Hay varias razones por las que las aerolíneas no vuelan casi nunca sobre la Antártida
Una de ellas es muy peculiar.

Ver un avión comercial cruzando el cielo antártico es algo excepcional. Aunque las rutas aéreas cubren casi todo el planeta, el continente helado sigue siendo, en la práctica, un espacio aéreo vacío. Solo en contadas ocasiones, como ocurrió el 14 de julio de 2023, un vuelo aparece trazando una línea sobre el extremo sur del mapa, desconcertando a quienes siguen el tráfico aéreo en tiempo real.
Aquel día, un Boeing 787 de Qantas que cubría la ruta entre Santiago de Chile y Sídney decidió desviarse ligeramente hacia el sur. El motivo no fue turístico ni científico, sino meteorológico: los fuertes vientos en contra en su trayectoria habitual obligaron al piloto a optar por una ruta más eficiente que rozó la costa antártica, alcanzando los 74 grados de latitud sur. Pese al rodeo, el avión llegó a Australia incluso media hora antes de lo previsto.
Este tipo de maniobras son, sin embargo, la excepción. No existen vuelos comerciales regulares sobre la Antártida, y las razones son tanto técnicas como de seguridad. El principal problema es que el continente carece de aeropuertos operativos y de infraestructura de emergencia: si un avión tuviera que aterrizar por una avería o urgencia médica, no habría dónde hacerlo.
Además, las condiciones meteorológicas extremas convierten la región en una pesadilla para cualquier piloto. Vientos impredecibles, tormentas de nieve, baja visibilidad y temperaturas gélidas que pueden congelar componentes del avión hacen que sobrevolar la zona sea un riesgo innecesario. Incluso el reflejo del sol sobre el hielo —el llamado “whiteout”— puede desorientar y dificultar la navegación.
Tampoco hay sistemas de comunicación ni radares fiables en gran parte del continente, lo que complica el seguimiento de los vuelos y la coordinación con los centros de control aéreo. En una zona donde el tráfico aéreo es casi inexistente, cada vuelo tendría que depender de sus propios medios para orientarse y responder ante cualquier imprevisto.
Aunque la idea de sobrevolar el Polo Sur pueda resultar fascinante para los pasajeros —un vistazo al inmenso desierto blanco desde 10.000 metros de altura—, la espectacular vista no compensa los riesgos operativos. Solo unos pocos vuelos charter o expediciones turísticas especialmente equipadas se aventuran a hacerlo.
Así, la Antártida sigue siendo uno de los últimos espacios del planeta prácticamente libres de aviones: un territorio reservado para científicos, aventureros… y, muy de vez en cuando, para un vuelo desviado por el capricho del viento.
