El tufo colonial de la 'paz' de Trump: un alivio que obvia los derechos de Palestina
Los expertos denuncian la "distopía" que supone que, en el XXI, Gaza vaya a estar vigilada y gestionada por fuerzas externas y líderes blancos, dejando en el limbo su independencia, autodeterminación y soberanía. Y con aplauso árabe y europeo.

Aún resuenan los aplausos que el mal llamado plan de paz de Donald Trump recibió ayer en Sharm el Sheij, por parte de líderes de todo el mundo. El presidente de Estados Unidos ha logrado arrancar a Hamás y a Israel un compromiso inicial que ya está salvando vidas y haciendo justicia con civiles inocentes. Su movimiento genera un alivio genuino, inmediato, pero también dispara las alarmas de los palestinos a más largo plazo, un pueblo que aspira -más allá de no ser carne de genocidio- a tener independencia, autodeterminación y soberanía.
Una oleada de analistas se ha lanzado a denunciar el tufo colonial de los famosos 20 puntos de Trump y, peor, del texto rubricado ayer entre fanfarrias, que hasta elimina la descafeinada alusión a que, un siglo de estos, pueda haber un Estado palestino de pleno derecho. Todos dibujan un mismo diagnóstico: las negociaciones de paz se han hecho sin la Autoridad Nacional Palestina (ANP), apartada hasta de la foto de familia egipcia; se plantea el desarme y la pérdida de poder sólo de una parte (Hamás); y se prevé el despliegue de una fuerza internacional de vigilancia y de una junta de gobierno en la que la participación palestina sea residual, como mucho técnica, dejando a extranjeros (y hombres blancos, en particular) al mando. Todo para el pueblo... pero sin el pueblo palestino. Una farsa, concluyen.
Por lo tanto, denuncian que se está violando el derecho internacionalmente reconocido a Palestina de buscar su propio futuro, con sus medios y sus líderes y su voz (desde la Carta de Naciones Unidas a las sucesivas resoluciones sobre la materia desde 1947), y que se hace con un documento que puede considerarse nulo, porque se ha firmado bajo la coacción de que de lo contrario vendría un "infierno". Es como si el Mandato Británico en la Palestina histórica, de cuyo abandono procede el conflicto palestino-israelí, no hubiera acabado, con la diferencia de que el salacot lo lleva ahora un señor de Nueva York que firma cosas en el Despacho Oval. Un precedente peligroso, también, para el resto del mundo y el sistema poscolonial tras 1945.
Deja que lo haga yo...
La Comisión Internacional de Juristas ha publicado un análisis de seis expertos en Derecho Internacional que pone de relieve esta alarmante carencia (o exceso) del documento. Aunque se reconoce el esfuerzo por llegar a un armisticio y el "comprensible" apoyo al cese de las hostilidades, se detectan lagunas futuras que están muy lejos de lo que los gazatíes en particular y los palestinos en general podrían anhelar.
Mohsen al Attar, profesor en la Universidad Xi’an Jiaotong-Liverpool, es duro cuando habla de un documento de "abdicación" y de "rendición", que no mantiene ni la "reciprocidad" entre lo que se le pide a una parte y a la otra. "No sólo no contiene ninguna de las características de un verdadero acuerdo de paz, sino que retoma los peores excesos del diktat colonial, una iteración moderna de la 'misión civilizadora' salpicada del lenguaje de la paz", denuncia.
Sobre todo, le escuece que vaya a haber una "administración internacional de tierras nativas", "tecnócratas, inversores y charlatanes" que irán a Gaza, "coordinados por un comité supervisor distópico -presidido por el propio Trump, con Tony Blair como vicerregente- para garantizar que la Riviera de Gaza de [Jared] Kushner se desarrolle a un ritmo vertiginoso". La diana de Blair es una constante en las críticas de los analistas, por su tortuoso pasado en Oriente Medio, especialmente como contraparte de EEUU en la invasión de Irak cuando era primer ministro de Reino Unido.
