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El rearme del mundo, una extraña manera de "asegurar nuestro futuro común"

El rearme del mundo, una extraña manera de "asegurar nuestro futuro común"

La ONU celebra la Semana del Desarme como el que clama en el desierto: la carrera se acelera, aumenta el empleo de armas prohibidas y la amenaza nuclear no cede. "¿Cómo más de lo mismo puede dar un resultado que no sea más guerra?".

Un soldado israelí se lleva las manos a los oídos para protegerse del disparo de artillería de un tanque, a su espalda, en la ofensiva contra Gaza.
Un soldado israelí se pone a cubierto mientras su unidad de artillería dispara hacia Gaza, el 6 de noviembre de 2023, en un punto fronterizo sin determinar.Amir Cohen / Reuters

Las Naciones Unidas están celebrando la Semana del Desarme, bajo el lema "asegurar nuestro futuro común". La iniciativa es encomiable pero, también, un grito en el desierto. Va a contracorriente de la tendencia mundial de rearme, que parece imparable y contra la que incluso parece impopular pronunciarse, vistos los peligros que atenazan al planeta. Todos los informes dan cuenta de una mayor inversión en Defensa, reclamada vorazmente por países como Estados Unidos, de un creciente uso de armas prohibidas por convenciones internacionales y por un peligro nuclear que permanece. 

Aún así, toca pelear, dice la campaña de la ONU para estos días. "A lo largo de las décadas, los países han proseguido el desarme para construir un mundo más seguro y para proteger a la humanidad -defiende- (...). "Las tensiones y los peligros intensificados se resuelven de una manera mejor a través de diálogo político y negociaciones serias en vez de más armas". Las armas de destrucción masiva, en particular las armas atómicas, "todavía representan una preocupación primordial, debido a su poder destructivo, poniendo en riesgo a la humanidad" y "la acumulación excesiva y el comercio ilícito de armas convencionales arriesgan la paz y la seguridad internacionales además del desarrollo sostenible, mientras que el uso de armas convencionales pesadas en zonas pobladas pone en grave peligro a los civiles". "Las tecnologías nuevas e emergentes aplicadas a las armas, como la autonomía, arriesgan la seguridad mundial y han sido objeto de una mayor atención por parte de la comunidad internacional en los últimos años". 

Todo eso aparece en el mensaje oficial para estas jornadas. Son avisos y ruegos. No puede haber triunfalismo, porque no hay motivos para ello. Los esfuerzos de desarme globales se han visto superados por una ola proteccionista que parece haber venido para quedarse. Lo constatan especialistas como los del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés), el centro de referencia en la materia, en su informe del pasado abril: acerca de 2,7 billones de dólares ascendió el volumen global de los gastos militares el año pasado. Eso supone un incremento del 9,4% con respecto a 2023. 

La cifra viene aumentando a nivel internacional desde hace una década, indican los analistas, pero nunca lo había hecho de forma tan pronunciada desde el término de la Guerra Fría. El incremento fue especialmente pronunciado en Europa y el Cercano Oriente, como consecuencia de las guerras en Ucrania y la franja de Gaza. 

"Las tensiones y los peligros intensificados se resuelven de una manera mejor a través de diálogo político y negociaciones serias en vez de más armas"

En nuestro entorno, hay ascensos tan significativos como el de Polonia, que registró un aumento del 31% con respecto al año anterior y destina entretanto el 4,2% de su PIB a la defensa. Todo por la amenaza expansionista de Rusia de fondo. Suecia le dedicó 12.000 millones de dólares en 2024, el año de su incorporación a la OTAN, un 34% más que el año anterior. La guerra en Ucrania es el principal factor que ha impulsado el gasto militar europeo a las alturas. Además del dinero destinado a los propios ejércitos, también fluyeron grandes sumas a la ayuda militar para Kiev: en total, 60.000 millones de dólares. La mayor parte provino de Estados Unidos, pero también países europeos hicieron su aporte, comenzando por Alemania, con 7.700 millones de dólares. A eso se aferran algunos estados, a la solidaridad con la víctima de una guerra en el corazón de Europa. La propia Ucrania es, de lejos, la que lleva la mayor carga: sus gastos militares llegaron en 2024 al equivalente al 34% del PIB.

Estados Unidos sigue siendo el país con el mayor gasto militar del mundo, que volvió a incrementarse en 2024. En total, la suma ascendió a 997.000 millones de dólares. Según el SIPRI, "estaba previsto destinar parte considerable del presupuesto estadounidense de 2024 a modernizar las capacidades militares y el arsenal atómico, para mantener la ventaja estratégica frente a Rusia y China”.

