Ni jipis ni terroristas: el genocidio en Gaza lleva al mundo a abrazar la justa causa palestina
Este 29 de noviembre, Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, es distinto: hay 69.000 muertos en la franja a manos de Israel y se han borrado buena parte de los prejuicios sobre su batalla. Ha costado, pero no debe tener vuelta atrás.

El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó su resolución 181, posteriormente conocida como la "resolución de la partición", en la que se estipulaba la creación de un "Estado judío" y un "Estado árabe" en la Palestina histórica, con Jerusalén como capital conjunta, sometida a un régimen internacional especial. De los dos Estados previstos en dicha resolución, hasta el momento sólo se ha creado uno: Israel. El otro es reconocido por el 83% del planeta, pero no tiene soberanía ni capacidad de acción, ni capital ni ejército.
Palestina sigue siendo, casi 80 años después, el artículo olvidado de aquel texto. Desde 1977, la ONU dedica este 29N a recordar que la cuestión palestina no se ha resuelto, pero lo que habitualmente quedaba en un comunicado y poco más, ahora es un día con sentido pleno, de lucha mundial. El genocidio cometido por Israel en Gaza en los dos últimos años, tras los atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023, ha abierto los ojos a la ciudadanía y a sus gobiernos, hasta llevarlos a abrazar una causa justa.
Los palestinos siempre han tenido atención internacional, más que muchos otros pueblos en conflicto, de los sudaneses a los uigures. Es verdad. El problema es que no es por su propio drama. "¿Somos los palestinos famosos porque el mundo realmente se preocupa por nosotros o simplemente porque el estado de Israel está involucrado en el tema de los judíos?", se preguntaba el poeta palestino moderno de referencia, Mahmoud Darwish. "Tenemos la mala suerte de que Israel sea nuestro enemigo". Durante décadas, ser propalestino llevaba aparejadas varias etiquetas de manual, ninguna acertada: eso era cosa de jipis, de radicales de izquierda o, peor, de amigos de los terroristas.
Primero desplazados en masa (más de 700.000 personas) en 1948 y luego ocupados en las sucesivas guerras y ocupaciones, parte de los palestinos recurrió a la lucha armada, sobre todo en los años 70 y 80, pero hasta el propio presidente Yassir Arafat dejó caer el fusil y agarró la rama de olivo: descartó la violencia como vía, reconoció el derecho de Israel a existir y empezó la pelea por el reconocimiento formal de su país. Ha llovido mucho, se ha derramado mucha sangre, como para que aún pese la siempre equivocada equiparación entre este pueblo y el terror. Existe Hamás, claro, con sus 1.200 muertos y sus 25 secuestrados en el 7-O, pero tomar la parte por el todo, y más cuando es tan residual, es parcial e interesado.
Palestina no es Múnich 72, ni los aviones secuestrados, ni los cafés reventados por explosivos en las intifadas. Palestina es un Estado sometido por casi 700.000 colonos que horadan su territorio, fragmentado y sin continuidad geográfica o económica o familiar incluso (Gaza, Cisjordania y el este de Jerusalén); es un país con la capital tomada, como sus recursos naturales; es una diáspora de cinco millones de refugiados; son civiles que usan la moneda de su ocupante, a los que se aplican leyes antiterroristas, que confiaron en unos acuerdos que nunca se han llevado a la práctica. Y de aquellos polvos, los lodos actuales.

"Una velocidad sin precedentes"
Eso es lo que ahora se ve, obviamente salvo excepciones, cuando se mira a Palestina. Omar Barghouti, uno de los fundadores del movimiento BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones) reconoce que "las semillas que se han plantado y nutrido durante años han comenzado a florecer". Asume que ha sido a costa del "indescriptible dolor" de los gazaríes, un dolor "continuo", puesto que el alto el fuego no les ha traído la verdadera paz prometida, pero al final, esa acción de Israel se ha sumado "a la firmeza del pueblo palestino". Todo "ha desempeñado un papel fundamental en el aislamiento del régimen colonial" de Tel Aviv.
"Defender a Palestina es defender la idea fundamental de la justicia en todas partes, cuando quienes deberían protegerla han fracasado", lamenta, en alusión a la lenta comunidad internacional, cuyos mandatarios han tardado más que sus ciudadanos en entender la gravedad de este conflicto. En el año en que su organización cumple dos décadas de trabajo, aplaude que ahora "personas conscientes de todo el mundo respondieran al llamamiento" de incrementar la lucha, "a una velocidad sin precedentes". que ha abarcado todo tipo de apoyos, desde las universidades a las empresas, desde espacios culturales (Eurovisión) a deportivos (La Vuelta), de individuos a administraciones. "Han sentido la presión de imponer sanciones, de movilizarse, se hacer cosas como forma para acabar con la complicidad", insiste.
