¿Dónde está Abbas? El papel banal del líder palestino, entre presiones externas y crisis internas
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¿Dónde está Abbas? El papel banal del líder palestino, entre presiones externas y crisis internas

El 'rais' vuelve a los titulares por su ronda diplomática, los nuevos apoyos anunciados por España y la UE o la ataque al liderazgo de Hamás en Qatar. 

El presidente español, Pedro Sánchez, recibe a su homólogo palestino, Mahmud Abbas, en el Palacio de la Moncloa (Madrid), el 19 de septiembre de 2024.Burak Akbulut / Anadolu via Getty Images

Aunque muchos no se acuerden de ello, Palestina tiene un presidente y se llama Mahmud Abbas. El rais ha estado prácticamente desaparecido durante la ofensiva de Israel sobre Gaza, vieja ya de 23 meses, como un espectador impotente. Tremendamente impopular entre su gente y en un momento de conmoción nacional, se ha visto bloqueado tanto por las presiones internacionales como por la crisis doméstica que arrastra desde hace años, además de por sus propios errores. 

El sucesor esperanzador de Yasser Arafat, quien debía traer la unidad a la lucha palestina y la paz con Israel, es hoy un anciano de 89 años que sólo puede ser llamado "líder" por la inercia de la prensa. Con los años, ha propiciado más división, más corrupción y más autoritarismo, mientras crece a mordiscos la ocupación en Cisjordania, el único de los tres territorios palestinos en los que manda (los otros son Gaza y Jerusalén Oriental). 

Sin embargo, Abbas vuelve a los titulares porque no deja de ser el rostro de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), el legítimo Gobierno palestino, sobre el que se posan los ojos del mundo en estos días. Son muchos los motivos: la avalancha de reconocimientos de su Estado que se espera en la Asamblea General de Naciones Unidas este septiembre; el veto a su permiso para entrar a ese evento, ordenado por los Estados Unidos de Donald Trump; la ronda diplomática emprendida por Abbas para contrarrestar ese cerrojazo, que lo ha llevado a Reino Unido; el anuncio de nuevos compromisos con su Administración por parte de España y la Comisión Europea, o el ataque del Ejército israelí a la cúpula política de Hamás en Doha (Qatar) cuando negociaba un alto el fuego con los de Benjamin Netanyahu, que rescata preguntas sobre el liderazgo palestino. 

Primero, el contexto

Para entender el papel actual de Abbas hay que hacer un poco de historia porque, más allá de personalismos, el entramado de décadas ayuda a entender el anodino papel del mandatario. Y es que hoy una compleja combinación de autoridades gobierna a los 5,5 millones de palestinos que viven en la Franja de Gaza y los territorios de Cisjordania y Jerusalén Oriental. Oficialmente, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) representa a los palestinos de todo el mundo en foros internacionales, mientras que la Autoridad Palestina -una institución más reciente liderada por una facción de la OLP conocida como Fatah y avalada por los Acuerdos de Oslo de 1993- supuestamente debería gestionar la mayor parte de Cisjordania y la Franja de Gaza. 

En realidad, sin embargo, la ANP ha eclipsado a la OLP, y ambas se encuentran en una situación de profunda crisis, especialmente porque Israel, el ocupantem ha ejercido un control significativo sobre los territorios palestinos, tanto de facto como oficialmente. Por ejemplo, es quien controla el 62% de Cisjordania y subiendo por culpa de los colonos. No tiene ninguna competencia en Jerusalén Este, pretendida capital de su futuro estado, porque está plenamente ocupada por Israel desde 1967

Gaza, por su parte, ha sido gobernada por Hamás desde 2007. Un año antes, el partido-milicia ganó las elecciones y se acabó haciendo con el poder real tras una guerra intestina con Fatah, el partido histórico de Arafat y Abbas. Desde entonces, el control de las administraciones ha sido doble. La ANP no pinta en Gaza, no tiene capacidad para entrar, gestionar, influir... La franja ha estado sometida a bloqueo  de Israel desde entonces y, tras los atentados del 7 de octubre de 2023 en los que Hamás mató a 1.200 personas y secuestró a 250, hay una ofensiva en marcha que acumula ya 64.000 asesinados. 

Aunque se han producido diversos acercamientos en un intento de generar gabinetes de unidad entre las facciones palestinas (unas 14), el último serio en 2014, ninguno ha llegado a cuajar. La situación actual es de total separación entre la ANP y Hamás. 

