Ver todo, comprender nada...

Ver todo, comprender nada...

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La que nos mira lo vio todo: a los hombres armados que llegaron de madrugada; a sus compañeras de rebaño que sintieron desconcertadas la extraña visita; al chaval que las conducía a pastos nuevos y aquella noche dormía bajo una roca.

La cabra a la que miramos lo escuchó todo. Los gritos de los ladrones mientras golpeaban a sus congéneres monte arriba. El llanto de él mientras se lo llevaban, también a palos, junto a las 300 cabras que custodiaba. Los balidos de dolor de las más lentas, las ancianas y las perezosas, al ser acuchilladas por no seguir el ritmo impuesto.

Ella se despeñó en un risco, nadie sabe si por miedo o accidente, y regresó al valle. Al pastor, un chaval de 17 años, sordo e 'inocente', lo encontraron maniatado en un prado a 4.000 metros de altura, en un paso por el que se cruza de Pakistán a Afganistán. Le acuchillaron y le dispararon en la boca, horas después del robo y del secuestro. Si fue para evitar la delación, para aplacar su llanto o por sadismo, sólo la cabra y el asesino lo saben. Poco importa, la argumentación de lo injustificable siempre es una acrobacia ridícula.

Todos los pueblos de estos valles (de mayoría kalash, una minoría pagana y politeístas) han sufrido la pérdida. A nivel emocional porque en estas montañas ariscas y aisladas todo el mundo se conoce. A nivel económico porque eran las cabras de muchas familias y la desaparición de 6.000€ (a 200€ por cabeza), amén de leche y carne, supondrá un invierno más duro de lo habitual en una región donde el ganado es la base de la economía y el eje de rituales religiosos.

Inicialmente todo el mundo acusó a los talibanes, ellos representan el terror atávico, el asesinato sin sentido, la maldad. Afganistán está a seis horas a pie más o menos, aquí no hay alambradas que delimiten los países y las rocas no entienden las fronteras que dibujan los mapas. Días después los asesinos eran unos bandidos afganos, una descripción adecuada también para el comportamiento de tantos autoproclamados talibanes que utilizan religión, política y violencia como herramientas para el lucro.

Ante la incertidumbre y la pasividad policial (nadie quiere fricciones diplomáticas por un pastor sordo e 'inocente') una treintena de hombres armados se echaron al monte para encontrar más cabras descarriadas y buscar respuestas y justicia en las bocas y los cuerpos de los responsables.

Seis días después, sin respuestas ni venganza, decenas de versiones más tarde, visitados los pastos y algunos pueblos afganos, los culpables se multiplican y según parece los ladrones fueron ayudados por algunos vecinos kalash. La incredulidad y la desconfianza crecen, y la que nos mira sigue viéndolo todo sin comprender nada mientras espera inquieta el funeral del joven pastor. Para honrar a los dioses ha oído que sacrificarán 20 cabras...