El año de Gaza: un genocidio confirmado, una tregua mal cumplida y una esperanza sin justicia
La franja palestina ha pasado por todas las estaciones del calvario en este 2025, de los bombardeos al hambre. Sólo un dolor de cotas desconocidas llevó al mundo a moverse y frenar a Israel, en parte: el alto el fuego tiene demasiadas excepciones.

2025 ha sido el año de Gaza. De su dolor y resistencia, de su tortura y su humanidad, la que le ha faltado al mundo para frenar la ofensiva israelí que, en dos años, ha sometido a los palestinos del Mediterráneo a un calvario de cotas desconocidas. Sólo la acumulación de barbaridades, a las que ya se puede llamar genocidio con el aval de Naciones Unidas, movilizó al fin a la comunidad internacional (a sus gobiernos, que sus sociedades ya lo estaban) y llevó a una presión y un aislamiento sobre Tel Aviv que ha acabado cuajando con el actual alto el fuego con Hamás (autor de los atentados del 7 de octubre de 2023), vigente desde el pasado 10 de octubre.
La alegría por el armisticio no es ni puede ser completa cuando su aplicación es arbitraria, con demasiadas violaciones, demasiadas excepciones. Y, sin embargo, nadie lo da por roto. Es más, ahora se espera que se implemente la segunda fase de la hoja de ruta diseñada por Estados Unidos, un mediador de parte —de hecho, este mismo lunes se reúnen Trump y Netanyahu— que ha dibujado un futuro para Gaza sin los gazatíes, sin el Gobierno palestino y sin rendición de cuentas por lo ocurrido: más de 70.000 muertos, más de 170.000 heridos.
Se cierra, con incertidumbre, un año de carnicería. Se abre, con incertidumbre, un año de esperanza sin justicia a la vista.
La odisea hasta el acuerdo
El año comenzó con un optimismo cauteloso gracias a que se produjo un acuerdo de alto el fuego entre Israel y Hamás, negociado por Egipto y Qatar, el 15 de enero. Puso fin temporalmente a 15 meses de guerra devastadora en Gaza. El pacto describía etapas claras en sus disposiciones y oscuras por los presagios de falta de cumplimiento: un intercambio de prisioneros y rehenes (Hamás se llevó a 250 el 7-O, el día en que mató a 1.200 israelíes con sus ataques en cadena), un aumento de la ayuda humanitaria, seguido de retiradas territoriales y una eventual reconstrucción de la región, devastada por la guerra.
Durante semanas, pareció que la calma finalmente regresaría a la franja. Efectivamente, secuestrados israelíes y presos palestinos fueron liberados y las familias desplazadas en masa al sur (casi dos millones de los 2,3 con que contaba el territorio antes de la ofensiva) comenzaron a regresar al norte, caminando entre las ruinas de sus antiguos hogares, con la idea de un nuevo comienzo, quizá. Sin embargo, esa frágil paz se desmoronó rápidamente. Para marzo, las disputas sobre las listas de rehenes y las acusaciones de violaciones por parte de ambas partes provocaron la reanudación de brutales combates. Se quedó en el ojalá.
Israel lanzó entonces una prolongación de la anterior campaña, llamada ahora Operación Carros de Gedeón, y el ya elevado número de muertos, que las autoridades sanitarias de Hamás habían informado que superaba los 50.000, comenzó a aumentar. Otra vez.
La crisis humanitaria en Gaza se deterioró rápidamente con la reanudación de los combates, porque el cerrojazo de Israel, entonces, tuvo un efecto brutal sobre una población que no se había repuesto ni con alimentos ni con medicina ni con medios de saneamiento o reconstrucción. Para el verano, las agencias de la ONU publicaron informes alarmantes sobre la desnutrición infantil generalizada y advirtieron de una hambruna inminente: nada nuevo que no estuviera ya alertando la prensa local -esa que ha mantenido al mundo informado aunque le ha costado más de 240 vidas, en ausencia de periodistas internacionales, vetados por Israel-, con imágenes que el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, calificaba de "fake news".
