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Lo más complicado está por venir: los obstáculos en el camino hacia una paz real entre Israel y Palestina

Lo más complicado está por venir: los obstáculos en el camino hacia una paz real entre Israel y Palestina

Hoy no es un día para cínicos: la certeza de que se van a salvar vidas -de los gazatíes atacados por Tel Aviv y de los secuestrados israelíes en la franja- merece la alegría. Pero ya hemos estado antes aquí, con dos treguas rotas. Hay riesgo de bucle. 

Unos niños palestinos celebran el acuerdo entre Hamás e Israel ante el Hospital de los Mártires de Al-Aqsa, en Deir al-Balah (Gaza), el 9 de octubre de 2025.Dawoud Abu Alkas / Reuters

Hoy no es el día de ser cínicos: el hecho de que Israel y Hamás hayan accedido a un alto el fuego en Gaza, a la vuelta a casa de los rehenes, a la excarcelación de presos y a la entrada de ayuda humanitaria en la franja es una buena noticia que merece, indiscutiblemente, la alegría del mundo. Pero sí que es el día de poner los pies en la tierra, de no lanzar las campanas al vuelo. Desde el minuto uno en que callen las armas se van a salvar vidas, las de los palestinos bombardeados y hambrientos y las de los israelíes secuestrados, pero también desde ese minuto uno se abre la duda inmensa de si el resto de la hoja de ruta de pacificación que ha ideado el norteamericano Donald Trump puede aplicarse. Lo más complicado está por venir. 

Mientras las escenas de enorme alivio se repiten a los dos lados de la frontera -en condiciones muy distintas pero con la misma esperanza-, pesa saber que ya hemos estado aquí antes. Ha habido dos treguas previas, en noviembre de 2023 y en enero de 2024, que acabaron violadas por el Gobierno de Benjamin Netanyahu, en las que ya se planteaba el fin de la violencia y el retorno gradual de todos los rehenes. Washington no hizo nada cuando volvieron los ataques, en tiempos del actual mandatario, Trump, y de su antecesor, Joe Biden. ¿Por qué ahora debería ser distinto, en ese Oriente Medio donde siempre se esconde la decepción a la vuelta de la esquina?  

Ahora, importantísimo, acaban la violencia, los disparos, las bombas y la tortura (en los túneles, en las cárceles) y acabarán las colas del hambre, mortíferas, y la desnutrición, para quien llegue a tiempo. Hasta seis grandes entes internacionales, incluyendo a las Naciones Unidas, han confirmado que se está llevando a cabo un genocidio contra los palestinos y eso va a parar. Todo eso merece la bienvenida. Trump, en la publicación en Truth Social en la que dio detalles sobre el acuerdo, afirmó que en esta primera etapa "todos los cautivos serán liberados muy pronto" (este fin de semana, se estima, empezando por los que restan con vida, 20 de 48); Israel retirará sus tropas a una línea acordada (poco clara); ese será el primer paso hacia una paz "sólida y duradera" y todas las partes recibirán un trato justo. El anuncio representa el avance más significativo que Trump ha logrado con respecto a la guerra, tras ocho meses de intentos por negociar el fin del conflicto. Es innegable. 

Sin embargo, pasada la primera etapa del pacto vienen las diferencias significativas y, además, no se han aclarado detalles cruciales. El primero es la retirada de las tropas de Israel de la fanja: la prensa israelí, pero no el Gobierno claramente, indica que antes de la puesta en libertad de los cautivos en Gaza, su Ejército deberá retirarse hasta una "línea amarilla" estipulada por EEUU, marcando la primera fase de su retirada total del enclave. Dicha línea permitirá que las tropas israelíes permanezcan en Gaza en un perímetro de una profundidad de en torno a 1,5 kilómetros en su zona más estrecha y 6,5 en la más ancha, garantizando la presencia militar de Israel en, aún, cerca de la mitad del enclave, detalla Haaretz

Esta primera retirada se producirá para que Hamás pueda localizar a todos los rehenes, puesto que, aunque el grueso de ellos están en sus manos, hay varios que están secuestrados por otras milicias, como la Yihad Islámica, que no ha participado directamente en las negociaciones que estos días se han llevado a cabo en la ciudad egipcia de Shamr el Sheij, y que han acabado dando los frutos conocidos. No se descarta que haya restos también sepultados por los ataques de estos dos años, por lo que su rescate no puede ser inmediato. 

