Trump, el destructor: un año de la victoria de un rico que quiere ser rey a toda costa
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Trump, el destructor: un año de la victoria de un rico que quiere ser rey a toda costa

El presidente de EEUU no engañó a nadie: su programa fue avalado y es el que aplica, una suma de ordeno y mando, beneficios personales y persecución del contrario que erosiona una de las democracias de referencia en el mundo. 

El presidente de Estados Unidos, el republicano Donald Trump, prendiendo fuego al Preámbulo de la Constitución, en una ilustración.Victor Juhasz/Rolling Stone/Penske Media via Getty Images

Este 5 de noviembre se cumple un año desde que Donald Trump fuera reelegido como presidente de Estados Unidos. No importó que estuviera condenado y arrastrase cuatro procesos judiciales, ni sus dos impeachments pasados, ni su aliento al asalto del Capitolio en 2021, ni su gestión nefasta (y negacionista) de la pandemia de covid, ni su separación de familias migrantes y su amenaza de echar a millones, ni su plan de sacar al Ejército a la calle contra sus críticos, ni su supremacismo ni su machismo. 

El republicano se hizo fuerte sobre la polarización nacional -esa que él ha alimentado con un interesado instinto paternal- y escaló sobre los errores de su antecesor, Joe Biden, y su rival, Kamala Harris, sobre su impopularidad y sus derrapes económicos que, a la postre, fueron determinantes para lograr ese 50,5% de los votos, 2,6 de ventaja sobre la aspirante demócrata. Desde entonces, ha dado la vuelta al mundo, cada día con una nueva ocurrencia. Pero que nadie se llame a engaño: está haciendo exactamente lo que prometió que iba a hacer, está aplicando su programa electoral ultra sin miramientos y, además, con mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes. Es un rodillo, desde el minuto uno, firmando órdenes cargadas de ego y de desprecio al distinto. 

Lo que sorprende de este primer año de Trump (aunque en el mando lo cumplirá el 20 de enero próximo) no es tanto lo que hace como la velocidad a la que lo hace, transformando la nación a golpes y, con ella, siendo la primera potencia mundial, a todo el planeta. Su mandato viene marcado por los recortes, las persecuciones, los castigos y la ruptura, incluso con antiguos socios, en favor de una visión mercantilista de todas las facetas. Es beneficio o negocio, o no es nada. Ni las lealtades ni la Historia ni los derechos humanos ni la libertad. 

Al neoyorquino le gusta verse como un "pacificador", pero es más un destructor, un rico que no se conforma con llevar el timón de la Casa Blanca sino que, además, quiere ser rey, en un sistema que no lo contempla. Para eso tiene que tumbar los obstáculos que se encuentra, o al menos internarlo. La calle no olvida los principios sobre los que nació el estado empieza a revolverse, también los jueces, también la prensa. Así llega a este aniversario con el peor nivel de popularidad de su mandato, la economía mandando señales de aviso, sus reformas cuestionadas, criticado en sordina por parte de su partido, el republicano -debiluchos, a su entender- y con el cierre de Gobierno más largo que se recuerda. 

Una coyuntura difícil

Trump tiene poco que celebrar. De hecho, lleva días poco comunicativo, escudado en sus redes sociales o de gira internacional, algo insólito cuando hay un cierre de país y es mejor ajustar los gastos. Se le ve completamente ajeno a las consecuencias del cierre de país, por el que miles de empleados federales se han quedado sin empleo (de forma absoluta o temporal), por el que hay 21 millones de personas que no van a recibir los salvadores bonos de alimentos o por el que los seguros médicos empiezan a subir hasta niveles inasumibles. Empieza a haber problemas en los transportes, especialmente en los aeropuertos, incapaces de operar al 100%, y con Acción de Gracias a la vuelta de la esquina, el 27 de este mes. 

