Esto no es todo amigos: la compra de Warner, guerra política made in Hollywood
Del “trato hecho” de Netflix a la oferta hostil de Paramount, respaldada por el yerno de Trump: así es como la mayor fusión del streaming ha pasado a convertirse en una batalla política por el control de contenidos.
La compra de Warner Bros.Discovery estaba llamada a ser el golpe definitivo que Netflix iba a dar sobre la mesa para completar su dominio en el mercado del streaming. Con un acuerdo valorado en unos 82.700 millones de dólares, la empresa que llegó a este mundo como videoclub, no solo se aseguraría el acceso a los estudios de cine, a los catálogos de HBO y HBO Max sino también a algunos de los productos y títulos más influyentes de la cultura popular de este siglo: Juego de tronos, Friends, The Sopranos, Harry Potter...
Era, porque la entrada de Paramount en la pugna por los estudios cambia completamente el tablero, una fusión gigantesca, obligada a superar todos los exámenes del regulador en Estados Unidos y sobrevivir a una batalla política en la que el Congreso estadounidense lanzó el primer aviso porque la operación se acerca peligrosamente el monopolio al nacer un “gigante mediático” con la capacidad para controlar cerca de la mitad del mercado. A ello se sumaron después sindicatos, exhibidores y cineastas, que temían un recorte de los estrenos en las salas de cine, subidas de precios o un ecosistema creativo más reducido. Pese a todo, Netflix insistía que el trato estaba cerrado, los consejos de ambas empresas lo habían aprobado y que, salvo sorpresa, confiaba en que el regulatorio haría su trabajo.
Pero la normalidad duró un suspiro, porque el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido implicarse en la operación y convertir la venta de Warner a Netflix en un asunto presidencial. "Voy a tener algo que decir en esa decisión”, advirtió al llegar a al ceremonia del sorteo que decidiría los grupos del Mundial 2026, en el Centro Kennedy de Washington DC. Allí, junto a la primera dama, Melania Trump, el republicano apuntaba que tendría que evaluar “qué porcentaje de mercado” acabaría concentrando el nuevo gigante del audiovisual porque "puede ser un problema" y porque “ninguna de las dos compañías es especialmente amiga mía”. El mensaje del inquilino de la Casa Blanca era claro: su Departamento de Justicia no pensaba examinar la operación como un trámite normal.
Una advertencia que, sin relación aparente, redefinía el tablero de la operación. Solo unas horas después, se producía un movimiento que iba a cambiar por completo la pugna por los históricos estudios de Hollywood. Paramount Skydance lanzaba una oferta hostil que está valorada en 108.000 millones de dólares por el 100% de Warner Bros.Discovery, es decir, por todos los canales de cable -CNN incluída- que la oferta de Netflix dejaba fuera. Una operación más grande, más agresiva y con un mensaje directo hacia el consejo de WBD: la compañía estaba "favoreciendo a un solo postor" y "minusvalorando" activos clave. Lo que nació como un proceso de integración ordenado, acababa de transformarse en una batalla abierta en la que la sombra del clan Trump empezaba a ser alargada.
Porque como ocurre en Succession -otro de los clásicos de la televisión en el catálogo de HBO-, el origen del dinero que soporta la oferta de Paramount ha puesto a medio mundo en alerta, especialmente las políticas. La productora de cine cuenta con parte del capital de Affinity Partners, la firma del inversor Jared Kushner —yerno de Donald Trump, asesor sénior en la Casa Blanca y pieza clave en el alto el fuego en Gaza—, además de fondos soberanos de Arabia Saudí, Catar y Abu Dabi.
Es más, según The Wall Street Journal, Larry Ellison, el padre del consejero delegado de Paramount Skydance y uno de los empresarios más cercanos al presidente de Estados Unidos, llamó personalmente a Donald Trump el mismo día en que se anunció el acuerdo de Netflix para advertirle de que la operación afectaría a la competencia. La secuencia temporal era demasiado precisa como para que todo se debiera al azar.
Ese giro político ha alterado todos los planes. Hasta las primeras declaraciones de Donald Trump, Netflix era el favorito para llevarse la Warner, pese a las dudas por concentración. Después, con la aparición de una suculenta oferta en la que está implicada un círculo próximo al presidente, la plataforma que domina los contenidos en streaming pasó a ser la opción más vulnerable. Los republicanos se han encargado de avivar las dudas sobre el impacto que puede tener la fusión sobre los precios y en la competencia; los demócratas denunciaron una “pesadilla antimonopolio” que podría dejar a los consumidores con menos opciones y a los trabajadores con peores condiciones laborales.
Al sector tampoco le gusta la venta de Warner a Netflix. Las salas de cine alertan de una “amenaza sin precedentes”, algunos cineastas temen que el nuevo conglomerado retire estrenos de la gran pantalla y los productores más pequeños han pedido al Congreso “el máximo escrutinio” para evitar un monopolio cultural. Mientras tanto, el Departamento de Justicia —dirigido ahora por Gail Slater, antigua ejecutiva de Fox y asesora económica de J. D. Vance— debe examinar una operación que se mueve ya en un clima inflamado por declaraciones presidenciales y movimientos corporativos sincronizados.
Los precedentes tampoco invitan a la calma. Donald Trump ya intentó bloquear la fusión entre AT&T y Time Warner por su inquina a la CNN. Una operación que, sin embargo, tuvo que esperar a la razón del tribunales estadounidenses. El caso de la suspensión temporal de Jimmy Kimmel -tras presiones políticas y amenazas del presidente de la FCC con retirar licencias- demuestra que el trumpismo no ve el entretenimiento como un sector económico, sino como herramienta cultural que conviene vigilar, moldear o disciplinar.
En ese contexto, Warner se mueve en arenas movedizas. Romper con Netflix le costaría 2.800 millones. Si el acuerdo fracasa en fase regulatoria, la penalización asciende a 5.800 millones. Paramount asegura que el consejo de WBD no negoció “de forma significativa”. Netflix repite que “hay un trato firmado”. Los accionistas, mientras tanto, observan como dos ofertas representan dos modelos de poder radicalmente distintos: el de Silicon Valley frente al ecosistema político que rodea a la Casa Blanca.
La compra de Warner ya no es una operación empresarial. Es un examen de poder. Y, a estas alturas, el desenlace depende menos del mercado que del humor del presidente.