Aquí sí hay valla, vaya, vaya

Aquí sí hay valla, vaya, vaya

Nos hemos acostumbrado a las vallas. Como en Melilla, cuya valla cumple 20 años, acumula más de 40 millones de euros en gastos y, aun así, no evitó que 18 subsaharianos la saltasen el pasado seis de febrero; o en Hungría, cuyo Gobierno planea añadir una segunda valla a su frontera sur para mantener alejados a los refugiados procedentes de Serbia y cuyo coste se sumará a los 227 millones de euros que acumula la primera.

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La VALLA de esta fotografía no forma parte de ninguna frontera. Tampoco pertenece a ningún centro penitenciario o de acogida. Instalaciones militares o eléctricas. Fábrica. Crematorio...

No.

Esta es la VALLA de un colegio.

Y no, tampoco está en el Bronx.

Sino en La Capital.

En uno de esos barrios intermedios que viven del nombre, bueno o malo, de los que le rodean. Y que generan en los que crecen en él un sentimiento de orfandad. Y, sobre todo, envidia, mucha envidia. Porque cuando te preguntaban de qué barrio eras, si decías "de Vallecas", significaba que eras un tipo duro; "de San Blas", un chungo; "de Chamberí", un vacilón; "del barrio de Salamanca", de muchas perras... Pero en los años ochenta, Herrera Oria ni siquiera era un barrio. Estábamos entre el del Pilar, donde tenían fama de tener la mano muy larga, Mirasierra, territorio pijo, y La Coma, que era como decir que no existías. Como nosotros.

Y "el Herrera", así se conocía lo que actualmente es el I.E.S. Cardenal Herrera Oria, era el cole público del barrio en el que los chavales que no vivíamos en ninguna de esas urbanizaciones con piscina, zonas ajardinadas y canchas deportivas, nos colábamos los fines de semana para echarnos nuestros partiditos de fútbol y baloncesto. Te subías el pequeño muro que te llegaba un poco por encima de la cintura, saltabas las rejas, aun a riesgo de perder tu recién adquirido carné de padre..., y te ponías a jugar, rezando para que el "vigilante" no te pillara. O hiciera la vista gorda.

Hasta que construyeron la VALLA.

Supongo que habría otros chavales, y no tan chavales, que saltaban la reja con otras intenciones. Se empezaban a poner de moda los grafitis, los botellones... Y luego estaban los que les daba por practicar su puntería lanzando piedras contra los cristales, intentaban romper cerraduras... Algo había que hacer para entretenerse, que no disponíamos de móviles. La música al aire libre sólo estaba al alcance de los que tenían un "loro" a pilas. Y de las gordas. En la tele había, como mucho, cinco canales. Y si querías ver una película tenías que ir al cine o al videoclub... ¡y pagarla! Qué cabrones...

Así que nos prohibieron hacer deporte en "el Herrera". A las rejas se sumó la VALLA. Y años después, la alambrada. Aún más alta. Convirtiendo el cole en una fortaleza inexpugnable.

A nadie se le ocurrió otra forma de evitar a los gamberros.

Pagamos justos por pecadores.

Y a tomar por culo.

Cada vez que paso por "el Herrera" y veo la VALLA, intento imaginar qué se podría haber hecho. Ya era tarde para educar a toda una generación y media de chavales. También a sus padres. Permitir sábados y domingos el acceso exclusivamente a una de las cuatro o cinco canchas que había en total quizá era inviable. O demasiado caro. Como poner cámaras de seguridad. Contratar más vigilantes. O animadores de fin de semana. Que también habrían podido ser voluntarios. Pero, claro, ¿y por las noches? Joder, cuánto lío. Mejor lo cerramos a cal y canto.

Y a tomar por culo.

Cuando leo el periódico o escucho las noticias, veo que la historia se repite. Como en Melilla, cuya VALLA cumple 20 años, acumula más de 40 millones de euros en gastos y, aun así, no evitó que 18 subsaharianos la saltasen el pasado seis de febrero; la de Ceuta, recientemente asaltada por más de 400 personas la semana pasada y más de 300 entre el domingo y el lunes, algunas de las cuales no lo consiguieron y se precipitaron desde lo alto de la VALLA para acabar de nuevo en suelo marroquí y gravemente heridos; o en Hungría, cuyo Gobierno planea añadir una segunda VALLA a su frontera sur para mantener alejados a los refugiados procedentes de Serbia y cuyo coste se sumará a los 227 millones de euros que acumula la primera. Una menudencia comparada con los 21.600 millones de dólares que, según el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, terminará costando la VALLA con la que Trump pretende mantener alejados a los mexicanos y que podría estar lista en 2020...

¿Y qué pasa entonces? Que todo el mundo se lleva las manos a la cabeza.

- ¡Qué barbaridad!

Si se está en compañía, aparece, además, la solidaridad verbal.

- ¡Qué bárbaros!

Que una vez en la intimidad, y ya hecha la debida digestión, mutará automáticamente en anal para irse por la taza del váter como cualquier otro residuo inútil.

Cuando yo era un chaval y me pusieron la VALLA, nadie me ofreció una solución. Ni solidaridad. Porque en todas esas urbanizaciones que había en mi "barrio" con piscina, zonas ajardinadas y canchas deportivas, se me tenía prohibido el paso. Las disfrutaban quienes tenían dinero para pagarlas. Y si algún amigo te invitaba más de una vez, los vecinos empezaban a mirarle a él y toda su familia con mala cara. El motivo era obvio:

- Joder con el niño de los cojones, que se vaya a jugar a la puta calle.

Supongo que estaban en su derecho.

Y lo siguen estando.

Como sus "prohibido el paso a toda persona ajena".

O la VALLA del Herrera.

Porque a nadie le importa una mierda.

Porque nos hemos acostumbrado a que nos prohiban el paso.

Y a prohibirlo.

Pero solo cuando nos interesa.

A fin de cuentas, ¿quién no echa la llave de casa antes de acostarse para sentirse más protegido?

Y el que no tenga casa...

Que se vaya a dormir a la puta calle.

Por gamberro.

Sí, las VALLAS son una mierda. Son barreras que generan diferencias alimentadas por la intolerancia. Desigualdad por la incomprensión. Odio por el miedo...

Lo que tú digas.

Pero que nadie me quite la MÍA.