Simpatizantes de Hamás, la Yihad Islámica y el movimiento Al-Ahrar protestan contra el presidente de la ANP, Mahmud Abbas, en la Franja de Gaza, el 2 de mayo de 2017.Momen Faiz / Getty

La postura del presidente

Abbas, ante este margen de maniobra, ha dedicado estos meses al trabajo diplomático, en un intento de mantener viva la causa por un estado, relegada por las matanzas en Gaza. Comulgando con su pasado, su respuesta siempre ha sido la de la no violencia. Nunca ha coqueteado con las milicias, como lo hicieron dirigentes palestinos del pasado, y siempre ha apostado por la vía del diálogo para solventar el conflicto. También ahora. De ahí que su llamamiento a debatir en una mesa de negociaciones -algo que no pasa desde hace 11 años- sea aplaudido sobre todo por sus socios europeos. 

Estados Unidos le ha prestado nula atención en esta crisis, empezando por Joe Biden (que no lo visitó en 2023 cuando acudió a Israel para solidarizarse con Netanayhu) y siguiendo por Donald Trump (sobran las explicaciones, teniendo en cuenta que apuesta por la limpieza étnica de los palestinos para levantar una Riviera en Gaza). 

Abbas se ha centrado en dos discursos: las acusaciones a Israel y, también, los reproches a Hamás. En el primer caso, acusa a Tel Aviv de impulsar un "genocidio" contra los palestinos, la "destrucción completa" de Palestina. Ha sido especialmente duro al censurar la hambruna y calificarla de "crimen de guerra". También recordado siempre que el liderazgo palestino reconoció a Israel en 1988 y, sin embargo, su adversario se niega a ser recíproco, y que se mantiene firme en la solución de dos estados, vecinos y en paz. Ha exigido la retirada de todas las tropas de Israel en Gaza y de las zonas ocupadas. "Nosotros sí estamos comprometidos de mantener el Estado de palestina en Cisjordania y Gaza con la capital en Jerusalén oriental. Nuestro objetivo es paralizar este ataque contra nuestro pueblo", dijo Abbas en España, de visita a La Moncloa, en septiembre de 2024.

Pero también ha tenido reproches para Hamás: el pasado abril, en un potente discurso, tildó a sus miembros de "hijos de perra" (uno de los mayores insultos que se pueden escuchar en Oriente Medio) y expresó que el grupo palestino "dio pretextos a la ocupación para aplicar sus conspiraciones y crímenes en Gaza, siendo el más relevante la detención de los rehenes".

"Hamás debe poner fin a su control de la Franja de Gaza, entregar todos sus asuntos a la franja, entregar sus armas a la Autoridad Nacional Palestina", dijo en su discurso de apertura de la 32ª sesión del Consejo Central Palestino, celebrada en la ciudad cisjordana de Ramala. Para el presidente palestino este es el único escenario que puede garantizar "la seguridad y la estabilidad en Palestina y en la región". Quiere que suelten a los rehenes israelíes, quiere que se desarmen y que firmen una tregua. 

Sus palabras fueron muy criticadas por la oposición y por grupos de activistas, que consideran que se extralimitó, poniendo en la milicia la culpa mayor de lo que sucede. Mustafa Barghouti, que lidera la Iniciativa Nacional Palestina (PNI), condenó los comentarios afirmando: "El presidente no debería haberlos dicho, definitivamente esto no creará nada excepto más divisiones y más ira dentro del pueblo palestino". Fue una lectura generalizada, más allá de su círculo, porque la estrategia sería la de atraer a los miembros de Hamás que rechacen seguir con la lucha armada, no desdeñarlos. 

Un líder desarbolado

Abbas llegó al cargo tras la muerte (¿por envenenamiento?) de Arafat, en 2004. Había sido durante décadas su colaborador más cercano, gris y prudente, uno de esos rostros que siempre salen en la segunda fila de las negociaciones de paz, de Madrid a Oslo, pero esenciales. No tenía carisma, pero los palestinos lo acogieron con los brazos abiertos. 

Sin embargo, el Abbas que vemos hoy es un señor que gobierna sin mandato popular, pues no ha habido elecciones desde que se disolvió el Parlamento, en 2007. Aunque se ha prometido varias veces, no ha vuelto a haber elecciones (en 2021 casi), en parte por las condiciones de seguridad que impone Israel y en parte por el miedo a que formaciones como Hamás o alguna facción crítica de Fatah se acaben llevando la victoria. 

En ausencia de Cámara, la OLP controla la sucesión, una tarea que Abbas ha pospuesto insistentemente, incluso decretando el año pasado que Rawhi Fattouh, jefe del Consejo Nacional Palestino, se convertiría en presidente interino si el puesto quedara vacante repentinamente hasta que se celebraran elecciones, en un plazo de 90 días. 

