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La encrucijada de Netanyahu: reconocer la necesidad de paz o reafirmarse en la lógica de la guerra

La encrucijada de Netanyahu: reconocer la necesidad de paz o reafirmarse en la lógica de la guerra

El primer ministro de Israel ha firmado la hoja de ruta para Gaza de Trump porque estaba presionado por la comunidad internacional y las familias de los rehenes. Sin embargo, ya reniega de compromisos para el futuro. El armisticio peligra.

Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, compareciendo en la Casa Blanca.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, durante una conferencia de prensa conjunta con el presidente estadounidense Donald Trump, el 29 de septiembre de 2025, en la Casa Blanca.Jonathan Ernst / Reuters

La que cierra ha sido una semana de intensas emociones, gracias a la firma del alto el fuego entre Israel y Hamás y a la implementación de la primera fase del acuerdo de pacificación de Gaza: los rehenes vivos han vuelto a casa, los muertos están siendo entregados, hay casi 2.000 presos palestinos en libertad y ha empezado a entrar ayuda humanitaria en la franja. Hay muchos peros: ni se han localizado todos los cuerpos, ni está entrando el alimento prometido, ni Israel se ha abstenido de disparar contra civiles, ni Hamás está sabiendo calmar a las milicias internas que han resurgido... Siempre se ha dicho que los palestinos están enfermos de esperanza y, por una vez, se la han contagiado al mundo, deseoso de que este conflicto se cierre. 

El problema es que los 20 puntos planteados por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hay disposiciones que apuntan a una segunda fase (y posteriores, si se llega) de enorme complejidad: cómo abordar la gobernanza de Gaza, el desarme de Hamás, el fin de la guerra y la retirada completa. Todo se ve turbio hoy, porque pesa la casi certeza, si nos atenemos a treguas pasadas, de que hay enormes oportunidades para que cualquiera de las partes torpedee todo el proceso. No hay más que ver lo ocurrido en las últimas horas: esta mañana, soldados de Israel han chocado con milicianos de Hamás en el sur de la franja, Tel Aviv ha ordenado atacar objetivos "terroristas" en su interior, al cierre de esta edición se contabilizan ya 32 muertos más y hay cerrojazo a la ayuda humanitaria desde Rafah, absolutamente vital. 

La cuestión inmediata no es sólo si el acuerdo es justo o satisface las necesidades de las diferentes partes (spoiler: desde luego que no para los palestinos), sino si puede aplicarse y servir como un marco viable. Si había dudas serias cuando hace unos días todo eran apretones de manos y fotos de familia, hoy son de una profundidad que parece insalvable. El Ejército israelí ha afirmado esta noche que, pese a todo, ha "reanudado la aplicación del alto el fuego" en Gaza, mientras que una delegación de Hamás ha acudido a El Cairo para seguir revisando la aplicación de los siguientes puntos del acuerdo. Otra vez en aliento del mundo contenido. 

Uno de los actores principales que tienen que retratarse o romper tras lo firmado es el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, un señor sobre el que pesa una orden la Corte Penal Internacional (CPI) de detención por supuestos crímenes contra la humanidad y de guerra. La verdad es que el plan contiene declaraciones raramente escuchadas del premier, como que Israel no ocupará ni se anexionará Gaza, que se retirará por etapas totalmente, que permitirá la entrada de ayuda humanitaria y que las organizaciones internacionales podrán distribuir dicha ayuda sin interferencias ni vetos. También estipula que los gazatíes no serán expulsados, sino que se les permitirá salir si así lo desean, e incluso podrán regresar, y se cita la posibilidad abierta de crear un Estado palestino de pleno derecho. Y, sin embargo, en los días posteriores a las ceremonias y bienvenidas, Netanyahu ya está renegando de esos compromisos. De palabra y de obra. 

Dice el líder del Likud que estamos ante un "éxito diplomático" y una "victoria moral" de Israel, pero que no se va a detener hasta que "todos sus objetivos" estén logrados. Además de recuperar a los secuestrados, él añadía siempre el fin de Hamás y el establecimiento de una Gaza que no fuera una amenaza para su país. Sus socios ultranacionalistas y religiosos le dicen que acabe el trabajo, o sea, que rompa ya ya con el acuerdo, ahora que no hay rehenes vivos en suelo palestino. Amenaza a Hamás con volver a las armas si el cumplimiento del acuerdo no le satisface, como está pasando con los cadáveres: los islamistas dicen que no pueden localizar los restos de todos por la destrucción de la zona, así que va entregándolos en un lento y confuso goteo, y Netanyahu les amenaza: si no es de forma voluntaria, se los sacarán "por las buenas o por las malas". 

