Verdad, justicia y reparación, la deuda pendiente del colonialismo europeo

Verdad, justicia y reparación, la deuda pendiente del colonialismo europeo

Alemania, Bélgica o Francia están comenzando a disculparse por sus atrocidades como metrópolis, pero poco más: palabras, algo de dinero, pero sin una mirada humana.

Un administrador belga, portado por sus empleados en Congo, hacia 1950.ullstein bild via ullstein bild via Getty Images

Europa tiene un pasado colonial pero, también, un presente colonial. Las grandes potencias aún están conectadas con los territorios que un día sometieron, que trataron o aún tratan de tutelar, bien sea por lazos diplomáticos y económicos privilegiados o por todo lo contrario, porque hay una distancia casi insalvable entre ellos y pesa la losa de lo hecho y no reconocido, del perdón no pedido, de la reparación nunca acometida.

Sin embargo, algo se mueve. Alemania reconoce su genocidio en Namibia, mientras que Bélgica asume “las heridas” que causó en Congo y Francia admite su responsabilidad en el genocidio de Ruanda. No llegan, ni de lejos, a responder al movimiento que, como con la memoria histórica española, reclama verdad, justicia y reparación ante el daño causado, pero son pequeños pasos que los Gobiernos se ven forzados a dar. Los nuevos movimientos migratorios y la corriente de Black Lives Matter han avivado el debate sobre el colonialismo, y va mucho más allá de tirar un par de estatuas. Muy hondo y muy complejo.

Los tibios gestos

Alemania

El Gobierno de Angela Merkel ha sido el que más recientemente ha entonado el mea culpa. El pasado 28 de mayo, Alemania reconoció que la masacre de miles de personas de las etnias herero y nara por parte del ejército del Imperio germano en Namibia a principios del siglo pasado fue un “genocidio”. Cinco años de negociaciones han estado los dos países hasta firmar una declaración sobre “el capítulo más oscuro de nuestra historia común”, en palabras del ministro alemán de Exteriores, Heiko Maas.

El “reconocimiento de la culpa” y la “petición de perdón” es un “paso importante”, señala el ministro, aunque asume que una reconciliación verdadera “no se puede decretar”. Como “gesto de reconocimiento” ante el “incalculable dolor”, Alemania sufragará un programa de desarrollo en Namibia por valor de 1.100 millones de euros. Y se ha prometido un viaje a Namibia del presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, en la que se producirá una petición expresa de perdón.

Los historiadores calculan que entre 1904 y 1908 tropas del emperador alemán Guillermo II masacraron a aproximadamente 65.000 herero (de un total de unos 80.000 individuos) y 10.000 nama (de unos 20.000), después de que se alzaran contra el dominio colonial alemán. El plan de exterminio sistemático de hombres, mujeres y niños -por las armas, a través del abandono en el desierto o el internamiento en campos de concentración- marcó el camino a otras limpiezas étnicas.

Está considerado, junto al armenio, como uno de los primeros genocidios del pasado siglo, pero que Berlín, hasta ahora, sólo haya mostrado su contrición por su responsabilidad en el Holocausto.

Bélgica

Junio de 2020: el rey belga, Felipe, envía una carta al Gobierno de Congo expresando su “más profundo pesar por las heridas causadas en el pasado”. Habla también de “sufrimiento” y de “humillación”, la que su gente infligió a los ciudadanos de aquel país. “Crueldad” y “violencia” son otras de las contundentes palabras que eligió en su mensaje, pasados 60 años de la independencia del país.

“Quiero expresar mi más profundo arrepentimiento por las heridas del pasado cuyo dolor revive hoy por la discriminación aún demasiado presente en nuestras sociedades”, escribió en su misiva, en la que, ay, evitó nombrar expresamente a su antepasado Leopoldo II, el rey bajo el que, a principios del siglo XX, millones de congoleños fueron asesinados y mutilados, hasta dejar la población en la mitad. El caucho hizo ricos a muchos mandatarios belgas.

