar en Bagdad a Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds de los Guardianes de la Revolución de Irán. Dolió mucho, era un mando clave. El líder supremo, Jamenei, anunció el abandono "total" del acuerdo de 2015 y en marzo de 2020 se anunció que ya tenían mil kilos de uranio enriquecido, el triple de lo permitido. Aún así, todavía Irán abría ocasionalmente las puertas a los inspectores del OIEA.
Llegó Joe Biden al timón de EEUU y dijo que estaba dispuesto a negociar de nuevo con los ayatolás. Se abrió un periodo de 16 meses de contactos que acabó en 2022 sin resultados, un tiempo jalonado de amenazas y sanciones cruzadas también, pero también de esperanza. En el verano de ese año aún se decía que el acuerdo estaba a punto de caramelo, sólo a la espera de un recalcitrante Israel. Pero venían las elecciones de mitad de mandato y Tel Aviv no cedía, se frenó el proceso, llegó 2023, no se reactivó, Hamás atacó a Israel en octubre como nunca antes (con el respaldo de Irán, supuestamente) y todo se desmoronó.
Ya desde abril de 2021 se sabía que Irán había logrado por primera vez enriquecer uranio al 60%, un porcentaje muy elevado que lo alejaba del uso civil y lo acercaba al militar, a la bomba atómica, que necesita un enriquecimiento del 90%. En 2023, la ONU llegó a decir que había alcanzado el 84%, pero en su reporte más reciente se afirma que Irán tiene hoy 8.294 kilos de uranio enriquecido, de los que 274 kilos tienen una pureza del 60 %. Hasta ahí.
Tras su retorno a la presidencia de EEUU, Trump ha estado jugando con palos y zanahorias con Irán, incluyendo seis rondas de sanciones para detener la venta de petróleo, hasta que el 5 de marzo escribió una carta a Jamenei en la que le pide volver a hablar. A su manera, claro. "Espero que negocien porque si tenemos que intervenir militarmente, será terrible", escribió, todo diplomacia.
Ha habido contactos diplomáticos y hasta el asesor de Trump y hombre más rico del mundo, Elon Musk, se ha interesado por el proceso y ha hecho llamadas, y ahora cristaliza en esta cita en Mascate, la capital de Omán. El país posiblemente más tranquilo de Oriente Medio ha acogido antes negociaciones entre EEUU y Arabia Saudí con los hutíes de Yemen o entre iraníes y saudíes (que restablecieron sus relaciones hace dos años) y ya se había apuntado algunos tantos antes de la reunión final con la liberación de extranjeros en cárceles de Irán, signo de buena voluntad.
Las posturas
Los puntos de partida de las negociaciones son muy distintos, tras el aplastante paso de estos años de desencuentro. Desde su regreso a la Casa Blanca, Trump ha insistido en que Irán no puede tener armas nucleares, que es lo que dice el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. Así que parte de una exigencia complicada: no es que quiera poca actividad nuclear, aunque sea civil: es que, al menos en público, defiende que no tenga ninguna. El lunes pasado volvió a decir que Irán estará "en grave peligro" si no se alcanza un acuerdo. EEUU ha reforzado la presencia de su avión bombardero B-2 en su base de Diego García, en el Índico, y ha mandado un segundo grupo de portaaviones a la zona del Golfo Pérsico.
A EEUU le preocupa no sólo este programa, sinio el potente programa de misiles iraní, con aparatos balísticos con un alcance de 2.000 kilómetros, y el llamado Eje de la Resistencia, sus llamados proxys, grupos amigos a los que unen sentimientos antinorteamericanos y, sobre todo, antiisraelíes, como a los rebeldes hutíes de Yemen, Hizbulá en Líbano o Hamás en Palestina. Todos ellos, debilitados en el último año y medio por los ataques de Tel Aviv.
En el equipo negociador de Trump hay división de opiniones, informan medios como The New York Times, entre quienes quieren centrarse sólo en los avances nucleares y los que anhelan, de paso, forzar un acuerdo que también incluya misiles y aliados regionales. Son los halcones que se alinean con Israel. Netanyahu lo ha dejado claro: no le vale nada que no sea acabar con todo el sistema nuclear iraní, al estilo de Libia, que aceptó dejarlo voluntariamente en 2003. "Entran, destruyen las instalaciones, desmantelan todos los equipos con supervisión de EEUU", resume el premier israelí.