Teme el profesor que esta tutela lleva aparejada negocio, aunque no se hable más que de reconstrucción en el acuerdo. Igual que los palestinos fueron desaparecieron de las negociaciones, avisa, "también se evaporarán antes de que los condominios estén listos para la venta, y se espera que el plan conjunto de Trump y Netanyahu para la limpieza étnica se acelere antes de que comiencen las excavaciones para la Torre Trump". Sigue temiendo, pues, un desalojo masivo de Gaza, como el que abiertamente propuso el republicano el pasado febrero. Bien, eludir a los palestinos, concluye, es mejor que asesinarlos, pero las demandas de "independencia, dignidad, retorno y justicia" se evaporan. "Nos enfrentamos a la lógica colonial en su forma más cruda: dictar el futuro de un pueblo bajo la amenaza del exterminio".
Por su parte, Brendan Ciarán Browne, miembro del Trinity College de Dublín, se queja del "lenguaje condescendiente" usado para redactar el pacto, que "exige un cambio de mentalidad palestina", sin que haya participación de la ANP. Denuncia que eso supone una "brutal coerción colonial" que incluso usa la vital ayuda humanitaria como arma para forzar el acuerdo. "Tácticas medievales en una era de guerra colonial moderna, brutal, asimétrica y desenfrenada", resume.
Recuerda que el derecho palestino a su territorio y al retorno de sus refugiados (se estiman en cinco millones en el mundo) estaba ya asentado, por lo que esto es un paso atrás. Un trágala que el investigador explica mejor con una cita del escritor y activista palestino Ghassan Kanafani: "No te refieres a conversaciones de paz, te refieres a rendición… esa es una especie de conversación entre la espada y el cuello".

La profesora Shahd Hammouri, que imparte Derecho Internacional en la Universidad de Kent, abunda en la idea de un acuerdo bajo "coerción física", que convierte en papel mojado lo pactado, y en que va a servir "a intereses de capital extranjero", como pasa con las colonias occidentales a finales del siglo XIX y durante más de medio siglo XX. No es nueva, pone como ejemplo la Fundación Humanitaria de Gaza, la empresa de EEUU que, en coordinación con Israel, se ha encargado del reparto de alimentos en la franja desde finales de primavera.
Ahora, con otros instrumentos, se viene a "renombrar" la ocupación, pero no a acabar con ella, cuando es uno de los puntos esenciales de fricción. Se internacionaliza esa ocupación, alterando los valores de las naciones que han defendido la solución de dos estados, y sin que Palestina abra la boca, porque sólo se le deja la opción de hacer reformas para gustar a Washington y Tel Aviv. "El consentimiento para este despliegue está inequívocamente ausente, ya que el plan contradice flagrantemente la voluntad del pueblo palestino en Gaza. Las perspectivas del uso de tecnología avanzada en el control de la población de Gaza ofrecen una imagen distópica de hostilidad en contradicción con la autodeterminación y los derechos humanos. Cabe destacar que el plan no ofrece garantías concretas de que las tropas israelíes se retiren por completo", ahonda.
Es muy crítica no sólo con EEUU o Israel, sino con los demás países que han avalado el pacto, "respaldando la ilegalidad" y reviviendo el espíritu colonial de "mentorización" de los "incivilizados". La idea de que los palestinos no se saben gestionar y necesitan una muleta, una mente de fuera que vea las cosas claras y sepa. "En lugar de aplaudir una propuesta tan deshumanizante, los Estados deben elevar el listón de lo aceptable utilizando su influencia", reclama. Empezando con sanciones al Gobierno de Benjamin Netanyahu a quien, por cierto, tampoco se le piden responsabilidades judiciales por los 67.000 muertos cosechados en estos dos años, sino que por ahora se le recompensa con una zona de contención dentro de la franja.