Varias estatuas de este “rey constructor” o “rey genocida” -según quien cuente la historia- han sido vandalizadas en los últimos años, incluso una retirada en Amberes, mientras se están contextualizando otras obras dedicadas a héroes nacionales del imperio colonial y se ha modificado el relato en el Museo Real de África Central. Naciones Unidas le había recomendado revisar su pasado hace dos años.

Francia

Francia apuesta por la “reconciliación”, pero no pide disculpas. Es la política por la que está apostando el actual presidente, Emmanuel Macron, que en 2017 viajó a varios países de África como gesto de buena voluntad. Tampoco pagará París compensaciones económicas, salvo en casos muy concretos. Para Macron, eso es algo “ridículo”.

Los “innegables” actos de violencia cometidos en Mauritania, Costa de Marfil o Senegal, cuajaron en 2001 en una ley, única en su especie, que por ejemplo califica la trata de esclavos como un “crimen de lesa humanidad”. Eso es lo que hizo París y así se llama.

El conflicto que nadie quiere abordar de frente es el de Argelia. Demasiado reciente, demasiada gente viva que lo sufrió o estuvo implicada, demasiado debate en la opinión pública sobre la heroicidad o brutalidad de los uniformados galos, la dicotomía entre violaciones de derechos y desarrollo. Más de un millón de reclutas franceses prestaron servicio en el conflicto que cobró cientos de miles de vidas argelinas.

En enero, Macron dijo que “no era cuestión de mostrar arrepentimiento” o de “presentar una disculpa” por la ocupación de Argelia o la sangrienta guerra (1954-1962) que puso fin a 132 años de dominio francés, sino que era más importante poner fin a la cultura de “negación y cosas no dichas” que rodeaban al pasado de Francia en esa nación y anunció que Macron emprendería “actos simbólicos” de reconciliación.

Macron fue primer mandatario que dijo que la colonización de Argelia era un “crimen contra la humanidad”, o se dolió de las “torturas” en el país. Fue en 2017. Luego, sin embargo, no ha vuelto a usar esos términos, criticado por los pied noirs, los colonos franceses tuvieron que dejar Argelia en 1962.

Ahora, además, el mandatario reconoció que su país no ha sido cómplice pero sí tiene “un papel, una historia” en lo ocurrido en el genocidio de Ruanda (1994), en el que unos 800.000 tutsis y hutus moderados fueron pasados por las armas. El “papel” de París, como dice Macron, fue importante, porque puso de nuevo en liza su influencia territorial del pasado para, “al querer prevenir un conflicto regional o una guerra civil”, estar “al lado de un régimen genocida”, en sus propias palabras.

Italia y el Vaticano

El Gobierno de Italia se disculpó oficialmente por sus crímenes coloniales, centrados en el norte de África, en 2008. El entonces primer ministro, Silvio Berlusconi, visitó Libia, habló de las “las profundas heridas” causadas por su país y pactó con Muammar Gaddafi, el asesinado tirano, pagar un paquete de inversiones de 4.000 millones de euros para proyectos de infraestructura.

No se puede hablar, pues, de reparación, porque lo que se firmó fue un trato, que incluía conexiones económicas y políticas ventajosas: Libia prometió exportar más petróleo crudo a Italia y evitar que los refugiados cruzaran el Mediterráneo, y eso no es un reconocimiento blanco del mal causado. El llamado “acuerdo de cooperación, colaboración y amistad” preveía indemnizaciones por el periodo de colonización en Libia, de 1911 a 1942.

Saliendo de África y viajando a América, el papa Francisco se disculpó por la complicidad de la Iglesia católica en algunos de los episodios violentos de la conquista del continente. “Alguno podrá decir, con derecho, que cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia”, dijo de visita en Bolivia, constatando “con pesar” que “se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios”.

