Rajoy ya no puede ser Rajoy
El presidente del Gobierno vuelve a gobernar, pero tendrá que cambiar. Sí o sí. Y eso pasa inevitablemente por modificar determinadas actitudes que, sencillamente, ya no podrá mantener. Si no las cumple abocará a España a una legislatura corta.
Diez meses y más de 300 días después, España cuenta con presidente del Gobierno. Ha sido casi un año inédito en la historia de la democracia española actual que se ha llevado por delante, entre otras cosas, la paciencia de la ciudadanía, a un secretario general socialista y la confianza sobre un partido histórico y necesario como el PSOE.
Rajoy afronta unos teóricos cuatro años de Gobierno que, por mucho que le pese, no se van a parecer en nada a la anterior legislatura, en la que gobernó bajo la mayor de las comodidades gracias a la mayoría absoluta de la que disfrutaba.
El presidente del Gobierno vuelve a gobernar, pero tendrá que cambiar. Sí o sí. Y eso pasa inevitablemente por modificar determinadas actitudes que, sencillamente, ya no podrá mantener. Si no las cumple abocará a España a una legislatura corta.
Diálogo
Lo que marcará el devenir de la legislatura será, sin duda, la capacidad que tenga el Gobierno de Mariano Rajoy y de su partido para alcanzar acuerdos con otras formaciones. Ya no depende de sí mismo y la palabra moción de censura apunta a convertirse en una de las que más se pronuncie en los próximos cuatro años.
Rajoy y el PP son unos novatos en esta tarea. Han estado cinco años ignorando al contrario --sea este un partido político o, incluso, la propia ciudadanía-- con el mayor de los desprecios. Las apelaciones al diálogo lanzadas estas semanas por Rajoy han sonado poco creíbles y su histórico en esta materia hace pensar que, si lo consigue, no será de forma suave. El Gobierno que se conocerá el próximo jueves será clave para reflejar si, de verdad, Rajoy cree en la palabra diálogo. Diálogo con todos: también con los independentistas catalanes.
Crisis
Rajoy reconoció el pasado miércoles que la mejora de la economía española en el último año se había producido por "inercia" y que existía el riesgo real de que esa tendencia se quebrara en los próximos meses. A lo largo de los dos últimos años, el Gobierno se ha felicitado en numerosas ocasiones por haber sacado a España de la crisis. Sabían que no era sí, pero era lo que tocaba decir. Estos próximos años van a ser cruciales y, que nadie lo dude, se avecinan nuevos recortes. El Gobierno en funciones habla de un ajuste de 5.500 millones, pero los economistas hablan ya de 10.000 millones de euros si se aspira a cumplir los sacrosantos objetivos de déficit impuestos por Bruselas. Los recortes, en fin, podrían alcanzar los 20.000 millones de euros.
Este será el mayor de los retos que deberá acometer el Ejecutivo de Mariano Rajoy. Y el que más quebraderos le puede generar por todo lo que esos tijeretazos pueden suponer para una paz social tan endeble como la actual.
Corrupción
El líder de un partido carcomido por la corrupción no se puede acoger a que los votos significan una absolución ciudadana. Ni lo es ahora ni lo ha sido nunca. Ahora Rajoy cuenta, o debería contar, con el escrutinio constante y sobre todo implacable de los dos partidos que le han llevado de nuevo a La Moncloa: Ciudadanos y el PSOE. Las perspectivas no son favorables: hace sólo unos días Rajoy se permitía la licencia de bromear con un hecho tan grave --y que hubiera provocado la dimisión de muchos primeros ministros europeos-- como los SMS que envió a Luis Bárcenas. Y hace tan sólo unas semanas su partido, el PP, llevó a cabo la maniobra vergonzante de pedir la nulidad del juicio por corrupción más importante en la historia de España: el caso Gürtel.
Tampoco parece que Ciudadanos, según lo demostrado estos últimos meses, vaya a ejercer de sheriff anticorrupción que liquide, afee, repruebe o condene los casos de corrupción del PP. El PSOE, en fin, tampoco goza de la autoridad moral para hacer sudar a Rajoy: el caso de los ERE seguirá actuando como un martillo sobre la formación.
Rajoy tiene que reinventarse y contradecir una de sus máximas preferidas: ya no puede ser un presidente previsible. Mal empieza cuando hace pocas horas subrayaba que España no podía estar sin Gobierno "ni un minuto más" y, nada más lograr la investidura, coge las maletas para irse de puente.