Benjamin Netanyahu habla al oído a Donald Trump durante un acto en el Parlamento de Israel.
Donald Trump conversa con Benjamin Netanyahu en la Knesset, antes de la firma definitiva del acuerdo sobre Gaza, el 13 de octubre de 2025, en Jerusalén.Evelyn Hockstein / REUTERS

Motivos para firmar

Netanyahu es un político impredecible que lleva 20 años sobreviviendo en el mando de Israel, un mago, como suele leerse en los perfiles. En la ofensiva de Gaza, ha hecho lo que ha querido, porque nunca ha sentido de veras el aliento de la presión de sus aliados, empezando por EEUU. Ahora las cosas cambiaron porque se acumulaba una mala imagen formidable (las imágenes del hambre en primavera movieron conciencias, en sociedades y gobiernos) y por la llegada de castigos por parte de Occidente, en forma de reconocimiento del Estado de Palestina, sanciones, congelación de fondos o convenios... Tímidos, pero significativamente más potentes que lo visto desde octubre del 23. A Trump también se le estaba acabando la paciencia, cuando no le gusta nada estar embarrado en Oriente Medio, donde tiene intereses personales para que todo vaya bien -los palestinos y su causa ya tal-, y cuando aspira a un Nobel de la Paz. 

Se suma la presión interna, con más del 80% de los ciudadanos queriendo el fin de la guerra para recuperar a los rehenes, las protestas frente a su casa y las familias de los afectados encarándose con él en el Parlamento. También la economía en crisis, tanto por la duración de la contienda de Gaza como por los frentes abiertos en paralelo (de Líbano a Siria, de Yemen a Irán) y la rebaja en sus relaciones comerciales mundiales. En toco eso está la razón de su firma final.  

Llegados a este punto, se le plantean dos caminos posibles al primer ministro israelí: reconocer la necesidad de paz o reafirmarse en la lógica de la guerra. Israel y su liderazgo han pasado por eso en otro tiempo y han optado por vías diversas: desde firmar la paz con Egipto tras la guerra del Yom Kippur (1973) a radicalizarse y apretar más aún tras la Segunda Intifada (2000). ¿Qué hará Bibi

Mirando el mal llamado acuerdo de paz y, a priori, se ven muchos compromisos iniciales para Hamás y muchos ya veremos para Israel. El pasado del primer ministro da a entender que puede que estemos ante un acuerdo inicial para salir del paso, pero no uno verdadero, con un compromiso real por todo lo firmado. En 2009, presionado por los Estados Unidos de Barack Obama, defendía la solución de dos estados y negociaba con la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Ahora, ya sabemos que no hay nada de eso.

Netanyahu se ha radicalizado -hasta en el seno de su formación hay quien se lo ha reprochado- y se ha rodeado de extremistas para poder tener una coalición de Gobierno. Perdió el poder por unos meses y no está dispuesto a que pase de nuevo, por eso ha ido acomodando su propio viraje a la derecha y el programa de sus socios, hasta hacer la política inflexible que hace hoy. 

Resistir, su lema

El largo plazo se presenta incierto con estos precedentes. Es complicado confiar en un cumplimiento del acuerdo cuando varios puntos (especialmente el 19: "... podrían finalmente darse las condiciones para una vía creíble hacia la autodeterminación y la creación de un Estado palestino, que reconocemos como la aspiración del pueblo palestino") son la negación de lo aplicado y defendido por el primer ministro durante años. No ha querido volver a la mesa de diálogo con Mahmud Abbas desde 2014 y sabe que su futuro político depende de una alianza con facciones de extrema derecha que creen que el mayor error de Israel en Gaza es no haber sido lo suficientemente violento, que reclaman la idea del Gran Israel, y eso supone quedarse con Gaza, Cisjordania y el este de Jerusalén.

