50 años de relación UE-China: una alianza estratégica (y espinosa) en tiempos de Trump
Bruselas trata de acercarse a Pekín en busca de un cauteloso equilibrio comercial que amortigüe el daño de los aranceles, una aproximación anhelada también por el régimen comunista. El reto: no enfadar a Washington y rascar algo sobre Ucrania.

El martes, 6 de mayo, se cumplieron 50 años del inicio de las relaciones diplomáticas formales entre la Unión Europea (UE) y la República Popular China. El aniversario ha llegado en un momento crítico para las relaciones bilaterales entre Bruselas y Pekín, porque las amenazas arancelarias de Estados Unidos están obligando a reforzar otros lazos, otros contratos, otros mercados y otros proveedores, así que los dos bloques han decidido guiñarse, en busca de cooperación.
La coyuntura es de oportunidad, pero también de recelo. Igual que no es realista para Europa pensar que puede superar esta crisis sola, tampoco lo es pensar que en China está el milagro definitivo. Si se echa en sus brazos, agrandará su dependencia del gigante asiático y cambiaría, simplemente, una debilidad por otra. Eso, sin contar con la necesidad moral de seguir criticando las violaciones de derechos humanos del régimen y de, pese al distanciamiento, mantener sus lazos con Washington. Muchos platos (chinos y no chinos) danzando a la vez.
Hoy la UE es el mayor socio comercial de la China y China es el mayor socio comercial de la UE. Desde aquel 1975 en que se dieron la mano por primera vez, sus líderes han pasado por fases que concuerdan con los vaivenes geopolíticos mundiales, de la Guerra Fría a su final, del estallido tecnológico a las peleas ideológicas, del comercio testimonial al estallido de las relaciones de mercado.
La República Popular China ha demostrado poder duro, proyectando fuerzas en el Indo-Pacífico, y se ha ido consolidando como la segunda potencia económica mundial, intentando arrebatar el oro, el primer puesto, a EEUU. Así, ha acabado siendo considerada una potencia con la que hablar, discutir y negociar, necesaria para el mantenimiento del sistema internacional tal y como lo conocemos. Incluso por encima de que imponga la pena de muerte o persiga a minorías como los uigures, piensan los gobernantes del mundo entero, que acaban por hablar con ellos. Europa, en paralelo, ganaba también miembros y crecía como un actor global si no dispensable, de notable peso.
Europeos y chinos, pues, han ido creciendo y consolidándose y también sus relaciones, que han tenido y tienen altibajos y tensiones recurrentes, hasta el punto de que Bruselas ha pasado de llamar a Pekín "aliado estratégico" a denominarlo "socio, competidor y rival sistémico", como lo definió en 2019.
Sus lazos empezaron siendo tibios. No fue hasta 1985 en que se firmó el Acuerdo de Comercio y Cooperación UE-China, que es la base de todo lo que ha venido después. Desde 2007, se han llevado a cabo negociaciones para convertirlo en un nuevo Acuerdo de Asociación con la Unión Europea y ya existen 24 diálogos y acuerdos sectoriales, desde la protección del medio ambiente hasta la educación.
Sin embargo, sólo cuatro años después de su firma, en 1989, Europa se vio obligada a imponer el primer castigo serio a China, un embargo de armas que sigue vigente desde entonces y que tiene su origen en la represión de las protestas por la libertad en la Plaza de Tiananmen. China ha instado repetidamente a la UE a levantar ese embargo sobre las armas, haciendo entender que su mantenimiento sería un obstáculo al desarrollo de las relaciones bilaterales, pero ahí sigue.
Así, aunque a principios de la década la relación estuvo plagada de dificultades, para finales se daba ya una creciente institucionalización de esos lazos, pese a las tensiones perpetuas por el déficit comercial de la UE con la China, el embargo de armas y los desacuerdos en materia de derechos humanos. A esto hay que añadir las tensiones derivadas del choque entre el enfoque normativo de la Unión y las preferencias de Pekín respecto al orden mundial, nada acordes a las normas auspiciadas por la UE.
En los años siguientes, la relación se fue manteniendo, pero con una creciente preocupación de la UE ante el incremento del presupuesto de defensa del país asiático y la creciente penetración de China en la economía europea de la mano tanto de la IED (Inversión Extranjera Directa), en sectores estratégicos como de la compra de deuda y la diplomacia de Pekín -muy activa- desde principios de la década de 2010.

Tensa...
