Lo que piensan del Brexit algunos británicos que veranean en Tenerife

Lo que piensan del Brexit algunos británicos que veranean en Tenerife

Más allá de analizar quién será el próximo país, si la UE se irá al garete, si podremos salvar algunos muebles, si estamos a punto de volver a entrar en una era oscura de nacionalismos con aroma fascista tipo Le Pen, Trump o Nigel Farage, si resurgirá la izquierda, están las preguntas más sencillas: ¿no tienen miedo estos británicos a salirse de la UE? ¿No se parece lo que han hecho a un salto sin red? ¿De dónde viene esa confianza en que les va ir mejor? Para resolver estas dudas me acerqué a hablar con algunos británicos que estaban por el Puerto de la Cruz, en Tenerife.

Nacer, crecer, ir al colegio, al instituto, aprender un oficio o ir a la universidad, trabajar, agobiarse más o menos por encontrar trabajo, padecer la precariedad, formar o no una familia.... Pero casi nunca nadie pensaba en salir de la Unión Europea. Hasta el pasado 23 de junio, cuando los ciudadanos del Reino Unido votaron por el Brexit. Si en la Europa Occidental muchos habíamos nacido en un edificio que parecía lleno de certezas, aquel día saltaron por los aires, y se abrió otra grieta que demuestra que las viejas hegemonías se han roto y que hay otras políticas y poéticas cada vez más visibles -algunas horribles- que desbordan los límites establecidos. Más allá de analizar quién será el próximo país, si la UE se irá al garete, si podremos salvar algunos muebles, si estamos a punto de volver a entrar en una era oscura de nacionalismos con aroma fascista tipo Le Pen, Trump o Nigel Farage, si resurgirá la izquierda, están las preguntas más sencillas: ¿no tienen miedo estos británicos a salirse de la UE? ¿No se parece lo que han hecho a un salto sin red? ¿De dónde viene esa confianza en que les va ir mejor?

A mí me daría vértigo marcharnos de la UE. Pienso en esa ultraderecha española que está soterrada bajo los fondos estructurales, pero que ruge en tertulias y púlpitos. Pienso en qué sería de este país si ni siquiera somos capaces de nombrar un presidente tras ocho meses de Gobierno en funciones y dos elecciones generales. Así que me acerco al Puerto de la Cruz, en Tenerife, para hablar con estas señoras y señores tan raros que buscan el sol y la playa, se ponen a veces rojos como cangrejos y son de un país que tiene a la vez a la reina más clásica del mundo y al primer musulmán al mando de una capital tan europea como Londres. Al Puerto de la Cruz iban mis padres cuando eran jóvenes y el municipio empezaba a despuntar como destino turístico. El resto de la isla era gris como todo el franquismo, allí sonaban los piano-bares y era más fácil sentirse joven, como si los neones y los acordes les permitieran imaginar a qué podía parecerse el futuro. Fui al Puerto a encontrar la luz, pero volví lleno de dudas a un país, el nuestro, bloqueado por sectarismos y miedos.

Con esa confianza, cualquiera tiene un imperio

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Puede que los primeros datos económicos confirmen que el Brexit está contrayendo la economía británica a niveles de 2009, un año después del estallido de la Gran Recesión, pero Beckie, profesora de Negocios en un pequeño college de West Sussex y su marido James, trabajador de la Rolls Royce, están contentos y tranquilos en sus vacaciones en el Puerto de la Cruz, con James medio herido después de un accidente de moto que lo ha dejado con un brazo en cabestrillo y un montón de puntos en la ceja. "Parece que te dieron una paliza", le comento. Ambos votaron por el Brexit: "Hubo muchos intentos de meter miedo diciendo que si había Brexit iba a ser el fin del mundo. Y aquí estamos, un mes después, y las cosas se están calmando. La libra está volviendo a subir, los bancos se están recuperando, y nada de lo que nos contaban ha ocurrido", afirma Beckie. Ha sido una decisión tomada con "el corazón". No les gusta lo que representa Bruselas. Se quejan de que las iniciativas británicas nunca prosperan, de esas normas que los tabloides británicos agitan para hacer mofa: este plátano que no puede venderse porque no tiene las medidas x ó y, esa zanahoria que tiene demasiados rizos y no parece una zanahoria, ese pepino que es insultantemente grande para circular por la UE. Saben que al principio las cosas serán "complicadas", pero son optimistas: "No creo que la situación vaya a cambiar tanto, la verdad. Tendremos otros mercados en los que entrar en el mundo".