Los "anatemas"

Luego están los "anatemas", como los llama la diplomática norteamericana Gina Abercrombie-Winstanley, del Centro Scowcroft de Estrategia y Seguridad (parte del Atlantic Council de Washington). "Hamás no quiere desarmarse ni renunciar a su papel en el futuro de Palestina -dice-. E Israel no quiere retirarse completamente de la Franja de Gaza, permitir el regreso de la Autoridad Palestina ni aceptar un eventual Estado palestino". 

El Movimiento de Resistencia Islámica no quiere soltar su arsenal sin tener garantías de que Tel Aviv va a a seguir adelante con las siguientes fases, porque no se quiere ver inerme si no hay retirada completa o si la fuerza internacional de paz que se incluye en los 20 puntos redactados por Trump acaba siendo ofensivas, no sólo defensivas, y son ellos los que se llevan los tiros. Pero, claro, si no se aborda la capacidad militar de Hamás, desde sus cohetes a su redes de túneles, pasando por las milicias armadas que le quedan, persiste el riesgo de que se reagrupe y lance futuros ataques, dice Tel Aviv.

Tampoco quieren sus dirigentes quedar como que son ellos los obstáculos para la paz, cuando hay práctico consenso mundial en que se ha llevado a cabo un genocidio sobre sus convecinos, más allá de los brutales atentados del 7-O. Muy complicado todo y, recuerdan en Hamás, con pocos antecedentes de los que fiarse: hay un acuerdo de alto el fuego y de retirada de Israel de Líbano, tras su última guerra con Hizbulá, y no hay día que no se incumpla, si sirve como botón. 

Sobre el día después, los planes de Trump contemplan la creación de la llamada "Junta de la Paz", que coordinará a un comité de tecnócratas, gente que se supone que sabe lo que hay que hacer con un territorio devastado. La junta estará presidida por el propio Trump -aunque al anunciar sus propuestas, el lunes de la pasada semana, avisó de que está "muy ocupado" y no sabe cuánto tiempo le podrá dedicar- e incluirá al exprimer ministro británico Tony Blair, una figura que más que rechazo genera arcadas en la región. Se espera que los elegidos estén fuertemente influenciados también por lo que decida el yerno de Trump, Jared Kushner, marido de Ivanka, judío, inversor en las colonias ilegales de Cisjordania y manijero de los negocios de los Trump en Oriente Medio. Por eso, en la prensa de la zona se habla ya de una nueva intervención colonial, en pleno siglo XXI.  

La Autoridad Nacional Palestina (ANP), que no ha formado parte en esta ronda de negociaciones, deberá reformarse al gusto de Washington y, cuando en la Casa Blanca cuadre, podrá tomar el control de Gaza. Hamás y otras facciones no podrán gobernar allí "ni directa, ni indirectamente", se desmilitarizará la franja bajo supervisión internacional y se creará un plan de desarrollo económico para la zona costera que atraiga inversiones. No hay perspectiva de que los gobiernos árabes contribuyan a la reconstrucción de Gaza si Hamás puede retomar el poder y luego atacar a Israel, lo que llevaría a Tel Aviv a destruir todo lo que se haya reconstruido, por eso se le aleja por completo, también. 

Trump dijo anoche en la Fox que Gaza será "reconstruida", aunque los planes son tan precarios y tan a largo plazo que puede que el republicano se marche en 2028 (porque no puede presentarse de nuevo a las elecciones, ¿no?) y no se hayan implementado. Esto, en el caso de que no se desmorone el castillo de naipes mucho antes. 

Einav Zangauker, madre del rehén Matan Zangauker, se abraza a una amiga tras conocer el acuerdo entre Hamás e Israel en la "Plaza de los Rehenes", en Tel Aviv, el 9 de octubre de 2025.Ronen Zvulun / Reuters

Los tres "anatemas" de Israel son igualmente una losa difícil de levantar. Siempre ha dicho que no va a permitir que la ANP esté gestionando Gaza, incluso si se remoza, porque la componen "terroristas" como Hamás. Lleva años despreciando al presidente palestino, Mahmud Abbas, como un interlocutor serio de paz y de seguro hará lo mismo con su sucesor, si llega en este intervalo. Y también ha dicho siempre que no quiere abandonar Gaza por completo. Aquí hay división de opiniones: Netanyahu habla de control para mantener la seguridad y evitar otro 7 de octubre del 2023, mientras que sus socios de ultraderecha quieren, directamente, ocupar de nuevo la franja y levantar en ella promociones de lujo. La zona está cercada y controlada por tierra, mar y aire desde 2005, pero antes de eso, en Gaza vivían colonos que ahora quieren regresar y tener casa en primera línea de playa

Netanyahu sí coincide con sus aliados en que no habrá Estado palestino, una opción que aparece en el pacto de Trump sólo como un anhelo, no como una exigencia, una aspiración que hace años defendía el propio líder del Likud y que ahora está descartada. "Eso no pasará", dice desde ya. La comunidad internacional, como se ve en las resoluciones de la ONU, apoyan una solución definitiva de dos estados vecinos que convivan en paz y seguridad. 