Lo que se teme es que Tel Aviv se empeñará en sabotear las fases más complejas del acuerdo, mientras intenta culpar a Hamás de su propio obstruccionismo. Que puede llegar, sin duda, como está pasando con los cuerpos de los rehenes, algo que para EEUU aún no es motivo de incumplimiento del acuerdo, porque entiende que es difícil dar con ellos en mitad del caos, algo de lo que había avisado ya su propia Inteligencia. 

Por ahora, tenemos altibajos en la entrega de ayuda humanitaria, cuando el paso de Rafah debía haberse abierto el miércoles, luego el domingo y, ahora, nadie lo sabe, porque pese a lo acuciante de la situación humanitaria de Gaza el Gobierno de Netanyahu presiona por esta vía ante los supuestos incumplimientos del acuerdo por parte de los islamistas. Dados los actores implicados en esta crisis, es posible que Netanyahu se la lleve o pueda venderlo como tal, como ya hizo en las dos treguas previas. Problema: esta tiene un compromiso internacional extra, empezando con EEUU, que es más complicado de romper. Habría que ver de qué manera volver a la guerra, sin insultar en la cara a Trump. 

Por ahora, hay que ver qué pasa con la retirada de las tropas israelíes de la franja. El plan de Trump exige una retirada final, pero algunos elementos del plan son claramente condicionales: la verificación del desarme de Hamás, el establecimiento de fuerzas de seguridad internacionales y una estructura de Gobierno alternativa para Gaza. "Las exigencias de seguridad de Israel prevalecerán sobre cualquier preocupación política relacionada con la insatisfacción de Estados Unidos con su cumplimiento de cualquier plazo de retirada", augura Daniel E. Mouton, investigador de la Iniciativa de Seguridad para Oriente Medio Scowcroft del Atlantic Council. Hamás no puede tener armas ni capacidad de reconstruirse o no habrá avances. "Los funcionarios de seguridad israelíes han insistido repetidamente en la importancia de mantener el control geográfico sobre zonas estratégicas dentro de Gaza", recuerda. Por ejemplo, no se retirará del crucial Corredor de Filadelfia, a lo largo de la frontera entre Gaza y Egipto, que "es probable que siga representando un obstáculo para la retirada". Sobre la búsqueda de un Ejecutivo competente, "Israel no confía en la Autoridad Palestina para gestionar esta tarea, ni tiene la capacidad de gobernar, asegurar y supervisar la reconstrucción de Gaza", indica.

"Incluso si se cumplen todas las condiciones anteriores, la coalición política de Netanyahu sigue siendo una limitación formidable. Netanyahu lidera un Gobierno dependiente de partidos de extrema derecha que se oponen vehementemente a cualquier retirada. Altos funcionarios israelíes, a través de la prensa israelí, han enfatizado que el alto el fuego solo crea 'una reducción del fuego, no un alto el fuego total', y que las Fuerzas de Defensa de Israel permanecerán 'en lo profundo de Gaza'". Un funcionario israelí describió la novedad del acuerdo como permitir a Israel "obtener todos los rehenes, permanecer en Gaza y seguir negociando". Sin más compromiso. 

Tanques israelíes esperan en la frontera de Gaza, después de que el presidente estadounidense Donald Trump anunciara el acuerdo de la primera fase de un alto el fuego, el 9 de octubre de 2025.Ammar Awad / Reuters

"Israel ya ve el alto el fuego como un beneficio neto para el país, con la liberación de los rehenes y la preservación de una presencia continua como logros clave. En consecuencia, la proyección más realista para la fase dos son redespliegues parciales y tácticos israelíes dentro de Gaza", augura Mouton, movimientos incluirán "la reducción de la presencia de tropas en algunas áreas mientras se mantiene el control sobre corredores estratégicos, zonas de amortiguación y áreas fronterizas, en lugar de la salida completa que la fase dos estipula formalmente". "Tras lo vivido el 7 de octubre, Israel no está dispuesto a hacer menos. La retirada total de las Fuerzas de Defensa de Israel de Gaza dependerá de la capacidad del gobierno estadounidense para supervisar la implementación del plan de Trump", expone.