"La verdad que me sorprende esa confianza", les digo. "¿No piensan que viene un poco de la época del imperio británico?

Beckie reponde: "Siempre ha existido esta cosa de que somos una isla (James piensa que siempre siempre se han cuestionado hasta qué punto son un europeos), esta sensación de miedo a perder la independencia, de orgullo británico. Hay muchas cuestiones de ese pasado imperial de las que nos estamos muy orgullosos. No es una cuestión de reconstruir aquello, pero sí somos una nación de emprendedores, de saber lo que hay que hacer en distintas situaciones. De alguna manera, eso viene de nuestra historia".

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Representantes de las tropas del Imperio Británico durante la celbración del Diamond Jubelee en 1897/GETTYIMAGES

Me acuerdo entonces del poema If, de Rudyard Kipling (el autor de El Libro de la Selva), que en la carrera analizábamos como el paradigma de la confianza imperialista: "Si puedes apilar todas tus ganancias/y arriesgarlas a una sola jugada;/y perder, y empezar de nuevo desde el principio/y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida./Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,/a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados,/y así resistir cuando ya no te queda nada salvo la Voluntad, que les dice: '¡Resistid!". No sé si beben de la misma fuente, pero con este moderno mercantilismo optimista que busca otra vez echarse a la mar para abrir nuevos mercados, no puedo evitar acordarme de los peregrinos ingleses que ensanchaban la frontera y atacaban a los nativos en Norteamérica o de los colonos que llevaban las compañías comerciales a la India o África.

El británico sencillo que se rebela contra los grandes poderes

Una de las consecuencias que tuvo en Reino Unido la victoria de los aliados en la II Guerra Mundial fue la aparición de una nueva narrativa nacional-popular. La guerra la había ganado el pueblo, que mandó a sus hijos al frente a luchar contra el fascismo, que vigiló sus costas para impedir la invasión nazi en territorio británico, cuyas mujeres fueron a las fábricas para poder seguir produciendo, que soportó heroicamente los bombardeos que arrasaban las ciudades británicas. Después de la guerra, los laboristas de Clement Attlee arrasaron en las elecciones y pusieron en marcha el mayor programa de transformación social del último siglo en Gran Bretaña, cuyos beneficios fueron incuestionables hasta la llegada al poder de Margaret Thatcher en 1979. Pero sobre todo, la guerra creó la épica del británico valiente, sencillo, humilde, trabajador y profundamente antiautoritario.

Con eso mismo se siente identificado Martin, que es de Cambridge, pero vive en Bélgica desde hace 20 años. No votó porque tenía el pasaporte caducado, pero lo habría hecho por el Brexit. Dice que no le gusta esa cosa europea de tener que ir con el DNI en el bolsillo por si la policía lo pide en cualquier momento. "A los británicos no les gusta eso. No sé si la cosa ha cambiado mucho con las leyes antiterroristas, pero hasta hace poco, si uno se encontraba por la calle un policía y le preguntaba a dónde iba, podía decirle tranquilamente 'Me voy al pub a ver a mis amigos. Déjame tranquilo".

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Para Martin, el Brexit es un triunfo de la gente sencilla: "Las clases medias y bajas han sabido resistir a aquellos que lanzaban malos augurios y que pertenecían al mundo financiero, reivindicando que somos una isla con el derecho a manejar nuestro propio destino. Al tipo normal de la calle no le gusta que haya otro poder diciéndole lo que tiene que hacer. Incluso aunque a priori pudiera no convenirles el Brexit, muchos se preguntan: ¿cómo de peor puedo estar? He perdido el trabajo, mi hijo cobra un salario malísimo, no hemos prosperado en años. Aquellos que fueron capaces de conectar con ese sentimiento subyacente son los que ganaron la campaña".

