¿Qué le ha dado a Trump con América Latina? Una abierta hostilidad que intimida
Tras años de descuido de la región, el presidente de EEUU pone sus ojos en el sur para reafirmar su hegemonía. Las drogas, la inmigración y el poder creciente de China son sus preocupaciones, pero las aborda con armas, no con cooperación.

¿Qué le ha dado a Donald Trump con América Latina? El presidente de Estados Unidos ha virado en la política norteamericana de olvido de décadas sobre la región para poner el foco, de un rojo vivo, en el sur de su frontera. Pero, claro, hablamos de Trump, así que no esperen cooperación, diplomacia, debate, diálogo, acuerdos, mano tendida. No. El republicano se ha pasado de la negligencia por inacción a la hostilidad, con demasiada acción.
Ataques a supuestas lanchas de narcotraficantes en el Caribe y en el Pacífico, sugerencias de que busca hacer caer a Nicolás Maduro en Caracas, deportaciones masivas de migrantes, castigos en forma de aranceles por la competencia de sus fábricas o recortes en la asistencia de USAID son ahora sus apuestas, porque entiende que eso le ayudará a abordar los principales retos que le vienen de LATAM: la inmigración, las drogas y la creciente influencia china en la zona.
Los analistas coinciden en que el magnate, siempre manejando todo con aires inmobiliarios, se equivoca: quizá vea resultados a corto plazo, pero a la larga, está quemando naves y sembrando una profunda tensión antiWashington. Eso, sin contar con que, a lo mejor, acaba invadiendo Venezuela, un paso de consecuencias absolutamente imprevisibles, como él. Es cortoplacista, es unidimensional, es egoísta por encima de todo.
"El enfoque estadounidense se ha vuelto esencialmente negativo, priorizando la acción unilateral y el dominio sobre la colaboración. En un resurgimiento de la Doctrina Monroe del siglo XIX, la región es tratada menos como un socio igualitario y más como una esfera de influencia que debe controlarse en línea con los intereses estratégicos de EEUU", resume Irene Mia, investigadora Principal para América Latina y Conflictos, Seguridad y Desarrollo del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS, por sus siglas en inglés).
Pausa: ¿qué es esto de la Doctrina Monroe? Pues una política exterior de la Casa Blanca, promulgada en 1823 por el presidente James Monroe, que establecía que cualquier intervención de potencias europeas en el continente americano sería vista como una agresión. De allí vino la famosa frase de "América para los americanos". Con el tiempo, esta doctrina fue interpretada como una justificación para la expansión e intervención estadounidense en América Latina. Estaba un poco de capa caída y ahora resurge, pero en términos trumpistas.
El mandatario no ha perdido tiempo en impulsar su agenda negativa para América Latina, desde que llegó al cargo, el pasado 20 de enero. Desde entonces, la región ha sido un blanco "inusualmente prominente" de algunas de las diversas medidas de política interna y externa ya introducidas por la nueva administración. Por ejemplo: la imposición de un arancel del 25% a las mercancías (con algunas excepciones) procedentes de México en represalia por su aparente incapacidad para frenar el flujo de fentanilo y migrantes a través de la frontera; la designación de ocho grupos criminales transnacionales latinoamericanos como organizaciones terroristas extranjeras (OTE); la amenaza de recuperar el control del Canal de Panamá como una cuestión de seguridad nacional; y el inicio de deportaciones a gran escala, a menudo sin papeles, latinoamericanos que han vuelto sea a sus países de origen o a terceros países "seguros" en la región (léase a cárceles como las salvadoreñas de Nayib Bukele).
Ya todo eso era feo, agresivo, pero se ha ido poniendo peor aún. El 8 de agosto, el New York Times informó de que el presidente Trump había firmado en secreto una directiva al Departamento de Defensa para comenzar a usar la fuerza militar contra los cárteles de la droga latinoamericanos, indicando que los planes de ataque estarían listos para mediados de septiembre. De seguido, avalando esa información, vino el despliegue de tres destructores de misiles guiados por Aegis (el sistema de combate naval de EEUU), junto con el Grupo Anfibio Listo de Iwo Jima y la 22ª Unidad Expedicionaria de la Infantería de Marina, que incluye más de 4.500 marineros e infantes de Marina. ¿Dónde? En aguas frente a Venezuela.