En el mismo dossier de análisis difundido por el Atlantic Council, Daniel B. Shapiro, que fue subsecretario adjunto de Defensa para Oriente Medio en EEUU y embajador en Israel en tiempos de Obama, es muy gráfico cuando dice que el plan "contiene kriptonita política para Netanyahu en una sola disposición": el llamamiento a dialogar sobre un Estado palestino. "Sin duda, Trump obligó a Netanyahu a aceptar este elemento. De cara a las elecciones israelíes de 2026, Netanyahu probablemente argumentará que no se han cumplido las condiciones para las reformas y la reconstrucción de la Autoridad Palestina en Gaza", entiende. 

Pero "probablemente irá más allá, preguntando a los votantes israelíes en quién confían para impedir el establecimiento de un Estado palestino: si en él, con su largo historial de oposición a ese resultado, o en rivales menos experimentados". Este argumento podría tener relevancia para algunos votantes que necesita recuperar, ya que muchos israelíes, después del 7 de octubre de 2023, no están abiertos a la perspectiva de un Estado palestino (71%), aunque no está claro si convertir a esos votantes sería suficiente. 

"Este tema en el discurso político israelí también podría mermar el entusiasmo de los estados árabes por desempeñar su papel en el futuro de Gaza, desde la financiación de la reconstrucción hasta las fuerzas de estabilización, pasando por el apoyo a las reformas de la Autoridad Palestina y la gobernanza de Gaza" y desde luego complicaría también el avance en los Acuerdos de Abraham. Ya están dentro Marruecos, Emiratos Árabes, Baréin y Sudán, pero Washington quiere ampliar la lista, empezando por Arabia Saudí, para aumentar el negocio. 

Jonathan Panikoff, director de la Iniciativa de Seguridad para Oriente Medio de Scowcroft, se centra en cómo puede actuar Netanyahu en su relación con Trump, hasta dónde puede hacer de su capa un sayo o hasta dónde está obligado a obedecerlo. Bibi, expone, "ya iba a estar relativamente en deuda con Trump, pero el apoyo del presidente estadounidense es aún más importante ahora políticamente". Ve probable que un cese permanente de la guerra "eventualmente descongele parte de la hostilidad que enfrenta" Netanyahu con socios como los europeos, pero "la dependencia de Netanyahu del apoyo estadounidense solo ha aumentado desde el comienzo del segundo mandato de Trump". La popularidad de Netanyahu en Israel ha disminuido, indica el experto, "y aunque el regreso de los rehenes a casa puede darle un impulso de apoyo, una gran franja de la población nunca dejará de culparlo por el 7 de octubre y sus consecuencias". 

Habrá que ver cómo usa Trump esa influencia de ahora con Netanyahu, avisa, cuando hay un memorando de entendimiento de diez años entre EEUU e Israel que expirará en 2028 y hay que negociar desde ya. "Esto ocurrirá en un momento en que el ala de Trump, Make America Great Again, del Partido Republicano se alinea cada vez más con la izquierda del Partido Demócrata en su escepticismo respecto al apoyo a Israel", avisa Panikoff.

Dada la relación actual entre Trump y Netanyahu, Tel Aviv "podría necesitar una mayor deferencia hacia las preferencias de Washington en los próximos meses". "Pero la historia ha demostrado repetidamente que si Estados Unidos e Israel no están alineados en una política, es improbable que los israelíes simplemente se sometan a las preferencias de Washington. Y si eso sucede, el espejismo de la actual relación inquebrantable entre Trump y Netanyahu podría desvanecerse rápidamente, tal como ocurrió al final del primer mandato del presidente", concluye.

El exprimer ministro israelí Naftali Bennett saluda a familiares de rehenes israelíes en manos de Hamás.
El exprimer ministro israelí Naftali Bennett, el 7 de abril de 2024, en un acto por los rehenes en manos de Hamás, ante la sede de la ONU, en la ciudad de Nueva York.Alexi Rosenfeld / Getty

Elecciones clave

Si no lo obligan a ello, Netanyahu no parece ser el hombre destinado a sentar las bases para una paz verdadera con los palestinos. ¿Pero entonces, quién? Las próximas elecciones en Israel, programadas para octubre de 2026, serán decisivas para aclararlo. El Israel Policy Forum habla ya de los comicios "más trascendentales en la historia de Israel". Lo que sucede es que no sólo debería darse un cambio de líderes, sino de mentalidad, porque actualmente los israelíes estaban apoyando las políticas cada vez más radicales, empezando por el castigo a Hamás y siguiendo por la anexión de Cisjordania, por ejemplo. 

