Países Bajos pasa página a la era Wilders: Rob Jetten toma el relevo tras la debacle ultraderechista
El país que el líder del PVV prometió “cerrar a los extranjeros” le ha cerrado la puerta a su proyecto. Los liberales progresistas preparan una coalición de gobierno sin los extremos, mientras Frans Timmermans anuncia su dimisión al frente de la izquierda verde.

Países Bajos ha puesto punto final a una etapa política marcada por la polarización y, en la convocatoria anticipada de elecciones legislativas celebradas este miércoles, ha decidido poner en marcha una nueva era en la que los liberales progresistas del D66 será el partido encargado de formar Gobierno, , según los sondeos a pie de urna. El líder de la formación europeísta, Rob Jetten, tiene todas las papeletas para relevar a Dick Schoof y convertirse, a sus 38 años, en el primer ministro más joven en la historia del país.
Con 27 escaños frente a los 25 que habría conseguido el Partido por la Libertad (PVV) del ultraderechista Geert Wilders, el resultado supone un vuelco ajustado, pero simbólico, en el mapa político neerlandés: el populismo ha perdido el apoyo de una mayoría que busca ahora, en el centro, un nuevo punto de equilibrio político. "Millones de neerlandeses hoy han pasado página y han dicho adiós a la política del odio”, ha dicho ante sus seguidores un enfervorizado Jetten, recibido en la sede de su partido entre cánticos de 'Yes, we can', tras conocerse el resultado de las primeras encuestas a pie de urna.
El desplome electoral del PVV, que había ganado por primera vez las elecciones en 2023, deja en entredicho la continuidad de Geert Wilders, quien ha reconocido su decepción y ha admitido que su partido “probablemente no formará parte del próximo Gobierno”. En el otro extremo del espectro político, la izquierda verde (GroenLinks–PvdA), liderada por el excomisario europeo Frans Timmermans, también ha sufrido un revés al pasar de 25 a 20 escaños, un resultado que ha llevado a su líder a presentar la dimisión.
Con 76 de los 150 escaños del Parlamento que hacen falta para alcanzar la mayoría, D66 necesitará una amplia coalición para gobernar. Los analistas apuntan a un pacto posible con los democristianos (CDA), los liberales conservadores (VVD) y la propia alianza verde de izquierda que lideraba Timmermans. Sería una fórmula que devolvería a Países Bajos a su tradición de consensos, en un país acostumbrado a que las negociaciones se alarguen durante meses sin que nadie se lleve las manos a la cabeza.
El ascenso de Rob Jetten, el liberal optimista

“Millones de neerlandeses hoy han pasado página y han dicho adiós a la política del odio”, proclamó Rob Jetten ante una multitud de militantes que agitaban banderas verdes y coreaban “Yes, we can”. “Hoy hemos conseguido el mejor resultado en la historia de D66, y puede que seamos incluso el partido más grande del país”, añadió entre aplausos, visiblemente emocionado. Su tono, más sereno que triunfal, resumió una noche en la que el centro liberal volvió a ser sinónimo de estabilidad política en Países Bajos.
A sus 38 años, Jetten representa la nueva generación del liberalismo progresista neerlandés. Exministro de Clima y Energía y antiguo líder parlamentario, ha construido una carrera sin escándalos ni sobresaltos, marcada por la gestión y el consenso. Hijo de una familia de clase media en Brabante del Norte, estudió Administración Pública en la Universidad Radboud de Nimega y antes de entrar en política trabajó como asesor en la empresa ferroviaria pública ProRail. Su trayectoria en D66 comenzó a nivel local, como concejal y jefe de grupo en Nimega, hasta que en 2017 dio el salto al Parlamento. Un año después, se convirtió en el líder parlamentario más joven de su partido.
“Hace apenas dos semanas las encuestas nos daban doce escaños. Lo que ha ocurrido es que muchos ciudadanos se sintieron inspirados por un mensaje positivo: cómo dejar atrás la era Wilders y volver a cooperar para que el país avance”, explicó después ante los medios, ya más relajado. “No es solo un buen resultado para D66, sino para todos los que apostaron por la política de la esperanza.” Su discurso, centrado en una política migratoria “ordenada pero humana” y en una transición ecológica “que no deje a nadie atrás”, ha calado entre los votantes moderados y urbanos, especialmente entre los jóvenes que crecieron en la era Rutte.
Jetten ha hecho de la naturalidad su sello. En plena noche electoral dedicó unas palabras a su pareja: “Mi amor, no sé dónde estás, pero ¡gracias, Nicolas!”, dijo al final de su discurso, rompiendo la sobriedad habitual de la política neerlandesa. Abiertamente homosexual, corre maratones, vive en Utrecht y combina la disciplina de un gestor con la cercanía de un político de redes sociales. “Los neerlandeses han pedido estabilidad, ambición y cooperación desde el centro”, insistió. Si los resultados se confirman, se convertirá en el primer ministro más joven de la historia reciente de Países Bajos y en el rostro de una transición generacional tras más de una década de gobiernos liberales.
Geert Wilders, el ultra que acabó aislado de sí mismo