  Muammar Gaddafi recibe a Silvio Berlusconi en Bengasi, en agosto de 2008. AFP via Getty Images

Países Bajos

 

Vamos a Asia. En 2020, los Países Bajos indemnizaron por primera vez a las víctimas de la violencia colonial en Indonesia. Se trata de pequeñas sumas de dinero para los descendientes directos, no partidas globales. Los distintos gobiernos del país, en general, se han negado a pagar reparaciones como tal.

Lo que sí se ha hecho es disculparse por la violencia que sus tropas cometieron en Indonesia, sobre todo en la década de 1940, donde miles de varones fueron asesinados. Las denominadas “acciones policiales” de las tropas neerlandesas contra los rebeldes nacionalistas que pretendían la independencia fueron sangrientas. En marzo de 2021, el rey Guillermo fue el encargado de exponer su culpa por lo que llamó “abuso de violencia”. Su madre, la reina Beatriz, quiso disculparse en 1995, pero el Gobierno de entonces no lo consideró oportuno.

  El rey Guillermo de Holanda y el presidente indonesio Joko Widodo, en marzo de 2020 en el Palacio de Bogor. ADEK BERRY via Getty Images

Reino Unido

2013 fue importante para la asunción de responsabilidades por parte de Reino Unido, imperio colonial reciente donde los haya. En ese año, Londres pidió perdón al pueblo kikuyu, en Kenia, por los abusos a los que fueron sometidos en los años 50 del pasado siglo durante la campaña de contrainsurgencia contra la guerrilla Mau Mau. Y de seguido, durante su visita a la India, el entonces primer ministro, David Cameron, se disculpó por la masacre de Amritsar en 1919, que dejó al menos 400 personas muertas y otras mil heridas.

“Creo que hay mucho de lo que estar orgulloso, de lo que ha logrado el Imperio”, dijo, sin embargo, mostrando el debate interno que también arrastra su país: el de sentirse orgulloso del imperio, su poder y los logros esparcidos por el mundo y, a la vez, avergonzado por los desmanes que se hicieron para tener tanto poder. Las encuestas dicen que los británicos, hoy, apoyan más la primera visión que la segunda, aunque el movimiento Black Lives Matter, muy potente en el país, esté haciendo que algunos de esos principios se tambaleen.

Reino Unido tampoco está tratando de arreglar con dinero lo que hizo. Ha pagado algunas compensaciones puntuales, pero nada global ni con proyectos a la italiana. La lista de colonias que esperan, no ya libras, sino palabras, sigue siendo larga, de Tasmania a Jamaica, pasando por Irak, Malasia, Afganistán, África o la India. Sin contar que la dejadez de la megametrópoli dejo abandonados a su suerte a árabes y judío en el Mandato de Palestina, un desaguisado que dura hasta hoy.

  David Cameron, saludando a ciudadanos de La India en el Templo Dorado de Amritsar, en 2013. Stefan Rousseau - PA Images via Getty Images

Portugal

En el caso de Portugal, al poder territorial pasado se suma su trayectoria liderando la trata de esclavos entre África y América y a las dos orillas del Atlántico. Hay monumentos en honor de los “osados” y “valientes” marineros que llevaron a cabo estas travesías. Hasta que la participación de Portugal en el comercio de esclavos terminó, en 1836, los barcos portugueses y brasileños transportaron cerca de seis millones de esclavos durante 400 años, casi la mitad del total de personas que cruzaron el Atlántico como esclavos. 500 años después de aquello, ahora se ha planeado inaugurar el primer monumento a las víctimas del colonialismo, en Lisboa.

El país se divide entre los que defienden la “era de los descubrimientos” sin precisar estas violaciones, y las generaciones de descendientes de angoleños o caboverdianos, países controlados por la metrópoli, que se siguen sintiendo desamparados.

