La UE a examen, desbordada por la crisis de los refugiados

La UE a examen, desbordada por la crisis de los refugiados

CEAR

BRUSELAS- Se llama “Estado de la Unión” –una oportuna copia del nombre del célebre debate que tiene lugar anualmente en el capitolio norteamericano- pero la verdad es que la Unión Europea nunca ha estado tan dividida. El Presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, tomará la palabra frente a los representantes de los ciudadanos ante el Parlamento Europeo en su sede de Estrasburgo y se someterá a sus preguntas. El debate, un sano ejercicio para la visualización de la emergente democracia europea, no podrá ocultar el frágil estado de una Unión a la que los ciudadanos piden cada vez más respuestas –conscientes de la importancia que tiene Bruselas en sus vidas– pero en raras ocasiones quedan satisfechos con las mismas.

Si algo bueno ha traído la crisis para el proyecto europeo ha sido la politización de la ciudadanía respecto a la Unión Europea. Es verdad que con frecuencia se habla mal de Europa y que los índices de apoyo al proyecto europeo se han resentido mucho en los últimos años, como muestran los últimos eurobarómetros. Pero al menos se habla de la Unión -antes una materia reservada para las elites- y los ciudadanos comprenden cada vez más que su presente y su futuro no se juega sólo en casa.

¿Quién nos hubiera dicho hace años a los españoles que estaríamos tan pendientes de las elecciones en Grecia como termómetro de nuestro sistema político? Juncker hablará en el hemiciclo sobre las prioridades legislativas de la Comisión, el presupuesto comunitario y las medidas para fortalecer la unión económica y monetaria. Pero será sin duda la crisis de refugiados lo que centrará la mayor parte de su intervención y del debate posterior con los parlamentarios.

LA GRAN PATATA CALIENTE PARA EUROPA

La centralidad de la crisis de refugiados se debe a que Europa se juega nada más y nada menos que ser fiel a sus valores fundadores. O la UE es capaz de dar una respuesta eficaz y solidaria a la llegada de los refugiados o no será lo que siempre ha pretendido ser y lo que el resto del mundo piensa que es: una potencia civil, humanitaria; un territorio que fue capaz de convertir la violencia más terrible entre vecinos en un hermoso experimento de paz en donde el respeto a los derechoshumanos es el cauce por el que transcurre nuestra convivencia.

La ley internacional dice que todo refugiado –que genuinamente lo sea– que llegue a territorio europeo tiene derecho a que se le conceda asilo. Es verdad que como acertadamente ha asegurado en el New York Times el académico Michael Ignatieff, no es esta crisis un asunto al que exclusivamente deba dar respuesta Europa ya que países como EEUU, Brasil o Canadá –que apenas han acogido refugiados– deben arrimar el hombro. Pero la dura realidad es que a día de hoy, por su situación geográfica y por la brecha existente entre sus valores y su inacción, la gran patata caliente la tiene Europa.

Hace semanas la canciller alemana Angela Merkel, que ha dado ejemplo de solidaridad en esta crisis humanitaria, advirtió que la magnitud de la crisis de refugiados superaría la importancia de la crisis griega o la guerra que se libra en la vecina Ucrania. Merkel tiene claro lo que hay en juego: “Si Europa falla en la cuestión de los refugiados –si nuestra vinculación íntima con los derechos civiles universales se rompe– entonces no tendremos la Europa que anhelamos”.

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El dilema entre lo que Europa cree que es y lo que realmente es, o lo que ha sido siempre y en lo que ahora se puede convertir, se presenta particularmente agudo en esta nueva crisis. El propio presidente de la Comisión es muy consciente de ello y lo ha explicado en estos términos:

“Europa para mí ha sido siempre una comunidad de valores. Es algo de lo que deberíamos estar orgullosos. Tenemos la mejor política de asilo del mundo. Nunca daremos la espalda a quienes lleguen aquí en busca de protección. Estos principios están escritos en nuestros tratados pero me preocupa que estén cada vez más ausentes en nuestros corazones”.

UNA PREOCUPACIÓN BIEN FUNDADA

La preocupación de Juncker está bien fundada. Su propuesta de establecer cuotas obligatorias para el reparto equilibrado de refugiados fue rechazada por los líderes europeos en una cumbre el pasado mes de junio, la misma reunión que terminó a gritos con un furioso primer ministro italiano espetando a sus homólogos: “Si esta es vuestra idea de Europa, quedáosla. O hay solidaridad o no me hagáis perder el tiempo".