La abogada especializada en resolución de conflictos internacionales Nawal Hend escribe en la línea de sus colegas sobre la perspectiva "etnosupremacista" del acuerdo con el que Trump quería lograr el Nobel de la Paz. "Un hombre blanco, sentado en una metrópoli, gobierna sus colonias, personas a las que se les niega el derecho a la autodeterminación, personas marcadas por su raza, color y legado como menos que plenamente humanas", describe.
A su entender, pasar por el aro supone, para la resistencia palestina, "una forma de suicidio político" y "la ruina del único resultado significativo de los Acuerdos de Oslo", que fue "la promesa de soberanía y autogobierno palestino sobre los territorios" palestinos. La ausencia de la ANP de todo lo que de habla y su ausencia en el día después de estas primeras fases de tregua suponen que poder político palestino está siendo "usurpado, sujeto a condiciones desconocidas y a la discreción colonial". Lo que parecía mentira cuando Trump bromeaba con vídeos generados por Inteligencia Artificial sobre las playas de Gaza es la siguiente fase de la realidad: el negocio.
Ata Hindi, profesor de Derecho en la Universidad de Tulane, califica el acuerdo, por los mismos motivos, de "bofetada al derecho internacional" porque consolida una ocupación, distinta, que llama "transformadora", pero no deja de serlo, cuando la meta era acabar con ella. Recuerda que la Corte Internacional de Justicia (CIJ) pidió en 2024 a Israel que acabase con ella, lo que se transformó en un mandato de la ONU para que actuase en un año. No ha dado un paso atrás y sí muchos adelante. En su caso, se centra también en la falta de garantías que se dan de que Netanyahu no ha a mantener la ocupación de Gaza (la retirada por ahora es muy parcial) ni a anexionarse territorio (Cisjordania en el punto de mira).
Cierra el análisis Ali Osman Karaoğlu, profesor de Derecho en la Universidad turca de Yalova, quien echa la vista atrás para recordar que la injusticia con Palestina viene de largo. El pacto de la Sociedad de Naciones ya reflexionó sobre qué hacer con los territorios del antiguo Imperio Otomano y reconoció el derecho a que alcanzaran su independencia. Lo lograron Siria, Líbano o Irak, pero a Palestina se la obligó a estar bajo el Mandato Británico. Desde 1917, se fueron abriendo las puertas a la posibilidad de un "hogar nacional judío" en la zona y, a la postre, se declaró la partición de Palestina, dos estados, uno judío y uno árabe, una solución que aún se espera.
Ahora, entiende, el plan de EEUU "refleja esa Historia". "Trump habla de un nuevo régimen similar a un mandato. Hamás será exiliado, y en su lugar surgirá una versión de Palestina que Israel pueda "aprobar". Lejos de allanar el camino hacia la autodeterminación, el plan hará a Palestina aún más vulnerable a la dominación israelí, tal como lo hizo el primer Mandato entre 1922 y 1948", denuncia.
¿Hay salida?
El panorama que dibujan los analistas es el de un pueblo, el palestino, forzado a elegir entre un poder colonial indefinido -porque nadie ha dicho cuándo se irían las tropas ni la junta internacionales- y la ofensiva perpetua. La memoria de los supervisores occidentales pesa en la región, por lo que roza la provocación. ¿Tiene que conformarse Palestina con que no haya limpieza étnica y los saquen de Gaza? ¿No hay otra manera de estabilizar la franja sin ceder ante el de fuera?
Jeffrey Sachs y Sybil Fares creen que la hay. El reputado economista y profesor de la Universidad de Columbia y la asesora para Oriente Medio de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (SDSN, por sus siglas en inglés) han publicado una tribuna en Al Jazeera que se ha viralizado en el mundo árabe y en la que defienden una "alternativa descolonizada". Directamente toman los 20 puntos de Trump y les dan la vuelta, eliminando los abusos y el sometimiento.
