Cinco claves para entender qué es el BDS, el movimiento que alienta luchas como la de La Vuelta
Hace 20 años que 170 entidades de la sociedad civil palestina comenzaron a batallar por el aislamiento de Israel, siguiendo el modelo contra el apartheid. La ofensiva de Tel Aviv sobre Gaza ha amplificado su mensaje y sus apoyos.

La Vuelta a España ha sido sólo una batalla. La guerra es mucho mayor. La movilización social se agiganta en el mundo al ritmo que lo hacen las víctimas, más de 64.000 ya, en la Franja de Gaza. Los ataques de Israel, inicialmente encajados por una buena porción de Occidente como parte de su derecho a la defensa legítima, ya han perdido por completo esa etiqueta: ahora se habla directamente de crímenes de guerra, de lesa humanidad y de genocidio.
Especialmente desde primavera, con las imágenes del hambre en la costa palestina, se ha disparado la concienciación por la masacre, sobre todo en países europeos pero también en Estados Unidos, activando a la sociedad civil. Se han presentado recursos contra Gobiernos como el Belga por complicidad o se han llevado a cabo protestas masivas aún a riesgo de que sus participantes puedan ser procesados por terrorismo: ahí están los mil seguidores de Palestine Action de hace una semana.
Estas son las claves para entender el contexto del grito lanzado ayer en las calles de la capital española. El florecimiento definitivo de una causa, para unos. Mero vandalismo, dicen otros.
1. La raíz
Lo ocurrido ayer en Madrid, fruto de una ola iniciada con una humilde pancarta en Figueres, es parte de ese magma. Y, en su raíz, está el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), que lleva 20 años reclamando que se corten los lazos políticos, empresariales, culturales, deportivos, defensivos o académicos con Israel. Su meta: que la presión lleve a un cambio de actitud respecto a los derechos de los palestinos, sometidos a ocupación y ofensivas constantes, impedidos de tener un Estado propio, con sus derechos pisoteados, como recogen de forma recurrente (e ineficaz) las resoluciones de las Naciones Unidas.
Su fundación se dio justo un año después que la Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJ) emitiera un fallo consultivo, en el cual condena la construcción del Muro de Apartheid israelí por considerarlo ilegal, llamando también al desmantelamiento del mismo, de los más de 600 puestos militares de control y al pago de indemnizaciones a los damnificados por la construcción del mismo.
En España, hay un potente movimiento local de BDS y de la Rescop (Red Solidaria contra la Ocupación de Palestina), que trabajan bajo el lema "Libertad. Justicia. Igualdad". En sus propias palabras, "sostiene el principio elemental de que las y los palestinos tienen los mismos derechos que el resto de la humanidad". "Israel está ocupando y colonizando el territorio palestino, discriminando a las y los ciudadanos palestinos de Israel y negando a los y las refugiadas palestinas el derecho de regresar a sus hogares", añaden.
A su entender, desde el nacimiento de su Estado, en 1948, "Israel le ha negado al pueblo palestino sus derechos fundamentales y se ha rehusado a cumplir con el derecho internacional" y "mantiene un régimen de ocupación, colonialismo y apartheid sobre el pueblo palestino".
"Sólo puede hacerlo porque tiene apoyo internacional. Los Gobiernos no son capaces de exigirle cuentas, y las corporaciones e instituciones en todo el mundo colaboran con Israel para oprimir al pueblo palestino", entienden. "Cuando quienes están en el poder se niegan a actuar para parar esta injusticia, se hace necesaria una respuesta ciudadana global en solidaridad con la lucha del pueblo palestino por libertad, justicia e igualdad", defienden.
Así que su apuesta es, con esta base, proponer que no se hagan acuerdos comerciales o defensivos con Israel; que se boicoteen sus productos (especialmente los que proceden de zona ocupada) o a las marcas que cooperan activamente con las Fuerzas de Defensa de Israel; no cerrar convenios, becas o programas científicos y culturales con sus instituciones, empezando por la universidad; o impedir conciertos o participaciones israelíes en competiciones artísticas o deportivas.