Las cosas han estado especialmente tensas desde que hace seis años la Comisión empezó a considerar a China "un socio, un competidor y un rival sistémico", la triple etiqueta que lo marca todo. Esa tensión se incrementó con la pandemia de covid 19 que supuso un nuevo punto de no retorno en el enrarecimiento de la relación, por la posibilidad de que el origen del virus estuviera en Asia y no se hubieran hecho los controles suficientes. Luego, la crisis comercial por el bloqueo mundial y la falta de suministros complicó aún más las cosas. El Parlamento Europeo fue muy crítico en su primer informe sobre la pandemia, pero Bruselas trató de suavizar su informe inicial relativo a la desinformación, centrado en aspectos como los intentos de China por ocultar los orígenes del COVID, las criticas chinas a los Gobiernos europeos o la colusión con la Federación Rusa para promover entre los ciudadanos europeos la desconfianza de sus gobiernos e instituciones.
La relación Bruselas-Pekín estuvo marcada por la desconfianza y el recelo y eso es hoy una losa que no se ha levantado en el ánimo de ambos. Y entonces, con Rusia también de por medio, estalló un nuevo problema para sapararlos aún más: la invasión de Ucrania. Desde el primer momento, Pekín negó que estuviera ayudando a Vladimir Putin en su "operación militar especial" pero tampoco la ha condenado. Pekín no sabe bien qué papel jugar: necesita quedar bien con su aliado ruso, no meterse en líos con EEUU y Europa y hacer frente a su compleja agenda doméstica. Así llevamos tres años.
La situación es especialmente espinosa por varios motivos. Primero, queda claro que China va a seguir alineada con Rusia, como demuestra el hecho de que, junto a India, es su mayor comprador de petróleo hoy, salvándolo de las sanciones internacionales. A eso se suma el miedo a que un afán expansionista crecido -como el de Rusia- envalentone a Pekín a hacer lo propio en territorios como Taiwán.
la contraposición entre valores e intereses y la necesidad de no renunciar ni a unos ni a otros; la sombra del problema de Taiwán que planea sobre el conflicto en Europa y la posición china respecto a las acciones rusas en Ucrania, inicialmente ambigua y posteriormente alineada con Rusia de forma cada vez más explícita.
... y destensa
Con esa tensión de fondo, la Unión Europea ha echado mano del pragmantismo y ha aprovechado las ventanas de oportunidad para hablar y pactar con China en aspectos que convienen a los dos. La realpolitik de siempre. Destacan dos pasos dados por Bruselas: un proceso de reducción de riesgos o derisking en sus relaciones con China, tratando de reducir las vulnerabilidades que tenía frente a la potencia asiática y las dinámicas generadas o promovidas por ella, y la presentación de una estrategia para el Indopacífico, que es una respuesta a la iniciativa china de la Franja y la Ruta, un flanco hasta ahora no abordado.
Pese a ello, también la Comisión presentó en enero la Brújula de Competitividad (Competitive Compass) y que tiene una meta clara: poner a la Unión primero y competir con Estados Unidos y China sin quedarse relegada. Sus herramientas, la desregulación y la unificación, con las que espera ganar en productividad, innovación y autonomía. Un reto ilusionante y mayúsculo.
Justo cuando Bruselas enseñaba las cartas de cómo quiere crecer sin muletas ni andador ni dependencias. Trump presentó su andanada de aranceles universal y en esa coyuntura se ha producido un acercamiento entre China y la UE, como dos damnificados que buscan apoyo mutuo. Es un acercamiento que los analistas ven necesario y arriesgado a un tiempo. Y que puede servir no sólo para lo comercial, sino para lo geopolítico, empezando por Ucrania.
En un comentario publicado por Chatham House, William Matthews, investigador principal del Programa Asia-Pacífico, sugiere que Europa interactúe con China para garantizar que Ucrania tenga voz en las negociaciones. Esto no significaría alinearse con Pekín en su conjunto, sino más bien aprovechar su papel como contrapeso a las impredecibles políticas estadounidenses. La intervención de China podría servir de advertencia a Washington de que ignorar los intereses europeos tiene consecuencias.
Si bien los esfuerzos de mediación de China en el conflicto han sido mayormente simbólicos hasta ahora, dejando a Rusia con sus intereses, sus vínculos económicos con Europa y su reputación global podrían presionar a Pekín a asumir un papel más importante. Para que esto funcione, Europa debe aceptar ciertas concesiones, como concesiones económicas a China a cambio de su participación.

