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Menudo trago: cómo Francia ha quemado cinco 'premieres' en dos años y qué le queda ahora a Macron

Menudo trago: cómo Francia ha quemado cinco 'premieres' en dos años y qué le queda ahora a Macron

La dimisión de Sébastien Lecornu como primer ministro, a las 14 horas de nombrar a su Gobierno, es el último episodio de una crisis nunca vista en la V República. Las opciones: un nuevo nombre, elecciones legislativas o adiós del presidente.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, bebe mientras escucha una pregunta de la prensa tras un Consejo Europeo en Bruselas (Bélgica), 27 de junio de 2025.Nicolas Economou / NurPhoto via Getty Images

Francia vive una crisis política inédita en la V República. El país vecino está paralizado por una deuda formidable que sus mandatarios no han sabido atajar, planteando salidas impopulares que han provocado la indignación de los ciudadanos. Impotentes, atrapados, sin fórmulas mágicas y, también, sin ganas de dialogar y ser flexibles, han acabado todos estrellados. En dos años, se han encadenado cinco primeros ministros: Élisabeth Borne, Gabriel Attal, Michel Barnier, François Bayrou y Sébastien Lecornu. Este último dimitió el lunes, apenas 14 horas después de nombrar a su Ejecutivo. Bate un doble récord: el del gabinete más breve y el del cargo más breve, porque sólo ha sido premier 27 días. 

Los ministros, pues, se han quedado sin trabajo antes siquiera de instalarse en los despachos, por lo que ahora mismo todo es transitorio, provisional, en funciones. Nadie sabe hasta dónde llegará el caos. El presidente del país, Emmanuel Macron, ha pedido a Lecornu 48 horas, que se cumplen en la noche del miércoles, para que intente formar un nuevo gabinete con garantías de echar a andar. El propio mandatario interino ya ha dicho que no quiere repetir. Ha tenido bastante en menos de un mes. Macron no desvela sus cartas, sólo dice que, si todo falla, "asumirá sus responsabilidades". 

¿Pero qué quiere eso decir? ¿Se va a ir él mismo, acaso? ¿Habla de elecciones? Y, de ser así, ¿de qué tipo? ¿Cómo ha llegado Francia a este atolladero? ¿Le servirá la grandeur del pasado como pilar para aguantar?

En El HuffPost tratamos de explicarte cómo hemos llegado hasta aquí y qué se espera en las próximas horas más allá de los Pirineos. 

Cómo hemos llegado hasta aquí

La situación política de Francia ha sido frágil desde 2022, cuando Macron perdió su mayoría parlamentaria en la Asamblea Nacional. Hasta entonces, con sus altibajos, había funcionado la presidencia con el Gobierno en la misma línea, la centrista liberal que había roto el bipartidismo de décadas entre socialistas (la izquierda moderada de siempre) y republicanos (la derecha clásica). Ya no más. Élisabeth Borne aguantó a trancas y barrancas, incapaz de sacar adelante propuestas legislativas de calado, hasta que no pudo seguir. Luego, Macron buscó auxilio en un perfil muy distinto, el de Gabriel Attal, de la veteranía a la juventud, en un intento de dar un giro a las cosas. Spoiler: tampoco le sirvió. 

Llegaron las elecciones europeas de 2024 y la ultraderecha de Marine Le Pen, la Agrupación Nacional, se impuso a las claras. Macron no se lo pensó: convocó elecciones legislativas en un intento de frenar a los radicales y lo que consiguió fue un parlamento sin mayorías claras, dividido entre tres bloques ideológicos distintos: su alianza de centroderecha, los ultraderechistas y la izquierda. 

Dicho sea de paso, fue el bloque progresista, el llamado Nuevo Frente Popular, el que ganó aquellos comicios, aparcando las diferencias entre todas las sensibilidades de la izquierda y haciendo un frente común contra el radicalismo. A ellos nunca les ha dejado Macron tener un primer ministro, pese a ello. A lo mejor luego se hubieran peleado entre sí, porque sus tendencias y familias y aspiraciones y programas son muy diversos y, de hecho, no van juntos en muchas votaciones en el hemiciclo, pero la oportunidad no la han tenido. 

Así que empezó el carrusel de señores: Barnier, el gran negociador europeo; Bayrou, el súper aliado de Macron, y al fin Lecornu, otro fiel al presidente. Todos se toparon con el gran problema nacional: cómo recaudar dinero y cómo gastarlo, cuando la deuda gala es de tres millones de euros, más del 114% del PIB nacional. 

