No todo vale: el boicot de bares, marcas e instituciones belgas al Mundial de Qatar

No todo vale: el boicot de bares, marcas e instituciones belgas al Mundial de Qatar

Pantallas que se apagan por los derechos humanos o el derroche energético, jugadores que escuchan ponencias de Amnistía Internacional y una Federación que batalla.

Camiseta de Bélgica para el Mundial de Qatar 2022. FRANCK FIFE via Getty Images

El Mundial de Qatar, como todos los grandes torneos de fútbol, es una maquinaria imparable de negocios y emociones. Muchos bolsillos y muchas vísceras que alimentar. La vista de todos se nubla ante el balón. ¿De todos? ¡No! Hay algunos grupos de irreductibles que resisten todavía a la tentación. En Bélgica son más que un puñado: hosteleros, anunciantes y hasta administraciones están aplicando un boicot variado, de lo laxo a lo duro, en rechazo a que la competición se juegue en el país del Golfo. Las razones, fundamentalmente, sus violaciones de derechos humanos y su desprecio por el calentamiento climático.

Los bares de Bruselas, la capital, son muy dados a encender sus televisores y ofrecer retransmisiones deportivas a sus clientes. Sin embargo, conforme se acercaba la fecha de la competición, crecía la lista de los establecimientos que anunciaban que esta vez, no. El Café Maison du Peuple, Le Caberdouche, el Mumure o la Brasserie de l’Union han decidido no proyectar los partidos, ni siquiera aquellos en los que participa la Selección belga, que este miércoles se estrena ante Canadá. A juzgar por los mensajes que han colgado en sus redes sociales, anunciando la medida, han tenido más éxito que rechazo entre su clientela. “Bravo”, “es lo acertado”, “sois un ejemplo”, se lee en los comentarios.

“Miles de personas murieron durante la construcción de los estadios [6.500, según una investigación independiente del diario británico The Guardian]. Hay estadios ubicados en el desierto y tendrá que enfriarse todo el tiempo. Simplemente, no se puede justificar todo eso, menos en el momento de una crisis energética”, señala Thomas Kok, responsable del Maison du Peuple, quien de inicio denuncia que la decisión de designar a Qatar como nación anfitriona fue corrupta. Avala su visión desde el Caberdouche Emmanuel Simonis, quien explica que su decisión se basa “en razones políticas, éticas, sociales y ecológicas”. “Ha sido, realmente, una acumulación de todo, desde la forma en que se adjudicó el contrato del Mundial, los escándalos de corrupción, la manera en que se acometió la construcción de los estadios... Y a eso se suma la crisis de energía”, insiste.

Entienden que era muy complicado apoyar a los diablos rojos de Bélgica sin apoyar a Qatar y han cortado por lo sano.

En la Brasserie de l’Union, por ejemplo, no sólo han dado al off de sus mandos sino que este día 23 será el lugar de encuentro de los defensores de la campaña Boycott & Bringue, algo así como “boicot y juerga”, en francés. Allí han quedado para ver a Bélgica, sí, pero no en Qatar, sino en la grabación del mítico partido que los rojos jugaron con Brasil en 2002, en el Mundial de Corea/Japón, “durante el cual los viejos veteranos belgas estuvieron a punto de eliminar a los futuros ganadores de la competición”. Perdieron 2-0. Pero ya saben, el resultado nos da igual, y lo importante es “el momento de convivencia”.

Hay bares y restaurantes que, estos días, cuentan a prensa local como Le Soir que no se pueden permitir ese boicot, aunque quisieran aplicarlo. El 77 Bar o el Café Luxemburgo explican que es un “lujo”, que están situados en zonas con enorme población extranjera -la famosa burbuja internacional de Bruselas-, y que no es perder un partido local, sino tener lleno el negocio juegue quien juegue.

En esa tesitura estaba también el Kitty O’Shea’s Pub, que se ubica frente al edificio central de la Comisión Europea, pero ha logrado escapar de la disyuntiva con una innovadora fórmula: pone los partidos pero no los programas previos o posteriores ni el descanso, para evitar así promocionar a las marcas que han pagado para que Qatar brille. “Sólo somos un pub, pero si todos los bares de Europa hicieran lo mismo, entonces los patrocinadores se lo pensarían dos veces antes de gastar miles de millones en publicidad que no se verá”, dice uno de sus responsables a The Brussels Times. Ante quienes entienden que eso y nada es lo mismo, replica que lanzan “el mensaje correcto”, que el apoyo al deporte no puede tolerar ni la corrupción ni el abuso de personas.