El 2 de septiembre, las fuerzas estadounidenses llevaron a cabo el primer ataque ataque contra un barco venezolano que presuntamente transportaba drogas y mataron a 11 "terroristas" a bordo. Al día siguiente, Washington declaró el inicio de una nueva campaña contra los narcos venezolanos, como el Tren de Aragua. Van ya más de una decena de golpes contra botes y al menos 60 muertos, tanto en el Caribe como en el Pacífico -uno de los últimos ataques ha tenido lugar este miércoles-. Los medios norteamericanos dicen que Trump ha rescatado la "diplomacia de cañoneras" para presionar al régimen de Maduro y enviar un mensaje a otros gobiernos latinoamericanos, para que intensifiquen sus esfuerzos contra los cárteles y frenen los flujos ilícitos de drogas a EEUU.
Con los días, la cosa se ha complicado más aún porque Trump ha reforzado la presencia militar en la zona y ha autorizado acciones encubiertas de la CIA en Venezuela. El Gobierno chavista, de inmediato, ha denunciado un intento de golpe por parte de EEUU. Aunque no ha hecho ningún movimiento ofensivo -porque sabe la que se juega-, Maduro ha movilizado a miles de ciudadanos, a los que está dando formación militar, y ha extremado su vigilancia en la costa. Esta semana dice que ha detenido a mercenarios supuestamente pertenecientes a los servicios secretos de EEUU, que estarían preparando un ataque de "falsa bandera" en Trinidad y Tobago, el país vecino.
Con Colombia tampoco andan bien las cosas, porque Trump ha acusado a su presidente, Gustavo Petro, de ser un "matón" y, peor, "el líder del narcotráfico" en su país. Más allá de las palabras, EEUU incluyó el viernes pasado al presidente Petro, a su hijo mayor, Nicolás Petro, al ministro del Interior, Armando Benedetti, y a la primera dama, Verónica Alcocer, en la lista negra de personas supuestamente asociadas con el narcotráfico, la llamada Lista Clinton, en la que Maduro lleva desde 2017.
Toda esta suma de agresiones "representa un avance inicial en los esfuerzos de Trump por reafirmar la hegemonía estadounidense en América Latina, a la vez que frena los riesgos de inseguridad que se originan en la región", dice la analista del tanque de pensamiento londinense. Sin embargo, "el éxito a largo plazo es mucho más incierto": "una estrategia puramente punitiva y militarizada está destinada al fracaso a menos que se acompañe de un enfoque integral que aborde los factores socioeconómicos de la violencia, genere oportunidades en la economía legal, fortalezca la resiliencia institucional y los estándares de gobernanza (...), y reduzca la demanda de drogas y el contrabando de armas a través de la frontera. Reducir los flujos financieros que sustentan las economías ilícitas y mantienen el poder del crimen organizado también es una condición sine qua non para el progreso sostenible", defiende. Nada de eso se ve hoy en la agenda del republicano.
Para Mia, persistir en la estrategia actual puede llevar a una escalada de violencia en la zona, tanto gubernamental como de actores no estatales como los narcos, más competencia por el control de nuevas rutas de tráfico y sus economías criminales (incluyendo el auge de las oportunidades en el tráfico y la trata de personas), peleas internas por el liderazgo perdido, más nacionalismo y más animadversión contra EEUU. Frente a posibles "victorias tácticas" en caliente, un enorme "fracaso estratégico" en el futuro, avisa, con una "continua erosión" de la influencia de EEUU en la zona y una oportunidad, además, de que otras potencias llenen ese vacío.
Para esto, no, Donald
Christopher Hernández-Roy, Juliana Rubio, Jessie Hu y Sam Smith, del Programa de las Américas del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés) coinciden en lo equivocada que es la mirada de Trump a largo plazo. Cuando por fin alguien en el Despacho Oval presta atención a Suramérica y América Central... y es para esto: no hay relaciones comerciales prioritarias, ni ayuda al desarrollo, ni proyectos para defender la democracia. Hay amenazas.