Bayrou, centrista, fue quien más claro puso negro sobre blanco sus ideas, pero eran tan duras que para la oposición y la ciudadanía se hacían intragables: pretendía estabilizar los pagos recortando 44.000 millones de euros del presupuesto de 2026, afectando a los servicios públicos, las pensiones y hasta los días festivos, mientras se engordaba el gasto en defensa. Él mismo presentó una moción de confianza que sabía que no iba a superar para, dijo, hacer entender a los franceses la gravedad de la situación. Al final, los diputados de izquierda y extrema derecha lo echaron. 

Fue entonces cuando Macron recurrió a Lecornu. Se esperaba, de nuevo, un tiempo muerto de semanas hasta que surgiera un nombre, pero no, Macron fue inmediato y eligió a alguien de su absoluta confianza. Un hombre tranquilo de 39 años, ministro de Defensa, que es de los pocos que se quedan hasta la noche en El Elíseo y dan consejos al presidente. Macron se mostró convencido de que con él era "posible un acuerdo entre las fuerzas políticas, respetando las convicciones de cada una". 

El primer ministro saliente de Francia, Sebastien Lecornu, se retira tras anunciar su dimisión, el 6 de octubre de 2025, en París.Stephane Mahe / Pool / Reuters

No dudaba de su lealtad y le gustaba su distancia del navajeo político y de las ansias de poder. También su esperanza declarada en convertir el diálogo en la base de su labor. Pero, por eso mismo, ha terminado siendo realista y diciendo que no puede seguir. Tuvo una crisis seria con sus propios colaboradores y con Los Republicanos -que le son indispensables para tener estabilidad- por los nombramientos de ministros: unos se quejaban de una composición demasiado derechista; otros, de que no lo era lo suficiente. Esto planteó dudas sobre su posible permanencia, dado que ningún grupo contaba con mayoría en un parlamento fragmentado.

En especial, enfadó el nombramiento de Bruno Le Maire en Defensa. El que fuera ministro de Economía y Finanzas durante los siete primeros años de la presidencia de Macron es un antiguo miembro de la formación conservadora, donde muchos lo consideran un traidor y además le hacen en buena medida responsable de la más que delicada situación de las cuentas públicas francesas debido a esa gestión, por lo que no gustó. 

En ese contexto, y tras una noche de imaginaria, Lecornu compareció y explicó que no se puede estar en el cargo "cuando no se dan las condiciones" para gobernar. El primer ministro saliente afirmó que había "intentado construir una vía (...) en temas que anteriormente habían estado bloqueados", como el seguro de desempleo y la seguridad social, para "reinstaurar la gestión conjunta" y "construir una hoja de ruta" para sacar al país de la crisis. Sin éxito.

En estas horas, Lecornu ha comenzado a recibir a líderes políticos, pero también se ha enfrentado a los primeros vetos. No pinta bien la cosa y el plazo para aclararla acaba esta noche. 

¿Qué opciones hay?

El presidente francés se enfrenta ahora a tres opciones incómodas, pendientes todas de lo que pueda pasar hasta el miércoles por la noche, cuando acaba el plazo que le ha dado a Lecornu. 

En primer lugar, podría nombrar un nuevo primer ministro. ¿Fácil? Para nada, visto el rosario de cabezas cortadas de estos dos años y la falta de flexibilidad del presidente, que hasta ahora se ha negado a abrirse a posiciones más progresistas, como las de los socialistas, para conseguir más apoyos. Parece improbable que el o la elegida sea una figura de su propio bando, dados los precedentes, salvo que sea muy aperturista. ¿Hay de eso? Poco. ¿Se dará ahora cuenta Macron de que es abrirse o hundirse? 

Cree que los socialistas, aunque ya no vayan de la mano, por ejemplo de la Francia Insumisa, que es la izquierda más a la izquierda del país, pretenden diluir la reforma de las pensiones que tanto le costó conseguir, por eso no los quiere. En lo que más empeño ha puesto el Partido Socialista galo en las negociaciones pasadas sobre presupuestos y primeros ministros ha sido en reclamar el Impuesto Zucman -en referencia al economista Gabriel Zucman, que dirige el Observatorio Europeo de Fiscalidad-, un gravamen específico del 2% sobre todas las fortunas que superan los 100 millones de euros que sumaría 15.000 millones de euros anuales al fisco galo. A lo que habría que añadir otros 3.800 millones procedentes de una reforma legal, con subida de la presión tributaria, sobre las ganancias del capital y los dividendos, que también demanda la formación de Olivier Faure. 