Luego la conversación se desliza por otros derroteros más polémicos:

"Ahora, déjame que te pregunte a ti: ¿por qué crees tú que a los españoles les gusta tanto la UE?"

"Yo creo que en parte es porque lo asociamos a la recuperación de la democracia".

"¿Y no será más bien por el dinero de los contribuyentes netos de la UE, como Gran Bretaña, que permiten todas esas infraestructuras que hay aquí o en sitios como Alicante? Ese dinero no lo fabrica una máquina, lo produce el trabajo y el ahorro de la gente".

"Hombre, pero ese dinero que ha ayudado a que aquí mejoren las cosas es el que crea consumidores que luego compran productos británicos. O es el que ha ayudado a formar a los médicos españoles que trabajan en el Servicio Nacional de Salud británico. Me parece que es una visión un poco cerrada de cómo circula el dinero.

Creí que era un votante conservador, pero me llevé una sorpresa...

Es posible que cuando era pequeño, el niño Raymond, de clase obrera, nunca soñara con pasar largas temporadas en Tenerife. Pero eso fue antes de trabajar mucho, convertirse en asesor financiero sin ir a la universidad -"Casi nadie de la clase trabajadora lo hacía, al contrario que ahora"- y conseguir el dinero suficiente para tener, a sus 70 años, una finca en Icod de los Vinos donde pasa seis meses al año que no está en Torquay, la bonita ciudad donde vive al sur de Inglaterra. Él también apostó por el Brexit, al contrario que Hilary, su compañera, que votó a favor de permanecer en la UE porque así lo recomendó el gobernador del Banco de Inglaterra y ella, que es contable, lo consideró "razón suficiente". Pero Raymond, que votó a favor en el referéndum de permanencia en la Comunidad Económica Europea que los británicos celebraron en 1975, está harto, sobre todo por la política de inmigración.

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La entonces líder conservadora Margaret Thatcher haciendo campaña a favor de la pertenencia a la CEE en 1975/GETTYIMAGES

Según Raymond, "hay un montón de trabajos en Inglaterra que ahora hacen extranjeros que llegan al país. Hay mucha gente que quiere venir a nuestro país porque hay un estupendo Estado del bienestar. Creo que ha se ha abusado de esto, sobre todo gente de los países del Este de Europa como los búlgaros y rumanos, que no se integran mucho".

"Entonces, ¿cree que parte de ese voto antiestablishment de la clase obrera se debe a todo esto?"

"Nosotros no podemos percibir la fuerza y las razones por las que esta gente ha votado por el Brexit, porque nosotros vivimos en una zona retirada. Pero por lo que he leído, muchos están preocupados por sus trabajos, por sus comunidades, por el hecho de que se vean invadidas por distintos grupos étnicos, y sienten que no tienen ninguna identidad. Somos una isla pequeña. Si esto sigue así, la situación va a ser una locura. Una pareja media de indios o paquistaníes tienen 3, 4, 5 hijos, mientras que una pareja inglesa tiene menos de dos. En Inglaterra tenemos ahora colegios donde la gente no habla inglés. Vivir en Birminghan o en sitios así (donde por cierto, sí ganó quedarse) es terrible. Los políticos no tienen ni idea de lo que pasa fuera de sus pequeños círculos".

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El ex líder del UKIP presentando uno de sus polémicos carteles durante la campaña del Brexit/REUTERS

"¿Y no se debe debe esta situación de desesperación en parte a las políticas de austeridad y recortes del Gobierno conservador?

"No estoy tan seguro de que sea una cuestión de los recortes. Lo que pasa es que hay veces que la gente está en la cola para una vivienda de protección y se le adelanta otro, y no creo que esto genere muy buenas sensaciones".

"Entonces, ¿usted es simpatizante de los conservadores?"