A saber: defienden que "Palestina e Israel serán países libres de terrorismo que no representen una amenaza para sus vecinos", y que Palestina "será reurbanizada en beneficio de los palestinos, que han sufrido más que suficiente". Ya es evidente el cambio de tono y de fin.
"Una vez que todos los rehenes sean devueltos, los miembros de Hamás que se comprometan a la coexistencia pacífica y a desarmar sus armas recibirán amnistía. A los miembros de Hamás que deseen salir de Gaza se les proporcionará un paso seguro a los países receptores", prosiguen. Fijan incluso cantidades de ayuda mínimas, "acordes con lo estipulado en el acuerdo del 19 de enero de 2025 sobre ayuda humanitaria, incluyendo la rehabilitación de infraestructura (agua, electricidad, alcantarillado), la rehabilitación de hospitales y panaderías, y la entrada del equipo necesario para retirar escombros y abrir carreteras".
La entrada de la distribución y la ayuda a la Franja de Gaza se realizará "sin interferencia de ambas partes a través de la ONU y sus agencias, la Media Luna Roja y otras instituciones internacionales no asociadas de ninguna manera con ninguna de las partes. La apertura del cruce de Rafah en ambas direcciones estará sujeta al mismo mecanismo implementado en virtud del acuerdo del 19 de enero de 2025", garantías que no se dan hoy.
Lo troncal, hablando de colonialismo, es que escriben que "Palestina, y Gaza como parte integral de ella, serán gobernadas por la Autoridad Palestina. Los asesores internacionales podrán apoyar esta iniciativa, pero la soberanía reside en los palestinos". La ANP, indican, "con el apoyo de un grupo de expertos de la región árabe y de expertos externos que elijan los palestinos, elaborará un plan de reconstrucción y desarrollo. Se podrán considerar propuestas externas, pero la planificación económica estará a cargo de los árabes". Asistencia no es control.

"Los palestinos podrán establecer una zona económica especial, con tarifas y tasas de acceso negociadas entre Palestina y los países socios", algo inimaginable ahora, y "nadie será obligado a abandonar ningún territorio palestino soberano. Quienes deseen salir podrán hacerlo libremente y regresar libremente". Hamás y otras facciones no tendrán ningún papel en el gobierno, de acuerdo, y "toda la infraestructura militar y terrorista será desmantelada y desmantelada, verificada por observadores independientes", y habŕá verificación del fin de la amenaza. ¿Cómo? "Los socios árabes e internacionales, por invitación de Palestina, desplegarán una Fuerza Internacional de Estabilización (FIS) temporal a partir del 1 de noviembre de 2025 para apoyar y capacitar a la seguridad palestina, en consulta con Egipto y Jordania. La FIS asegurará las fronteras, protegerá a la población y facilitará el rápido transporte de mercancías para la reconstrucción de Palestina".
"Israel no ocupará ni anexará Gaza ni Cisjordania", debería leerse a las claras. "Las fuerzas israelíes se retirarán completamente del territorio palestino ocupado antes del 31 de diciembre de 2025, una vez que las Fuerzas de Seguridad de Israel y la seguridad palestina tomen el control". Y si Hamás retrasa o rechaza la propuesta, "la ayuda y la reconstrucción continuarán en áreas bajo la autoridad de las Fuerzas de Seguridad Israelíes y la Autoridad Palestina". No más civiles pagando por otros.
Se contempla, fundamental, un calendario. "El Estado de Palestina gobernará su territorio soberano completo a partir del 1 de enero de 2026, de conformidad con la resolución del 12 de septiembre de la Asamblea General de las Naciones Unidas y la Opinión Consultiva de 2024 de la Corte Internacional de Justicia". Y ya no hay más dilaciones en considerar a Palestina un igual: "EEUU reconocerá inmediatamente un Estado soberano de Palestina, con membresía permanente en la ONU, como una nación pacífica que coexistirá con el Estado de Israel".