Una figura de izquierdas en el Hôtel de Matignon, la sede del Gobierno en el país, también irritaría a la derecha francesa, que quiere un mayor énfasis en la ley y el orden, el control migratorio y la austeridad, así que sería un giro importante, si se da, en los planes de Macron.

Lecornu tenía hasta hasta el 31 de diciembre para presentar las cuentas de 2026 de Francia.

Una electora deposita su voto en las elecciones legislativas francesas del 7 de julio de 2024, en un colegio de París.Xavier Laine / Getty Images

El presidente también podría disolver el parlamento y convocar nuevas elecciones legislativas, una medida que ha declarado no estar dispuesto a tomar y que podría conducir a un Gobierno de extrema derecha de Agrupación Nacional si obtuviera la mayoría, que es lo que dicen encuestas como la permanente de POLITICO, que le da un 32% de los sufragios. Ya cometió el error de convocar esas elecciones anticipadas en el verano de 2024 y le costaría dar el paso de nuevo pero fuentes de El Elíseo citadas por este mismo medio sostienen que lo que Macron tiene en la cabeza cuando habla de asumir sus responsabilidades es eso, nada más. 

De hecho, Macron se reunió ayer en el Elíseo con los presidentes de la Asamblea Nacional, la macronista Yaël Braun-Pivet, y del Senado, el conservador Gérard Larcher, lo que hizo saltar las alarmas sobre un posible adelanto de las legislativas, que algunos medios, como Le Canard Enchainé, ponen incluso fecha, el 16 y 23 de noviembre.

Queda otra opción, que ha rechazado repetidamente, que es dimitir. No está claro quién podría ganar las elecciones presidenciales, pero las encuestas sugieren que la ultraderecha tiene buenas posibilidades de victoria, incluso si no puede presentar a Marine Le Pen, inhabilitada tras ser condenada de desviar fondos europeos a su partido y que ha recurrido ese fallo. El liberal ha dicho millones de veces que su mandato acaba en 2027 y no antes y, aunque sus asesores insisten en que está "todo abierto", es la opción menos barajada en la prensa gala

Hay, en realidad, tres opciones menores más, muy poco probables: una es, a la desesperada, encargar la formación de Gobierno a Jordan Bardella, líder de los ultras de Le Pen, como fuerza unitaria con más representación en la Asamblea (tras la descomposición de la unidad de la izquierda), lo que llevaría a un sindiós: una cohabitación que no es nueva (ha habido primeros ministros y presidentes de distinto signo político en Francia), pero sí sería insólito ver a un liberal obligado a entenderse con un ultraderechista. Suena a ingobernable. 

Otra opción sería buscar un Gobierno de tecnócratas, menos partidista y más de especialistas, para sacar a flote las cuentas y las reformas necesarias, una salida por la que han optado, por ejemplo, países como Italia en el pasado. ¿Habría un Mario Draghi para Francia, también? 

La opción final es la de crear una gran coalición de Gobierno, de unidad nacional, que ponga las política de Estado por encima de los intereses de cada sigla. En Francia no hay precedentes de ello, pero sí en Alemania (ahora mismo están juntos la CDU y los socialdemócratas), en Países Bajos o en Bélgica. 

La losa del presupuesto

En circunstancias normales, el Gobierno minoritario de Macron probablemente habría salido adelante, navegando entre pactos y mayorías en la Asamblea, pero hay dos factores fundamentales que han complicado la situación. 

El primero es la crisis presupuestaria de Francia, con el país bajo una creciente presión para sanear su gasto público. El país tiene el mayor déficit de la eurozona y Macron ha encomendado a varios primeros ministros la aprobación de presupuestos reducidos, muy reducidos. Michel Barnier fue el primero en intentarlo, pero fue destituido por el parlamento en diciembre pasado por su propuesta de recortes presupuestarios para el presupuesto de 2025. Su sucesor, François Bayrou, logró aprobar las cuentas de ese 2025, pero fue destituido el mes pasado por sus propuestas para el presupuesto de 2026. Ya uno fue una tarea hercúlea, dos... imposible. Lecornu, si sigue y tiene ministros que no se le desmanden, será el siguiente en intentarlo. Si no, se abren las opcciones ya citadas. 