"Estados Unidos ha priorizado la proyección de poder y la vigilancia de los focos de tensión global por encima de la atención a su vecindario compartido durante demasiado tiempo, permitiendo así que China expanda su influencia en América Latina y el Caribe y que organizaciones criminales y flujos migratorios récord amenacen directamente la seguridad estadounidense", exponen. Y ahora, corriendo, apuesta por "diezmar las iniciativas de poder blando en favor del despliegue (o la amenaza de despliegue) de la fuerza militar, al tiempo que recurre a la coerción económica y la presión comercial". Es puro MAGA, "EEUU primero", "guiado por intereses específicos de cada país, en lugar del interés propio ideológico de la política exterior estadounidense anterior".
Los expertos desgranan cómo Washington está dejando de lado el llamado "soft power" o poder blando en América Latina, reduciendo la asistencia exterior, la cooperación en todas las materias, con un "impacto descomunal" en los países afectados. El cierre de USAID, la agencia de ayuda humanitaria, ha sido especialmente dañino para Centroamérica, Colombia y Haití. Sin su asistencia, lazos aparte, vienen más enfermedades sin tratar, más hambre, más desequilibrios y, a la postre, más presión migratoria, porque la necesidad aprieta.
También se centran en exponer el rigor de Trump en materia arancelaria, con exigencias de una hondura que no se ha dado en otros lugares del planeta. Primero, utilizó la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional para imponer un arancel del 25 % a México y Canadá (los primeros perjudicados de su guerra, junto a China), con la justificación de que los flujos de drogas y migrantes desde esos países representaban una emergencia nacional para Estados Unidos. Luego impuso brevemente un arancel del 25% a Colombia, cuando el país intentó bloquear el regreso de sus ciudadanos deportados de EEUU.
En un esfuerzo por presionar aún más al régimen de Maduro, los países que importan petróleo venezolano también podrían enfrentar un arancel secundario del 25% sobre los bienes que exportan a EEUU, además.
Su arancel del 50% a Brasil es especialmente representantivo de su manera de presionar, porque es una intrusión en el sistema judicial del país, con el objetivo de asfixiar al Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva para que retire los cargos contra el expresidente Jair Bolsonaro, condenado por un golpe de Estado tras perder las elecciones de 2022. También es un esfuerzo por desafiar los fallos judiciales de Brasil sobre cuestiones de libertad de expresión. Lula es, junto al chino Xi Jinping, el líder que menos se ha agachado ante Trump, hasta el punto de mantenerle el pulso hasta este otoño: sólo ahora han llegado los contactos personales y el inicio de la distensión. El izquierdista incluso se ha ofrecido ahora a mediar entre EEUU y otros países latinoamericanos con los que el choque es abierto, de Caracas a Bogotá.
Los aranceles sectoriales separados del presidente Trump sobre el acero, el aluminio y el cobre han afectado al hemisferio occidental con especial severidad. Canadá, Brasil y México son las principales fuentes de importaciones de acero de EEUU. Chile, Canadá, México y Perú representan el 97% del cobre importado.
Los países se ven presionados para que acojan a más migrantes, persigan mejor el tráfico de drogas y se alejen de la ayuda de Pekín cuando, enfrente, EEUU les ofrece menos ayudas, más coerción económica y amenazas militares. Resultado por venir: "una mayor distancia" entre Washington y las capitales de América Latina, que dará "beneficios" a los rivales de Trump.
¿Habrá intervención en Venezuela?
Los investigadores del centro washingtoniano son especialmente insistentes en avisar sobre lo que puede llegar si Trump opta por una opción militar, sin límites, en su lucha contra el narco: reemplazar a los líderes de los cárteles no supone eliminar el problema, puede haber víctimas colaterales de difícil explicación ante la opinión pública (doméstica y mundial), puede multiplicarse la violencia de los grupos por el poder y resurgir antiamericanismos pasados en la zona, además de permitir, por despecho o enfado, que entren a lo grande potencias como China o Rusia, ya bien asentadas en la región.