Uno de los ejemplos más claros que destaca de concienciación internacional, transversal, es el de la Flotilla de la Libertad a Gaza, que este año ha enviado diversas expediciones a la franja palestina con el empeño de llevar ayuda humanitaria y romper el cerco al que Israel la somete desde 2007 (esto no es nuevo, no). El asalto a la flotilla más nutrida, el pasado octubre, sacó a la calle a cientos de miles de europeos, por ejemplo. En un gesto inédito -por más que luego, en su ejecución, fuera cuestionado- incluso países como España o Italia mandaron buques militares a proteger a sus tripulantes. Las humillaciones que, a la vuelta, han relatado los activistas y periodistas implicados han hundido aún más la imagen internacional del Gobierno de Benjamin Netanyahu.
Pero también se ha concentrado en estos meses una acción más callada pero muy poderosa, la judicial. Se han multiplicado las acciones en los tribunales contra Israel, con un respaldo de especialistas inusual. Porque, sí, el movimiento propalestino nunca ha sido rico y sólo ahora ha empezado a recibir algo más de apoyo y de atención. El mayor frente judicial se concentra en La Haya, donde la Corte Penal Internacional (CPI) y la Corte Internacional de Justicia (CIJ) se han convertido en escenarios centrales de la batalla para frenar a Tel Aviv, en medio de acusaciones de crímenes de guerra, lesa humanidad y genocidio.
Esa es una pelea de los países y la ONU, pero también se han presentado casos en lo local, como la denuncia contra Netanyahu en la Audiencia Nacional española por el asalto a nacionales en la flotilla, o las denuncias por inacción a los Gobiernos de Bélgica e Italia. Grupos activistas creen que, si estos países se han comprometido con tratados internacionales que vetan el genocidio o los crímenes de guerra, no pueden mirar impávidos cómo se cometen y, más aún, no romper con quien los comete. Las protestas en las calles de estos países, semanales y masivas, hasta con huelgas en el caso italiano, han avalado socialmente estas denuncias.
Sin embargo, la mayor expresión de un apoyo a Palestina también está generando unas tensiones nuevas en países que históricamente siempre han dado la mano a Israel, como es el caso de Alemania y de Reino Unido. En el caso del país que alumbró a los nazis, causantes del holocausto de seis millones de judíos, se ha perseguido a los manifestantes con violencia policial y detenciones denunciadas como severas, aunque precisamente la presión ha ido rebajando ese puño de hierro. Las cosas, en buena parte del mundo, comenzaron a no tener vuelta de hoja cuando surgieron las imágenes de niños muriendo de hambre en Gaza, la pasada primavera.
En Reino Unido, la batalla está en los tribunales y en la calle, después de que su Ejecutivo prohibiese la ONG Palestine Action (Acción Palestina), clasificada como "organización terrorista". Estaba detrás de buena parte de las concentraciones y, también, de algunos actos de vandalismo, pero Londres acusó a sus miembros y simpatizantes de emplear "bombas, granadas, torpedos, minas, misiles y municiones de guerra similares, y sus componentes". Ante la falta de evidencia de ello y la avalancha de apoyos recibida (el de la escritora Sally Rooney fue especialmente jaleado), se han reducido los arrestos, pero no la tensión.
Los Estados se mueven
La lucha palestina ha pasado, con los meses, de las calles a los despachos. España ha sido uno de los países que han enarbolado esa bandera y primero decidieron, como refuerzo a su causa, reconocer el Estado de Palestina como un igual. Es verdad que el Congreso ya había recomendado hacerlo mucho antes, sin ofensiva en Gaza de por medio, porque el pasado ya era pesado, pero se hizo. Junto a Irlanda y Noruega, dio el paso, en mayo de 2024. "España ha demostrado una gran capacidad de gestión e iniciativa y un alto nivel de liderazgo sobre Palestina", reconoce el embajador palestino en Madrid, Husni Abdel Wahed.