Muchas décadas de batalla
La colonización de Gaza y su ocupación son viejas. El ejército israelí ocupó la Franja de Gaza por primera vez durante cuatro meses, entre 1956 y 1957, en una sangrienta operaciòn destinada a erradicar a los fedayines, como se conocía a los combatientes palestinos. En junio de 1967, las fuerzas israelíes volvieron a tomar la franja, así como Jerusalén Oriental, que fue efectivamente anexionada, y Cisjordania, que pronto quedó abierta a la colonización israelí (el 62% del territorio está controlado hoy por Israel).
En Gaza, sin embargo, los ocupantes se enfrentaron a cuatro largos años de guerra de guerrillas de baja intensidad, que sólo el entonces Ariel Sharon logró aplastar en el verano de 1971. Para lograrlo, reconfiguró brutalmente el enclave palestino, desplazando por la fuerza a una décima parte de su población y construyendo nuevas rutas de patrullaje. Dividió la franja mediterránea en varios cientos de bloques, una división que el Ejército israelí restablecería medio siglo después, para expulsar a la población de ciertos "bloques" durante la ofensiva actual.
Sin embargo, Sharon estaba convencido de que el dominio militar de Israel sobre Gaza únicamente podía garantizarse entrelazando el territorio con asentamientos israelíes. Utilizó la metáfora de los cinco dedos para describir cinco ejes este-oeste que conectaban el territorio israelí con el mar mediante asentamientos, con el fin de romper la continuidad geográfica y demográfica del enclave palestino.
Cuando asumió el cargo de ministro de Defensa, en 1981, impulsó este proceso de colonización de norte a sur, con asentamientos en Nissanit (en la frontera con Israel), Netzarim (al sur de la ciudad de Gaza), Kfar Darom (en el centro del enclave), Morag (entre Khan Yunis y Rafah) y, finalmente, la frontera con Egipto (junto a Rafah). Los colonos eran apenas unos pocos miles, en su mayoría motivados por motivos religiosos, en un entorno aún más hostil al ocupar una cuarta parte del territorio y una parte significativa del agua.
Tras la Primera Intifada, en 1987, el rechazo popular a la lucha armada, a pesar de los cientos de víctimas de la represión israelí, allanó el camino para el proceso de paz, con el establecimiento en 1994 en Gaza de una Autoridad Palestina liderada por Yasser Arafat. Pero esta Autoridad era de papel, sin control sobre quién entraba o salía de Gaza, cuyos asentamientos seguían siendo enclaves de soberanía israelí.

El estancamiento político condujo a la Segunda Intifada (desde el 2000) y sus atentados suicidas -llevados a cabo, entre otros, por Hamás- llevaron al mismo Sharon al poder en 2001. 30 años después de aplastar a la guerrilla gazatí, el nuevo primer ministro logró reprimir el levantamiento palestino pero, también, fue quien en 2005 ordenó retirar no solo al Ejército israelí de Gaza, sino también a los colonos que restaban, en parte para intensificar la colonización en Cisjordania. Bezalel Smotrich, el actual ministro de finanzas supremacista, se encontraba entre los activistas ultranacionalistas que se sintieron traicionados por Sharon. Veinte años después, está decidido a vengarse abogando por la recolonización de Gaza tras expulsar a su población local.
Desde octubre de 2023, los "corredores" excavados de este a oeste por el Ejército israelí han vuelto a seguir las rutas de acceso a los antiguos asentamientos, dividiendo el enclave palestino en cinco secciones cada vez más cerradas. Los corredores de Netzarim y Morag reciben su nombre de los asentamientos desmantelados en 2005, mientras que los de Mefalsim y Kissufim derivan sus nombres de un kibutz cercano. Además, se ha producido una destrucción sistemática de la ciudad de Rafah, situada entre los corredores de Morag y Filadelfia, a lo largo de la frontera con Egipto.
Si no se acaba con todo eso, dicen los analistas, la ocupación se quedará, se llame como se llame y la comande quien la comande.