La situación sobre el terreno se volvió cada vez más grave y los puntos de distribución de ayuda se convirtieron en lugares de caos y violencia. Cientos de personas murieron en la lucha por obtener comida, agua y artículos de primera necesidad, sobre todo en los puntos de reparto de la Fundación Humanitaria de Gaza, un chiringuito privado estadounidense, autorizado a operar por Tel Aviv y Washington, en manos de mercenarios. Se han ido de la franja sin asumir sus responsabilidades en el desastre.

El aumento de la violencia por pura desesperación y el bloqueo continuo a los fondos hicieron casi imposible que la ayuda llegara a quienes la necesitaban desesperadamente, agravando aún más el sufrimiento de la población civil. La ONU lo repetía en cada rueda de prensa en informe: "Se nos acaban las palabras para describir lo que pasa en Gaza", decía su secretario general, Antonio Guterres, declarado persona non grata por Israel y que veía cómo sus agencias, en especial la UNRWA, se veían atadas de pies y manos, incapaces de ayudar a los gazaríes por el veto de Netanyahu.
La crisis se hizo tan insoportable a ojos del planeta que empezó a cuajar, por primera vez, un serio debate sobre lo que las potencias occidentales, amigas históricas de Israel, debían hacer para forzar un alto el fuego. Mientras la Unión Europea (UE) anunciaba que iba a revisar su Acuerdo de Asociación con Tel Aviv (para no adoptar medida alguna, a la postre), el verdadero cambio diplomático vino de un grupo de naciones europeas muy cercanas a Tel Aviv que, en bloque, anunciaron el reconocimiento del Estado de Palestina, como ya hizo España en 2024: Francia, Reino Unido, Australia, Portugal, Canadá...
Fue en el contexto de la Asamblea de la ONU en Nueva York, el pasado septiembre. La medida recibió un respaldo abrumador a nivel mundial, pero fue ferozmente rechazada por EEUU e Israel, que venían a decir que les estaban haciendo el juego a Hamás. Este acontecimiento marcó un cambio importante en la postura internacional sobre el conflicto: Europa adoptó una postura más favorable a la soberanía palestina, mientras que Estados Unidos e Israel mantuvieron su postura de priorizar la seguridad israelí y oponerse a las acciones unilaterales.
De fondo, seguían los contactos para lograr un alto el fuego, de nuevo con la mediación de egipcios y qataríes, pero los ataques indiscriminados y el ataque contra la delegación de Hamás en Qatar, que mató a cinco negociadores y a un soldado local, alteraban todos los pequeños avances.
El acuerdo, al fin
El 10 de octubre pasado entró en vigor, al fin, el alto el fuego que hoy, mal que bien (sobre todo mal para los gazatíes) se mantiene formalmente. Llegar hasta él fue una suma de esa presión diplomática, de enfado del propio presidente de EEUU, Donald Trump, con Netanyahu (no quería seguir enredado más en un conflicto que no le gusta ni le renta, que le hace perder tiempo y le complica sus propios negocios en Oriente Medio), de escozor en la opinión pública mundial (especialmente sensible tras las imágenes de niños muertos de hambre y reclamando cada vez más a sus Gobiernos, incluso en los tribunales, por complicidad) y de cesiones, de Hamás y de Netanyahu, muy debilitados ambos.
Fue así como, primero, Trump y Netanyahu se apuntaron el tanto en la Casa Blanca y luego se sumó el partido-milicia palestino, al que el republicano le avisó de que estaba ante un "lo tomas o lo dejas" de manual. O firmaban o les prometía pasar por un "infierno". Así se parió el llamado "Acuerdo del Siglo", un plan integral de 20 puntos para poner fin al conflicto inmediato y definir el futuro de la franja. El plan, en noviembre, fue adoptado como anexo de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, dándole formalidad a un aval que ya dieron líderes de todo el mundo en la firma escenificada por Trump en Sharm-el-Sheij (Egipto), con un boato incompatible con la crisis en Gaza.

¿Qué es lo que incluyó ese acuerdo? Lo básico, el alto el fuego y la liberación de rehenes y prisioneros, seguido de una retirara israelí a líneas acordadas, como parte de una retirada gradual de la franja de Gaza. Israel se comprometía a no ocupar ni anexionar la zona. También se pactaba la entrada de ayuda humanitaria completa e inmediatamente a Gaza, con un mínimo de 400 camiones diarios, aumentando gradualmente.