Aún así, hubo que esperar al pasado septiembre para que se produjera un verdadero efecto arrastre en estos reconocimientos: grandes potencias como Reino Unido, Francia, Canadá o Australia, se desembarazaron de los reparos y amenazas de Israel, coincidiendo con la Asamblea General de la ONU, en Nueva York. Un catalizador para aislar a Israel. Netanyahu los acusó de inmediato de alentar a Hamás y al terrorismo -el clásico-, pero se quedó sólo en ese grito, junto al perenne Estados Unidos y algunas islas del Pacífico. Es un mensaje que ya no cala, más de 69.000 muertos después. La batalla de la imagen cuesta mantenerla, pese a tener poderosos aliados y a que, en lo mollar, no hayan llegado apenas ni sanciones y bloqueos, como ha ocurrido con el caso de la Unión Europea, que ni ha roto el acuerdo comercial entre ambos.
"El cambio clave en el segundo año es que la escala del crimen se volvió demasiado extrema como para que los aliados clave mantuvieran su silencio", expone Ramzy Baroud, periodista y analista palestino-norteamericano. "El cambio más significativo es que la intención genocida de destruir, total o parcialmente, a los palestinos en la franja de Gaza ya no es una acusación política, sino una postura jurídica inequívoca y aceptada", dice, tras los informes incluso de Naciones Unidas. "Este nivel de criminalidad es lo que, en última instancia, ha comenzado a erosionar la protección política en Occidente", remarca, además de la solvencia de los datos y relatos incontestables expuestos por figuras como la relatora especial de las Naciones Unidas para los Territorios Palestinos ocupados, Francesca Albanese.
Reconoce que ha sido la base la que ha propiciado el cambio en las altas esferas, demostrando el poder de las opiniones públicas. "Sin duda, la movilización popular ha obtenido concesiones significativas y mensurables. Esta acción de base ha sido la verdadera vanguardia de la solidaridad y un catalizador fundamental del cambio político en el centro imperial". Y cita el caso de nuestro país: "En España, cada paso importante dado por el gobierno -incluyendo unirse al caso de la CIJ, prohibir la venta de armas y prohibir el uso de puertos para combustible militar israelí- ha sido una respuesta directa a las demandas de la sociedad civil organizada".
Si no se ha ido más rápido, entiende, es por los lazos históricos de cooperación con Israel, también de necesidad en algunas cuestiones tecnológicas o defensivas, además del evidente apoyo de Washington y, añade, por los nuevos gobiernos de derecha extrema, menos propensos a escuchar a los palestinos. "Llevó a la aceptación de los políticos más extremistas de Israel, alejando a estos países de políticas exteriores equilibradas".
Se cambiaron inercias, es cierto, pero también ha habido una ola de apoyos al mal llamado plan de paz del presidente de EEUU, Donald Trump, para Gaza, que deja de lado en buena medida las voces de los palestinos. El activismo palestino tiene ahora ese miedo, el de que, quitando a Hamás del poder, también se elimine toda voz del resto del pueblo. La Autoridad Nacional Palestina (ANP) está forzada a hacer reformas antes de que se le deje gobernar la franja de nuevo, como ya hace en Cisjordania. Nadie sabe qué tiene que hacer. Nadie sabe cuándo lo tiene que hacer. Hay una fuerza internacional prevista para Gaza y una junta civil, presidida por Trump. Una pone paz, la otra gestiona. ¿Con palestinos? Algunos tecnócratas, poco más.
En estos momentos, se teme el olvido de los problemas que nos llevaron a la situación actual, mucho más vieja que los atentados de los islamistas. Que se llegue a una especie de normalización, con violaciones del alto el fuego, media Gaza ocupada e intocable, la ayuda llegando a cuentagotas y Cisjordania, de paso, sometida a la peor crisis de colonización y violencia de su historia. A eso se suma la falta de resultados en otro frente esencial: el de la asunción de responsabilidades. Para expertos como Baroud, "centrarse únicamente en la condición de Estado es insuficiente y puede ser una táctica de distracción si no aborda la rendición de cuentas". "El objetivo principal de la lucha actual es exigir responsabilidades a Israel bajo el derecho internacional por su genocidio y crímenes de guerra y luchar por la esencia misma de la humanidad para evitar la normalización de tales crímenes. Un futuro justo debe, necesariamente, surgir del éxito de esta lucha por la rendición de cuentas", concluye.
Por ahora, Netanyahu y su exministro de Defensa, Yoav Gallant, tienen sobre la espalda una orden internacional de arresto, firmada por la Corte Penal Internacional, pero nadie la ejecuta ni cuando hay oportunidad (léase EEUU y Hungría). Las pruebas se siguen recopilando, los testimonios siguen llegando, pero el líder del Likud sigue en el poder, blindado hasta en sus casos de corrupción. Aunque la magnitud de la lucha ha cambiado, hay cosas que parecen inamovibles.