De momento, en la reunión que esta tarde tiene todo el gabinete israelí para avalar el acuerdo norteamericano, se sabe que los partidos ultranacionalistas y religiosos se van a oponer a ir más allá de la primera fase, o sea, de la recuperación de los rehenes vivos y muertos. Es la misma postura que tuvieron en las dos treguas anteriores. Por ejemplo, el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, ha insistido en que Hamás debe ser "destruido" por completo y amaga con hacer como en enero pasado, cuando dejó el Gobierno por contemplar concesiones a los islamistas. Sin embargo, nunca se llegó a la meta volante en la que hacer verdaderas cesiones, más allá de la liberación de presos palestinos, y Ben-Gvir volvió al redil, sin rencores. El titular de Finanzas, Bezalel Smotrich, ha pedido esta mañana continuar con el asedio a Gaza "inmediatamente después de que los rehenes lleguen a casa". Nada más. 

Esos radicales aún se debaten, pese a todo, sobre si dar el portazo o no porque, dicen las encuestas, reducirían sensiblemente su poder y su capacidad de ser llave de gobernabilidad (los de Smotrich, el Partido Sionista Religioso, puede que se quede hasta fuera de la Cámara). Aguantar, tragar, esperar a tener los rehenes y luego romper, quizá. Bibi tiene por delante la opción de caer sin ellos, apoyarse en la oposición (que desde luego no le daría carta blanca) y tratar de recomponer una mayoría o ir a elecciones anticipadas, todas ellas opciones de las que pende la pretendida paz de Trump.

Un factor importante para llegar hasta aquí ha sido la amplia presión pública y política dentro de Israel, donde los líderes críticos a Netanyahu han expresado abiertamente su deseo de poner fin a la guerra, priorizar el regreso seguro de los rehenes y luego confrontar a Hamás con decisiones estratégicas más amplias. Por supuesto, también están las familias de los rehenes, que han peleado, con manifestaciones constantes, para convencer a su primer ministro de que sólo un armisticio podía hacerles recuperar a los suyos. El 74% de los israelíes quieren el fin de la guerra si con ella vuelven los retenidos y el 55% cree que Netanyahu sostiene los ataques por supervivencia personal, porque ya no quedan objetivos militares que los justifiquen. 

Bibi sabe que está en minoría respecto a su propia población. Hasta ahora le ha pesado más aguantar en el poder, protegiendo su mayoría de Gobierno. Sin embargo, es tal el estallido social que hasta la oposición se ha ofrecido a apoyarlo en la Knesset (el Parlamento) si deja de tener apoyos ultras pero apuesta de veras por la paz. Lo mismo que el presidente de Israel, Isaac Herzog, que se ha planteado conceder el indulto al primer ministro en su juicio por corrupción si con ello le da estabilidad para hacer las cosas por derecho y no tener la servidumbre de los que quieren más guerra. 

En realidad, tanto Israel como Hamás han entendido que las dos partes han perdido más de lo esperado cuando se lanzaron los ataques de hace dos años y se inició la ofensiva en respuesta. Los dos saben, también, que tienen cómo vender un acuerdo de estas características como una victoria, dado lo precario de la situación. Hamás está debilitado, aunque resiste, pero también ha escuchado la exigencia interna de unos ciudadanos que no pueden más. El sufrimiento de la población es más importante que mantener los rehenes porque está al borde del hundimiento total. Si luego se complican las fases, algo se habrá logrado. 

Donald Trump y Benjamin Netanyahu se saludan en la Casa Blanca, el 29 de septiembre de 2025.
Donald Trump y Benjamin Netanyahu se saludan en la Casa Blanca, el 29 de septiembre de 2025.Jonathan Ernst / Reuters

La clave está en la Casa Blanca

Por supuesto, la presión también ha llegado de fuera, de Trump, y esa ha sido la determinante. Su lista de 20 puntos viene a responder no sólo a un problema evidente, como es el dolor al que están sometidos los palestinos y los rehenes israelíes, sino a un cálculo propio. EEUU se anota una importante victoria diplomática con la que el magnate pretender ganar hasta el Nobel, pero es que quiere, además, quitarse de encima un problema que no le gusta. No es nuevo, siempre se ha quejado de que Oriente Medio le quita tiempo y fuerzas para otras de sus apuestas, como el Indo-Pacífico. A la vez, desea verse como un pacificador al que todo el mundo le dé las gracias. No quiere una página en los libros de Historia, sino una monografía en su honor. 