Más: Hamás no tendrá ningún papel en el Gobierno de Gaza. El plan propone que el territorio sea gobernado inicialmente por una junta de paz tecnócrata y apolítica formada por palestinos y expertos internacionales, presidida por Trump. Se permitiría a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) tomar el control, pero sólo después de ciertas reformas que no están bien definidas ni calendarizadas.
Se prohibirá a Hamás y otras facciones desempeñar funciones gubernamentales y se destruirá toda la infraestructura militar y de terror. Los miembros del Movimiento de Resistencia Islámica que depongan las armas y acepten coexistir pacíficamente con Israel recibirían una amnistía. En paralelo, se quiere establecer una Fuerza Internacional de Estabilización para el control sobre el territorio y que se coordinará con Egipto e Israel para entrenar a la policía palestina y asegurar las fronteras.
Finalmente, ha de llegar la reconstrucción de la franja de Gaza, que se establece como un objetivo prioritario, con apoyo internacional.
Se abrió la puerta, entonces, a unas imágenes muy esperadas: los rehenes israelíes regresando con sus familias -los asesinados siendo enterrados de vuelta, también-, los presos palestinos retornando a casa, la comida empezando a entrar a cuentagotas -tarde para cientos de enfermos críticos-, los disparos cesando (o reduciéndose). Pero no estamos ante una paz completa. Primero, porque no se está aplicando como se pactó, como contaremos ahora. Segundo, porque hay lagunas de base en el acuerdo que hacen que se levante sobre pies de barro: injusticias sobre el pueblo palestino y aires colonialistas de otro tiempo.
Todo lo que sigue pendiente
Los ataques israelíes no terminaron, en realidad, aunque ahora son esporádicos han causado la muerte de al menos 400 palestinos y dejado más de 1.108 heridos al cierre de esta edición, según datos del Gobierno en Gaza. Israel defiende que sólo responde ante ataques a sus soldados o en momentos en los que peligra su seguridad, pero Hamás insiste en que no los ataca, aunque si ha habido choques en las inmediaciones de sus puestos de control, pero con otros grupos armados palestinos. Es otro de los retos del momento: el de la pelea intestina en la propia franja.
El control territorial continúa siendo uno de los puntos más críticos del acuerdo y su implementación. Aunque las tropas israelíes se replegaron hasta la línea de cese al fuego, un trazo amarillo que sirve de frontera, mantienen el control de aproximadamente el 53% del territorio y realizan bombardeos de forma regular en zonas que no ocupan. Justificados, dicen, aunque la cifra de civiles que caen es de la misma proporción a la de los dos años pasados: al menos el 83%.
El Gobierno en Gaza informa que Israel disparó contra civiles en 265 ocasiones, llevó a cabo 49 incursiones en zonas residenciales situadas más allá de esa línea amarilla, bombardeó y atacó el enclave con artillería 421 veces y demolió propiedades civiles en 150 ocasiones. Las preocupaciones de la población palestina bajo estas circunstancias se sustenta tanto en las cifras de incumplimiento del alto el fuego en al menos 875 veces entre el 10 de octubre y el 22 de diciembre, como en su persistencia sin un horizonte de resolución. Mediante ataques aéreos, fuego de artillería y disparos directos, la violencia ha persistido con episodios como el ocurrido el 19 de diciembre, cuando seis palestinos murieron en un ataque israelí contra una escuela que albergaba a personas desplazadas en Ciudad de Gaza, donde además se celebraba una boda.
La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA) corroboró en su reporte más reciente, fechado el 17 de diciembre, que se han mantenido los bombardeos aéreos, fuego de artillería y tiroteos en distintos puntos del enclave, especialmente en las inmediaciones de la línea amarilla, con un elevado número de víctimas. Las operaciones militares también han afectado directamente a instalaciones de UNRWA. En una de estas infraestructuras, una escuela convertida en refugio, un ataque israelí dejó una persona asesinada y cinco heridas. En paralelo, en la Cisjordania ocupada, fuerzas israelíes irrumpieron el 8 de diciembre en un complejo de la agencia, confiscaron mobiliario y equipos informáticos y reemplazaron la bandera de las Naciones Unidas por una israelí. Una muestra más del maltrato de Tel Aviv a la ONU.
