Yemen, las dos caras de una guerra

Yemen, las dos caras de una guerra

Para el equipo de cuidados intensivos en Adén, los traumatismos son solo una parte de la historia...

Sala de urgencias en un hospital de Aden.Guillaume BinetGuillaume Binet/MYOP

“¿Es tu primera vez?”

El hombre que estaba a mi lado en el avión se rio cuando asentí. Yemen no era mi primera misión con Médicos Sin Fronteras, pero sí era mi primera vez en Oriente Medio y no sabía qué esperar.

Iba a trabajar en la unidad de cuidados intensivos del hospital de traumatología de Adén, al sur de Yemen. Con sus 80 camas, diez de ellas en la unidad de cuidados intensivos, y tres quirófanos, el hospital de Adén lleva una década atendiendo a los pacientes… e iba a ser mi casa durante cinco semanas.

Más cerca de la guerra

La situación geopolítica de Yemen no es precisamente fácil de entender para una médica italiana sin formación política o histórica. Cuando llegué, se cumplían cinco años de lo que en las noticias se llamaba “guerra civil”, que se parece más a una guerra internacional cuando se observa un poco más de cerca.

Adén se sumió en el conflicto en 2015, como me explicaron mis compañeros durante una cena improvisada en la sala de médicos.

Colocaron un mantel de plástico en el suelo y el doctor Omar dispuso la comida como si estuviéramos en un restaurante cuatro estrellas mientras describía lo que había sido estar de guardia durante la Batalla de Adén.

“Recibimos 200 pacientes en un día”, dijo sonriendo. “Trabajé sin parar durante 48 horas. Después, estaba agotado”.

Mientras le miraba durante el incómodo silencio que se generó después de su frase, me pregunté cómo este equipo podía poner tanta pasión en su trabajo después de todo. Esperaba responder igual, pero no estaba segura.

Mientras le intubaba, mis ojos se fijaron en algo extraño que llevaba en el bolsillo. Cuando terminé la intubación lo cogí. Me quedé helada: estaba sujetando una granada
  La anestesista Elma Wong, en una operación de Aden.Ehab ZawatiEhab Zawati/MSF

De lo que sí estaba segura era de que la calidad de la atención en el hospital de Adén es impresionante. La unidad de cuidados intensivos está tan bien gestionada por el equipo yemení que me pregunté una o dos veces si mi trabajo como miembro temporal del personal internacional era necesario.

Adén se salvó en su mayor parte tras brutales combates. Sin embargo, la creciente pobreza y el fácil acceso a las armas ha hecho de la violencia algo rutinario en el día a día de los habitantes del sur de Yemen.

Una noche, una semana después de mi llegada al hospital, una llamada me despertó a las 3 de la madrugada. Era el médico de urgencias que nos pedía ayuda: habían llegado cuatro pacientes a la vez procedentes del mismo tiroteo.

El que necesitaba atención más urgente era un joven de 20 años con una herida torácica. Un disparo en el pecho que impedía que pudiera respirar.

Mientras le intubaba, mis ojos se fijaron en algo voluminoso y extraño que llevaba en el bolsillo del pantalón. En cuanto terminó el procedimiento de intubación, extendí la mano para retirarlo.

Me quedé helada: estaba sujetando una granada.

Un compañero yemení la cogió con delicadeza de mi mano y se la llevó donde deben estar todas las armas: fuera de nuestro hospital.

La desnutrición es una bestia sutil que puede matarte tanto como una granada. Sin hacer ruido

Una bestia sutil

Pronto, otra cosa llamó mi atención. Algunos pacientes que recibíamos presentaban desnutrición, tanto niños como adultos jóvenes.

A veces se dice que Yemen está al borde de la hambruna. En Adén, los casos de desnutrición que vimos no estaban tan extendidos, pero mis compañeros me dijeron que la proporción de la población que cae en la pobreza crece sin parar.

La desnutrición es una bestia sutil que puede matarte tanto como una granada. Sin hacer ruido.

En pacientes con traumatismos, la desnutrición complica las cosas. Un cuerpo lesionado necesita más nutrientes que uno sano. Los tejidos necesitan energía para sanar y reconstruir lo que ha sido destruido.

De media, una persona con un traumatismo necesita un 30 por ciento más de calorías al día. Un cuerpo desnutrido tiene menos reservas que emplear en la recuperación, por lo que el proceso puede tardar más o no concluir nunca.

En el caso de los niños, es aún más complicado, ya que sus cuerpos necesitan recuperarse y crecer al mismo tiempo. Esto puede resultar abrumador para un cuerpo que ya funciona a medio rendimiento.

Fariha

Fariha, una sonriente niña de cinco años ingresada tras un accidente de coche, me preocupaba más que cualquier otro paciente.

El accidente le había causado una enorme lesión en el hígado. Cuando ingresó, pesaba 13 kilos, un peso muy bajo para su edad. Dos meses después, su peso descendió a los 9 kilos y parecía estar en caída libre. Permanecía casi siempre en la cama, luchando por encontrar la energía para comer.

La evolución de la niña había sido supervisada cuidadosamente, como se haría con cualquier otro paciente. Pero estaba gravemente desnutrida y los protocolos de tratamiento que funcionan perfectamente en pacientes en buen estado de salud no estaban actuando en ella.

Me encontraba al borde del pánico. Veía que no dejaba de perder peso por lo que decidí buscar cualquier ayuda posible.

Advertí a todo el hospital del estado de la niña, hablé con el director y con nuestro psicólogo y escribí un correo electrónico a mi referente técnico (un asesor especialista en medicina intensiva) de la oficina de MSF en París pidiéndole consejo.

Preparé un plan nutricional que debía seguirse escrupulosamente y que cambiamos decenas de veces mientras lo adaptábamos al estado de Fariha. Mientras tanto, todo el equipo intervenía en alimentar a Fariha y jugar con ella, y muchos se quedaban después de terminar sus turnos. Las enfermeras prepararon su comida favorita en la cocina del hospital un par de veces y todos ayudaron a apoyar a su madre constantemente.

  Una calle del distrito de Khormaksar.Guillaume Binet / MSF

Milagro y aplausos

Tras tres semanas de intentos, fracasos y reajustes, Fariha empezó a aumentar de peso. Fue como presenciar un milagro: su cuerpo estaba respondiendo.

Era la primera vez que participaba en el tratamiento de un niño desnutrido, algo poco frecuente para una anestesista. Me sorprendió de una forma que no había sentido desde la facultad de medicina.

Pero no fue mi logro personal. El equipo entero se había demostrado a sí mismo que, con mucho esfuerzo, un enfoque multidisciplinar y algunos protocolos nuevos, estaba preparado para tratar la desnutrición en pacientes con traumatismos.

A Fariha le dieron el alta apenas unos días antes de mi partida de Yemen con un aplauso cerrado de todo el personal.