Meir Margalit, activista israelí por los derechos humanos, decía hace dos semanas, entrevistado en Jerusalén por la Cadena SER que esa estrategia es la que puede llevar a la sociedad civil israelí a tomar conciencia de las repercusiones de lo que está haciendo Netanyahu y que eso también puede impactar en sus vidas.

2. La inspiración
El movimiento BDS está inspirado en el del anti-apartheid sudafricano e "insta a actuar para presionar a Israel a que respete el derecho internacional". La causa-espejo es la que sigue: el Partido Nacional llegó al poder en Sudáfrica en 1948 e instauró un régimen racista, en el que los blancos (de origen europeo) pisoteaban a los negros. Esa política, llamada apartheid, se hizo de Estado y propugnó la perniciosa ideología de que personas de origen racial diferente no podían convivir en igualdad y armonía. Los Gobiernos sucesivos reforzaron el legado de la opresión racista contra la población que no fuera blanca (los indígenas africanos, las personas de origen asiático y los mestizos), que constituía más del 80% de la población. La liberación nacional, en lugar de los derechos humanos, se convirtió en el objetivo de la lucha contra la tiranía racista.
El apartheid no sólo era una afrenta interna, sino una situación insostenible para los países de África y Asia que estaban independizándose del régimen colonial y defendían el fin de las cadenas occidentales. Esas naciones, entonces, pidieron que las Naciones Unidas consideraran que la grave situación de Sudáfrica constituía una amenaza contra la paz internacional y adoptaran medidas eficaces, incluidas sanciones, para liberar al pueblo sudafricano. El apoyo fue enorme. El país fue apartado de la Asamblea General en 1974 y no retornaría hasta 1994, con Nelson Mandela ya como presidente.
El boicot, la desinversión y las sanciones internacionales fueron clave para que cayeran los racistas. El mundo les dio la espalda, con el líder negro que luego sería presidente aún entre rejas. La presión hizo efecto y Sudáfrica cambió. El propio Mandela lanzó constantes mensajes alertando de la semejanza de su causa con la de los palestinos ante Israel. "Nuestra libertad está incompleta sin la libertad de los palestinos", dijo, por ejemplo.
El obispo Desmond Tutu, el primer sudafricano negro en ser elegido y ordenado como arzobispo anglicano de Ciudad del Cabo y que luchó mano a mano con Mandela, bendijo repetidamente la campaña de BDS lanzada por miembros de la sociedad civil palestina en 2005. Más de 170 grupos en total. "En Sudáfrica no habríamos logrado la libertad ni una paz justa sin la ayuda de gente de todo el mundo, a través de medios no violentos como boicoteos y desinversiones", dijo el Nobel de la Paz de 1984.
La palabra apartheid, de la que el Ejecutivo israelí reniega, ha sido usada ya incluso por la ONU para definir lo que sucede hoy en Gaza, Cisjordania y el este de Jerusalén, los territorios palestinos sobre los que se quiere levantar un Estado soberano. Esta política de aislamiento provoca una notable desigualdad entre la población israelí y la palestina. Se calcula que hay más de 60 leyes discriminatorias para la segunda, por ejemplo, la que permite la detención administrativa de presos (en prisión sin conocer los cargos que se le imputan), la inexistencia de una ley del menor para los palestinos (hasta los niños son tratados conforme a la normativa antiterrorista) o en cuanto a la libertad de movimientos (la ciudadanía jerosolimitana, por ejemplo, se puede quitar si un ciudadano pasa fuera unos años, aunque sea por cuestiones de trabajo o estudios).
La comparación no sólo es odiosa con los israelíes del otro lado, sino que es peor aún con los más 600.000 colonos que residen en asentamientos reconocidos como ilegales por Naciones Unidas, que estando en zona ocupada tienen carreteras, servicios públicos o vigilancia se primer nivel, cuando los palestinos no logran permisos ni para edificar una vivienda. También toman recursos naturales esenciales, como el agua y la piedra.
3. Las razones
¿Pero qué razones alegan concretamente los defensores de la causa palestina para llamar al boicot?