Todo eso ha paralizado la naciente democracia palestina. Eso y, claro, el sometimiento de Israel, porque Abbas se ha ido debilitando, mucho, por las sucesivas operaciones sobre Gaza, en las que se acumulaban muertos sin poder intervenir: 2009, 2012, 2014... o por la propia salida unilateral de Israel de la franja, que no le dio tiempo a organizarse. Hasta hoy. Abbas ha tenido momentos de brillo, como cuando en 2012 logró que Naciones Unidas reconociera a Palestina como un estado observador, no miembro. Con el tiempo, eso le ha abierto las puertas de las agencias e instituciones de la ONU, como cuando en 2014 accedió a la Corte Penal Internacional. Entonces, sonreía en Ramala. 

Un grupo de palestinos celebra en Ramala (Cisjordania) la entrada de Palestina en la ONU como estado observador, en noviembre de 2012.Majdi Mohammed / AP

Ya no. Abbas es ampliamente percibido como un mandatario desconectado de la realidad, enrocado en sus planes y con sus asesores fieles, poco autocrítico y cortoplacista. Sus críticos lo acusan de bloquear los intentos de elegir libremente y afirman que preside un órgano de Gobierno que ya no representa al pueblo palestino. También, que su empeño en cumplir con Oslo y, por tanto, mantener todo tipo de contactos de seguridad con Tel Aviv cuando a la inversa se violan los acuerdos lo convierten casi en un colaboracionista, que se muestra de manos cruzadas, por ejemplo, ante la creciente violencia colona. El 82% de los ciudadanos quiere que dimita, según un sondeo del Centro Palestino de Investigación de Políticas y Encuestas (PCPSR, por sus siglas en inglés). Pese a esa poca fe, aún hay quien pensaba que la gravedad de lo que ocurre en Gaza lo llevaría a dar pasos distintos. No ha sido el caso. 

Ahora, se mira de nuevo a la ANP por ver qué papel pudiera jugar en la franja en el día después de esta guerra. En marzo, Egipto logró el apoyo de los países de la Liga Árabe, la Unión Africana, la Unión Europea (UE) y la secretaría general de la ONU a su plan para reconstruir la franja de Gaza y mantener allí a la población palestina, en contraposición a los proyectos defendidos por EEUU e Israel que buscan su expulsión permanente. Básicamente, prevé una inversión de 53.000 millones de dólares y más de cinco años de trabajo, divididos en varias fases, y contempla la creación de un comité directivo local, al mando de tecnócratas, que comandarían el territorio durante un periodo inicial de seis meses. 

Pasado ese tiempo, habría una transición de poder en la que entraría en juego una alianza árabe o internacional que, al fin, podría dejar Gaza en manos de la ANP. Abbas, durante muchos meses, se opuso a esta salida porque suponía desplazar al Gobierno palestino, pero ahora se muestra favorable. "No tenemos objeción a una asociación así", ha dicho. Tampoco es que ese plan entusiasmara a las naciones árabes, pero a la vista de los planes de Trump, tocaba actuar. 

La visión de los expertos

Omar H. Rahman, miembro del Middle East Council on Global Affairs (Consejo de Asuntos Globales de Oriente Medio) con sede en Doha (Qatar), recuerda que, aparte del "obstruccionismo" que se espera a ese plan por parte de Israel, donde las voces de reocupar Gaza por completo son crecientes, se añade el problema de la "profunda impopularidad" del propio presidente palestino. "Con el paso de los años, Abbas ha acelerado la erosión de su legitimidad al mantener la coordinación de seguridad con Israel, profundizar su régimen autoritario y negarse a celebrar elecciones desde 2006. Su liderazgo se ha visto cada vez más definido por la represión de las facciones de la oposición, de la renovación política y de cualquier resistencia a la agresión israelí", sostiene.

"Sin un proceso político viable, la Autoridad Palestina se ha convertido en un apéndice de la ocupación y el apartheid israelíes, imponiendo la seguridad en Cisjordania sin autoridad real para gobernar como entidad independiente. Esto ha alimentado la desilusión generalizada entre los palestinos. El control del poder por parte de Abbás ha exigido una mano cada vez más dura, en particular contra activistas y facciones que exigen un enfoque más confrontativo ante las políticas israelíes de limpieza étnica", ahonda. 

Se ha visto, por ejemplo, con redadas en zonas críticas como Yenín que han indignado a la población o con muertes a mano de sus uniformados, no de los israelíes, de civiles inocentes, como la periodista Shata Al Sabbagh, en diciembre pasado. En el caso expreso de Gaza, sostiene que Abbas "ha estado prácticamente ausente de los esfuerzos por movilizar la resistencia palestina, y su silencio e inacción reflejan su obsolescencia".