Es el mejor retrato de su año al mando: el de un presidente ajeno al dolor de otros y empecinado en no ceder a las reclamaciones demócratas para extender la cobertura del Obamacare. No piensa ceder, no piensa negociar, mientras celebra fiestas a lo Gran Gatsby en su mansión de Mar-a-lago ("una pequeña fiesta nunca mató a nadie", justifica su equipo), tira parte del ala este de la Casa Blanca para hacer un salón de baile y difunde las imágenes de los nuevos mármoles y dorados de sus cuartos de baño. 

En una entrevista combativa en el mítico programa 60 Minutes de la CBS, el domingo pasado, Trump no mostró ninguna señal de buscar una salida que no implicara una derrota total para los demócratas, a quienes describió como "lunáticos desquiciados". Dijo que el partido de la oposición eventualmente tendría que capitular y votar para reabrir el Gobierno. Hasta está forzando a sus correligionarios, los republicanos, para que rompan las normas habituales de las cámaras e impidan el obstruccionismo parlamentario, para reabrir con una simple mayoría. "Los republicanos tienen que endurecerse", dijo. A sus propios compañeros, como si fueran súbditos.

La polarización política del país es clave para entender el cierre en vigor. Cada uno acusa al contrario de sostenella y no enmendalla y hacer daño a los ciudadanos. Es complicado saber qué efecto puede tener este frenazo sobre el electorado de cara a los comicios de mitad de mandato de noviembre del 26, pero sí que pueden extraerse unas primeras lecturas en estas horas, con las elecciones clave de ayer martes. Los votantes han emitido el primer veredicto importante sobre el segundo mandato de Trump en las elecciones a gobernador de Virginia y Nueva Jersey, donde han ganado los demócratas, como indicaban las encuestas. También en la contienda por la alcaldía de Nueva York, que ha consagrado al demócrata Zohran Mamdani como regidor y como una figura prometedora dentro de un partido dividido entre la desconfianza hacia sus ideas políticas y el entusiasmo por su juventud. Trump apostó, sin éxito, por el independiente y antiguo demócrata Andrew Cuomo, exgobernador, para quitarse de encima al nuevo adversario, ese joven de 34 años a quien señala como la figura de extrema izquierda de su partido rival. "Comunista", lo llama. Ha perdido. 

Pero es que este miércoles, además, la Corte Suprema escuchará los argumentos sobre los aranceles del llamado "Día de la Liberación", posiblemente la mayor apuesta económica de Trump en este año junto a su Big, Beautiful Bill, su reforma fiscal y presupuestaria. Los jueces deben repasar la legalidad de unas tasas que han iniciado una nueva guerra comercial a nivel planetario, usada por el presidente en función de lo que necesite sacar a cada país: usa los aranceles para que se tomen medidas migratorias, de seguridad, de narcotráfico, de recursos naturales... La decisión final de los jueces podría desencadenar un enfrentamiento con el poder ejecutivo o confirmar la invocación de poderes de emergencia por parte de Trump, en otra vasta expansión de la autoridad presidencial.

La misma cuestión fundamental, o sea, si Trump está ejerciendo ilegalmente poderes que no le otorga la Constitución, subyace a la creciente crisis provocada por los ataques de su administración contra embarcaciones de supuestos narcotraficantes en el mar Caribe y el océano Pacífico. Los críticos acusan a la Administración de llevar a cabo ejecuciones extrajudiciales e infringir la ley al actuar sin el consentimiento del Congreso, que es quien debe dar permiso a acciones bélicas. La Casa Blanca, por ahora, no ha ofrecido pruebas ni justificaciones al pueblo estadounidense para sus acciones y el secretario de Defensa, Pete Hegseth, ha prohibido a sus subordinados hablar sobre los ataques con el Congreso sin autorización previa.

El presidente Donald Trump y la primera dama Melania Trump en el Baile del Comandante, tras su toma de posesión, el 20 de enero de 2025.Jabin Botsford / The Washington Post via Getty Images

Persecución, castigos, tijeras y medallas

En este año, tres políticas han centrado especialmente la agenda trumpista: la persecución de los migrantes, el plan de choque económico a base de recortes y aranceles y la política exterior, dinamitando la diplomacia convencional. 