En el plano humanitario, los desafíos tras el cese al fuego han resultado tan graves como se advertía desde octubre. Es irritante, no nuevo. El Ministerio de Salud de Gaza alerta sobre una escasez severa de medicamentos, insumos médicos y materiales de laboratorio, consecuencia de más de dos años de guerra y de un bloqueo prolongado. Esta situación, advirtieron las autoridades sanitarias, dificulta gravemente la prestación de servicios de diagnóstico y tratamiento.
Según la OCHA, la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, aunque la frecuencia con la que los gazatíes comen ha mejorado en la mayoría de los hogares, "el consumo de alimentos sigue estando muy por debajo de los niveles anteriores al conflicto", y la dieta se basa principalmente en cereales, legumbres y cantidades moderadas de lácteos y aceite, con un acceso muy limitado a alimentos nutritivos como la carne, las verduras y las frutas.
A ello se suma que, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), cada semana aproximadamente 15 mujeres dan a luz fuera de hospitales, sin atención especializada ni condiciones de seguridad adecuadas, y uno de cada tres embarazos se considera de alto riesgo, lo que agrava de manera significativa las afectaciones a la salud materna.
Los 400 camiones prometidos no están entrando a ese flujo. Ya eran pocos, teniendo que cuenta que antes de la guerra entraban en la zona entre 500 y 600 diarios, sin los daños actuales. La ONU no deja de denunciar la lentitud en la entrada de la ayuda y los problemas que pone Israel para los permisos y para garantizar la seguridad de la distribución. A eso se suma la última crisis, la provocada por inundaciones, que en las dos últimas semanas ha puesto en peligro a 800.000 refugiados.
El 90% de los edificios de Gaza están dañados o inservibles, como el 81% del servicio de aguas y electricidad, como el 88% del sector del comercio y la industria, como el 77% de las carreteras. Con esos mimbres viven hoy los gazatíes.

Genocidio, a las claras
El que cierra ha sido el año de la palabra "genocidio". Primero, denostado por el uso que de ella hacían los activistas propalestinos. Luego, empleado por Gobiernos como el de España. Al fin, constatado como realidad en los informes de la ONU, no sólo en los de la relatora especial de las Naciones Unidas sobre los territorios palestinos, Francesca Albanese, una mujer sancionada por EEUU por no callarse.
El movimiento popular contra la guerra se ha aferrado a esa denuncia, con iniciativas como la de la Flotilla de la Libertad, que pusieron ante el mundo el tesón de una lucha que los despachos no acababan de hacer suya. Al fin, la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre los Territorios Palestinos Ocupados de la ONU, el pasado septiembre, declaró que Israel cometía genocidio. "Es evidente que existe la intención de destruir a los palestinos de Gaza mediante actos que cumplen los criterios establecidos en la Convención sobre el Genocidio", sostuvo.
Aún está en proceso la denuncia de Sudáfrica en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) por este supuesto delito, además de la orden de arresto internacional contra el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y su entonces ministro de Defensa, Yoav Gallant, por supuestos delitos de crímenes contra la humanidad y de guerra, cursada por la Corte Penal Internacional (CPI), sin que haya sido ejecutada aún por países amigos visitados por el dirigente, como EEUU o Hungría.
Netanyahu tampoco da respuestas a su propia población, aliviada por la vuelta a casa de los rehenes pero deseosa de saber, de verdad, qué pasó el 7 de octubre de 2023, por qué Hamás pudo atacar sin que la Inteligencia lo supiera y, después, por que nadie supo actuar para reducir el daño de los ataques, cuando se estaban ejecutando. Se acaba de dar luz verde a una comisión que no es del Gobierno, que no contenta a las familias, que se teme acabe manipulada políticamente.
No hay rendición de cuentas, fuera ni dentro, ni posibilidad inmediata de que la haya, cuando Occidente ha vuelto a la casilla de salida, a la de dejar las cosas como estaban, ahora que hay alto el fuego o lo que eso sea. Nadie va a replantearse las relaciones con Israel y EEUU espera, pronto, ahondar en los Acuerdos de Abraham, entre Israel y el mundo árabe, un retorno al statu quo que tiene 70.000 muertos más en la fosa, que pueden ser 100.00 cuando se remuevan todos los escombros. Así entra el nuevo año.