También China prosiguió en su línea de modernizar las Fuerzas Armadas en todas sus áreas hasta 2035, asignándole un presupuesto de 314.000 millones de dólares en 2024. Además, el país ha seguido ampliando su arsenal nuclear. En Oriente Medio, destaca el caso de Israel, que aumentó su gasto militar en un 65%, elevándolo a 46.500 millones de dólares.

Destrucción y disuasión a toda costa

Una de las constataciones del informe del SIPRI es que las naciones, por mucho que la ONU trabaje en rebajar los arsenales nucleares del planeta, siguen apostando por lo atómico para disuadir al enemigo. Estamos en un momento en el que las declaraciones suben la temperatura, con amenazas como las que Vladimir Putin lanza a Occidente como con choques como los de India y Pakistán, revividos. Todos los que tienen la bomba que masacró a la población de Hiroshima y Nagasaki tienen hoy "programas intensivos de modernización nuclear, modernizando las armas existentes y añadiendo versiones más nuevas".

Actualmente, nueve países afirman poseer armas nucleares o se cree que las poseen, un número se ha mantenido estable desde hace años. Los primeros en lograrlas fueron los cinco Estados poseedores originales de armas nucleares: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido. Los cinco son signatarios del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), que compromete a los países que no poseen armas nucleares a no construirlas ni obtenerlas, y a los que sí las poseen a "entablar negociaciones de buena fe" con el fin de lograr el desarme nuclear.

Hay quien está fuera de ese compromiso y lo aprovecha: India y Pakistán, por ejemplo, son rivales que no han firmado el TNP y han aumentado sus arsenales nucleares a lo largo de los años. India fue el primero en realizar una prueba nuclear en 1974, seguida de otra en 1998. Pakistán realizó sus propias pruebas nucleares tan solo unas semanas después.

Israel, que tampoco ha firmado el TNP, nunca ha reconocido tener armas nucleares, pero se cree ampliamente que sí las tiene, guardadas en las instalaciones secretas de Dimona. Corea del Norte se adhirió al TNP en 1985, pero anunció su retirada del tratado en 2003, alegando lo que denominó agresión estadounidense. Desde 2006, ha realizado una serie de pruebas nucleares que amedrentan cada poco a todos. 

Según un informe específico del grupo de expertos del SIPRI, las potencias nucleares del mundo poseían un total estimado de 12.241 cabezas nucleares en enero de 2025. Rusia y EEUU controlan alrededor del 90% del arsenal mundial. "Está surgiendo una nueva y peligrosa carrera armamentista nuclear en un momento en que los regímenes de control de armamentos se encuentran gravemente debilitados", constatan. Y "los debates nacionales revitalizados en el este de Asia, Europa y Oriente Medio sobre el estatus y la estrategia nucleares sugieren que existe cierto potencial para que más estados desarrollen sus propias armas nucleares". Ahí está Irán, con su programa nuclear atacado el pasado verano por Israel y EEUU pero no destrozado (los ayatolás insisten en que busca un uso civil, no militar) pero también Bielorrusia, que guarda ahora armas rusas de esta naturaleza .

El medio británico Post Factum recuerda, en un informe de hace una semana, que también asistimos al uso de armas prohibidas, sin que hay nadie parezca detenerlo. Cita, por ejemplo, a varios países de Europa del Este (como Polonia y Finlandia) que están reintroduciendo minas antipersonal para colocarlas en la frontera con Rusia, cuando están prohibidas porque permanecen tras el fin de los conflictos, matando y hiriendo a civiles posteriormente. También Rusia y Ucrania han utilizado municiones de racimo desde 2014, aunque están prohibidas por la mayoría de los países desde 2008; se separan en bombas más pequeñas y atacan una zona extensa, de forma poco precisa, indiscriminada. Israel, por su parte, usó meses atrás armas incendiarias en el sur del Líbano y Gaza. Son bombas diseñadas para prender fuego en un objeto o una zona, causando destrucción y muertes innecesarias. "Las armas convencionales no siempre matan a muchas personas, pero pueden causar un sufrimiento innecesario o incontrolado tanto a civiles como a soldados", denuncian los autores.

En el caso de las armas químicas, todos los arsenales declarados oficialmente deberían haber sido destruidos en 2023. Sin embargo, los países siguen desarrollando nuevas sustancias no controladas, que no están incluidas en la lista de armas químicas. Así se disimula. Por ejemplo, el líder de la oposición rusa, Alexey Navalny, y otros críticos con Putin envenenados con un agente nervioso desarrollado por Rusia.

Durante la guerra civil en Siria, oficialmente acabada en diciembre pasado cuando escapó el dictador Bachar el Assad, se produjeron más de 300 ataques con armas químicas. En 2013, más de 1.700 civiles murieron en un sólo ataque de sus fuerzas armadas. Después del ataque, la comunidad internacional presionó a Siria para que se adhiriera a la Convención sobre Armas Químicas y destruyera sus arsenales oficiales pero en la postguerra, el destino de esas armas es una incógnita aún. 