"Qué va, yo soy laborista"

Un pub para la clase obrera

Lo cierto es que la izquierda tiene un problema, porque algunos de sus potenciales votantes han asumido con bastante naturalidad el discurso anti-inmigración de partidos xenófobos como el UKIP. A pesar de que el Partido Laborista pidió oficialmente la permanencia en la UE, en muchos de sus feudos históricos la clase obrera ha votado por el Brexit. Los críticos con el líder laborista, Jeremy Corbyn, que son la mayoría del grupo parlamentario en la Casa de los Comunes, creen que la culpa la tiene él, que es un viejo trotskista cosmopolita de Londres que no entiende al trabajador británico. Por eso han promovieron un voto de censura entre los diputados laborista y van a disputarle el liderazgo en unas primarias abiertas a la vuelta del verano. Pero los partidarios de Corbyn creen que todo es mucho más complejo, que el laborismo reformista de Blair se alejó de la clase trabajadora y ha dejado abierto el campo a la derecha xenófoba para que sus ideas calen poco a poco. La clave sería, pues, girar a la izquierda, proteger a los suyos, volver a ser la referencia y parar así esta deriva ultraderechista.

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El líder del Partido Laborista Jeremy Corbyn/REUTERS

Me acerco al Bee Hive, el único pub con "British atmosphere" -dice en un cartel- que hay en el Puerto, y lo hago con pudor. Me acuerdo de Chavs: la demonización de la clase obrera y de The Establishment, los libros del activista y escritor Owen Jones, donde cuenta que la mayor parte de la gente de la prensa británica viene de las clases privilegiadas y sólo perpetúa una visión deformada de la clase obrera: vagos, borrachos, maleantes, violentos, dependientes de las ayudas públicas. Pero no es mi caso, no creo que tenga intereses de clase que defender. Me siento como parte de una especie de clase media venida a menos.

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Otra cosa es que la gente que bebe cerveza fresquita en esas terrazas quiera hablar: "Yo ni siquiera voté, pregúntale a ese", me dice un señor rapado fumándose un Lambert and Butler. "'Ese' me mira como si yo fuera un marciano y ni siquiera me habla. Una señora que está al lado también me mira también con cara de fliparlo y hace aspavientos con las manos para que me vaya. "No, no". Tengo la sensación de que les estoy fastidiando el paquete de vacaciones barato que se han pillado para ir a Tenerife y olvidarse de la mierda de todos los días. Dejo el segundo round para la tarde, pero cuando llego, como a las ocho, ya han circulado bastantes cervezas y algunos chupitos como para ponerse a hablar nadie del Brexit. No quiero ser el aguafiestas.

Vuelvo al día siguiente, en torno a las cinco de la tarde. Buena hora, la gente está viendo el fútbol. Y me acerco a Tomy, un escocés que vive en el sur de Inglaterra, rapado, con un poco de sobrepeso, camisa blanca, unos cuarenta y pico, con sus dos hijos, atento al partido entre el Celtic de Glasgow contra el Leicester: "No me importa. Yo soy un simple carpintero, ni siquiera voté. Aunque a lo mejor lo lamento dentro de diez años. Yo soy un tipo que trabaja mucho, que no molesta a nadie. Me gusta Europa, me gusta España, pero yo ya tengo que enseñar mi pasaporte cuando vengo aquí. Y lo tendré que seguir haciendo. Creo que esto les afecta a los que tienen dinero", me dice. "A las grandes corporaciones", puntualiza su hijo. "Lo mío no es un gran negocio". "Por ahora, papá", dice su otro hijo, más pequeño. "Me parece que este niño es muy optimista".

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Foto del Bee Hive en Facebook

Por ahí está también Graham -con una ginebra con Coca Cola, me parece- taxista londinense que se acaba de mudar a Tenerife y que es el único individuo que me ha dicho que él es "socialista". Nada de socialdemócrata, laborista a lo Blair, social-liberal o liberal de izquierdas. ¡Un "socialista"! Le gusta Londres, le gustan las ciudades abiertas, le gusta llevar a gente de todas las partes del mundo en su taxi. Y dice que en Londres la gente está bastante de bajona por lo que ha pasado, que allí se organizan bien con la multiculturalidad que hay.