La inmigración ya fue una de sus banderas de campaña. Prometió la "mayor campaña de deportación de la historia de Estados Unidos" para terminar con lo que describe como una "invasión" de "extranjeros ilegales" y "peligrosos criminales". En su primer día en la Casa Blanca, Trump firmó una orden ejecutiva que suspendió indefinidamente la admisión de refugiados porque, dijo, "en los últimos cuatro años, Estados Unidos ha sido inundado con niveles récord de inmigración" y "carece de la capacidad para absorber un gran número de inmigrantes".

Fue una de sus primeras decisiones y frustró, entre otros, las esperanzas de asilo de más de 1.600 afganos, muchos de ellos amenazados por el talibán, que habían completado el largo proceso legal para recibir asilo en EEUU y estaban a la espera de sus vuelos. Entre ellos había incluso familiares de personal militar de EEUU. Fue apenas el primer paso. Trump aprobó también una orden que suprimía el derecho a la ciudadanía por nacimiento de los hijos nacidos en Estados Unidos de extranjeros en situación irregular o temporal en el país. La decisión ha sido suspendida por un tribunal federal y probablemente el asunto no se resuelva hasta que no se pronuncie la Corte Suprema.

El Gobierno de Trump también eliminó el derecho a acogerse al Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) a los ciudadanos de Afganistán, Camerún, Haití, Honduras, Nicaragua, Nepal, Venezuela y Siria. La situación de cada país se revisa periódicamente. Excepto Sudán del Sur, todos los que ha tocado revisar desde que Trump regresó a la presidencia han sido eliminados de la lista. La finalización de las protecciones temporales decididas por el gobierno de Trump también ha sido recurrida ante los tribunales.

Además, ha recuperado y ampliado una de las medidas más polémicas de su primer mandato, la prohibición de viaje a Estados Unidos de ciudadanos de una lista de países mayoritariamente musulmanes, a los que ahora se han sumado otros como Cuba y Venezuela, cuyos ciudadanos solo serán admitidos en EEUU si poseen algunas de las categorías específicas de visas aceptadas. El Gobierno justifica la medida por razones de "seguridad nacional".

La última vuelta de tuerca ha tenido como objetivo a los trabajadores calificados beneficiarios de la visa H-1B, creada bajo el gobierno de George Bush padre en 1990 para facilitar la inmigración de 85.000 profesionales cada año para cubrir puestos altamente especializados, un sistema utilizado asiduamente por gigantes tecnológicos como Amazon o Google. Trump firmó el 19 de septiembre una proclamación que establece que para obtener una de estas visas habrá que pagar una tasa de 100.000 dólares. Impagable. Según su Adminstración, la medida servirá para controlar un sistema del que se ha "abusado" para rebajar los salarios de los trabajadores estadounidenses.

Un hombre muestra un cartel de apoyo a Trump y Vance frente a los manifestantes contra las deportaciones, el 10 de junio de 2025 en Austin (Texas).Joel Angel Juarez / Reuters

Mientras, en Los Ángeles, Portland, Chicago, Washington o Nueva York, las operaciones del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) se han multiplicado, especialmente en las grandes ciudades gobernadas por demócratas. Allí es también donde las protestas ciudadanas son más intensas, contrarias a las redadas masivas, las detenciones arbitrarias y la violencia policial. Trump, lejos de aflojar, pide más. En la entrevista en la CBS dijo: "Creo que no han ido lo suficientemente lejos... porque nos han frenado los jueces, los jueces liberales nombrados por [sus predecesores Joe] Biden y [Barack] Obama". Y cuando se le pregunta si aprueba las tácticas empleadas por el ICE, responde “sí” sin dudar: "Sí, ¡porque hay que expulsar a estas personas! Hay que ver quiénes son estas personas, muchas de ellas son asesinas, muchas de ellas han sido expulsadas de sus países porque son delincuentes".