Gaza: Desde que en 2007 Hamás ganó las elecciones en la franja, Israel aplica un bloqueo total de este territorio, en el que 2,3 millones de personas vivían con una tasa de densidad de las más altas del mundo. Por tierra estaban rodeados de vallas y patrullas israelíes, por aire estaban vigilados por sus drones y con ofensivas regulares y por mar, hasta está limitado el espacio en el que los pescadores pueden faenar. El 80% de la población dependía de la ayuda internacional al inicio de la andanada actual, a 7 de octubre de 2023, respuesta a los atentados del partido-milicia (1.200 muertos, 250 secuestrados). El 90% del agua no era ya entonces apta para consumo humano, la inseguridad alimentaria afectaba a casi al 60% de los hogares, tres de cada 10 vecinos no tenía empleo, cuatro de cada 10 vivía por debajo del umbral de la pobreza. Todo son estadísticas que ha guerra ha dinamitado, ha pulverizado. Gaza es hoy una franja absolutamente hundida.
La ocupación: Israel ocupa parte de Cisjordania y más de la mitad de Jerusalén, además de los Altos del Golán sirios, desde la Guerra de los Seis Días (1967). La franja de Gaza ya no tenía israelíes en su interior desde 2005 (ahora sí, los soldados que llevan a cabo la ofensiva terrestre; quedan, además, los rehenes de Hamás), pero está completamente custodiada por tierra, mar y aire, por lo que es "la mayor cárcel del mundo al aire libre", en expresión de Oxfam o Médicos Sin Fronteras. Esta situación impide que los palestinos tengan su propio estado (está reconocido sólo como "observador" en la ONU desde 2012) y su propia capital: no hay soberanía. Los ciudadanos no pueden apenas moverse de donde viven y, cuando lo hacen, necesitan permisos de Israel y pasar por controles militares o checkpoints en los que se dan situaciones degradantes. Un muro de más de 700 kilómetros declarado ilegal por la justicia internacional confina a los palestinos cisjordanos y de parte de Jerusalén.
Los refugiados: Naciones Unidas ha dejado claro, en diversas resoluciones, que los palestinos tienen derecho a retornar a sus hogares, ellos y sus descendientes. Según datos del Gobierno palestino avalados por la ONU, 726.000 personas tuvieron que dejar sus hogares en 1948, en la primera guerra tras la creación del estado de Israel (la catástrofe o Nakba). Dos generaciones después, hay más de cinco millones de refugiados, concentrados sobre todo en Jordania, Siria, Líbano y Palestina. Israel ha negado sistemáticamente su derecho a regresar o, al menos, una compensación.
Jerusalén: Los palestinos aspiran a tener en Jerusalén Este la capital de su futuro estado. Actualmente, desde 1967, la parte árabe de la ciudad triplemente santa está ocupada por Israel, que domina por completo cada calle palestina, en las que viven unas 250.000 personas. Desde los años 80, Israel sostiene que Jerusalén es su capital "única e indivisible", aunque la comunidad internacional -Donald Trump aparte- sólo contempla como tal Tel Aviv.
Todo ello se resume en estas peticiones:
- El fin de la ocupación y la colonización de todas y cada una de las tierras palestinas y el desmantelamiento del muro de Cisjordania.
- El reconocimiento de los derechos fundamentales de la ciudadanía palestina de Israel y su total igualdad ante la ley.
- Respetar, proteger y promover los derechos de la población palestina refugiada a volver a sus casas y a sus propiedades, como queda estipulado en la Resolución 194 de Naciones Unidas.

4. El boicot deportivo y cultural
El boicot deportivo y cultural son, posiblemente, las dos herramientas más vistosas del BDS. "Está dirigido a eventos y expresiones (...) patrocinados por el Estado de Israel que persiguen limpiar su imagen ante la opinión pública internacional", expone las Rescop. Lejos de reflejar los valores universales de la cultura o el deporte, dice, "estos actos son parte de una campaña para distraer la atención del público y los medios de comunicación de las políticas de ocupación, limpieza étnica yapartheid".
Además de denunciar y señalar esas violaciones de derechos humanos, el BDS pretende a la par "defender la cultura del pueblo palestino contra las políticas de hostigamiento y memoricidio con las que el Estado de Israel pretende acabar con el patrimonio cultural de Palestina" y denunciar, en lo deportivo, la ausencia de sus profesionales, incapaces de entrenarse, de prepararse en instalaciones dignas o de acudir a competiciones sin tener el permiso de Israel, por ejemplo.