  "Monumento a la emancipación", en Dakar, Senegal, en recuerdo de los esclavos tratados. entre otros, por Portugal.Anadolu Agency via Getty Images

España

En casa también tenemos ropa por lavar. Cada 12 de octubre resurge el debate de si España debe pedir perdón por los abusos cometidos en la conquista de América, a partir de 1492. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha insistido por ejemplo en varias ocasiones en pedir directamente al rey Felipe que sea él quien dé el paso y pronuncie palabras de disculpa. “Consideramos que son momentos para la reconciliación y que se debe de pedir perdón por los abusos cometidos durante la invasión, la conquista”, defiende AMLO, que también aboga por nuevas investigaciones históricas sobre esa etapa.

Hay otro problema irresuelto, y que no tiene tantos siglos: el del Sáhara Occidental. España ocupó la zona a finales del XIX y entre 1958 y 1976 llegó a considerarla oficialmente como provincia española. En 1975, España se va, firla los Acuerdos Tripartitos de Madrid con Marruecos y Mauritania y deja a los saharauis a merced de esos dos países. Naciones Unidas no reconoce ese texto e insiste en que España sigue siendo la potencia administradora, a la espera de que se celebre un refrendo que nunca llega. Madrid sigue de perfil, sin mover un dedo por la soberanía de este pueblo.

Y queda Guinea Ecuatorial, donde se mantiene un régimen autoritario al que apenas miramos desde España y con el que nos unen vínculos históricos, políticos y culturales. Teodoro Obiang Nguema sigue arrollando los derechos humanos, de los opositores a los homosexuales, en una tierra que en 1959 pasó a ser tan española como Soria, como en el caso de los saharahuis, añadiendo las provincias de Fernando Poo y Río Muni. “España tiene una deuda histórica con Guinea. Tiene que resarcir esa deuda, tiene que pagar esa deuda”, insiste Obiang.

Hay quien en el debate añade a Ceuta y Melilla, “herencia del colonialismo”, en palabras de Carles Puigdemont. Ceuta posee unos 430 años de historia española, más otros 84 años anteriores de soberanía portuguesa, mientras que Melilla cuenta con más de 500 años de españolidad.

Más allá de las palabras y el dinero

Las consecuencias de la colonización siguen siendo parte del tejido de Europa. Y va mucho más allá de las buenas palabras -y hasta de los buenos sentimientos-, del dinero y las compensaciones. Según el Proyecto Memoirs, financiado por el Consejo Europeo de Investigación, puede que las antiguas colonias hayan desaparecido, pero las consecuencias de aquella colonización están aquí, sobre todo, en la población originaria de estos países que ha venido al continente a vivir, con documentos que demuestran que son nacionales de Bélgica o Francia, pero que llevan en la mochila el peso de la injusticia y, también, del racismo y la mirada por encima del hombro.

Una “sociedad multicultural marcada por fuertes residuos (aunque a menudo latentes) de unos imperios aparentemente olvidados”, escribe la investigadora principal, Margarida Calafate Ribeiro, de la Universidad de Coimbra (Portugal). Para los “hijos de los imperios”, dice la investigación, la colonización no ha quedado relegada al pasado, sino que sigue definiendo la Europa actual”.

El dilema de la identidad, ser de aquí o de allí, estar entre los que esquilmaron una tierra como otro nacional más, con el recuerdo de la casa arrasada, pesa en las nuevas generaciones, y de ahí que se estén organizando y saliendo a la calle, al calor de protestas como las del movimiento negro. Cala hasta en el arte, con fenómenos como el de Johny Pitts, autor de Afropean: Notes from Black Europe, escritor, fotógrafo y presentador de televisión. “Hay un espacio donde la negrura participa en la configuración de la identidad europea... Un continente de mercadillos argelinos, chamanismo surinamés, reggae alemán y castillos moriscos. Sí, todo esto también es parte de Europa. Y hay que contarlo y entenderlo”.

Una manera de poner el espejo ante una sociedad que apenas mira al pasado y al sur para ver dónde hacer un acuerdo comercial ventajoso. Por los viejos tiempos.