Una encuesta del Canal 12 difundida el 16 de octubre revela que Likud del primer ministro obtendría 27 escaños si las elecciones se celebraran hoy; volvería a ser el partido con mayor número de escaños en la Knesset, compuesta por 120 escaños. El premier goza de un mayor apoyo tras el acuerdo de alto el fuego y la liberación de rehenes, ganando tres escaños desde el último sondeo del mismo medio. La alegría generalizada por el regreso de los rehenes cambia las cosas sólo ligeramente. El partido del exprimer ministro Naftali Bennett, llamado Bennett 2026 y considerado el principal rival del mandatario en las próximas elecciones, se sitúa en segundo lugar, con 22 escaños, lo que también supone un aumento de tres escaños tras el último pulso.

A pesar de la ventaja del Likud, la encuesta revela que los partidos que conforman la coalición actual quedarían por detrás del bloque sionista anti-Netanyahu, liderado por Bennett, aunque ambos bloques no alcanzarían la mayoría de 60 escaños necesaria para formar gabinete. El bloque de Netanyahu, compuesto por el Likud (27), Shas (9), Poder Judío (8) y Judaísmo Unido de la Torá (7), se quedaría a nueve escaños de la mayoría, con 51 escaños.

Por otro lado, el bloque de Bennett, compuesto por Bennett 2026 (22), Los Demócratas (11), Yesh Atid (9), Yisrael Beytenu (9) y Yashar de Gadi Eisenkot (8), se quedaría a solo un escaño de los 60, con 59 escaños. El Sionismo Religioso de Bezalel Smotrich y el partido Azul y Blanco de Benny Gantz quedarían por debajo del umbral del 5%, al igual que HaMiluimnikim (Los Reservistas) de Yoaz Hendel y el partido nacionalista palestino Balad, por lo que no podrían tener grupo propio.

Por lo tanto, el Canal 12 considera que cualquier bloque que desee formar Gobierno tendría que apoyarse en el partido islamista Ra'am o en Hadash-Ta'al, de mayoría árabe, para lograrlo. Ambos partidos obtendrían cinco escaños. Un sindiós, que se dice. 

La encuesta también revela que el 46% del público cree que Israel debe celebrar elecciones lo antes posible, mientras que el 44% opina que es mejor esperar al otoño del año que viene, como corresponde si no hay adelanto. 

Está por ver cómo metaboliza la sociedad la continua negativa de Netanyahu a asumir la responsabilidad por el ataque del 7 de octubre, que lo ha llevado a no convocar una comisión real para investigar lo ocurrido ni a pedir disculpas apropiadamente, como sí han hecho otros mandos militares y de Inteligencia. También, si el alto el fuego se mantiene y en qué condiciones. Sin olvidar el hecho de que mantiene abierta una triple investigación por corrupción en los tribunales, que se ha ido demorando convenientemente por las necesidades de la guerra. El primer ministro que, antes de todo el horror, estaba siendo cuestionado como nunca en las calles por su reforma judicial, que comprometía la independencia de los jueces. 

Si Netanyahu cae por sus errores, ¿hay más seguridad de paz? No, tampoco echemos las campanas al vuelo. Bennett es un antiguo portavoz de los colonos y colono él mismo y en su tiempo de mando, compartido con Yair Lapid, ninguno se destacó por ser precisamente amistoso con los palestinos. Bennett es ultraderechista y tendría que asociarse a halcones de centroderecha como Benny Gantz, liberales sionistas como Yair Golan e incluso islamistas árabes como Mansour Abbas. No se ve, a priori, el equipo que selle la calma definitiva entre palestinos e israelíes. 

Estos partidos comparten en sus programas muy poco más que una profunda antipatía por Netanyahu, lo que expone a cualquier coalición que formen al colapso, como ya sucedió en la aventura de 2021 que, a la postre, trajo de vuelta al poder a Netanyahu. Más duro, más enrocado, más radical. Los ciudadanos, al fin, tendrán la palabra. Pero eso queda lejos. Hoy Netanyahu manda y sus últimas órdenes son disparar y cerrar. No suena bien para los gazatíes. 

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Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

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Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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