Aparte de un boicot general a las instituciones israelíes o sus productos, sus infraestructuras o los eventos que patrocinan o apoyan, en esta vertiente se añade el ruego de que no se permita la participación de israelíes en competiciones o eventos de otros lugares del planeta, que no se permita el patrocinio o financiación de actos con dinero de Israel (sea gubernamental o privado). Todo ello, insiste el movimiento, "forma parte de la estructura de propaganda sionista que tiene como objetivo mejorar la Marca Israel", hacerlo quedar bien cuando viola el derecho internacional.
Especialmente serios son en el BDS con los eventos que tienen que ver con la lucha del colectivo LGTBIQ+, que denuncian como pinkwashing, esto es, un lavado de imagen: a la vez que se organiza un potente desfile del Orgullo en Tel Aviv, se está aniquilando a la población de Gaza.
5. Los éxitos
El BDS tuvo unos inicios complicados, porque incluso parte de los defensores de la causa palestina entendían que se podría estar aplicando un castigo colectivo a los israelíes que no apoyan las violaciones del derecho internacional boicoteando a una marca, anulando una beca o impidiendo un concierto. El debate estaba a la orden del día, entre si era ético y si, además, esa eficaz, si no atrincheraría más a los dirigentes de Tel Aviv o si había que distinguir entre el Gobierno y los ciudadanos.
Los aplastantes acontecimientos de los dos últimos años han hecho que se disipe parte de esa duda y los efectos empiezan a ser sonados. En lo económico, en su web destacan la campaña #ShutDownNation, que ha conseguido causar daño en un contexto general de economía afectada por la guerra (o las guerras, porque en estos meses se ha atacado también a Líbano, Yemen, Siria o Irán). Según sus datos, "la deuda de Israel se disparó a 340.000 millones de dólares en la segunda mitad de 2024, un 20% más que a finales de 2022, debido a su continuo genocidio".
Además, "las inversiones iniciales en startups israelíes cayeron un 90 % en el primer trimestre de 2023, en comparación con el mismo período de 2022". 46.000 negocios del país han tenido que cerrar desde el inicio de la ofensiva, obviamente no sólo por el boicot, sino por el cierre ante alarmas o la convocatoria de reservistas civiles. Moody’s ha calificado de "basura" el crédito nacional. En septiembre del año pasado, el presidente del Instituto Israelí de Exportación afirmó: "El BDS y los boicots han cambiado el panorama comercial mundial de Israel (...). los boicots económicos y las organizaciones del BDS presentan grandes desafíos; en algunos países nos vemos obligados a operar bajo el radar".
Hay ejemplos en casa que ilustran las presiones cambiantes, como el de la empresa vasca CAF, que se hizo con el contrato para construir el tranvía de Jerusalén, que pasa por zona ocupada palestina. El BDS lleva años intentando romper ese compromiso pero ahora ha sido el propio lehendakari, Imanol Pradales (PNV) el que ha dicho que la firma debe hacer una "reflexión ética" sobre su contrato.

En los informes de gestión semestrales del BDS se da cuenta del éxito creciente en otros ámbitos: bajada de ventas de marcas señaladas como colaboradoras de Israel (hay hasta varias app que alertan de ellas), paralizaciones de contratos gasísticos, desinversión de fondos bancarios y de aseguradoras, ventas de activos para abandonar Israel, cierre directo de sucursales, ruptura de convenios de colaboración universitaria y anulación de becas, compromisos editoriales de no cooperación...
Este verano ha sido especialmente claro en el movimiento generado en torno a los festivales de música en España, donde la participación de diversos inversores de origen israelí llevaron a artistas a anular sus participaciones o, en el caso de llevarlas a término, a lanzar mensajes propalestinos desde los escenarios.
Ahora, en el centro de su diana están las participaciones en eventos deportivos, para que se llegue al nivel de ostracismo que tienen Rusia o Bielorrusia, como ha pedido esta mañana el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Yla joya de la corona (por alto su impacto social): Eurovisión. El ministro español de Cultura, Ernest Urtasun, lo tiene claro de cara a 2026: "Tenemos que lograr que Israel no participe en la próxima edición de Eurovisión".