"Yo vivo en una zona con mucha población negra. También hay españoles, irlandeses, búlgaros, polacos, la gente se lleva bien. Pero hay partes del país donde la gente culpa a los inmigrantes, cuando en realidad la culpa es del Gobierno. Dicen que les están quitando los trabajos, robándoles los beneficios de la seguridad social. Y parte de la culpa de que piensen eso es de la prensa, que ha estado repitiendo durante un montón de tiempo que tenemos que dejar la Unión Europea, sobre todo la prensa de derechas, hasta que la gente finalmente les han hecho caso. Por alguna razón, la gente siempre culpa a los que están por debajo de ellos, en vez de culpar a las personas que están por encima. Ponemos un montón de dinero en armas y cosas sin sentido, pero la realidad es que terminamos culpando a los inmigrantes".

Los ingleses de ultramar

La relación entre Gran Bretaña y Canarias se remonta a mucho tiempo atrás, sobre todo por razones comerciales. Ya en los textos de Shakespeare aparecen referencias al vino malvasía. Los poetas laureados británicos, uno de los títulos más importantes de la literatura anglosajona, recibían también como obsequio una bota de vino canario. La Corona británica mandó al almirante Nelson a invadirnos. Y Churchill pensó lo mismo durante la II Guerra Mundial por razones de estrategia militar. El padre de mi tatarabuelo se llamaba James Wood, y se vino desde Inglaterra en el siglo XIX con la vajilla en la maleta para quedarse a vivir aquí para siempre, montar sus negocios y tener cinco hijos. Como él, otros muchos, que todavía siguen llegando. También para retirarse y descansar. De hecho, hoy en día hay más de 15.000 británicos empadronados en Tenerife, pero según fuentes de la Embajada, el número de los que pasan largas temporadas en la isla podría ser hasta del doble. Fruto de estos asentamientos han surgido instituciones sociales donde parte de la comunidad británica se reúne para compartir el tiempo libre y mantener, de alguna manera, su identidad. Como la English Library del Puerto de la Cruz, fundada en 1902, con sus estanterías repletas de buenos libros y buenas películas y su agradabilísimo jardín, entre inglés y colonial, donde muchos británicos -y algunos españoles- se reúnen para tomar café y charlar.

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Estos días andan un poco preocupados, sobre todo por lo que pasará con el tema de la cobertura sanitaria después del Brexit, "aunque la mayoría se vuelve a Inglaterra cuando ya son muy mayores y no pueden valerse por sí mismos. Tienen miedo a acabar en el hospital y no poder comunicarse, porque no hablan español", me comenta Nicki, que llegó con 16 años a Tenerife con sus padres y tiene un acento canario bastante marcado. Aquí, el voto ha sido mayoritariamente contrario al Brexit, como si no vivir en Gran Bretaña les diera otra mirada: "La gente que ha vivido en Inglaterra toda la vida, que sigue el esquema de casarse, tener hijos e hipoteca, que quieren un trabajo para toda la vida, no quieren cambiar nada. Creen que estarán mejor. Esa es la razón por la que han votado así", afirma Valery, que votó en contra del Brexit. Igual que Tony, exfuncionario en Reino Unido y ahora residente en Tenerife: "Vivir aquí y votar a favor del Brexit es como ser un pavo y votar a favor de las Navidades. Es pegarte un tiro en el pie. Te vas a causar problemas".

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Una de las personas más interesantes de ese jardín es Mónica, una holandesa de voz muy agradable casada con un inglés llamado Alan y que tiene esa mirada un poco dentro y un poco fuera: "En Inglaterra, la diferencia entre los que tienen dinero y los que no es cada vez mayor. Y tienen la sensación de que la UE es una cosa que sólo favorece a la gente con dinero. Pero en realidad creo que no están comprendiendo de verdad toda la cuestión por culpa de los medios", afirma. "La gente, por ejemplo, tiene mucho miedo a que Turquía se convierta en miembro de la UE y aumente la llegada de inmigrantes".

Pero sin duda, el personaje del día, la más peculiar, es Susan, firme partidaria del Brexit. Me recuerda un poco a Margaret Thatcher, aunque ella diga haber estado en las antípodas. O mejor, a Violet Crawley, la condesa de Grantham que interpreta Maggie Smith en Downton Abbey: una señora mayor un poco estirada y orgullosa tras cuya apariencia un poco intratable se adivina algo bastante más tierno y entrañable.