En el plano económico, dos han sido las apuestas de Trump. La primera, de efecto mundial, han sido los aranceles. Hoy hay tasas en vigor que afectan a decenas de países y a una amplia gama de productos. Estas medidas, que oscilan entre el 10% y el 50% de penalización, forman parte de una ofensiva proteccionista a gran escala implementada durante esta segunda presidencia. Con su tono matón, ha logrado que pasen por el aro los Veintisiete, con un acuerdo que la Comisión Europea firmó en verano y trata de detallar ahora, y países fronterizos como México o Canadá. También, tras ocho meses de tensiones, ha pactado condiciones con China. Apenas se le revuelven líderes como el brasileño Lula da Silva. Su visión transaccionista se impone por doquier: aprieta con el comercio porque quiere más seguridad en las fronteras contra la inmigración o más vigilancia en las rutas de la droga o más acceso a tierras raras o compromisos de compras para su industria, como los de defensa que va a hacer Europa.  

Se supone que los importadores son los principales responsables del pago inicial de estos aranceles, aunque los costes se están trasladando a los consumidores estadounidenses a través de precios más altos. Trump lo niega pero la inflación ya ha subido al 3% y los mercados se asustan. El crecimiento económico ya ha experimentado un retroceso del 0,2 % en el primer trimestre de 2025, sobre todo debido a las importaciones preventivas de las empresas, antes de la aplicación de las tasas anunciadas. 

Se las prometía muy felices, también, en cuanto a las perspectivas de empleo, pero se han visto deterioradas por la supresión de 26.000 puestos de trabajo públicos entre principios de febrero y finales de abril de 2025. La tasa de paro está en el 4,3%, por debajo de la media histórica del 5,67, pero estaba en el 4,1 cuando de fue Biden. Y es que la motosierra de Trump ha hecho daño: en julio, aprobó el decreto H.R. 1, apodado "la Gran Hermosa Ley", es un enorme proyecto de ley de recortes presupuestarios que combina el endurecimiento migratorio, las reformas fiscales, los recortes a la salud pública y la desregulación energética en un único paquete legislativo. La belleza de esta amplia legislación depende en gran medida de quien la observe y, por ahora, no son las clases populares las que ganan. Son los más ricos, los de mayores ingresos, los que se frotan las manos.

Por ir al detalle, el proyecto de ley -más de 1.000 páginas- eleva el límite de dinero que los contribuyentes pueden deducir de impuestos estatales y locales (SALT, por sus siglas en inglés) de 10.000 a 40.000 dólares para quienes declaran conjuntamente y ganan menos de 500.000 al año. Contempla recortes significativos en el gasto social, principalmente a través de un aumento en los requisitos para acceder a programas como el seguro médico Medicaid o el Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP) y puede dejar sin seguro médico a 10,9 millones de personas para 2034. La normativa también establece exenciones tributarias para las horas extras y las propinas, compromiso que Trump asumió antes de llegar a la Casa Blanca.

Bloomberg expone que, aunque no hay un batacazo tras la entrada de esas normas y no se han cumplido las previsiones más catastrofistas, sí que hay poca confianza en las acciones estadounidenses hoy en día. EEUU, por su fortaleza de siempre, sigue apareciendo como la opción "menos mala", más aún cuando hay otros países del G7 que tampoco están tirando cohetes, como Francia o Alemania. 

En política exterior, Trump se ha quedado sin el pretendido Nobel de la Paz de este año.  Entiende que lo merece porque ha logrado poner paz en ocho conflictos del mundo, pero eso es mucho decir. "Tomé ocho guerras y las detuve durante un período de ocho meses" de esta presidencia, defiende. Leyendo de un papel para no meter la pata, en 60 minutes enumeró "Camboya-Tailandia", "Kosovo-Serbia", "el Congo y Ruanda", "Pakistán e India", "Israel e Irán", "Egipto y Etiopía", "Armenia y Azerbaiyán" e "Israel y Hamás".