Un término compartido por los anunciantes de la selección local. Tótems en Bélgica como el banco ING, los supermercados Carrefour, la cerveza Jupiler o la empresa de mensajería GLS han decidido que no usarán las entradas a que tenían derecho por poner dinero para el equipo. No van a llevar ni a clientes ni a inversores, como es costumbre, ni harán campaña más allá de la selección. Mantienen sus logos en las camisetas, el campo de entrenamiento o los paneles de las ruedas de prensa, pero no van más allá.

  Pancarta pidiendo el boicot a Qatar en en el estadio del Anderlecht, el pasado 13 de noviembre. TOM GOYVAERTS via Getty Images

Sin pantallas gigantes

Los belgas verán mayoritariamente este Mundial en casa. Las pantallas gigantes previstas por grandes marcas e instituciones municipales se han ido cayendo, una tras otra, con el paso de los días. Hay dos razones fundamentales: una es el boicot por el comportamiento de las autoridades qataríes con mujeres, homosexuales o prensa y otro, más prosaico, es el tiempo. Un mundial en otoño, en un país donde el clima también está cambiando pero donde el frío y la lluvia ya han llegado, no se puede disfrutar en terrazas o canchas abiertas.

Por concienciación, las primeras localidades en descartar las macropantallas fueron Braine-le-Comte y Soignies. La primera es la ciudad natal de Eden y Thorgan Hazard, dos de las estrellas de la selección que comanda el español Roberto Martínez. Ya es costumbre instalar la “Hazard Village” con motivo de las Copas del Mundo y o las Eurocopas, pero el consistorio emitió una nota explicando que por “razones éticas y energéticas” este año no toca. Además de apoyar a un país que arrastra derechos por el suelo, añaden, habría sido necesario instalar una compleja logística de calefacción, difícil con la actual situación generada por la invasión rusa de Ucrania.

Las autoridades de Jette, Auderghem, Woluwe Saint Pierre, Roeulx, La Louvière, Ottignies-Louvain-la-Neuve, Wavre, Silly, Waterloo y Tubize también han decidido prescindir de una pantalla gigante para retransmitir el Mundial. En algunas como Namur aún esperaban a ver si tenían patrocinador, anteponiendo lo económico a lo ético.

Y luego está la falta de entusiasmo: a los derechos y la energía se suma el mal tiempo, la falta de vacaciones y las pocas esperanzas que tienen los belgas este año en que sus nacionales hagan un buen papel. Bélgica no deja se ser favorita, es la segunda en la clasificación mundial, tras quedar tercera en el Mundial de Rusia 2018, cayendo en semifinales ante Francia tras ser la verdadera revelación del torneo. Antes de eso, sólo habían rozado la gloria en un Europeo, en el 80, cuando les ganó Alemania. Luego estuvieron 14 años sin clasificarse para un torneo grande, hasta que llegó la generación de ensueño de los Hazard, Kevin de Bruyne, Thibaut Courtois o Romelu Lukaku.

Ahora su nivel ha bajado y entusiasman menos, como se ve hasta en las estanterías de los supermercados, donde las ofertas para San Nicolás y Navidad arrasan frente a las banderas, bufandas y demás merchandising con los colores negro, amarillo y rojo. También ha quedado claro en las zonas para fans que aún estaban previstas hasta el pasado fin de semana y que han tenido que cerrar antes de abrir, que devolver las entradas por falta de demanda. Ha ocurrido en Mechelen, en Amberes y en Vilvoorde, al norte de Bruselas, donde el evento estaba organizado a lo grande por la Real Asociación Belga de Fútbol, su federación. No llegaron a vender ni mil entradas, a 10 euros cada una.

  Cartel de boicot publicado en redes sociales para descargar.TWITTER

Amnistía Internacional formando a los ‘diablos rojos’

Pocos países como Bélgica han hecho tanto ruido, desde lo institucional, para sacar los colores a Qatar por su comportamiento en materia de derechos humanos, de los laborales a los sexistas. Fue uno de los firmantes de una carta, el año pasado, que reclamó que se creara un centro digno para los trabajadores extranjeros que se habían desplazado a Qatar a levantar todas las infraestructuras del Mundial y en un grupo de trabajo de la UEFA se señaló pidiendo un fondo de compensación para los migrantes que habían pedido la vida o resultado heridos en las obras, en una iniciativa impulsada por Suiza.