De su boca salen unas cuantas quejas, pero algunas son bastante lúcidas: "Europa es un Estado fallido. Fue un experimento estupendo para evitar otra guerra. Voté por el Mercado Común en 1975. Pero el mercado común y la UE son dos criaturas totalmente diferentes". "Los españoles tienen un doble estándar. Hay muchos que son hipócritas y tienen un precio real y un precio público para las cosas. La diferencia es lo que llevan al bolsillo". "Las pomadas de aquí son muy malas, me picó una asquerosa araña española y no me funcionaba ninguna. Mi hijo me tuvo que enviar las cremas desde UK". "Si quieres perder peso, vete al Hospital de La Laguna, la comida es malísima". "El euro es un fracaso patético".

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Los jóvenes que no hablan

Casi todos los partidarios del Brexit con los que he hablado entienden que los jóvenes estén algo frustrados, pero creen que con el tiempo se les abrirán nuevas oportunidades que ahora ni siquiera imaginan. Pero yo apenas he conseguido a nadie de menos de cuarenta que me comente nada: una joven pareja me rechaza con educación mientras se come un pescado. Otra joven pareja con un niño me despacha con un "Todavía no sabemos lo que va a pasar" mientras se toman un zumo de alguna fruta roja. "Pregunta por ahí abajo". Dos chicas un poco a lo Mel C, la spice girl deportiva, me sonríen cuando me acerco a saludarles, pero cambian el gesto cuando se enteran de que soy periodista y que vengo a preguntarles por el Brexit. Aun así fuerzo un poco el diálogo, pero no consigo sacarles demasiadas palabras. Por no decir casi ninguna:

-¿Cómo te llamas?

-Kirstey

-¿Me puedo sentar?

-Sí (tampoco lo dice muy convencida)

-¿De dónde eres?

-Bristol

-Eso es el sur, ¿no?

-Sí

-¿Y qué piensas sobre esto del Brexit?

-(No contesta)

-¿Pero votaste o no?

-No

-Ah, vale, no votaste. ¿y eso?

-Porque no creo que importe

-¿Perdón?

-Que no cambia nada

-¿En qué sentido?

-No sigo el tema. No estoy interesada.

-¿Pero porque no te interesa la política o porque no te importa pertenecer a la UE?

-Es que todo va a seguir igual.

-(A su amiga) ¿Y tú, crees lo mismo, crees que no va a haber ningún cambio?

-No (con la cabeza).

-Ok, pues nada, entonces me marcho. Igual que va a hacer ustedes de la UE (en tono de broma). Gracias.

El epílogo

Es probable que la mayor parte de los enfrentamientos entre pueblos se deban al desconocimiento y a la falta de contacto verdadero, a eso que algunos llaman "abrirse radicalmente al otro". Encerrados en una casa durante un mes, hasta los más diferentes seguramente terminarían entendiéndose. Como de hecho ocurrió en la Transición española. O en la Sudáfrica de Mandela y F. W. de Klerk. O en Irlanda del Norte entre Ian Paisley y Martin McGuinnes. Los diferentes se rozan poco y al final uno prefiere estar con los de su parroquia. Quizá ni siquiera haya tiempo, con todos preocupados por sacarnos las castañas del fuego y apenas sin fuerza -a lo mejor está planeado que sea así- para mirar un poco más allá. Pero lo cierto es que nada tan excitante, incluso en lo sexual, como cuando uno empieza a tener sentimientos de ternura hacia alguien totalmente contrario. Sin embargo, preferimos la comodidad.

"Si los británicos no quieren estar en la Unión Europea, que se marchen de una vez". Resuenan a menudo estos comentarios típicos de cena familiar, como resuenan también los comentarios demagogos de Nigel Farage sobre la Unión Europea. Pero todo es mucho más complejo, como nos dice Beckie en este vídeo. Acertadamente o no, han decidido marcharse.

Nota del autor: en el segundo vídeo hablo de la "librería inglesa" y no de la "biblioteca inglesa", que es lo que correspondería a "The English Library". Es lo que en la enseñanza de idiomas se llama "false friends", palabras que se parecen mucho en dos idiomas y uno piensa que son equivalentes. Gran error ;)