Donald Trump y Benjamín Netanyahu, en el aeropuerto Ben Gurión, antes de que el norteamericano acuda a la firma del acuerdo sobre Gaza, el 13 de octubre de 2025.Chip Somodevilla / Getty Images

Es una clara exageración, porque no había ninguna guerra entre Egipto y Etiopía que Trump pudiera terminar, toda vez que los dos países estaban en una larga disputa diplomática sobre un importante proyecto de represa etíope en un afluente del río Nilo, pero eso no es una guerra. La disputa, por cierto, sigue sin resolverse. La lista de Trump incluye otra supuesta guerra que no ocurrió durante su presidencia, entre Kosovo y Serbia. A veces ha afirmado haber evitado el estallido de una nueva guerra entre esas dos entidades, sin proporcionar muchos detalles sobre lo que quiso decir, pero eso es diferente a resolver una guerra real. Y la contienda que involucra a la República Democrática del Congo y Ruanda ha continuado, a pesar de un acuerdo de paz negociado por la Administración Trump este año, que nunca fue firmado por la principal coalición rebelde que lucha. Sigue, pues, abierto. 

Se puede debatir la importancia del papel de Trump en haber terminado los otros conflictos de su lista, o cuestionar con razón si algunos de ellos realmente han terminado. porque una cosa es acabar con un pico de violencia, como en el caso de India y Pakistán, y otra, la verdadera paz. No hay mejor ejemplo de este grueso matiz que el alto el fuego apenas de nombre que hay en Gaza desde octubre, con Israel denunciando violaciones y atacando, causando centenares de muertos. Es verdad que las treguas anteriores, sin mediación de EEUU, no se prolongaron en el tiempo y que ahora Trump ha forzado a las partes a sentarse y ha firmado a bombo y platillo en Egipto un acuerdo internacional para pacificar la franja palestina, pero ese texto tienen inmensas lagunas que no acaban con una pugna vieja de 80 años. 

Y no habla el republicano de esa guerra que iba a acabar en "24 horas", nada más llegar al Despacho Oval: la invasión rusa de Ucrania. Ha impulsado, desde febrero, un periodo negociador que por ahora no ha cuajado en nada, ni en un armisticio temporal (al que Kiev dice sí y Moscú, no), y ahora mismo está estancado. Ha avanzado que, si llega la paz, no habrá tropas de EEUU en la zona y ha arrancado a los socios europeos de la OTAN el compromiso de comprar armamento y material made in USA para entregarlo a los de Volodimir Zelenski, otro logro para sus arcas. Los drones y los misiles, mientras, siguen cayendo. 

Lo que dicen los números

Todas estas decisiones han llevado a que los estadounidenses críticos pasen de quejarse ante el televisor o el teléfono a manifestarse en las calles. El mejor ejemplo, cuando el 19 de octubre salieron a la calle siete millones de ciudadanos al grito de "No kings", "reyes no", no sólo en las capitales más progresistas, sino a lo largo de 2.700 concentraciones convocadas en todo el país. En julio, en una protesta similar, fueron otros cinco millones los manifestantes contra el comportamiento monárquico del magnate. 

Con toda esta suma, Trump avanza en su nuevo mandato con la popularidad tocada. La más reciente encuesta de CNN/SSRS (del 3 de noviembre) revela que el índice de aprobación del presidente se sitúa en el 37%, el nivel más bajo de su segundo mandato hasta la fecha. Además, el país está sumido en el descontento, lo que podría beneficiar a los demócratas si lograran consensuar un mensaje que conecte con la ciudadanía (que tampoco nadie dice que sea sencillo ni que lo estén logrando, dividido entre dos almas y sin liderazgo claro). 

Según el mismo sondeo, el 68% de los encuestados afirma que la situación del país es precaria, mientras que el 72% opina que la economía se encuentra en mal estado.

Otra encuesta, del Public Religion Research Institute (Instituto de Investigación de la Religión Pública, PRRI, por sus siglas en inglés), del 22 de octubre, centrada en los valores estadounidenses y su salud a 2025, expone que para el 56% de los ciudadanos Trump es "un dictador potencialmente peligroso cuyo poder debe limitarse antes de que destruya la democracia estadounidense". El 41%, por contra, lo define como "un líder fuerte al que se le debe otorgar el poder que necesita para restaurar la grandeza de Estados Unidos". 