Igualmente, peleó una propuesta a tres, con Australia y Dinamarca, para reclamar a Doha que despenalice la homosexualidad y estaba en la lista de los países que pensaban lucir sobre el césped un brazalete con la bandera arcoíris, representativa del colectivo LGTBI. El lunes, las presiones de la FIFA surtieron efecto, sin embargo, y tanto Bélgica como los demás países cedieron y renunciaron a llevarlo, por temor a severas sanciones.

Las autoridades deportivas belgas llevaban meses lanzando campañas de concienciación sobre todas estas asignaturas pendientes de Qatar, en la que además implicaron a los jugadores de su equipo nacional. Por ejemplo, en junio pasado, la plantilla acudió a una charla informativa sobre derechos humanos impartida por personal de Amnistía Internacional, una de las organizaciones más activas en la materia. “Creo que es bueno hablar de esto, son cosas que deben discutirse (...). No deberíamos tener miedo de hablar sobre las cosas, incluso si estamos ante todo para jugar al fútbol”, dijo entonces Eden Hazard, el capitán.

En el mismo mes, periodistas belgas y de Países Bajos lanzaron en neerlandés el libro No más Qatar, en el que se contaba punto por punto todo aquello en lo que Qatar no es ejemplo. Son informadores deportivos, muy seguidos, muy reconocidos por la afición, aliados con organizaciones como Human Rights Watch.

Y hasta ha vuelto a escena uno de los futbolistas más famosos que ha tenido Bélgica, Jean-Marc Bosman -sí, el de la Ley Bosman-, el hombre que ayudó a liberar transferencias de jugadores en todo el deporte y que ha aprovechado para seguir lanzando su mensaje antimercantilista: esto debería ir de deporte, no de dinero, pero eso “lo que sigue impulsando” al fútbol, “socavando la integridad del juego y estropeando el espectáculo” para los aficionados. Tacha de “absurdo” y “repugnante” que el Mundial haya ido a Qatar.

El papel del Gobierno

Desde el Gobierno, comandado por el primer ministro liberal Alexander de Croo, ha habido vaivenes en cuanto al campeonato catarí. Su postura ha sido siempre manifiestamente crítica, pero no rupturista. Ha tratado de poner en evidencia lo que Doha hace mal pero, también, ha tratado de hacerlo de forma “constructiva”, en palabras de su ministra de Exteriores, Hadja Lahbib.

A nivel federal se acordó una resolución por la que se pide “presionar” para que respeten los derechos humanos cuando se asignen eventos de este tipo. No obstante, había propuestas de un boicot total, impulsadas por distintos partidos, que sí han cuajado en las regiones de Valonia y Flandes.

  La ministra de Exteriores de Bélgica, Hadja Lahbib, y el ministro de Trabajo de Qatar, Ali bin Samikh, el pasado 14 de noviembre.Hadja Lahbib / TWITTER

En octubre, la canciller belga anunció que su país enviaría una delegación “mínima” al Mundial, como protesta por las carencias humanitarias de Qatar. La idea es que el primer ministro y el rey Felipe -muy vinculado estos días a su selección por un divertido anuncio- no acudan a la competición a menos que los diablos rojos lleguen a semifinales y, mientras, no habrá corte de mandatarios, asesores, delegaciones comerciales o exdeportistas, como suele enviarse a otros mundiales para hacer publicidad del país. Ya se hizo en 2018, cuando la anfitriona era Rusia, y el entonces jefe de Gobierno, Charles Michel, hoy presidente del Consejo Europeo, se negó a ir. Tampoco fue nadie a los Juegos Olímpicos de Invierno de China, el pasado febrero.

No obstante, finalmente la ministra Lahbib está en Qatar, lo que ha generado algunas críticas en su país. Ella defiende que hacer un boicot total “sería totalmente ineficaz y puramente ideológico” y apuesta, mejor, por una agenda diplomática “ofensiva” en la que promocionar los derechos humanos. Bruselas y Doha han firmado ahora un memorando de entendimiento “para compartir experiencia y conocimiento” de la materia y la canciller ha aplaudido en público los “significativos esfuerzos” de Qatar por avanzar. Cambios legislativos ha habido, sobre todo desde 2018, pero las ONG dicen que no se han llegado a implementar.

Están los valores y están los negocios. No hay que olvidar que Bélgica depende del gas licuado que llega de Qatar, más aún en un contexto de necesidad energética, cuando se trata de buscar en mercados que no sean el ruso. Según FPS Economy, una página gubernamental, desde 2007 Qatar es ya el primer importador de gas a Bélgica.

De cal y de arena en un país que, desde 2023 y durante dos años, presidirá el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.