El Estado de Palestina, tema tabú en el gran acuerdo de paz de Donald Trump para Gaza
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El Estado de Palestina, tema tabú en el gran acuerdo de paz de Donald Trump para Gaza

El documento firmado en Egipto promete derechos humanos y prosperidad para israelíes y gazatíes, pero evita cualquier referencia al Estado palestino, la solución respaldada por la mayoría internacional.

El presidente de EEUU, Donald Trump, sube al Air Force One, tras firmar un acuerdo de paz.Evelyn Hockstein

El presidente e Estados Unidos, Donald Trump, lograba este lunes la fotografía con la que 

seguir echándole en cara al Comité Noruego del Nobel que no le den el Premio Nobel de la Paz que él considera que le pertenece: la de la firma de un acuerdo que pone fin a dos años de guerra en la Franja de Gaza (devenido en genocidio con más de 68.000 muertos) y que sella una paz temporal que permitirá a los gazatíes recuperar los restos de una vida pasada en el enclave, así como la entrada urgente de ayuda humanitaria.

"Han tenido que pasar tres mil años para esto. Es el acuerdo más grande y complejo, y también es el lugar que podría provocar problemas tremendos, como la Tercera Guerra Mundial. La Tercera Guerra Mundial comenzaría en Oriente Medio, y eso no va a ocurrir. De hecho, no queremos que comience en ningún lugar, pero no va a ocurrir", señaló un Trump en modo bíblico, antes de firmar el acuerdo de paz junto al presidente egipcio Abdel Fatah al Sisi, el turco Recep Tayyip Erdogan y el emir de Catar, Tamim bin Hamad Al Thani. 

Ahora, el futuro de Gaza ya no está en manos de Israel, sino en las de los mediadores que han permitido cerrar un acuerdo de tres páginas, renombrada como la Declaración de Trump para la paz y la prosperidad duradera, difundidas por la Casa Blanca después de la ceremonia celebrada en la ciudad egipcia de Sharm el Sheij este lunes. Pero en ese papel faltaba algo más que una firma: faltaba una palabra. De hecho no aparece ni una sola vez el término “Estado palestino”.

El acuerdo de paz firmado en Egipto proclama “un nuevo capítulo para la región definido por la esperanza, la seguridad y una visión compartida de paz y prosperidad", además de garantizar los derechos humanos para una “paz, seguridad, estabilidad y oportunidades para todos los pueblos de la región, incluidos los palestinos como los israelíes”. Habla de de dignidad, de diálogo, pero en ningún momento de soberanía.

El texto se esfuerza en un equilibrio casi quirúrgico: “Entendemos que una paz duradera será aquella en la que tanto palestinos como israelíes puedan prosperar con sus derechos humanos fundamentales protegidos, su seguridad garantizada y su dignidad respetada.” A primera vista parece una promesa justa. Pero al evitar cualquier referencia a la fórmula de los dos Estados, el plan convierte a Palestina en un sujeto humanitario, no político.

Trump lo confirmó horas después, en el Air Force One, cuando los periodistas le preguntaron si apoyaba la creación del Estado palestino. “No voy a hablar de un solo Estado ni a un doble Estado ni a dos Estados; nos referimos a la reconstrucción de Gaza”, respondió. Y remató: “Habrá que ver. No he comentado nada al respecto.”

En esa frase está todo. El presidente estadounidense ha firmado una paz que habla de reconstrucción, pero no de reconocimiento; de estabilidad, pero no de derechos nacionales. Un documento que promete la convivencia sin definir cómo convivir.

La omisión contrasta con lo que el mundo considera un consenso básico. Naciones Unidas, la Unión Europea, la Liga Árabe y la mayoría de gobiernos sostienen desde hace décadas que solo habrá una paz verdadera cuando existan dos Estados, Israel y Palestina, viviendo dentro de fronteras seguras y reconocidas. Es el principio que consagra la resolución 242 del Consejo de Seguridad y que ha guiado cada intento diplomático desde los Acuerdos de Oslo de 1993.

Trump rompe con esa tradición. Donde sus predecesores hablaban de solución política, él habla de gestión. “Nos comprometemos a resolver las disputas futuras mediante el compromiso diplomático y la negociación, en lugar de recurrir a la fuerza o a conflictos prolongados”, dice la declaración. Pero sin fijar fronteras, ni gobierno, ni calendario. Solo el deseo genérico de que “las generaciones futuras prosperen juntas en paz”.

Sobre el terreno, la realidad no encaja con ese optimismo. Gaza es hoy un territorio arrasado, con más de 67.000 muertos y 170.000 heridos en dos años de guerra, según el Ministerio de Salud local. La ONU calcula que el 92% de las viviendas han sido destruidas o dañadas y habla ya de una “segunda Nakba”. “Hemos visto cómo la humanidad se vaciaba en Gaza”, advierte Sarah Avrillaud, del Comité Internacional de la Cruz Roja.

El acuerdo de Trump promete “tolerancia, dignidad e igualdad de oportunidades para todas las personas”, pero esa dignidad difícilmente puede florecer donde no existe soberanía. Es, en el fondo, un pacto de reconstrucción, no de reconciliación: Egipto, Turquía y Catar se encargarán de los fondos y Estados Unidos del relato. El vicepresidente J. D. Vance ya ha dejado claro que “los buenos amigos del Golfo Pérsico se implicarán con la mayor parte del dinero”.

Desde Washington, Joe Biden felicitó a Trump “por su labor para lograr la renovación del alto el fuego” y celebró que “los civiles de Gaza finalmente tendrán la oportunidad de reconstruir sus vidas”. Tampoco él mencionó el Estado palestino. La Unión Europea sí lo hizo: “No habrá paz duradera sin el reconocimiento del derecho del pueblo palestino a su autodeterminación”, recordó un portavoz en Bruselas.

El documento estadounidense asegura que busca “una visión integral de paz, seguridad y prosperidad compartida en la región, basada en los principios del respeto mutuo y el destino común”. Pero la ausencia deliberada de la palabra Palestina lo convierte en lo contrario de lo que proclama: una paz sin política, una coexistencia sin reconocimiento.

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