Los porcentajes de quienes rechazan el autoritarismo creciente del mandatario han crecido cuatro puntos desde marzo, cuando se cumplieron los primeros cien días de gestión. Sólo lo salvan los cristianos blancos. Ni una otra minoría. 

El PRRI destaca otra tendencia: el extremismo de las filiaciones conservadoras. Trump ha radicalizado a los republicanos de siempre y "presenciamos una gran expansión asimétrica de los límites morales y políticos de la sociedad estadounidense", más cercana al movimiento MAGA.

Marcha bajo el lema "No Kings", contra el poder creciente de Donald Trum, el 14 de junio de 2025, en Los Ángeles.David McNew / Getty Images

El camino hacia el autoritarismo

La puesta en tela de juicio de la democracia es el gran marco de preocupación en el que se leen las políticas de Trump. Cómo mueren las democracias, el renombrado libro de Daniel Ziblatt y Steven Levitsky, se mira estos días en EEUU casi como una checklist: todo esto es lo que hay que hacer para caer en el abismo, todo esto es lo que está haciendo el republicano, sin freno. 

La democracia norteamericana está herida, pero no muerta, aunque hay elementos coincidentes con regímenes dictatoriales o totalitarios: Trump se ha negado a aceptar derrotas electorales; califica de criminales a sus oponentes; intenta meterlos entre rejas; apoya el uso de la violencia o al menos no lo censura, como pasó en el Capitolio en 2021; también arremete contra los contrarios; señala a los medios como enemigos del pueblo, por ejemplo, y fomenta el culto al líder. No obstante, hay elementos a favor de que el sistema se mantenga: que las democracias ricas rara vez se desvanecen, que hay una sociedad civil que no se está conformando y pelea contra los cambios, que hay un sistema bicameral y un poder judicial que aún sirven de vigilantes y de equilibrios... 

El diario The New York Times, en una publicación notablemente viral, ha pasado revista estos días a 12 realidades de la era Trump que evidencian que la democracia está siendo dañada, está por ver con qué consecuencias. Explica que el mandatario reprime a la disidencia y la libertad de expresión, como se ve en la "caza de brujas" contra los medios críticos, incluso en el humor, más las investigaciones a ONG disidentes y hasta a jueces. Recuerda la persecución judicial a sus "oponentes políticos", desde fiscales a exjefes de la CIA, más investigaciones contra bufetes que fueron contra él, despido de funcionarios críticos y protección de los suyos (empezando por sí mismo y el caso Epstein). También "ignora el poder legislativo" con sus órdenes ejecutivas, que se saltan a la piola lo que digan senadores y congresistas, en materias como las presupuestarias, en las que deben tener voz y voto. Así ha desmantelado agencias como USAID (cooperación internacional) o ha condenado donaciones a grupos progresistas. 

Más: ha asentado un desconocido poder militar en las calles, especialmente donde gobiernan sus opositores, violando competencias de los municipios o los estados e imponiendo a la Guardia Nacional, desafiando con ello a las cortes, también. Con esas redadas del ICE escoltadas por soldados armados se ha atacado a minorías, con falsos pretextos en ocasiones, acusando a demás a los foráneos (a los distintos) de una criminalidad que no es tal en su territorio, como pasa con determinados grupos venezolanos. Trump, dice el Times, trata de controlar los medios, amenaza con retirar subvenciones y licencias, también recorta fondos a las universidades si no le bailan el agua o piensan como él (léase sobre Gaza), impulsa su figura como mesiánica y salvadora y habla abiertamente de manipular leyes para seguir en el poder (como con sus pretensiones, ahora más rebajadas, de cumplir un tercer mandato, cuando la Constitución lo impide). 

Y, a todo esto, aún le quedan tres años por delante... 

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Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

Sobre qué temas escribo

Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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