Los datos para Francia son feos: se estima que el coste del servicio de la deuda nacional este año será de 67.000 millones de euros; ahora consume más dinero que todos los departamentos gubernamentales, excepto educación y defensa. Las previsiones indican que hacia finales de la década los superará incluso, alcanzando los 100.000 millones de euros al año. Sigue siendo la segunda economía de Europa y la séptima del mundo, pero tiene el mayor déficit presupuestario de la Eurozona, que es casi el doble del límite preferido por la Unión Europea del 3%.

Hace apenas unos días, la agencia de calificación Fitch rebajó la calificación de la deuda francesa, lo que podría hacer que fuera más caro para el gobierno francés obtener préstamos y refleja las crecientes dudas sobre la estabilidad del país y su capacidad para pagar esa deuda. La posibilidad de tener que recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) para pedir un préstamo o exigir la intervención del Banco Central Europeo (BCE), que son auténticas pesadillas para cualquier gestor, ya no se descartan entre los grandes analistas, sabedores de que no hay un botón único que pulsar y que lo arregle todo. Y todo esto en un contexto de agitación internacional: guerra en Ucrania, o sea, en el corazón de Europa, más retirada estadounidense en lo defensivo y presiones en lo arancelario y ascenso inexorable del populismo, empezando por la propia Francia. 

Le queda la esperanza de que la fortaleza histórica, la riqueza, el poderío de sus infraestructuras y la resiliencia de sus instituciones ayuden a parar el golpe. Aún hay datos económicos que no van mal, como el empleo, las importaciones y exportaciones o el nivel de crecimiento y de creación de empresas. Pero hay una cosa clara: el fin del estado del bienestar es evidente y Francia no ha sabido encontrar las vías para adaptarse a los nuevos tiempos. 

El otro factor clave que contribuye a la inestabilidad política de nuestro vecino es la carrera para suceder a Macron. El presidente no puede volver a presentarse en 2027 por limitación de mandatos (y quizá por voluntad propia, en una pugna entre su ego y los problemas actuales), y todos los partidos políticos han estado intentando definir su postura ideológica antes de las elecciones. Esto ha hecho casi imposible encontrar puntos en común en el Parlamento, dejando a los primeros ministros de Macron a merced de legisladores agresivos, poco dispuestos a ceder. Todos se quieren diferenciar, todos quieren cantar las cuarenta a un Gobierno que no ha sido muy dado al diálogo, ni social ni político. 

Marine Le Pen y Jordan Bardella, el 2 de septiembre de 2025, saliendo del Hotel Matignon en París, tras la reunión sobre la moción a François Bayrou.Benoit Tessier / Reuters

A eso se suma que Renacimiento, el partido de Macron, no ha decidido internamente quién va a ser quien tome el cetro cuando él falte. Si se adelantasen las presidenciales, estarían en una situación de debilidad notable, por falta de popularidad, de rodaje y, puede, que hasta por el lastre de estar cerca a un presidente distinto, cuyos problemas de última hora pueden acabar ocultando la sabia nueva con la que entró a gobernar. Ahora ya no marca ni la agenda. 

Aún así, los colaboradores de Macron no tiran la toalla en estas horas porque, dicen, el presidente no lo hace. "Cree que es posible revertir la situación" y que tiene "que llevar esto hasta el final porque en algún momento los socialistas y los republicanos dirán: 'volvemos a la mesa de negociaciones'", indican a POLITICO. Frente a ese empecinamiento, la puñalada de Attal, amamantado a las ubres de Macron, que ahora lo señala: "Ya no entiendo sus decisiones". Y la ultraderecha de fondo, frotándose las manos y reclamando elecciones: "Estamos preparados para gobernar", avisa Le Pen. 

"Por la irresponsabilidad al más alto nivel, las combinaciones mediocres y las ambiciones solitarias, nuestro país se derrumba, nuestras instituciones se tambalean. Colectivamente, le debemos al pueblo francés una solución digna de él. Un salto adelante", expone el exprimer ministro socialista Bernard Cazeneuve, cuyo nombre se menciona a menudo como candidato a liderar un Gobierno si Macron diera un paso a la izquierda. Si hay salto, ¿será adelante o al vacío? Por ahora lo que tenemos es a Macron dando paseos a solas por las orillas del Sena. Tiene mucho en lo que pensar. 

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Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

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Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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