Entiende que se suman los condicionantes propios, o sea, el afán de permanencia y de control del Gobierno por parte de afines, con la "dependencia de Israel y de los donantes internacionales de la Autoridad Palestina para mantener la autoridad a flote", que lleva a poner por delante otros intereses, "desplomando" su popularidad. El año pasado, Abbas emprendió por ejemplo una importante reforma en el Gobierno, con el cambio de primer ministro, de Mohamed Shtayyeh a Muhamad Mustafa, para cumplir con esa ANP "revilatizada" que le exigía Biden para, un día, quizá recuperar el timón de Gaza. También destituyó al jefe de la seguridad interna, jubiló a otros altos funcionarios y ha tratado de congraciarse con miembros díscolos de Fatah, pero eso no ha sido un revulsivo, porque los cambios han seguido siendo por afines, hombres, mayores. 

Rahman recuerda que ha tomado otra medida muy criticada en la calle: la eliminación del apoyo financiero total a familias de presos palestinos. Ahora se pagará en función de las necesidades económicas de cada cual, porque desde EEUU, sobre todo, se que critica lo que llaman "política de pagar por matar", una etiqueta que obvia la lucha por la autodeterminación de Palestina. Amargo, muy amargo ha sido esto. "Rompe un pacto social de larga data entre el pueblo palestino y sus dirigentes, no ha hecho más que poner de relieve hasta qué punto la Autoridad Palestina intenta apaciguar a Israel y a Occidente a expensas de la legitimidad interna", sostiene el experto.

La Autoridad Palestina también está desesperada por estabilizar sus finanzas. Desde el inicio de la guerra de Gaza, sólo ha podido pagar entre el 30 % y el 40 % de los salarios del sector público, y el PIB en Cisjordania ha caído casi un 30 %, factores que podrían acelerar el deterioro general de la situación en ese territorio. En parte, se debe al recorte de la asistencia de EEUU, que aún espera recuperar por completo. En abril, la jefa de política exterior de la UE, Kaja Kallas, aprobó un paquete de ayuda trienal por valor de 1.600 millones de euros, que incluye 620 millones de euros en apoyo presupuestario directo vinculado a las reformas. Ahora se espera que se concrete lo prometido el miércoles por la presidenta de la CE, Ursula von der Leyen, en el debate del Estado de la Unión. 

El primer ministro británico, Keir Starmer, recibe al presidente de la ANP, Mahmud Abbas, en el número 10 de Downing Street, en Londres, el 8 de septiembre de 2025.TOLGA AKMEN / EFE / EPA

Tiene el incendio en casa, pero se centra por ahora en mostrarse como un socio viable, formal, potencialmente capaz de quedarse con Gaza cuando sea posible. Fuera, aún da esa imagen; dentro es más difícil. Lo comparte la analista Dalia Ismail, de Dawn MENA (un tanque de pensamiento creado por el periodista saudí, Jamal Khashoggi, asesinado en 2018), quien sostiene que, "mientras los actores regionales e internacionales diseñan un futuro en Gaza tras el genocidio sin mucha participación de los propios palestinos, Abbas maniobra para restablecerse como un interlocutor palestino indispensable", pese a que la situación "se ha deteriorado drásticamente" desde el 7 de octubre de 2023. Es una especie de irrealidad, coinciden los expertos. 

Habla de mano dura con su gente y de inacción con Israel, en paralelo. "Estos resultados hacen que muchos palestinos consideren a la Autoridad Palestina menos como un órgano de gobierno que como una extensión de la ocupación israelí. Se castiga la disidencia, se criminalizan los sentimientos de resistencia y un clima de miedo impregna a las comunidades palestinas". Al intentar demostrar a Israel y EEUU que puede gestionar la Cisjordania ocupada, "la Autoridad Palestina sólo ha profundizado su distanciamiento del pueblo al que dice representar", denuncia. 

Respecto a Gaza, aunque desee recuperar el control, "es improbable que lo logre", son muchos años ya fuera. "Un retorno a Gaza impuesto por actores extranjeros, sin un amplio mandato público y a lomos de tanques israelíes, sería casi con toda seguridad considerado ilegítimo, tanto en Gaza como en la Cisjordania ocupada", sostiene la periodista.

Abbas, con su deriva, ha ayudado a que la ANP sea una cáscara vacía, aún con legitimidad internacional que no se pone en duda, con un mandato claro que es el de comandar, un siglo de estos, un Estado palestino soberano y libre. Aún es, para el mundo, el clavo ardiendo al que aferrarse, una institución parida con el esfuerzo de Oslo, del debate cuando se podía debatir, de la cesión y la conquista con el otro. Nadie duda de la ANP, pero sí de su jefe "obsoleto". De fondo, el miedo diario a que Abbas falte, a que no hay sucesión y menos ordenada, a que Israel aproveche para ir a por todas en Cisjordania, a que el entramado de la Autoridad, que tantos años costó elevar, se desmorone. 

De momento, este septiembre es su mes. El de cosechar nuevos apoyos. El del espaldarazo internacional. En casa le espera la amargura de siempre. 

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Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

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Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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