Ahora mismo, los ojos se centran en si dará el paso en Venezuela. El republicano ha prometido informar al Congreso de sus planes cuando regrese de su viaje de esta semana por Asia, en una sesión informativa especial, y varios de sus correligionarios se han adelantado a decir que el mandatario quiere hacer saltar la presión "del mar a la tierra". Son palabras del senador Lindsey Graham, que dice que "es hora de que se vaya" el presidente chavista". Otro senador, Rick Scott, también ha indicado en las últimas horas que si él fuera Nicolás Maduro se iría "a Rusia o a China ahora mismo". "Tiene los días contados", avisa, igualmente.
La Administración Trump juega a la ambigüedad porque, es obvio, no va a ir pregonando por ahí un hipotético golpe de estado. Por ahora, ha negado un informe de Associated Press del 24 de octubre que decía que el ejército estadounidense voló un par de bombarderos B-1 Lancer desde Texas hasta la costa de Venezuela, días después de que bombarderos estadounidenses hicieran un viaje similar para un ejercicio de entrenamiento para simular un ataque. Pero la gran concentración militar estadounidense en el Mar Caribe, frente a las costas de Venezuela, no deja de generar especulaciones de que Trump podría intentar derrocar a Maduro, que enfrenta cargos de narcoterrorismo y por el que se ofrece hasta una recompensa. Lo más reciente: la llegada del buque de guerra 'USS Gravely' y el despliegue del mayor portaaviones norteamericano, el 'USS Gerald R. Ford', en la zona. Este último estaba en Europa. ¿Para qué se mueve? Pues para intimidar, como poco.
Trump necesita el voto del Congreso si quiere iniciar una guerra con Venezuela, aunque por ahora dice que no necesita ese aval. Si los ataques que hoy son a barcos pasaran a la tierra, la cosa cambiaría. Los demócratas ya le están reprochando que haga sonar los tambores cuando no ha presentado públicamente ni una prueba de que los barcos atacados y las personas asesinadas eran realmente traficantes de drogas. Colombia, por ejemplo, ha denunciado el asesinato de un pescador, un civil que nada tenía que ver con los estupefacientes. El partido opositor insiste en que, hasta que no haya papeles por delante, estas muertes pueden ser catalogadas de "ejecuciones extrajudiciales" y violar el derecho internacional.
"Los vamos a matar, ya saben, van a estar muertos", es lo único que replica Trump. Pero la falta de una nueva autorización sugeriría que el presidente podría, simplemente, iniciar guerras donde quiera y en cualquier momento. Peligroso. El Congreso, liderado por el Partido Republicano, se degradaría aún más al permitir que un presidente se atribuya el poder de matar a cualquiera en alta mar. "Cuando matas a alguien, debes saberlo... si no estás en una guerra declarada, realmente necesitas saber el nombre de alguien; al menos tienes que acusarlo de algo. Tienes que presentar pruebas", declaró el senador Rand Paul, una de las voces demócratas más críticas con este asunto.
La Ley de Poderes de Guerra, por ejemplo, otorga al presidente 60 días para usar la fuerza militar antes de que se requiera la autorización del Congreso. Ese plazo expiraría a principios de noviembre si se retrotrae al primer ataque a una lancha rápida el 2 de septiembre. Cualquier acción contra Venezuela en tierra tendría que ser en respuesta a un ataque armado contra EEUU, tendría que ser necesaria, proporcional y tendría que ser autorizada por el Congreso. Ninguna de esas casillas está marcada a día de hoy. La CNN, citando como fuente a tres funcionarios distintos, sostiene que se se especula con que podrían llevarse a cabo disparos quirúrgicos sobre instalaciones de cocaína y supuestas rutas de narcotráfico dentro de Venezuela. Si eso abre o no una ofensiva mayor, está por ver.
El analista Ivan Briscoe, director senior de políticas del International Crisis Group, sostiene que no se puede hablar alegremente ni de guerra ni de derrocamiento de Maduro. A su entender, Trump aprieta porque tiene "la percepción de que el Gobierno venezolano es, en algunos aspectos, más débil que nunca", un mensaje que ha sido "propagado" por la ganadora del Premio Nobel y líder de la oposición venezolana, María Corina Machado.
