Mosquitos, arte y lodo: la Ruta Quetzal BBVA visita tribus indígenas en Panamá

Mosquitos, arte y lodo: la Ruta Quetzal BBVA visita tribus indígenas en Panamá

Ana Torres

Erlinda, indígena de 55 años de la tribu Emberá, vive a 300 kilómetros de dos de sus hijos. Ellos se marcharon a Ciudad de Panamá en busca de oportunidades y dejaron atrás el poblado que les vio crecer. Cambiaron casas de madera con techos de aluminio por viviendas de hormigón, agua del río Chucunaque por agua potable, y cuerpos estampados con pinturas tribales por ropa occidental.

En Playona dejaron a sus padres y a sus cinco hermanos, que continúan sobreviviendo sin medicamentos en un asentamiento levantado en medio de la selva del Darién al que sólo se puede llegar en canoa. “No les afeo que se fueran, pero mi deseo es que vuelvan y nos ayuden a perpetuar nuestra cultura”, cuenta Erlinda, la madre de los chicos, mientras pinta el brazo de una joven estudiante de la Ruta Quetzal BBVA, que este año se desarrolla en Panamá.

Los cerca de 150 habitantes de Playona nunca reciben visitas de turistas, ni siquiera de panameños. El clima es arduo, con constantes lluvias, más de 35 grados, una humedad de hasta el 85 por ciento y todo tipo de insectos y mosquitos. Entre ellos, el llamadao Morrongoi, el mosquito "más sangriento" de la zona cuya impronta son unas gotas de sangre sobre la piel.

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“No tenemos agua potable, ni medicamentos, tampoco papel higiénico”, lamenta Eduard, de 50 años, mientras come con las manos arroz con pollo en un cuenco metálico. Luce un pelo negro, lacio y brillante y de la comisura de la boca le salen trazos negros pintados con jugo de jagua, el fruto que utilizan para decorar su cuerpo.

A él la inexistencia de turismo no le preocupa en exceso, pero sí que el Gobierno no atienda sus peticiones. "Hemos pedido algo tan básico como palmas secas para cubrir nuestras cabañas, pero nos mandan placas de aluminio que se calientan y hacen insoportable estar aquí abajo", explica.

Los Emberá beben agua del río Chucunaque y se alimentan de la caza y los cultivos. Cada mañana, grupos de hombres salen a la selva en busca de guaguas (conejos), venados, zaínos (jabalíes), e incluso micos (monos). También recolectan los plátanos, arroz y aguacates de sus propias cosechas. “Nos bastamos con lo que tenemos, pero pedimos al Gobierno que se haga cargo de necesidades básicas como el agua y los medicamentos. De no hacerlo, estamos condenados a la desaparición”, denuncia Eduard.

Una media de dos habitantes mueren cada año en Playona por las infecciones estomacales que les provoca el agua del río.

Las cinco tribus que residen en la selva del Darién (Kuna Yala, Madugandí, Wargandí, Emberá y Wounaan) están a un abismo del esplendor que vive el resto del país. Paradójicamente, pese al barro y la falta de recursos de estos territorios, Panamá fue el país que más creció entre 2003 y 2012, con un 8,2% de media anual, según la base de datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

El PIB per cápita panameño alcanzó en 2012 los 9.526 dólares, según las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), gracias, principalmente, a la ampliación del Canal de Panamá.

DESCALZOS Y PINTADOS

A 11 kilómetros de Playona se encuentra Sinaí, otro asentamiento indígena en el que viven unos 350 Wounaan. Al igual que sus vecinos, todos van pintados y descalzos. Sus casas, algunas sin paredes, se levantan unos metros del suelo para evitar las inundaciones. Unos duermen en hamacas, otros en el suelo y desde muy temprano los niños corretean sin mucho que hacer. Sólo hacen uso de la escuela unas cuatro horas diarias.

“Hasta aquí sólo saben llegar los indígenas. El Gobierno nunca se ha preocupado por hacer carreteras y por eso nunca viene nadie”, cuenta el "dirigente" de la tribu Wounaan, Eduardo Mejía. Con él contactaron los organizadores de la Ruta Quetzal para incluir Sinaí como una de las paradas. "Cuando vieron las dificultades del terreno para llegar hasta aquí se echaron atrás, pero al ver la voluntad del poblado contrataron guías y se lanzaron a la aventura".

Lodo, barro, pequeños barrancos y plagas de mosquitos. Eso se encontraron los 227 chavales de 16 y 17 de la Ruta Quetzal al atravesar los 11 kilómetros de distancia acompañados de agentes fronterizos panameños para protegerles de la posible presencia de miembros de las FARC, que se esconden en algunos tramos de la selva del Darién.

"Nuestros niños sólo se relacionan con indígenas, y para ellos este tipo de iniciativas son muy importantes", reconoce Eduardo. Tras dos noches en Sinaí, los chavales recogen sus sacos y sus tiendas. Los Wounaan no saben cuándo volverán a tener visita. Sus piernas y el río Membrillo son su única posibilidad para contactar con la civilización.

EL INDÍGENA QUE TRIUNFÓ CON SUS PINTURAS

Chafil Cheucarán es un ejemplo para su comunidad. No porque un día le ficharan unos "gringos" y se lo llevaran a trabajar a Ciudad de Panamá como dibujante, sino porque su objetivo es volver a Sinaí y devolver lo aprendido a su tierra. A sus 55 años, trabaja en el Instituto Nacional de Cultura de Panamá y es un personaje reconocido en el ámbito artístico. A los 20 años, dos estadounidenses que viajaban por la zona echaron un vistazo a sus dibujos y su vida dio un giro.

"Me contrataron para hacer las ilustraciones de una serie de cuentos sobre historias de los indígenas. Luego me llevaron a la capital para continuar trabajando en diccionarios ilustrados. Así despegó mi carrera como artista", cuenta sentado en la escalinata que sube a la cabaña de su hijo, que todavía reside en el poblado.

Más allá de su carrera está su pueblo, sus orígenes. "El año que viene me jubilo y me vuelvo a Sinaí. Ya estoy trabajando en una escultura gigante que quiero colocar en el centro del poblado. Quiero dar a conocer nuestra cultura; tenemos que luchar por sobrevivir".