Teherán, lógicamente, contraataca con amenazas sobre el OIEA, el único termómetro independiente de sus planes y avances y, por supuesto, se niega a abandonar de plano su programa nuclear, que ha mejorado muchísimo estos años, que ha generado un conocimiento además en sus científicos complicado de borrar hasta con asesinatos selectivos. No quiere deshacerse de lo conquistado.
¿Qué puede ceder, entonces? Una vuelta a 2015, en los términos de entonces, no es posible salvo que destruya material, a lo que no está dispuesto ahora mismo. Lo que le ocurre es que su posición negociadora es más débil que la de Trump, porque necesita el levantamiento de las sanciones que han hundido su economía. Las negociaciones, los castigos económicos y los hipotéticos ataques de represalia caen sobre un país que afronta una crisis terrible.
De ahí que, aunque los ayatolás albergan una profunda desconfianza hacia la Casa Blanca y, en particular, hacia el presidente actual, se planteen qué hacer. Temen los líderes de la República Islámica que vaya a más la creciente indignación pública (la pelea democrática tras el asesinato de Mahsa Amini sigue viva) y que eso pueda derivar en protestas masivas, según cuatro funcionarios iraníes citados por Reuters.

El presidente Masoud Pezeshkian ha destacado repetidamente la gravedad de la situación económica actual, afirmando que es más difícil que durante la guerra entre Irán e Irak en la década de 1980 y señalando este mes la última ronda de sanciones estadounidenses contra petroleros que transportaban petróleo iraní como clave para el hundimiento. La puntilla.
Fue la debilidad de la economía iraní la que impulsó a Jamenei, de hecho, a respaldar el acuerdo nuclear de 2015. Hay precedentes, pues. Un alto funcionario iraní afirmó a la misma agencia que no había otra alternativa que llegar a un acuerdo, y que aún es posible, aunque el camino a seguir será "accidentado" dada la desconfianza de Irán hacia Trump tras convertir el pacto previo en papel mojado.
Irán ha evitado el colapso en gran medida gracias a China, el principal comprador de su petróleo y una de las pocas naciones que aún comercia con Teherán a pesar de las sanciones. Las exportaciones de petróleo se desplomaron después de que Trump abandonara el acuerdo nuclear (2018), pero se han recuperado en los últimos años, generando más de 50.000 millones de dólares en ingresos tanto en 2022 como en 2023, ya que Teherán encontró maneras de eludir las sanciones, según estimaciones de la Administración de Información Energética de Estados Unidos.
El dato de la inflación oficial ronda el 40%, aunque algunos expertos iraníes afirman que supera el 50%. El Centro de Estadística de Irán informó de un aumento significativo en los precios de los alimentos, con más de un tercio de los productos básicos aumentando un 40% en enero, lo que los sitúa en más del doble del mismo mes del año anterior. En enero, la agencia de noticias Tasnim citó al director del Instituto Iraní de Trabajo y Bienestar Social, Ebrahim Sadeghifar, quien afirmó que entre el 22% y el 27% de los iraníes se encontraban actualmente por debajo del umbral de pobreza. Hay ONG críticas que elevan la cifra al 50%.
Hay urgencia por salir de ese hoyo, como la tiene Trump por marcarse un tanto y quitarse un problema. "El presidente Trump quiere demostrar que puede superar al Plan de Acción Integral Conjunto. Pero tiene prisa y establece un plazo de dos meses para un acuerdo, en parte porque la facultad de reimponer las sanciones de la ONU levantadas bajo el PAIC expira en octubre", añade, además, The Economist. Por delante, el dilema de si va a por todas, a por el desmantelamiento total, o se limita a poner un corsé a los iraníes, a lograr otro "acuerdo defectuoso" y parcial, con un Irán nuclear latente, si añade misiles o proxys en sus exigencias.
Pero, visto el panorama, vamos a quedarnos con lo bueno: hoy hay diálogo, no guerra.