“Somos la segunda, y quizá incluso la primera fuerza”, ha dicho Geert Wilders al conocer los resultados, aferrado a una posibilidad estadística que nadie más contemplaba. El Partido por la Libertad (PVV) ha perdido doce de los 37 escaños que tenía y ha pasado de liderar el Parlamento a quedar relegado al segundo puesto. “Esperábamos 30 o más, pero no me arrepiento. Salimos del gobierno porque era lo correcto”, ha asegurado el veterano dirigente ultraderechista, visiblemente molesto. Su gesto, contenido y casi incrédulo, contrastaba con el entusiasmo desbordado de la sede de D66.
Wilders ha atribuido la caída a la estrategia del resto de formaciones, que durante la campaña descartaron públicamente cualquier alianza con él. “Muchos votantes habrán pensado que, si nadie quiere gobernar con el PVV, es mejor apoyar a otro partido que sí pueda hacerlo”, ha lamentado. En un país donde el consenso es una forma de identidad nacional, su intransigencia lo ha dejado solo: sus antiguos socios lo consideran un riesgo político, y sus adversarios, un obstáculo para la estabilidad.
En junio pasado, el propio Wilders había provocado la ruptura del gobierno que compartía con los liberales del VVD y los democristianos del CDA, al acusarlos de incumplir los acuerdos sobre inmigración y asilo. Esa decisión, presentada como un gesto de firmeza, se ha revelado como un error de cálculo. “Hoy hemos perdido, pero seguiremos aquí. No me libraré de esto hasta los ochenta”, ha ironizado, antes de advertir: “Timmermans dice que la era Wilders ha terminado, pero que se prepare: esto no ha hecho más que empezar.”
Su derrota marca el final de un ciclo. El político que prometió “cerrar Países Bajos a los extranjeros” ha visto cómo era el país quien empezaba a cerrarle la puerta a él. Veinte años después de irrumpir como símbolo del populismo europeo, Wilders mantiene la notoriedad, pero ha perdido el poder de arrastre. Su discurso, pensado para incendiar debates, se ha vuelto previsible en un electorado que parece haber aprendido a ignorarlo.
La despedida de Frans Timmermans

“Estoy profundamente decepcionado, porque hemos luchado con todas nuestras fuerzas por un programa que ayudara a Países Bajos a avanzar de forma social.” Con esas palabras, Frans Timmermans anunció su dimisión al frente de la alianza GroenLinks–PvdA, que ha caído de 25 a 20 escaños, según los primeros resultados. La noche electoral dejó para el exvicepresidente de la Comisión Europea un sabor amargo: ni la unión de ecologistas y socialdemócratas ni la campaña en torno a la justicia climática y social han logrado contener el avance liberal.
“Está claro que, por la razón que sea, no he logrado persuadir a la gente”, reconoció ante sus seguidores en Ámsterdam, antes de ceder el testigo a “una nueva generación”. “Me despido como vuestro líder de partido, con dolor en el corazón, pero eso es lo que debe hacer quien ejerce el liderazgo cuando su dirección no produce el resultado esperado.” Su tono, pausado y honesto, contrastó con la crispación que suele acompañar las derrotas electorales.
Timmermans había regresado en 2023 a la política neerlandesa tras casi una década en Bruselas, donde se convirtió en el rostro más visible del Pacto Verde Europeo. Volvió a su país para intentar fusionar el voto progresista, pero el experimento apenas resistió un año. Su propuesta de unir ecologismo y socialdemocracia no consiguió consolidarse entre un electorado fragmentado y pragmático, más pendiente del coste de la energía y de la vivienda que de los grandes discursos continentales.
Su salida simboliza algo más que una derrota personal: marca el fin de una etapa para la izquierda clásica neerlandesa. La noche en que Jetten y los liberales hablaban de futuro, Timmermans se despedía apelando a la decencia política. En un país que suele premiar la gestión y castigar la grandilocuencia, su figura quedará como la de un europeísta convencido que no supo traducir Bruselas al idioma de la calle.
Países Bajos despliega su papeleta gigante
La participación se ha situado en torno al 77 %, apenas dos puntos por debajo de los comicios de 2023, en una jornada sin incidentes y con colas ordenadas en los colegios electorales. A media tarde, ya había votado un 38 % de los 13,4 millones de neerlandeses convocados, un país donde votar es casi una rutina cívica más que un acto de fe. Y aun así, las urnas han terminado por dibujar el giro político más relevante de la última década.
Los neerlandeses han vuelto a desplegar su legendaria papeleta gigante, un pliego que parece un mapa y recoge a los 1.166 candidatos de los 27 partidos que aspiraban a uno de los 150 escaños del Parlamento. Y lo han hecho, como siempre, en los lugares más insólitos: un zoológico, una estación de bomberos, el teatro de La Haya, una granja urbana y hasta el antiguo campo de concentración de Westerbork, convertido hoy en centro de memoria.
El primero en acudir a votar fue Geert Wilders, escoltado por su habitual dispositivo de seguridad. Luego llegó Frans Timmermans, con su perro, a un colegio de Maastricht, y cerró la jornada Rob Jetten, sonriente y sin guardaespaldas, en Utrecht. “Hoy hay mucho en juego”, había dicho Wilders por la mañana. Por la noche, su frase sonó profética, pero no en el sentido que él esperaba.
Cuando las urnas cerraron a las nueve en punto, las encuestas a pie de urna ya hablaban de cambio. Y en un país que detesta los sobresaltos, eso es casi una revolución. Los neerlandeses han votado sin ruido, pero el mensaje ha resonado alto: quieren menos bronca, más consenso y —al menos por una vez— una política que no grite.