No le puede el interés humano que movió en el pasado a otros presidentes estadounidenses, sino que se ha impacientado por tener una medalla que colgarse y porque está irritado con Netanyahu, algo que ha dejado caer en varias ocasiones desde que en primavera comenzaron a llegar noticias de una hambruna masiva en Gaza. Trump se ha ido volviendo más impaciente. No hay más que ver el comentario de la pasada noche en la entrevista en la Fox: "Israel no puede pelear contra el mundo (...). Ellos lo entienden". EEUU está preocupado por la erosión de la imagen internacional de Israel, no ya sólo de Netanyahu, según prosperan las censuras, los castigos, las críticas y el aislamiento de su mayor socio en la zona. Es difícil recuperarla, pese a la solidez de años de alianzas con países como los occidentales, con los que claramente no ha habido un cisma (no hay más que ver a la Unión Europea) pero sí que algo se ha roto. Sobre todo, con sus sociedades, con la base. 

Con el plan de Trump, todos los nudos gordianos del conflicto palestino-israelí seguirán vivos, como lo estaban antes de los atentados de Hamás, por eso el mundo anda entre el júbilo y la cautela, pero al menos se puede frenar el hundimiento de Israel, sea de inmediato, sea con mirada cortoplacista. ¿Va a imponer Europa sanciones, acaso, ahora que parece que Netanyahu se aviene a razones? El grueso de los países del mundo aplauden el pacto y elogian a sus firmantes por su capacidad de ceder, cuando las condiciones de partida se le imponen a Hamás y las de Israel están todas en condicional, son un quizá. Pero funciona. Ahí está esa Italia, la más cercana a Trump en Europa, ofreciendo ya sus tropas si hace falta una fuerza de paz. 

Netanyahu se vio atrapado por la oleada de presiones, pero porque sabía también que el balón estaba en el tejado de Hamás -con quien no ha podido acabar en dos años, dicho sea de paso-: si los islamistas decían no, serían los culpables de que no llegue la paz; pero si decían sí, tenían que tragar con todos los puntos tal cual, íntegros, o caería sobre ellos la ira de Trump, el "infierno" prometido tantas veces. Sabe que tiene a EEUU a su lado, haga lo que haga, pese a los pescozones, porque es un actor de parte y no un mediador independiente. Y, pese a todo ello, la Casa Blanca es hoy la única garantía de que esta hoja de ruta salga adelante. 

Hay que vigilar, por supuesto, el cumplimiento de los pasos tanto de Hamás como de Israel pero, por encima de todo, hay que vigilar que el vigilante, o sea, Trump, haga su trabajo. Los mediadores árabes pueden ayudar, pero no son determinantes. Washington sí y con este plan está poniendo sobre la mesa su propia reputación, ese softpower tan básico. Puede perderla en países, por ejemplo, del Golfo Pérsico, si persiste en la inacción y no le va bien eso ni como presidente ni como empresario, porque se empañaría su papel en una zona fundamental para sus intereses. El ataque de Israel en Doha (Qatar) contra una delegación de negociadores de Hamás autorizada a estar allí cruzó una línea roja en el imaginario de Trump, porque en dicho país tiene su mayor base militar en Oriente Medio y porque allí tiene negocios que lo llevaron a incluirlo en su primera visita oficial al exterior como presidente, en este segundo mandato. 

Todos estos factores hacen que los primeros pasos del acuerdo se den con una formidable desconfianza hacia el otro, sabiendo que se pisa terreno quebradizo. Queda claro que dista mucho de eso que Trump llama "plan de paz", porque una paz verdadera, una solución definitiva a un conflicto viejo de 80 años, es otra cosa y necesita otros mimbres. Para empezar, mucho trabajo y mucha voluntad política. Hasta que se pongan a ello de verdad, con el convencimiento de dar con una solución justa y sensata, el único presidente de EEUU que podrá colgarse la medalla de haber llevado la paz a Oriente Medio será Josiah Bartlett. Se lo inventó Aaron Sorkin.

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Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

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Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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