A diferencia de las armas convencionales, el poder destructivo de estos compuestos radica en provocar una enfermedad, que puede propagarse y afectar tanto a la población militar como a la civil. Los agentes biológicos pueden desencadenar epidemias, incluso, y también crean terror psicológico: "el miedo a una infección invisible puede desestabilizar la vida pública de un país". A diferencia de la Convención sobre Armas Químicas, la Convención sobre Armas Biológicas no tiene ningún mecanismo de verificación: ninguna agencia internacional que inspeccione a los países. Otro agujero negro. 

Ahora se está discutiendo la posibilidad de prohibir las armas autónomas letales, esto es, los drones y sistemas que pueden seleccionar y atacar objetivos sin control humano directo. La inteligencia artificial y los sistemas automatizados ya se utilizan para procesar información en el campo de batalla e incluso para tomar decisiones. Lo hace Tel Aviv, que los usa para determinar los objetivos de sus ataques contra Gaza. Sin embargo, hay reportes de errores. Errores que pagan los civiles. 

Hay otro camino

Ante la visión monolítica de que esto es lo que hay, que qué se le va a hacer, que todo el mundo se rearma, las voces de quienes piensan que existe otro camino. Como la del Centro Delàs de Estudios por la Paz, con sede en Barcelona. El pasado abril, con motivo de la celebración de los Días Acción Global sobre el Gasto Militar, lanzó un comunicado al que de adhirieron cientos de organizaciones que insistía en lo contrario. "¿Cómo más de lo mismo puede dar un resultado que no sea más guerra?", se preguntan. 

"El militarismo -se lee- está claramente alimentando todas estas guerras y violencia, pero a pesar de los llamamientos a pasar de las armas y la violencia a las negociaciones de paz y el desarme, los gobiernos están incrementando significativamente sus gastos militares, redoblando así su apuesta por la misma receta para el desastre. En lugar de buscar caminos hacia la paz, invirtiendo en diplomacia, ayuda humanitaria y resolución de conflictos, han decidido dar más y más dinero a la industria armamentística", pero la historia ha demostrado "repetidamente", que la militarización "no trae ni paz ni seguridad", sino que "perpetúa los ciclos de destrucción, sufrimiento e injusticia y alimenta el colapso climático". A los que ven soluciones en ella, estos expertos le replican que son "parte del problema".

Enfatiza el comunicado que "gastar dinero en guerras y rearme significa desviar recursos valiosos de nuestro bienestar" y, de hecho, los conflictos actuales prácticamente han agotado eso que se llama el dividendo de la paz, ese dinero que en tiempos de calma no va a defensa sino a sanidad, escuelas o vivienda y que el Fondo Monetario Internacional (FMI) dice que "se ha ido". "Cada céntimo que se gasta en armas es un céntimo que no se invierte en servicios públicos esenciales, donde realmente se mejorarían vidas, se proporcionaría auténtica seguridad y se construiría una paz sostenible", recuerda el Centre

"Dar prioridad a los gastos relacionados con la guerra por encima de las necesidades fundamentales de la sociedad agrava el sufrimiento, profundiza la inseguridad económica y amplía la desigualdad social"

"Dar prioridad a los gastos relacionados con la guerra por encima de las necesidades fundamentales de la sociedad agrava el sufrimiento, profundiza la inseguridad económica y amplía la desigualdad social. Una mayor militarización y el aumento del gasto militar conllevarán necesariamente más austeridad y recortes en los servicios públicos esenciales, al tiempo que alimentarán la represión y la pérdida de derechos y libertades", prosigue el texto, que además alerta de que se desvía la atención, además, ante crisis por venir, como la climática, que se deja en segundo plano. También se alerta de que esta tendencia en la carrera armamentística va en consonancia con el ascenso de los populismos, los radicalismos, los supremacismos. Todos excluyentes. 

Por eso, concluyen en que "el mundo no necesita más armas, sino más diálogo, cooperación, instituciones democráticas globales y un compromiso con la justicia y la dignidad humana". Proponen soluciones, medidas concretas: reducir el gasto en armamento para atajar "retos mundiales de nuestro tiempo", como la emergencia climática; dar "prioridad a la paz y la justicia por encima de los beneficios derivados de la fabricación y el comercio de armas"; que dejen de suministrar y comprar armas a países que combaten sin atenerse a las reglas de la guerra, como Israel; un "debate sincero y activo sobre arquitecturas de seguridad", y una mayor implicación social para pedir cuentas a los mandatarios y marcar la agenda de verdaderas prioridades. 

Hoy, esos pasos no se ven en las agendas de los grandes que mueven el mundo, pero la pelea hay que darla, más allá de esta semana de la ONU.

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Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

Sobre qué temas escribo

Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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