Matthews también argumenta que Europa debe abandonar los ideales obsoletos de un orden liberal universal y, en su lugar, adoptar un enfoque pragmático y estratégico para la política global. Al interactuar con China, Europa podría contrarrestar la imprevisibilidad de Estados Unidos y la agresión rusa, garantizando así la protección de sus intereses en un mundo cada vez más transaccional.
Las demandas de Trump de un mayor gasto de defensa europeo y su creciente guerra comercial (con aranceles tanto para China como para la UE) están empujando a las naciones europeas a considerar lazos económicos más estrechos con China. Un informe de Foreign Policy señala, por ejemplo, un cambio en la postura de Europa hacia Pekín. Alemania, que depende en gran medida del comercio con China, muestra una actitud más cautelosa y se opone a los aranceles de la UE sobre los vehículos eléctricos chinos. El Reino Unido, bajo el liderazgo de Keir Starmer, también ha intensificado su compromiso diplomático.
La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, que en su día fue una firme defensora de políticas duras de la UE hacia China, ha señalado un enfoque más equilibrado, sugiriendo espacio para un compromiso constructivo y una posible expansión comercial. Pero a pesar de que Trump ha generado controversia y la creciente frustración en Europa, el interés por un giro total hacia China parece escaso. En cambio, es probable que los líderes europeos mantengan un cauteloso equilibrio, suavizando sus críticas a Pekín y preservando los lazos con Washington.
Parece improbable una distensión total entre la UE y China, dado que persisten importantes obstáculos. El déficit comercial de la UE con China, la preocupación por la dependencia de la tecnología china y las disputas sobre políticas industriales siguen tensando las relaciones. Katja Bego, investigadora principal del Programa de Seguridad Internacional de Chatham House, aconseja a Europa, por todo ello, proceder con cautela a pesar de las aperturas estratégicas en sus relaciones con China.
Si bien una relación pragmática puede ofrecer ventajas (como la cobertura entre superpotencias, ganar el apoyo de Beijing en cuestiones seleccionadas y llenar los vacíos dejados por Estados Unidos en áreas como el clima y la gobernanza de la IA), Europa debe aprovechar sus fortalezas sabiamente, evitando el error de intercambiar un conjunto de dependencias por otro.
Los datos
Habrá que ver cómo negocian los dos mercados para internar buscar alternativas al roto de EEUU. En Bruselas indican que se puede trabajar más y mejor en cuestiones tecnológicas, en transición energética y en infraestructuras. Todos ellos son sectores estratégicos. Pekín, por su parte, ha declarado que quiere diversificar su economía para mantener estables los mercados y crecer, como desea, un 5% en el presente año, perspectivas que el Fondo Monetario Internacional (FMI) rebaja en previsión de estos aranceles inflados de Trump.
China es, a priori, un bocado estupendo, porque tiene cuatro veces más población que EEUU (1.411 millones de personas frente a 340), lo que multiplica las oportunidades de negocio. El problema es qué puede venderle Europa a China, en más cantidad o por primera vez.
La alianza europea puede aferrarse a lo que ya vende, de maquinaria y vehículos a bienes manufacturados, pasando por productos químicos, farmacéuticos y ópticos, quizá podría aumentar en ganadería (cerdos, particularmente) o en el terreno sanitario y algunas piezas industriales concretas, pero carece hoy del empuje de los chinos en materias esenciales como las tecnológicas. También se suman dos inconvenientes: China no tiene intención de abrir más sus mercados y la UE, por su parte, tendría que cambiar su "patrón exportador". Hoy no se ve voluntad política para ninguno de los dos pasos y, además, si se dieran, tampoco podrían verse resultados de inmediato.
El agujero de EEUU es mayor que todo eso: Eurostat señala que "las exportaciones (a EEUU) crecieron desde los 39.800 millones de euros en enero de 2023 a 45.400 millones en diciembre de 2024. Las importaciones procedentes de los EEUU ascendieron a 31.300 millones de euros en enero de 2023, cayendo a 27.500 en diciembre de 2024. En enero de 2023, el superávit comercial fue de 8.400 millones de euros, alcanzó un máximo de 18.900 millones de euros en junio de 2024 y se situó en 17.900 millones en diciembre de 2024".
"Ahora lo importante es generar confianza estratégica", como dice el ministro de Exteriores chino, Wang Yi. Hay 50 años de relaciones que pesan, pero el futuro dirá.