Un prisionero de guerra ruso consigue hablar con su madre y sentencia: "No volveré a un país donde no me tratan como a un ser humano"
Según relata este prisionero, la situación en el campo de batalla es límite. Solo pide ser escuchado y reitera en varias ocasiones que no volverá a luchar por Rusia.

Un vídeo difundido en redes sociales ha puesto rostro a la desesperación de muchos soldados rusos capturados en Ucrania. En las imágenes, un militar hecho prisionero logra hablar por teléfono con su madre y le confiesa que ha tomado una decisión irrevocable: no volverá a Rusia. “No regresaré a un país donde no me tratan como a un ser humano”, afirma con la voz entrecortada.
El protagonista es Ruslan Dmitriev, un combatiente ruso que, desde su cautiverio, consiguió una breve llamada con su familia. La grabación fue difundida en X por el exviceministro del Interior ucraniano Anton Herashchenko, y se ha convertido en uno de los testimonios más directos sobre el desgaste moral dentro de las tropas rusas.
Durante la conversación, Dmitriev intenta conectar con su madre, que responde al principio con frialdad. Él insiste: le preocupa que no parezca afectada por su captura ni por el hecho de que siga con vida. En medio del intercambio, el soldado describe cómo fue enviado a misiones suicidas, “incursiones para conseguir carne”, y denuncia el trato degradante que recibió por parte de sus superiores.
La mujer, desconcertada, le pregunta qué puede hacer por él. Él solo pide ser escuchado: asegura que es la única ocasión que tiene para comunicarse con los suyos. Y entonces confiesa lo esencial: que no volverá al frente ruso ni a servir al Estado que lo envió allí.
“Ya no lucharé por Rusia”, repite. Tampoco se plantea combatir para Ucrania, pero sí deja claro que, si tiene la oportunidad, buscará refugio en otro lugar, quizá en Kazajistán. Volver a Rusia —explica— implicaría una sola cosa: ser enviado de nuevo al combate.
Dmitriev relata además cómo su unidad fue prácticamente aniquilada: de seis integrantes, solo sobrevivieron tres. Y contrasta ese panorama con el trato recibido en cautiverio, donde —según cuenta— le ofrecieron comida, agua y ningún maltrato. “¿Ves la diferencia, mamá?”, pregunta. Su madre, que inicialmente calificaba sus palabras como una locura, empieza a asentir.
Aun así, la mujer le recuerda que abandonar el ejército sería considerado deserción. Pero él no duda: insiste en que su decisión está tomada. Para Dmitriev, regresar significaría repetir el mismo ciclo de violencia y deshumanización del que, asegura, solo ha podido escapar como prisionero.