Es ya costumbre que la acción común que debe promover el ejecutivo europeo sea boicoteada por los líderes nacionales, pero en este caso ha sido particularmente grave. Ha tenido que comenzar Alemania a ejercer una suerte de liderazgo moral –mediante el anuncio de que daría asilo a todo refugiado sirio que llegue a sus fronteras– y circular por todo el mundo la fotografía del niño sirio Aylan Kurdi, postrado en una orilla turca, para que ahora los gobiernos europeos estén dispuestos a dar una respuesta.

Ha sido la sociedad civil europea, encabezada por la alemana, quien ha dado un gran tirón de orejas a sus gobiernos. El sentimiento mayoritario de impotencia de las elites comunitarias lo ha resumido bien el líder del Grupo Liberal en el Parlamento Europeo, el belga Guy Verhofstadt a través de su cuenta de Twitter: “La Comisión hizo una propuesta, el Parlamento Europeo fijó su posición. Es la falta de solidaridad entre los Estados Miembros el gran problema… Lo que hemos visto hasta ahora por parte de los líderes europeos es una vergonzosa falta de unidad, mientras los ciudadanos de Europa han mostrado solidaridad”.

Sin duda hay una crisis de método, pues no deberían ser capaces los miopes intereses nacionales de comprometer la acción colectiva, pero hay una cuestión más de fondo que es la que hace sangrar especialmente la herida. Si la crisis del euro nos ha acostumbrado a ver una Europa dividida entre países del norte y del sur y entre quienes forman parte o no de la moneda común, ahora brilla con especial fuerza la distancia que separa a los países del centro y este de Europa del resto. Hungría, Eslovaquia y Polonia –ahora más atemperados después de que Merkel les haya amenazado con suspender Schengen si no están dispuestos a arrimar el hombro- han encabezado la rebelión contra los planes de la Comisión e incluso han asegurado que no admitirían refugiados que no fueran cristianos.

UN VIEJO DEBATE

Quienes llevan años insistiendo en que Grecia no debió entrar en el euro en 2001 por no estar su economía realmente preparada, reverberan ahora en sus mentes el viejo debate de los años 90 sobre si la Unión Europea estaba en condiciones de ampliarse hacia los países ex comunistas del centro y este de Europa.

En el verano de 2014 Orbán aseguró que el estilo europeo de democracia liberal había fracasado y que Hungría caminaría hacia una “democracia iliberal”, citando a Rusia y Turquía como referentes. Ahora, tras la llegada de miles de refugiados a sus fronteras, Orbán advierte sobre lo que bajo su punto de vista hay de verdad en juego: “No olvidemos que quienes llegan han crecido con otra religión y representan una cultura radicalmente distinta. La mayoría no son cristianos, sino musulmanes. ¿No es suficientemente preocupante que la cristiandad europea no es capaz de mantener Europa como cristiana? Si perdemos esto de vista, la idea de Europa puede convertirse en un interés de una minoría en nuestro propio continente”.

No hay nada nuevo en la peculiar visión de Viktor Orbán sobre la democracia europea, pero sus acciones y su retórica contienen una peligrosa deriva. Preguntado por la gran valla con espinos que ha construido en la frontera húngara con Serbia y el simbolismo de que en el año 1989 derribaran los húngaros un muro que les oprimía, el primer ministro húngaro ha dicho: “La valla de 1989 fue construida contra nosotros. Esta es para nosotros. Esa es la diferencia”.

¿CUÁNTOS ORBÁN MÁS PODRÍA RESISTIR EUROPA?

Aunque los nuevos planes de la Comisión para repartir refugiados que concretará Juncker ante los parlamentarios logre vencer las resistencias de los líderes rebeldes del centro-este de Europa, crecen las dudas sobre si la idea de Europa de líderes como Orbán puede ser compatible con la que tienen los líderes de la Europa tradicionalmente liberal. El peligro es que las posiciones más extremas de Orbán, que tendrán su eco en las intervenciones de los líderes populistas anti-europeos de la Eurocámara, pueden verse beneficiadas por la crisis de refugiados. ¿Cuántos Orbán más podría resistir Europa para que fuera mínimamente reconocible?

Este primer debate sobre el Estado de la Unión de la era Juncker se puede seguir en directo en una web especial que la Comisión ha creado, especialmente diseñada para fomentar la participación en las redes sociales.

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Rodrigo Carretero es Traffic Editor Manager en 'El HuffPost' y trabaja desde Madrid. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Valladolid y Máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid, ha trabajado en 'El Día de Valladolid', en 'El País' y en las radios musicales del grupo Prisa. Puedes contactar con él en rodrigo.carretero@elhuffpost.es