"Es innegable que hay algo de cierto en ello. El Gobierno venezolano perdió las elecciones el año pasado. Impidió que se publicaran los resultados reales. Lideró una ofensiva. Pero ese fue un evento importante que lo ha desacreditado en la región ante sus vecinos. Y, obviamente, debilita el movimiento desde dentro", indica. Por ahora, Machado no condena los ataques de Trump contra sus nacionales, lo cual tampoco le da especial buena imagen vista la falta de información que hay, e insiste en que fue "Maduro el que declaró la guerra a los venezolanos", que "Trump está deteniendo la guerra" y no al contrario.
Sin embargo, no hay que desdeñar el poder del oficialismo, porque Maduro "está atado al poder". ¿Por qué? Porque "tiene una maquinaria represiva muy eficiente", "está muy cerca de los militares" y es complicado que alguno de ellos decida cambiar de bando. Ya se vio, por ejemplo, con el intento del disidente Juan Guaidó de acercarse al Ejército, infructuoso.
Sobre empezar o no una guerra, además, recuerda que la base de Trump, partidaria del "Estados Unidos Primero", avaló sus promesas de no involucrarse en nuevos conflictos en el extranjero, por centrarse en recuperar primero a los de adentro. ¿Primará esa garantía o el nuevo afán de pacificador aspirante al Nobel? ¿Paz entendida como en el pasado, como en esa vieja historia de golpes de Estado y las guerras respaldadas por la CIA en Latinoamérica, de infausto recuerdo?

Los amigos
Los analistas coinciden en que, mientras se muestra cada vez más asertivo con países habitualmente de izquierdas, Trump está tratando de tejer una red de apoyos mayor con presidentes de su cuerda, cercanos ideológicamente, que hagan de contrapeso en la región. En este caso, también se mueve por intereses partidistas y transaccionales, en busca de lo que le interesa de cada Estado, a lo que suma más o menos afinidades personales.
El caso más claro es su alineamiento con la ultraderecha de Javier Milei, el presidente de Argentina, al que ha arropado recientemente en la Casa Blanca y al que ha concedido un rescate de 20.000 millones de dólares, pese a las criticas en casa por los despidos masivos de la Administración. Trump condicionó nuevas ayudas a que el partido del libertario, La Libertad Avanza, ganase las elecciones del pasado domingo, unas legislativas parciales, y así fue: el miedo a que no llegase plata de Washington y la desconfianza que aún genera la alternativa peronista llevaron a los de la motosierra a ganar, con el 40% de los votos.
La reacción de Trump, el martes, no pudo ser más franca: "Creo que ahora mismo hemos ganado mucho dinero gracias a esa elección, porque los bonos han subido. Toda la calificación de la deuda ha mejorado. Esa elección le hizo ganar mucho dinero a Estados Unidos", se felicitó. Siempre en busca del beneficio.
Hay quien ve en su estrategia un empeño en volver a los tiempos de Ronald Reagan, cuando se lanzó una cruzada para que no hubiera gobiernos "comunistas" en LATAM. Ahora Trump trabaja para acercarse a la derecha de Colombia (por eso también ataca a Petro) y espera con ansia que en el año que viene le vayan bien las cosas a Rafael López Arriaga en Perú. Ahora se lleva bien con Bukele, a quien también ha recibido en Washington y ha agradecido por encerrar a sus migrantes deportados, o Daniel Noboa, de Ecuador, a quien ha abierto las puertas de su mansión de Mar-a-Lago.
Las amenazas son para los distintos y los que se muestran inflexibles a sus presiones, para los que tienen ya a China como su primer socio comercial, como pasa ya en Chile o el Brasil. La defensa continental del bloque no le interesa y ni se espera que acuda a la próxima Cumbre de las Américas, que se celebrará en Punta Cana (República Dominicana) en diciembre.
Trump quedó retratado desde el momento en el que exigió renombrar el Golfo de México como Golfo de América, entendido "América" no como un continente, sino como su país, los Estados Unidos. Podía escuchar mejor a su secretario de Estado, Marco Rubio, cuando dice que estamos ante "una región próspera y llena de oportunidades", con la que se pueden "fortalecer los lazos comerciales, crear alianzas para controlar la migración y mejorar la seguridad de nuestro hemisferio", anta la que "la firmeza estadounidense debe ir acompañada de esfuerzos para crear oportunidades que contribuyan a la prosperidad de la región". Vistos los hechos, sobran las palabras.
